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Militares chilenos hijos de Fidel

Fuentes: Rebelión

Fidel revela por primera vez en el año 2009 los pormenores de la colaboración cubana de 1979 con la lucha del pueblo nicaragüense que combatía contra la dictadura de Anastasio Somoza: «Una brigada de apoyo fue organizada rápidamente con revolucionarios nicaragüenses, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, y uruguayos que se entrenaban entonces en Cuba, y 51 oficiales […]

Fidel revela por primera vez en el año 2009 los pormenores de la colaboración cubana de 1979 con la lucha del pueblo nicaragüense que combatía contra la dictadura de Anastasio Somoza:

«Una brigada de apoyo fue organizada rápidamente con revolucionarios nicaragüenses, salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, y uruguayos que se entrenaban entonces en Cuba, y 51 oficiales del Partido Comunista de Chile, 20 del Partido Socialista de ese país, y ocho del Partido Comunista Uruguayo, formados durante años en nuestras academias militares, que fueron integrados a esa fuerza con autorización previa de sus respectivas organizaciones políticas. Diez médicas y dos médicos chilenos, militares todos, formados igualmente en Cuba, fueron enviados al Frente Sur para atender a los heridos de guerra. …Los comunistas chilenos, sus compañeros socialistas y los oficiales comunistas uruguayos, como oficiales de carrera, escribieron una página imborrable en la historia de América Latina, tarea que prosiguió después de la victoria, junto al esfuerzo solidario e irrestricto de nuestro país».( Fidel Castro: La Paz en Colombia, Editora Política, La Habana, 2009, pp. 128-129)

En marzo de 1972, arriban a La Habana cien jóvenes chilenos a estudiar medicina; un mes antes del Golpe Militar de 1973 llegan otros cien estudiantes. Nunca se completarían las quinientas becas ofrecidas a Salvador Allende por Fidel en su viaje a Chile del 10 de noviembre al 4 de diciembre de 1971. El más largo de Fidel al exterior como estadista.

Desde 1968 el Partido Comunista de Chile había preparado combatientes en cursos cortos tanto en Cuba como en la ex URSS para misiones de autodefensa y resguardo de dirigentes y de sus locales. Son los llamados Equipos de Seguridad, que por sus misiones definidas en ese entonces, número de hombres, capacidades técnicas, tipo de armamento, no tuvieron ninguna responsabilidad ni posibilidades para defender el Gobierno Popular de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. La causa de fondo: el PCCh carecía totalmente de una concepción político militar que concibiera y apreciara la intervención violenta de las FFAA, mucho menos previó su devastadora profundidad. Estaba convencido del carácter «profesional» de éstas. En 1974, apenas un año posterior al Golpe Militar, en momentos en que aún el PCCh ni siquiera se había explicado tamaña derrota, Fidel ─atisbando el futuro─ le plantea a Volodia Teitelboim preparar militares comunistas profesionales a un largo plazo. La Comisión Política del PCCh, en ese entonces radicada en Moscú, comparte la propuesta, o simplemente acepta la idea ante el aplastante peso moral de Fidel. Esto último explicaría, pocos años más tarde, las profundas contradicciones desatadas en éste partido con relación al papel, lugar y misiones de éstos oficiales comunistas y de las formas armadas de lucha en los combates contra la dictadura. Así, en abril de 1975, 57 jóvenes comunistas, la inmensa mayoría estudiantes de medicina y estomatología, becados en Cuba desde antes del Golpe de Estado, se incorporaron a las escuelas de cadetes de Infantería y Artillería terrestre en La Habana. Sólo dos jóvenes del exilio reciente formarían parte del grupo.

