La mina La Escondida se encuentra a 3.000 metros de altura, cerca de Antofagasta en la región norte de Chile. De aquí se extraen 1,3 millones de toneladas anuales de cobre, el 8% de la producción mundial. La mina es propiedad de la empresa británica BHP Billinton (57,5%) y del consorcio minero australiano Río […]
La mina La Escondida se encuentra a 3.000 metros de altura, cerca de Antofagasta en la región norte de Chile. De aquí se extraen 1,3 millones de toneladas anuales de cobre, el 8% de la producción mundial. La mina es propiedad de la empresa británica BHP Billinton (57,5%) y del consorcio minero australiano Río Tinto (30%). Es la primera gran huelga obrera en décadas y podría estar significando la recuperación del proletariado, de ahí la importancia: un sector neurálgico del proletariado chileno se ha comenzado a poner de pie.
Las ventas de la mina pasaron de 1.600 millones de dólares en 2003 a casi 8.200 este año y sus ganancias de 731 millones a casi 7.000 millones. Este impresionante auge se debe a la creciente demanda mundial de cobre en la actualidad. Y refleja también un proceso más general de expansión económica latinoamericana causada por el aumento del precio de las materias primas con respecto a los productos industriales.
Toda esta repentina prosperidad no se reparte de forma precisamente equitativa. Si las ganancias de La Escondida llegaban a casi 7.000 millones de dólares, la masa dineraria que se emplea en pagar los salarios de los trabajadores es de un orden del 1% de esa cantidad (aproximadamente 70 millones de dólares según el diario ultraconservador chileno «El Mercurio»).
Los 2.052 mineros que trabajan en La Escondida (conocidos como «patos negros») se hartaron y vieron necesario barajar y dar de nuevo, que si la mina da ganancias fabulosas para los patrones, algo de eso debe volver en términos de salario.
La huelga minera, que concluyó hace pocos días, obtuvo una serie de reivindicaciones para los trabajadores. Fueron 25 días de huelga que terminaron a inicios de setiembre. Los trabajadores consiguieron un 5% de aumento salarial y un bono de 12.500 dólares por trabajador. Lo obtenido es menos de lo demandado. Pero hay que tener en cuenta algunas cosas.
Una, de orden muy general, es que esa dinámica es la más habitual en los conflictos sindicales (el sindicato obtiene menos de lo que pide, la patronal termina pagando más de lo que ofrece). Eso lo sabe cualquier compañero que haya participado en un conflicto. En la huelga de La Escondida el sindicato comenzó pidiendo un 13% de aumento, luego se bajó a 10% y después a 8% más un bono. La patronal ofreció un 3% de aumento más un bono que representaba la mitad del que planteaban los trabajadores.
El conflicto se resolvió, en ese sentido, por vías normales. Cabe aclarar por supuesto que llegar a ese plano de «negociación normal» entre obreros y patrones no es nunca una tarea fácil. Es necesario que los trabajadores estén firmes y resistan los ataques que la patronal siempre lanza para quebrar a cualquier conflicto en sus inicios. Requiere firmeza y astucia táctica poder frustrar esos intentos.
Tratándose de la empresa que cubre el 8% de la producción mundial de cobre no se podía esperar otra cosa que una ofensiva total contra la huelga. Los medios masivos de «comunicación» salieron con todo a atacar la huelga con el argumento del «interés nacional» que implica la producción de cobre. También difundieron la mentira de que los mineros ganaban 4.700 dólares por mes cuando la realidad es que sus salarios oscilan entre 540 y 1.400 dólares, los cuáles en el muy desregulado mercado laboral chileno es un buen ingreso en comparación con la media general pero que está a años luz de las mentiras de la burguesía. Los mineros de La Escondida son trabajadores relativamente privilegiados en el contexto chileno. Pero cuando el conjunto de la patronal los ataca no lo hace precisamente en solidaridad con «los que ganan menos». Son lágrimas de cocodrilo bien hipócritas. Ataca a los mineros porque teme que el aumento salarial que éstos obtuvieron pueda tener algún efecto de arrastre entre otras capas de trabajadores. Quieren mantener bien abajo el piso salarial aunque ellos se llenen los bolsillos. Ilustra también un elemento común del actual ciclo económico expansivo latinoamericano: la economía se mueve (al contrario de la época de los ajustes permanentes), los empresarios se llenan los bolsillos pero en los salarios de los trabajadores eso no aparece. Ni siquiera en las capas más favorecidas de la clase obrera como en este caso, que, no hay que olvidarlo, está tremendamente segmentada en niveles de ingreso, condiciones de trabajo, formas de contratación, etc.
