Hace ya unas cuantas semanas, periodistas de dos medios electrónicos solicitaron mi opinión sobre el balance de las movilizaciones sociales del 2011 y sus implicancias y perspectivas políticas para el presente año [1] . Por la importancia de los temas y la demora en su publicación, me ha parecido conveniente unificar y reestructurar las respuestas […]
Hace ya unas cuantas semanas, periodistas de dos medios electrónicos solicitaron mi opinión sobre el balance de las movilizaciones sociales del 2011 y sus implicancias y perspectivas políticas para el presente año [1] . Por la importancia de los temas y la demora en su publicación, me ha parecido conveniente unificar y reestructurar las respuestas y ponerlas a disposición de los interesados, especialmente de los jóvenes en cuyas organizaciones el debate en torno a la situación política actual se ha hecho apremiante. En esta nota mantengo la estructura «pregunta – respuesta» propia de una entrevista pero, tanto unas como otras, han sido corregidas buscando mantener la fluidez del texto y una mayor precisión de las opiniones originales.
El año 2011 partió con las movilizaciones en contra de HidroAysén y luego con los estudiantes y su lucha por la gratuidad. ¿Este año se podrían sumarse a la movilización las demandas por salud y previsión?
No soy tan optimista. La política y la sensación térmica que caracterizarán al país este año estarán fundamentalmente cruzadas por el problema de las elecciones. Hace rato empezó a moverse el tinglado de las alianzas, los pactos, y eso significa desplazar la política desde los movimientos sociales, las organizaciones de trabajadores, populares y estudiantiles, hacia la burocracia política. El mejor ejemplo es el comportamiento de la dirección del PC que ya está negociando con la Concertación, particularmente con la DC: el pacto por omisión en la comuna de Estación Central con Ballesteros y una serie de otras comunas que es una manera de incorporar al PC a esta alianza, a esta Concertación ampliada, extendida. El gobierno de Piñera también va a estar concentrado en lo mismo, tanto dentro de la Alianza como por fuera de ella, en la medida en que son las primeras elecciones bajo su gestión, y que sean elecciones directas, proporcionales y territoriales, son un momento de prueba y una oportunidad para reaccionar frente a la deslegitimación creciente de los partidos e instituciones políticas existentes. Para que decir en el caso de una Concertación fragmentada y a la saga de los acontecimientos. Y por último, no está demás considerar que otras fuerzas más díscolas, como Igualdad, también están apostando en el mismo terreno, por lo cual, todo sumado, la política y la sensación térmica pasarán por ahí, por el evento eleccionario.
Y permítame un comentario sobre las demandas asociadas a la salud y la previsión. Hay una diferencia crucial respecto de la crisis educacional. En educación han sido los usuarios – estudiantes y padres y apoderados- los que han saltado como fuerza social principal y que, apoyados por otros sectores sociales, se movilizaron provocando una fisura en el modelo neoliberal. Pero en el caso de la salud, por ejemplo, no se trata de los usuarios del sistema sanitario nacional sino de los trabajadores de la salud, lo que no es lo mismo. Perfectamente se puede mejorar el salario de los trabajadores de la salud primaria sin que los beneficiarios del sistema mejoren sus condiciones de atención; no sólo sus demandas son diferentes sino incluso pueden ser hasta contradictorias. Ni que decir en el caso de la previsión. Otro gallo cantaría si movilizaran siquiera una parte de los casi 13 millones de beneficiarios de FONASA o de los 9 millones de afiliados a las AFP, especialmente considerando que en el caso de estos últimos, casi la mitad no cotiza o sus empleadores no han enterado las cotizaciones retenidas en las cuentas individuales respectivas.