En 1979, con los oficiales ya graduados y en el ejercicio de sus funciones, el PCCh aún carecía de proyecto específico para estos militares, se mantenía todavía la difusa idea de un futuro donde supuestamente formarían parte de unas nuevas FFAA chilenas sin oficiales fascistas comprometidos con el Golpe Militar. A esas alturas de 1979 los oficiales pioneros tenían el grado de teniente y ejercían el mando en las tropas regulares en igualdad de derechos y deberes que sus homólogos cubanos. Estaban todos repartidos en las Unidades Militares dispersas en los campos de la periferia de la capital. Los jefes cubanos, con un sentido muy singular del «internacionalismo» y un rigor ejemplarizante en sus funciones, no tenían ninguna consideración especial con los oficiales chilenos. Sabían perfectamente que un día debían combatir de verdad, en condiciones mucho más complejas que esos simulacros en los campos cubanos con enemigos de ficción. Año tras año, nuevos contingentes de jóvenes comunistas, cuarenta a cincuenta promedio, se incorporaban a la «Tarea Militar del Partido», como finalmente se le denominó, compensando una deserción constante provocada principalmente por la ausencia de proyectos hacia Chile y, en otros casos, por las duras condiciones de la vida militar.

Al amanecer del sábado 9 de junio de 1979 el alto mando de las Fuerzas Armadas cubanas convocó a todos los oficiales chilenos, comunistas y socialistas, donde también estaban las doctoras. Cuando estuvieron reunidos en el teatro de la principal academia militar cubana, un oficial superior sin preámbulo alguno les dijo: «Han sido convocados por el Estado Mayor a pasar un breve curso en lucha irregular…, en el momento oportuno se les darán más antecedentes de esta misión». La sorpresa fue instantánea y general, al momento fueron agrupados por militancia. Las doctoras recibirían un trato diferenciado. Había mucho más de cincuenta comunistas, en los protagonistas no hay consenso si eran 70 o más oficiales. La diferencia con la cifra dada por Fidel, estriba en que el resto llegaría posterior al triunfo de la revolución, a colaborar en la formación del nuevo ejército y en la defensa de la novel Revolución Sandinista. No hemos podido conocer las cifras totales de oficiales comunistas que en los años sucesivos y hasta 1990 de los graduados en Cuba, participarían en esa compleja y costosa guerra irregular.

En esa misma mañana del 9 junio el grupo fue trasladado a una de las escuelas de lucha irregular. Sin percatarse, los oficiales habían dejado de ser subordinados de las FFAA. Alejandro Ronda, un Coronel del Ministerio del Interior con aspecto de intelectual, sería en lo adelante el jefe principal. En la escuela les proporcionaron todo lo necesario, al rato ya estaban vestidos con relucientes uniformes de campaña. Hasta ese minuto nadie sabía la razón del porqué de éste vertiginoso cambio. Entre todos ellos la más reiterada especulación apuntaba hacia Chile. Esa misma noche, en determinado momento fueron conminados a reunirse en una sala de la instalación; junto a los oficiales comunistas chilenos, también estaban los ocho comunistas uruguayos. En un instante Fidel apareció como una tromba. La sorpresa y la emoción fue total, es como se ha dicho tantas veces, cuando entró fue como si en un segundo consumiera el aire de todos. No había cumplido los cincuenta y tres años de edad.

Les habló como si los hubiese conocido siempre. En minutos, y sin preámbulos, estaba disertando sobre la situación política y militar en Nicaragua. En un mapa puesto con diligencia por uno de sus ayudantes, precisaba los últimos acontecimientos de los enfrentamientos en todo el país. Al rato concentró la explicación en los combates en la frontera sur de Nicaragua. Conocía al detalle la ubicación de las tropas enemigas y propias, los últimos enfrentamientos y el curso probable de las acciones futuras. Y así…, de manera imperceptible muchos se percataron que Fidel estaba planteándoles la misión. A ninguno de ellos se le ocurrió seguir con la metodología del orden consecutivo de trabajo de un jefe después que recibe la misión. Fidel concatena los hechos y poco a poco les explica la situación internacional, dando precisos detalles de las condiciones favorables en Panamá y Costa Rica con la causa Sandinista. Esto le permitió abordar las probables vías de entrada para participar en los combates del Frente Sur. Hizo gala de métodos conspirativos entrelazados con la diplomacia internacional. En cualquier momento y sin vacilaciones comenzó a barajar probables lugares, rutas y las cantidades de oficiales por cada traslado. «Deben apurarse», señaló. Y sin que nadie recuerde con exactitud cada palabra, pronosticó un rápido fin de esa guerra, y advirtió que con la participación de estos especialistas, no sólo se colaboraría en el término del conflicto, con ello, aseguró, obtendrían el prestigio necesario para contribuir en la conformación de un ejército de nuevo tipo. …Y así ocurriría con total exactitud. Casi al despedirse les advirtió: «Sus dirigentes, sus partidos, deben autorizar el cumplimiento de esta misión internacionalista». No es textual, pero es una verdad irrebatible.

