Quesada, Pizarro, Cortés y Valdivia están en un alto descansando un poco para continuar la santa masacre. Cada uno sentado en una roca, divisa embelesado el espectáculo. Apenas está iniciando el atardecer, y cientos de pájaros iluminan con sonidos las selvas y montañas del territorio Muisca, del Cuzco, Tenochtitlán y la tierra de Lautaro.
Al principio, Vespucio maravillado por el verde especial de los árboles, el colorido de las aves y sus polifonías, los incesantes ríos y el aire fresco; creía estar en el paraíso terrenal. Luego los conquistadores, desearon llevarse el canto de las aves, los cientos de perfumes de los árboles y la libertad para venderlas en Europa; fue entonces cuando el ritmo natural de la vida fue quebrantado por el reloj gregoriano y las cadenas.
Los recibimos con papagayos de espléndidos colores y ellos nos mostraron el filo de su espada. Les ofrecimos nuestra desnudez y ellos usaron el látigo. Ellos son los hombres que amontonan piedras, el oro que brota como lo hacen las trufas en la tierra húmeda, el oro que se fecundaba todos los días con el alba, porque es el sol que no se oculta y que hoy yace fundido y encerrado en sombrías bóvedas. La tierra ha quedado vacía y oscura; su luz está cautiva en los bancos.
Somos hijos de la violación y el destierro, somos mitad jaguar que acecha sigiloso entre las hojas, y mitad venado que sacude trémulo sus orejas en todas las direcciones. La profecía estaba escrita; a este continente, llegarían el tirano y las barbas penitenciarias que habían inventado la espada y el perdón. Incontables hogueras se encendieron aquí, nutridas por el fuego de los libros escritos en papel de amate, un humo con letras incineradas recorrió el continente. El testimonio fue devorado por las llamas delirantes de la embriaguez apostólica; más de trescientos libros mayas que eran incomprensibles para ilustrados europeos, tratados de matemáticas y ciencias de nuestros pueblos, fueron señalados por el Auto De Fe de Maní como obras del diablo, y consecuentemente calcinados.
Pero nunca se disipó el rastro, los códices se perpetuaron labrados en la roca o tallados en estuco, pintados en murales inmortales, en cerámica encubierta, en vestimentas y pirámides de escalones infinitos en Teotihuacan, o en las efigies vigilantes de Tiahuanaco, en la ciudad de piedras ígneas y quenas de los Andes, en Nazca o en los milenarios rostros de San Agustín. Pero el rastro, no solo está en las bases piramidales, sino en los pueblos y su sudor inteligente.
Los conquistadores querían llevarse todo, y no se llevaron nada, porque los rescoldos de todo están acá, ahora mismo, enfurecidos y naturales, el oro reclama volver a la tierra de donde fue usurpado, a las manos que lo emancipaban en poporos.
Cuando llegaron los conquistadores españoles llegaron a territorio Muisca, Tisquesusa ordenó; “sujétalos presos hasta aquí”. En otras latitudes, Caonabo y Gunacarí comenzaron a tejer esa mochila continental que tiene forma de espiral, demarcaron la senda de un pueblo que se niega a morir; Tecum-Uman, Lautaro, Zumbi, Anacaona. Fueron convertidos en árboles milenarios o piedra en el camino de una sociedad de verdugos edificada con la sangre de los que nunca han soportado ser esclavos; se dice que cuando Tecum-Uman cayó muerto en manos de Alvarado, también cayó un águila y un Quetzal; “Esclavos de nuestros suelos, solo nos queda morir, mas la esperanza no muere, volveremos a vivir”. Miles de hombres, mujeres y niños de América entera bajaron de las montañas; “somos más que ellos y los podemos derrotar”, insistía Caupolicán mientras hablaba a otros caciques indígenas buscando la unión de sus pueblos contra el invasor. El inca también resistió y se dejó oír: “Ladrón, como zorro; como tortuga, cobarde. No es valor pelear ocultando el cuerpo. Descubre tu pecho y entonces veremos qué alma templó mejor el sol”. Mucho más al norte Cuauhtemoc organiza un gran ejército que saca a los españoles de su territorio, en contra de los deseos de Moctezuma especialmente servil con los europeos.
Hoy los invasores han perfeccionado sus métodos y pervertido la ciencia y la técnica para expropiar y privatizar los genes “descubiertos” y decodificados, las plantas, los animales, el aire y el agua. Asistimos a la privatización del planeta, convertida en una esférica cárcel en la que se expolia todo, incluso el espíritu.
Las proclamas hoy mismo se escuchan en el Cauca, en el territorio Nasa, Embera, Zenú, más al Sur la tierra kichwa, el territorio Aymará, los mapuches en el delgado Chile, dando el aviso de emerger nuevamente para liberar la tierra profanada por el real y el dólar. El dios iracundo de los europeos, es el mismo dios del imperio, de la acumulación y el hastío, la religión de los pueblos americanos en cambio, como lo dijera el cacique Noah Sealth; “… consiste en las tradiciones de nuestros antecesores y en el sueño de nuestros ancianos”.
El Grito es la fuerza de las gargantas, mulatas, mestizas, zambas, negras, blancas, amarillas y rojas. La voz de Anacaona y la de Agueybana, Guaicaipuro y Tupac-Amarú; es la voz de la especie humana, porque como afirma el pensamiento nasa: “La palabra sin acción es vacía, la acción sin palabra es ciega, la palabra y la acción por fuera del espíritu de la comunidad son la muerte”.
Hay que recuperar el orden porque está en peligro la especie. Los invasores españoles, nada nos dejaron a no ser la sífilis incubada en las cárceles y palacios de Castilla, una religión opiácea y genocida, enajenada y esclava, un tiempo diferente y opresor, un ciclo histórico bautizado por la muerte, nos dejaron también la cruz que es espada, y que hoy continua por todo el planeta bendiciendo antes de matar.
***
Notas
Kintto Lucas. Rebeliones indígenas y negras en América Latina. Quincenario Tintají 2004.
Oros Viejos. Herminio Almendros. ED. Gente Nueva. La Habana. 1974.
Textos aborígenes. Versión de Jorge Zalamea.