Algo similar ha sucedido en el caso de los profesores agrupados en el Colegio: como trabajadores de la educación, sus demandas, precisamente, por no haber engarzado con las de los estudiantes y padres y apoderados, han cumplido más bien un papel menor en las movilizaciones de esta última década: desde «el mochilazo» secundario del 2001 a la explosión estudiantil del 2011, pasando por la «revolución de los «pingüinos» del 2006. Por ello mismo, han sido los estudiantes y los padres y apoderados, en tanto usuarios del sistema educacional, los que han logrado poner la crisis educacional como un problema nacional que ha trizado el sentido común dominante como no se pudo en años.
Solo un desarrollo mayor de la conciencia de clase de tales movimientos puede hacer converger las demandas de los trabajadores de los servicios con las de los usuarios y beneficiarios. Por ahora esto es muy embrionario; se trata de luchas aún muy «gremializadas» y parciales…
¿Entonces el movimiento estudiantil no es un síntoma de un proceso de movilizaciones sociales crecientes?
El movimiento estudiantil puede anticipar el futuro en varios sentidos pero hasta ahora no es síntoma, o más bien dicho no es representación, de un robusto proceso de movilizaciones sociales de impronta rupturista con el modelo neoliberal ni menos con el capitalismo. Eso está muy lejos aún.
Dejando de lado el vergonzoso papel de la dirigencia de la CUT y de los partidos que la controlan, no veo que el movimiento de trabajadores esté en un proceso acelerado de constitución como actor político-social gravitante ni tampoco que esté participando, activa y masivamente. Más bien se trata de iniciativas muy pequeñas – y por ello muy notables-, por ejemplo, de los trabajadores de SITECO, de los portuarios de San Vicente y de algunos segmentos de trabajadores de la minería privada del cobre como Collahuasi, que han apoyado a los estudiantes. Son excepciones, ni siquiera los partidos populares como el PC, que se supone tendrían alguna ascendencia sobre el movimiento de trabajadores, han sido capaces de mostrar ninguna capacidad para ampliar significativamente las movilizaciones estudiantiles al campo de los trabajadores. Tampoco en el campo de las franjas de pobladores organizados, pues, como ya mencionamos, están apostando a incorporarse al proceso electoral; allí están invirtiendo todos sus recursos económicos, sus mejores cuadros y sus relaciones para participar en el proceso.
Incluso si se observa con detención al propio movimiento estudiantil, hay que considerar que una gran masa de estudiantes – los secundarios del sistema particular subvencionado (1,8 millones aproximadamente) y aquellos vinculados a las universidades fuera del Consejo de Rectores, de los Institutos Profesionales y de los Centros de Formación Técnica (casi 700 mil en total)-, no han participado de ninguna forma en las movilizaciones e incluso, la simpatía que manifiestan, más bien reproduce el sentido común neoliberal con demandas «gremialistas» e individualistas. Un compañero me contaba, por ejemplo, que de los más de 60 mil estudiantes del DUOC, ninguno de ellos ni de sus profesores, pararon siquiera una sola hora de clases; y se trata de estudiantes principalmente de extracción popular. Lo significativo, sin embargo, es que esta indiferencia no se explica por la represión institucional sino por la cooptación ideológica de la masa estudiantil que el mismo DUOC, controlado por el integrismo de derecha, se encarga de fortalecer y reproducir cotidianamente en las aulas.
Sin duda que las movilizaciones continuarán – aunque mediadas y amortiguadas por la coyuntura electoral- pues el malestar resulta del propio proceso de madures de la contra revolución neoliberal chilena, pero aún falta mucho para la emergencia de fuerzas de ruptura que converjan y abran paso a un proyecto emancipador mas allá de las demandas sectoriales inmediatas.
¿Cuál ha sido el papel jugado por el PC en las movilizaciones estudiantiles?
