Cinco mil años antes de Cristo, la cultura chinchorro dejó, como herencia de su paso por el extremo norte chileno y sur del Perú, momias únicas en el mundo, dos mil años más antiguas que las de Egipto. Los chinchorros fueron los primeros habitantes de la costa del Desierto de Atacama, sedentarios, con una cosmovisión […]
Cinco mil años antes de Cristo, la cultura chinchorro dejó, como herencia de su paso por el extremo norte chileno y sur del Perú, momias únicas en el mundo, dos mil años más antiguas que las de Egipto. Los chinchorros fueron los primeros habitantes de la costa del Desierto de Atacama, sedentarios, con una cosmovisión compleja y amplios conocimientos de anatomía, según el antropólogo Bernardo Arriaza, especialista en esta cultura. El primer hallazgo se hizo en 1917 y a la fecha se han encontrado alrededor de 300 momias entre Arica, Camarones y Pisagua, lugares extremadamente secos que han permitido la conservación de estos primeros aborígenes de Arica. Consultado por ANSA acerca de la presencia de tantos fetos y recién nacido momificados, el experto dijo que en esta zona «el nivel de arsénico es muy alto, lo que provoca abortos espontáneos, y la comunidad en esos años debe haber querido aplacar de alguna manera el dolor de la madre, dejando a ese ser siempre presente». De hecho, acotó, «las primeras momias son de fetos».
En un encuentro con la prensa internacional, contó que un chinchorro vivía entre 25 y 30 años. Había una gran mortalidad infantil y cree que estas momias representan «un deseo de preservar el cuerpo como íconos de cariño, de no querer recordar a la persona muerta sino asegurar su presencia en la comunidad». En cuanto a las técnicas de momificación, todos los recursos que utilizaban eran naturales: arcilla, fibra vegetal, cuchillos. «Son los primeros expertos en anatomía», dijo Arriaza, que conservaban el cuerpo y lo pintaban convirtiéndolo en una verdadera obra de arte.
La recolección de elementos y delicadeza con que los pescadores preparaban los cuerpos permitieron el desarrollo de distintas técnicas de momificación: Momias Negras (5000-3000 a.C.), Momias Rojas (2500-2000 a.C.) y Momias con Vendajes (2000 a.C.). En las más antiguas, el primer paso era remover la piel y los músculos, hasta dejar solo el esqueleto y reforzarlo con maderas y fibra vegetal. Luego se incluía una capa de arcilla para otorgar forma al cuerpo, junto con ojos y boca. La cabeza era adornada con una máscara facial y una peluca de pelo humano negro y corto. Las Rojas tienen incisiones en el estómago, hombro, ingle y tobillos; luego se extraían los órganos y musculatura, secaban las cavidades, introducían maderos longitudinales para reforzar el cuerpo y rellenaban las cavidades con tierra, plumas y arcillas. Posteriormente repletaban la cabeza y la adornaban con una peluca larga y negra sujetada con un casquete de óxido de manganeso. Los ojos, boca y nariz eran delineados como si tuvieran vida.
Las Vendadas eran una variación de la anterior, donde los preparadores fúnebres disponían la piel en forma de vendajes. El docente de la Universidad de Tarapacá comentó que las momias chinchorros «manifiestan aspectos muy humanos de las primeras civilizaciones que van más allá de las técnicas de sobrevivencia como la recolección y la pesca. Los chinchorros son pioneros en la explotación del mar y del desierto, su cosmovisión es compleja y contaban con una temprana organización social». Por la alta complejidad de las momias chinchorros el gobierno las postula para que sean declaradas por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Aunque esta cultura no tiene construcciones monumentales, observó Arriaza, las momias constituyen la primera manifestación artística precolombina. Autor junto a Vivien Stenden del libro «Cultura Chinchorro: Pasado y Presente» (el primer compendio en español), Arriaza concluyó que esta población de pescadores «son una cultura viva y nosotros somos los herederos de sus sueños».