La poesía es en Miguel Hernández un destino y una necesidad, no sólo de comunicación sino también de confraternización
Hoy día, existen múltiples razones para leer, evocar y explicar la poesía de Miguel Hernández, poesía que recuerda al poeta francés Louis Aragon y su poemario Los ojos de Elsa, escrito durante la Resistencia contra la invasión y ocupación nazi de su país. Como señalaremos después, la trayectoria poética de Miguel Hernández tiene muchos elementos comunes y concomitancias con Los ojos de Elsa, escrito en el primer año de la Resistencia, pues también en Vientos del pueblo y El hombre acecha, poemarios escritos durante la Guerra civil, las exhortaciones épicas se abrazan con la reflexividad lírica. Así, junto a poemas como «Vientos del pueblo me llevan», «El niño yuntero», «El sudor», «Juramento de la alegría» y «Canción del esposo soldado» encontramos «Carta», «El tren de los heridos» y «Canción última».
Como ejemplo de estas dos vertientes, comparemos «Llamo al toro de España» y «La Canción última». En la primera, predomina el tono de exhortación épica, mientras en el segundo, «La casa», trasunto de su «yo» poético, es su retrato moral que apela a la esperanza más allá de los desastres existenciales y colectivos. En estos poemas, se comprueba una vez más que Miguel Hernández, como gran poeta, tiene su propio lenguaje y alfabeto al mantener diferentes registros diferentes en uno y en otro. y que, como Louis Aragon, en circunstancias extremas, busca el acercamiento de un lector libre de toda frontera lingüística, es decir, intenta que el lector no se sienta ajeno al lenguaje poético.
No es tiempo, como entonces. de una poesía ensimismada, de estar encerrado cada uno en su torre de marfil, sino de compartir el mismo canto. Para conseguir esta comunión con el lector, el vocabulario hernandiano, sus ritmos y sus métricas tienen sus preocupaciones y raíces en los clásicos españoles, pero también en los octosilábicos de la copla y el romance. No podemos olvidar que Miguel Hernández acompaña al Nuevo Romancero nacido en el campo de batalla en defensa de la República para legitimar una poesía de combate, como la situación del pueblo andaluz, la explotación ejemplificada en «El niño yuntero», «El sudor», la denuncia del asesinato de Federico García Lorca en «Elegía». Esta exaltación épica, se troca en reflexión lírica impregnada de testimonios surgidos en la batalla y donde el amor está presente en medio de la ausencia y de la muerte, como en el poema «Carta». Aquí el poeta documenta su dolor a partir de la desolación de los otros, de todos los soldados, metaforizado en aquellas cartas abandonadas y sin dueños que fueron escritas y que sus receptores nunca recibirán: desastres pequeños de la guerra que un poeta como Miguel Hernández testimonia como homenaje a los héroes anónimos.
Sobre la vida y su obra se han escrito y se escribe innumerables artículos, ensayos, tesis doctorales, y biografías. También se ha llevado al cine su peripecia vital. Para no perdernos en biografiamos que muchas veces oscurecen la trascendencia de su poesía, transcribimos la siguiente nota autobiográfica publicada en Nuestra Bandera el 27 de agosto de 1937 que explica tanto las fuentes, las raíces y la función de su poesía como su pensamiento poético:
Nací en Orihuela hace veintiséis años. He tenido una experiencia del campo y sus trabajos, penosa dura, como la necesita cada hombre, cuidando cabras y cortando a golpes de hacha olmos y chopos, me he defendido del hambre, de los amos, de las lluvias y de estos veranos levantinos, inhumanos, ardientes. La poesía es en mí una necesidad y escribo porque no encuentro remedio para no escribir. La sentí, como sentí mi condición de hombre, y como hombre la conllevo, procurando a cada paso dignificarme a través de sus martillazos. Me he metido con toda ella dentro de esta tremenda España popular, de la que no sé si he salido nunca. En la guerra, la escribo como un arma y en la paz será también un arma, aunque reposada. Vivo para exaltar los valores puros del pueblo, y a su lado estoy dispuesto a vivir como a morir.
Como podemos apreciar, la poesía es en Miguel Hernández un destino y una necesidad, no sólo de comunicación sino también de confraternización. Del territorio moral y existencial de sus heridas, reiteradamente enunciadas y cantadas, nace la radicalidad de todas sus experiencias poéticas. No dejaremos de repetir que, pese a la opinión de algunos estudiosos, en Miguel Hernández existe una voluntad artística desde sus inicios fraguada, primero, en su aprendizaje de los clásicos españoles, y, posteriormente, en una poesía enraizada en el concepto nerudiano de poesía y en la escritura surrealista de Vicente Aleixandre. Es imprescindible recordar que el manifiesto de Pablo Neruda publicado en el primer número de la revista Caballo poesía verde para la poesía, fundada por él en el año 1935 fue una declaración de principios poéticos y políticos frente a una poesía alejada de las preocupaciones humanas y desarraigas del doloroso vivir. Fue un toque de arrebato en un momento en que el fascismo y nazismo eran la barbarie en los umbrales de la civilización europea. La filosofía de este manifiesto abría, no solo a Miguel Hernández, sino a otros poetas el camino hacia la consecución de una poesía realista. Recordemos algunos de sus párrafos:
La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso, de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una atmósfera humana inundando las cosas desde lo interno y externo.
Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.
Una poesía impura como un traje, como un cuerpo,…con arrugas, observaciones, sueños, vigilias, profecías, declaraciones de amor y de odio…idilios, creencia política, negaciones, dudas, afirmaciones…
Otro de los muchos testimonios a esta poética lo encontramos en la reseña que Miguel Hernández escribe sobre Residencia en la Tierra de Pablo Neruda en la que destaca la consonancia que existe entre lo que se canta y cómo se canta. En ella leemos: «La poesía no es cuestión de consonante: es cuestión de corazón» porque su voz «es un clamor oceánico, que no se puede limitar; es un lamento demasiado primitivo y grande, que no admite presidios retóricos.»
Un par de años antes, tenemos otro documento de Miguel Hernández que ha sido considerado como su Poética. Es lógico que en un momento en el que el culto a la metáfora auspiciada por la doctrina orteguiana de la deshumanización del arte, una conciencia poética más proclive a un nuevo romanticismo se incline por el misterio, el secreto del poema: esfinge, afirma él. Sin embargo, esta formulación tiene su excepción o su variante. Se refiere, concretamente a lo que él llama poesía profética. En ella todo debe ser claridad porque no se trata de ilustrar sensaciones, de solear cerebros con el relámpago de la imagen de la talla, sino de propagar emociones, de avivar vidas. De aquí surge una admonición: «Guardaos poetas, de dar frutos sin piel, mares sin sal.» Estas ideas nos ponen de relieve una tensión que será la energía de una trayectoria poética que se va debatir constantemente entre lo que podemos llamar poesía culta y poesía popular que, en circunstancias excepcionales, tanto en la práctica como en la teoría, desembocará, después de un largo camino, en la dilucidación y síntesis que existe entre arte y compromiso político.
Este camino se inicia con la avidez de materializar en palabras la necesidad expresiva y comunicativa a través de la poesía. No creemos necesario hablar de autodidactismo, mejor hablar de autoeducación basado en un persistente y vocacional trabajo solitario. Cualquier marchamo definitorio no deja de ser un reduccionismo.
El primer libro que publica como sabemos es Perito en lunas, enero de 1933, título que se emparenta con Perfil del aire de Luis Cernuda, que buscan más la sorpresa que las sugerencias significativas, aunque el término «luna» nos traslade a uno de los símbolos del romanticismo. Este su primer libro anuncia ya una vocación y una etapa de aprendizaje. Es un poemario de juventud y condicionado por la tendencia de los conceptos de la poesía pura enunciadas por Henri Bremond, el gongorismo de la Generación del 27, tendencias rechazadas por Antonio Machado en su díptico: Toda imaginería que no ha brotado del río pura bisutería. En este su primer libro, la metáfora es el soporte de cada poema, así como la octava real la estrofa predominante. Aquí el poeta ha trasmutado la realidad en una realidad poética encerrada en sí misma que provoca emoción por su rígido hermetismo.
Perito en lunas no dejó satisfecho a su autor ni tampoco a sus compañeros poetas, pero contó siempre con el apoyo de Vicente Aleixandre que le animó a proseguir y superar sus caídas y desfallecimientos. Sus anhelos y sus nuevos descubrimientos poéticos serán decisivos para «negar» su etapa anterior sin perder la mejor tradición del Siglo de Oro. En este proceso de aprendizaje es digno destacar las enseñanzas de Benjamín Palencia y Alberto Fernández, pintor y escultor de la llamada Escuela de Vallecas y cuyas estéticas alejadas del esteticismo se enraizaban en las realidades inmediatas.
Después de varias tentativas, en 1936, aparece uno de los libros más importantes del siglo XX. Estamos hablando de El rayo que no cesa donde ya queda lejos la «poesía pura» para poetizar de un modo radical el sentimiento amoroso. Neorromanticismo, sí, pero desde una conciencia existencial que se debate entre la necesidad erótica y su trágico hostigamiento:
«Este rayo ni cesa ni se agota: // de mí mismo tomó su procedencia // y ejercita en mí sus furores. Esta obstinada piedra de mí brota // y sobre mí dirige la insistencia // de sus lluviosos rayos destructores.»
Si pudiéramos resumir este libro en un verso, el de Francisco de Quevedo, «Hay en mi corazón furias y penas,» sería el más certero. Este libro que nace de una crisis amorosa y de una transformación de su neocatolicismo en una toma de conciencia social que coincide con la proclamación de la República y la huelga de mineros en Asturias en 1934. Este proceso se percibe mejor en su producción teatral que transcurre desde su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y la sombra de lo que eras publicado en la revista Cruz y raya, y dirigida por José Bergamín hasta las obras escritas durante la contienda bélica.
La producción posterior de Miguel Hernández está marcada por aconteceres históricos y personales, es decir, la Guerra civil, enfermedad y cárcel que se concreta fundamentalmente en Viento del pueblo, El hombre acecha y Cancionero y romancero de ausencias.