El PC se siente – y ya lo es- un partido del sistema político, una institución de la «república». Reclamó y reclama un lugar en la constitución política de Chile, y la estrategia adoptada por su actual dirección política, es fortalecer su inclusión en ese sistema político, para desde ahí, según dice, intentar las reformas que resuelvan este conjunto de malestares. Hay muchos problemas con esta estrategia «confiada» en las posibilidades que actualmente otorga la participación en el estado burgués. Pero no podemos ahondar ahora en ello. En lo inmediato, el efecto más perverso de esta opción es que en lugar de fortalecer al movimiento de masas, lo debilita tal y como ya sucedió en el carbón a inicios de los noventa. En esa oportunidad, en medio de la gran crisis sectorial, transformaron a los dirigentes del carbón en candidatos a diputados y alcaldes, los sacaron del epicentro de la lucha para desplazarlos a la política institucional. Hoy hacen lo mismo con Ballesteros y Vallejos. En lugar de fortalecer la independencia del movimiento de masas, intentan domesticarlo; fuerzan a sus dirigentes a validar su rol en el orden institucional «republicano» y con ello fortalecer sus posiciones en el sistema político, como lo hace cualquier partido burgués. Esto se ha acentuado desde que fueron incluidos en las instituciones de la República como resultado del pacto electoral con la Concertación en las elecciones pasadas; una vez dentro, se acabaron las movilizaciones «contra la exclusión», y lo mas reprobable, es que han intentando asumir un rol de mediadores entre las fuerzas movilizadas y el estado burgués, hecho que en buen romance significa renunciar a fortalecer al propio movimiento obrero y popular y su independencia. Se trata de una tradición perversa no solo presente en la práctica de la dirección del PC sino también en la de la izquierda revolucionaria: considerar los movimientos sociales como cantera de cuadros para la organización partidaria. ¿Cuánto más durará esta concepción megalómana de la política que a fin de cuentas lo que hace es sustituir al movimiento obrero y popular por el partido?
Y en una dimensión más general, la táctica seguida por casi todas las fuerzas de izquierda, ha terminado validando como síntesis de la situación actual la disyuntiva entre Mercado y Estado. Esto ha puesto una camisa de fuerza a las iniciativas y movilizaciones populares de este nuevo ciclo de luchas.
¿Y no existe una alternativa que pueda romper con esa forma de mirar las cosas?
Si pues. Primero hay que comprender que nuestro camino no se reduce a «más Estado y menos Mercado» para responder a un modelo neoliberal que operó en sentido inverso. Esta es una trampa de la socialdemocracia, del progresismo y del liberalismo burgués. Sea por la historia del propio socialismo real, o sea por nuestra propia historia, ya debería estar claro que nuestra opción no es ni mercado ni estado, sino más poder para la «gente», más poder para los trabajadores y sectores populares y sociales, más poder, más soberanía popular. Esta perspectiva tiene una serie de implicancias para la política pues es evidente que una opción de este tipo exige otra manera de concebir lo político y la acción política.
Esta forma alternativa de ver el asunto -decir: no queremos más mercado, ni más Estado sino más Poder Popular, más fortalecimiento de las organizaciones sociales- se ha venido expresando de manera larvaria, espasmódica, con poca claridad dada la falta de experiencia histórica que, a diferencia de otros países, tiene el movimiento popular chileno a este respecto. Lo que queremos no es una línea divisoria entre lo político y lo social. Es cierto que «lo social» es responsabilidad de los gremios pero no que «lo social» deba ser un límite que reduce al movimiento popular a mero elector, a una masa episódicamente llamada a votar por representantes – definidos, además, por los propios partidos políticos – encargados de hacer «la política» supuestamente en su nombre y en el espacio institucional de «lo político».
Hay que romper esa línea. La idea es politizar lo social, obligar a que la política salga del Parlamento y demás instituciones y se desplace al espacio social. Esta es en el fondo la estrategia que a tientas ha ido adoptando una izquierda desconfiada que no se fía del Estado y sus instituciones, que no cree que la solución a los problemas sea un capitalismo más regulado y un parlamento más democrático, sino que cree que las soluciones verdaderas se abrirán paso solo si los sujetos sociales colectivos mismos se constituyen en una fuerza político-social capaz de encarnar un proyecto alternativo. Y lo más importante, que cree que esta misma fuerza político-social -y no sus representantes burocratizados- es la condición definitoria del carácter de un proyecto genuinamente emancipador.