Otro obstáculo que tuvieron que enfrentar los mineros fue la presión que hizo la empresa tratando de usar ciertas fracturas entre los trabajadores. Estas se dieron por un lado a través de los trabajadores que no están sindicalizados y, por otro trayendo a contratistas para desbalancear el poder de la huelga.
En los campamentos que hicieron los mineros también aparecieron para presionar los capataces de la mina (protegidos por los Carabineros que los dejaban actuar con bastante impunidad, en nombre de «mantener el orden») que trataban que alguna franja de los huelguistas se plegasen a la negociación individual con la empresa, modalidad conocida en Chile con el exacto mote de «descuelgue». Esto solamente fue aceptado por una veintena de trabajadores.
El punto más fuerte de la lucha de los mineros fue su habilidad para nacionalizar el conflicto y ponerlo en lo más destacado de la escena política nacional, transformándolo en tema obligado de conversación a causa de la expectativa que concitó.
Lo más difícil que tuvo el conflicto fue el hecho de que los trabajadores nunca lograron parar el 100% de la mina, a pesar de la fuerte determinación que mostraron.
Aparentemente la empresa se manejó con una táctica de intransigencia ante los reclamos obreros. Pero hubo un factor que terminó llevando al conflicto hacia un cierre negociado que fue la repercusión que tuvo la huelga en el precio del cobre que se disparó hacia arriba. Esto aparentemente podría satisfacer a la empresa que ve subir a los cielos el valor de cambio de su producto. Pero en la configuración actual del capitalismo, con mercados en tiempo real en lo financiero, generó una serie de oleadas de compra y venta de acciones (durante la huelga) que introdujeron una importante dosis de inestabilidad al mercado de metales. Esto terminó presionando en favor del arreglo y minó las posibilidades que tenía la táctica de la minera por llevar el conflicto a un callejón sin salida.
Los trabajadores de La Escondida han obtenido un aumento salarial enfrentando a un verdadero monstruo oligopólico que dispone de enorme poder económico y social. Su triunfo se debe en parte a su determinación y a la habilidad demostrada en sacar afuera el conflicto y también a elementos de la coyuntura económica que sirvieron de apoyo para poder pelear.
Queda por ver qué repercusión tiene la pelea de los mineros de La Escondida en el resto de la clase obrera chilena. En lo inmediato, en el resto de los mineros, ya que los que trabajan para la estatal Codelco se aprestan a negociar su convenio. El gobierno, por supuesto, les adelantó que no se hagan ilusiones. Pero también en el resto de los trabajadores, ya que existe la posibilidad de que la huelga de La Escondida funcione como «efecto demostración» de que, a pesar de toda la legislación anti-obrera vigente en el régimen pospinochetista neoliberal, es posible pelear por mejorar las condiciones de vida de la mayoría trabajadora.
Sabemos que aún pesan elementos de la derrota vivida por los trabajadores en 1973. El más evidente es el hecho de que después del golpe la clase obrera no pudo volver a colocarse en el centro de la escena política nacional, cosa que había sido una realidad en la mayor parte de la vida política y social chilena en el siglo XX. Nuestros deseos, nuestro compromiso y nuestra expectativa van hacia esa dirección. Veremos qué dirección toman los próximos eventos de esta compleja coyuntura latinoamericana.