«Viento del pueblo» se abre con una dedicatoria a Vicente Aleixandre que puede considerarse como una confesión programática:
Vicente: A nosotros que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos ha hecho poetas la vida junto a los hombres (…) Nuestro destino es parar en las manos del pueblo(…) Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas.
Cualquier análisis de sus poemas se articula en conseguir una comunicación directa más por la vía oral que por la escrita. Antes de detenernos en la significación de este libro, tendremos que hacer mención a los poemas escritos entre El rayo que no cesa y Vientos del pueblo, ciclo que el autor de su edición crítica, Agustín Sánchez Vidal, denomina «Poesía impura». Composiciones escritas bajo la influencia de Vicente Aleixandre y Pablo Neruda. En el primero corporeiza su crisis sentimental a través del soneto y se circunscribe a la corriente neorromántica, en la que también se encuentra Candente presencia de Juan Gil-Albert, frente a la ausencia de humanidad de la poesía pura. En este libro, los referentes de sus metáforas están en la naturaleza inmediata y donde quedan lejanas las alusiones a la civilización tecnológica, muy del agrado de los poetas puros y vanguardistas. En Vientos del pueblo, la métrica clásica da paso al verso libre de evidentes resonancias surrealistas, sin olvidar la métrica popular. Ejemplo de esto es «Vecino de la muerte», publicado por primera vez en la revista nerudiana, donde la unión de elementos de la naturaleza y humor restan tensión y trascendencia al ineluctable final. Otro poema de distinto signo es «Mi sangre es un camino» en el que las metáforas tradicionales son sustituidas por otras de carácter irracional que marcan el dramatismo de El rayo que no cesa.
En el siguiente libro, El hombre acecha declina su tono vitalista y de apuesta por el futuro, pero siempre con una inflexible esperanza. La guerra ha ido dejando demasiadas tragedias. Sin embargo, en su último poema, «Canción última,» el fervor permanece incólume:
«Florecerán los besos // sobre las almohadas. // Y en torno de los cuerpos // elevará la sábana // su intensa enredadera // nocturna perfumada. // El odio se amortigua // detrás de la ventana. // Será la garra suave. // Dejadme la esperanza.»
Y, por último, Cancionero y romancero de ausencias, un poemario escrito entre 1938 finales de 1939 en donde se dan cita no sólo los avatares de la guerra, sino también circunstancias personales. Intimismo y denuncia social implícita en breves poemas de carácter popular intensificado en desnudez y concentración para no dañar la dimensión trágica que se niega a admitir y que queda patente en «Eterna sombra», uno de sus últimos poemas:
Turbia es la lucha sin sed de mañana./ ¡Qué lejanía de opacos latidos! / Soy una cárcel con una ventana / Ante una gran soledad de rugidos / Soy una abierta ventana que escucha, / por donde va tenebrosa la vida. / Pero hay un rayo de sol en la lucha /que deja la sombra vencida.
La imagen de Miguel Hernández se ha acuñado entre el mito y el tópico. Muchos críticos y la opinión de muchos de sus compañeros han contribuido a considerarlo como un verso suelto en la historia de la literatura. No solo me estoy refiriendo a la aceptación o no de algunos poetas de su generación, sino a un biografismo que le ha alejado muchas veces de su trascendencia poética. Es cierto que nace en ese interregno entre la poesía pura y la vanguardia, entre el periodo republicano y la Guerra civil, pero desde su primer libro, Perito en lunas, ya se advierte una conciencia y preocupaciones poéticas sustentadas por un profundo conocimiento de los poetas clásicos españoles y una voluntad de ser poeta y no rimador al uso, y poseer una concepción del poema como elaboración y artificio: Sobre esto afirmó que la poesía era una bella mentira, una verdad insinuada, pensamiento que pone entre paréntesis el principio de sinceridad del romanticismo, poetizado también por Antonio Machado en su poema «Dime noche, amada vieja»: Para Miguel Hernández, las palabras son el material que puede expresar los universales del sentimiento y, en su caso, una conciencia trágica cuya esperanza estaba en el «nosotros».
Cuando años más tarde de la redacción de su primer libro, escribe Cancionero y Romancero de ausencias durante la Guerra civil, nuestro poeta ha recorrido un camino poético y vital de desgarros y renuncias, y una vida de coherencia política. Y es el siguiente poema del citado libro donde podemos encontrar el paradigma, no sólo la naturaleza de su quehacer poético, sino también el territorio íntimo, moral y político, desde donde se desgrana toda su poesía. Un poema cuya brevedad e intensidad nos descubre no solo su capacidad poética, sino también la capacidad de síntesis de su peripecia poética y vital. No estamos refiriendo al siguiente poema: Llegó con tres heridas: / la del amor / la de la muerte, / la de la vida. Con tres heridas viene / la de la vida / la del amor / la de la muerte. Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor, un poema en que amor, vida y muerte se suman en una tragedia, como diría su compañero de cárcel Antonio Buero Vallejo, plena de esperanza y futuro.
Fuente original: http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=6880