Lo que tiene que pensarse y ponerse en práctica es una táctica de desarrollo de construcción de fuerza popular y programática independiente, propia; estimular la convergencia de las fuerzas existentes y estimular la emergencia de las fuerzas latentes. El nuevo período -inaugurado definitivamente con el Gobierno de Piñera y las movilizaciones estudiantiles- plantea la necesidad de una referencia político-social que catalice sin negar las diversas potencialidades sociales y programáticas que poco a poco comienzan a visibilizarse. Hay que evitar que tales potencialidades sean domesticadas como gustan los funcionarios de la república. Lo fundamental es que la acción política se oriente por metas de construcción de poder popular y de fuerte presión sobre el Estado para negarlo como único lugar, como lugar monopólico, de la política; la soberanía reside en el pueblo y éste la puede ejercer también como acción política en los espacios vitales, en los lugares dónde los problemas son inmediatamente reales. Hay que pararle un poder paralelo al Estado. Si queremos educación, ¡arrebatémosle la educación!, formemos centros de Educación a partir de las necesidades vitales de los educandos, los educadores y la comunidad. La demanda de volver los colegios al MINEDUC no es suficiente; en la práctica significaba pasarle la educación a Lavín, después a Bulnes y ahora a Bayer, es decir pasarle la educación a un Estado ahora completamente controlado por el mismo neoliberalismo empresarial. Incluso tampoco la propia gratuidad es suficiente pues ésta puede transformarse en otro pingüe negocio de capitales privados tal y como ha pasado con el AUGE, la gran promesa de derechos de salud garantizados por el Estado, que ha sido fuente de mega negocios para el sistema privado de salud que ha aumentado sus ganancias a costa de las platas del Estado, platas que en el fondo no son sino de los explotados. El estatalismo no basta. Hay que desarrollar formas de control democrático que sean expresión de una fuerza social que a la par que se organiza también politiza lo social. En el caso de la educación, ésta podrá ser gratuita pero debe ser suministrada por el estado y no por los privados; y podrá ser suministrada por el Estado pero debe estar – y esto es crucial- bajo un control comunitario real.
Sobre esta forma de concebir la política, no tenemos mucha experiencia debido, por una parte, a la matriz que traemos desde antiguo, y por otra, a que los procesos de construcción de poder popular que hemos experimentado han sido muy espasmódicos y han quedado entrampados en la gran tradición legalista y reformista de la clase obrera y la izquierda chilenas. Por lo que hay que construir una izquierda de ruptura, una izquierda emancipadora, que confié en el potencial de las organizaciones sociales, que piense que el sujeto social emergente es un sujeto político en potencia con capacidad de resolución y que no está condenado, como lo quiere el liberalismo burgués, el progresismo, la socialdemocracia y la izquierda estatalista, a ceder su protagonismo a los burócratas de la política; muy por el contrario, que hay que estimularle, concebirlo y construirlo, para arrebatarle la política a los políticos.
¿Pero cómo surge este sujeto capaz de expropiar la política a los «burócratas»?
Esto no es ni tan espontáneo ni un mero efecto de una voluntad pura. El talento de los constructores político-sociales estriba, precisamente, en captar las potencialidades del presente y creemos que hoy se han abierto condiciones favorables para impulsar un proceso de constitución político-social en esa dirección.
La tarea central del actual período es construir una referencia política a partir de formas de participación y deliberación populares, cuidosamente organizadas y masivamente impulsadas, y por esta vía instalar una práctica político-social que se constituya en una referencia que politice lo social, que regrese la soberanía a las clases dominadas y sectores subalternos y que permita ejercerla desde lo social, de la práctica vital inmediata de la gran masa que vive del trabajo propio. Que obligue a los profesionales de la política (funcionarios, por lo demás, pagados por nuestros impuestos) a abandonar el espacio formal y reconocer que hay otra fuerza política que vive en la sociedad y que es la única fuente de soberanía.
