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Morir del arte

Fuentes: Rebelión

La figura del artista se ha convertido en un modelo paradigmático para ejemplificar la fórmula que el neoliberalismo quiere universalizar: la del trabajador/a asalariado/a flexible, maleable, moldeable, elástico/a que dedica por entero su vida a la tarea, a la producción. El artista no tiene horarios, el artista no sabe cuándo termina su jornada laboral. El […]

La figura del artista se ha convertido en un modelo paradigmático para ejemplificar la fórmula que el neoliberalismo quiere universalizar: la del trabajador/a asalariado/a flexible, maleable, moldeable, elástico/a que dedica por entero su vida a la tarea, a la producción. El artista no tiene horarios, el artista no sabe cuándo termina su jornada laboral. El artista está tan atrapado en su trabajo que se deja la vida en la creación, en la producción de arte. Este ejemplo, dicho sea de paso, le viene muy bien al capitalismo, porque con la figura del artista enamorado/a hasta las trancas del curro, la explotación se disfraza de devoción, de romántica entrega al trabajo que se ama, de inspiración constante. El artista no entra al trabajo a las nueve y se va a las cinco. Porque el artista siempre está trabajando. Está totalmente sujeto/a a las necesidades caprichosas del mercado.

Esta idea del artista desregulado y flexible es un constructo muy útil que permite romantizar la ausencia de derechos laborales en general para todos los trabajadores y trabajadoras y, además, perpetúa la situación precaria de todos los y las artistas que se tienen que sacar las castañas del fuego día a día, bolo a bolo. Porque aunque el artista de a pie esté trabajando siempre, sólo se le paga cuando es visible, cuando está sobre el escenario. El proceso de creación corre a cuenta de los miembros del proyecto: pagar la sala de ensayos, comprar el material, etc.

Pero, por supuesto, ni con el bolo se gana mucho más que reputación y experiencia. ¡Experiencia! Esa otra categoría romántica que el capitalismo vende como caramelos a la puerta de un colegio. Usted, señor/a artista, no ganará dinero, no. Pero le prometo una gran recompensa en forma de experiencia y crecimiento personal. Le cedo este espacio para que añada un bolo a su currículum personal. Y del pan, ya hablaremos otro día. Y en esas estamos: buscándonos el pan. Ya hemos visto cómo el 21% del IVA aplicado a las artes escénicas, la música y el cine en España hace que el equipo entero de algunos proyectos tenga que estrujarse los sesos para buscar el modo de evitar el dichoso porcentaje. También vemos a diario cómo artistas jóvenes y no tan jóvenes tienen que dedicarse a otras profesiones para poder seguir haciendo arte. Porque los bolos no dan ni para cubrir los gastos del proceso de creación. Porque del dinero de taquilla hay que restar un gran porcentaje que va con la sala de turno, porque la difusión de cada bolo, en muchas ocasiones, también sale del bolsillo del artista que tiene que imprimir carteles y panfletos.

Y mientras tanto, mientras los artistas siguen luchando por vivir de lo que hacen, se sigue escuchando ese discurso centrado en el pragmatismo que grita a los cuatro vientos ¡EL ARTE NO ES ÚTIL! Y con ello se justifica de un plumazo la falta de recursos económicos destinados a esta actividad. No somos útiles, es verdad. Y como no somos útiles, animo a todas las personas a imaginarse sus vidas sin libros, sin películas, sin conciertos, sin museos, sin teatro. Sólo cierren los ojos y piénsenlo. No se concentren demasiado, dado que somos inútiles, debería ser fácil imaginarse un mundo sin nosotros/as.

Olga Blázquez Sánchez, Estudiante de Máster en Estudios Teatrales, Universidad de Utrecht

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.