Al siguiente día, también muy entrada la noche, otra vez y con gran apuro, los oficiales de la escuela los reúnen en el mismo salón. Todos en silencio y de pié lo vieron entrar jubiloso y como batiendo un papel en sus manos. «No podía quedarme con ésta noticia», dijo, mientras continuaba sacudiendo el papel. Acto seguido leyó un cable llegado desde Moscú, donde por ese entonces radicaba la máxima autoridad de los comunistas chilenos. Definitivamente no cabía otra posibilidad, la Dirección del PCCh estaba orgullosa de poder contribuir con sus militantes en la lucha de un pueblo hermano…. Con los comunistas uruguayos y los socialistas, que permanecían en dependencias cercanas, ocurriría exactamente lo mismo.

De allí en adelante los visitó en innumerables ocasiones, no sólo para hablar de sus futuras misiones, sino también para observar su preparación combativa en técnicas de lucha irregular que los oficiales de carrera desconocían. Poco tiempo duró la espera. Cada día la Dirección del Partido de los mismos oficiales formaba los grupos que irían saliendo de acuerdo a las posibilidades de viaje donde el propio Fidel intervenía. Los números y nombres cambiaban todos los días para mayor exasperación de los oficiales. Se constituiría una brigada internacional tal cual lo señala Fidel. Salvador, el jefe y Secretario Político de los oficiales comunistas, fue designado por Fidel como jefe del contingente. En varias ocasiones se lo llevó y lo fue presentando como tal, a cada grupo que conformaría la brigada. En los primeros días de guerra, los oficiales chilenos descubrirían la presencia en el Frente Sur del entonces Coronel Alejandro Ronda. Sin que nadie se los dijera, se subordinarían a su mando. Todos sabían que en este experimentado oficial del Ministerio del Interior y consumado fidelista, estaba la conducción del Comandante en Jefe.

Finalmente el 16 de junio de 1979, ─y permítanme el testimonio¬─, los primeros diez oficiales del Partido Comunista partimos hacia el Frente Sur junto a un numeroso grupo de nicaragüenses, hondureños y guatemaltecos. Cuarenta en total. Una semana antes y desde otra instalación habían salido cuatro oficiales del Partido Socialista. Previo a la partida, Fidel se reunió en privado con el pequeño grupo de oficiales comunistas. Habló largo como él suele hacerlo. Me aflige recordar pocas cosas de esas reflexiones, quizás por el impacto sentido al tenerlo al alcance de mi mano; todos a su alrededor, como el padre que les da los últimos consejos a sus hijos que marchan a la guerra. Se despidió de cada uno con un abrazo. Nunca nos ofreció nada a cambio, a no ser la dicha que otorga el obrar con decoro, tal cual él lo hizo durante toda su vida, respondiendo a los dictados de Martí.

Luis Rojas Núñez. Historiador.

*Antecedentes y datos obtenidos:

– Luis Rojas: «El Internacionalismo del PCCh», en De la Rebelión Popular a la Sublevación Imaginada, LOM Ediciones, 2011; Carrizal. Las armas y la violencia en la Rebelión del PCCh (en preparación)

– En cuanto a los caídos en combate, se afirma que fueron 20 los oficiales, entre comunistas y socialistas, fallecidos en Centroamérica. Ver Pascale Bonnefoy y otros: Internacionalistas en la Revolución Popular Sandinista. Ediciones Brigada 30 Aniversario. 2008.

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