Pero no se trata de cualquier referencia, de levantar un partido más para entrar a la carrera política formal cuyo espacio es precisamente aquél definido por tales burócratas, y que mas allá de las buenas intenciones, la lógica de esa institucionalidad terminará devorándolo, si es que ya no lo hizo desde el mismo momento en que comenzó su campaña por la inclusión o por la inscripción. La república burguesa no hace más que tragarse a sus propios hijos, los domestica, y de nuevo, los de abajo, a fojas cero.
En ese sentido, el ejercicio democrático de elaboración de política, de construcción de consensos en torno a las demandas populares, es una potente intuición que circula por todos lados: tanto en los adolescentes y jóvenes estudiantes como en los jóvenes y adultos trabajadores bajo condiciones de flexibilidad y precariedad. Se trata de abrir espacios para la política desde abajo, de estimular el más elemental acto de comunicar anhelos cara a cara, y de ahí avanzar al procesamiento social de los intereses diversos, congeniando inteligencias y aunando voluntades en torno a los derechos generales de todos los que vivimos del esfuerzo propio.
Esto parece muy claro e incluso urgente… Se trata de hacer converger las demandas para dar paso a un nuevo modelo de desarrollo que responda a las necesidades y problemáticas de las grandes mayorías.
Si, es cierto lo que usted plantea; todo parece muy claro. Sin embargo, desde el punto de vista práctico, el asunto es más complejo que un simple esfuerzo de convergencia de demandas. No hay que olvidar un punto clave del momento actual: las condiciones socioculturales en que esas «grandes mayorías» declaran sus necesidades y problemáticas.
Estará de acuerdo conmigo en que si no nos interrogamos sobre tales condiciones, sobretodo en la sociedad actual, reducimos el problema – por cierto, ya muy difícil- a la pura definición del modelo alternativo. Pero usted y yo sabemos que el capitalismo chileno bajo la forma neoliberal de acumulación y reproducción social, desestructuró profundamente a los sujetos sociales colectivos y a la propia sociedad, por lo cual es casi una obviedad afirmar que las «grandes mayorías» actuales son las «grandes mayorías del mercado», las engendradas por la propia contrarrevolución neoliberal madura. Entonces, si hacemos abstracción de este hecho, corremos el riesgo de sufrir una miopía sociológica que puede conducirnos a una práctica social y/o política que en vez de acercarnos al camino de la emancipación puede contribuir a reproducir la fragmentación que el sistema ha naturalizado por múltiples mecanismos vitales: desde el trabajo al consumo y desde la educación a la política.
Por ejemplo, aunque pueda parecerle impropio el caso, la lucha por los aumentos salariales – una demanda explícita y justa de la inmensa mayoría de los trabajadores – bajo condiciones de baja conciencia política y ecológica, puede favorecer el consumismo, dañar la salud y deteriorar el ecosistema social y ambiental. En efecto, más salarios pueden implicar más alimentación basura, más educación basura, más diversión basura, etc., las que a la larga no solo desencadenan un ostensible deterioro estructural de la salud y del medio ambiente social y natural, sino también una degradación cultural masiva de los propios «beneficiados», lo que facilita la dominación capitalista. Una mirada panorámica al Chile actual muestra a grandes segmentos de trabajadores y sectores medios integrados al consumo y a la cultura neoliberal, ejemplares del individualismo, del hedonismo, de la falta de solidaridad, de sujetos neuróticos y enfermos. La clave entonces es atravesar el velo del dinero y de la propia canasta de consumo, de las mercancías, para llegar al núcleo de la explotación capitalista actual: la manipulación de las necesidades y el control de las capacidades productivas del trabajo individual y colectivo. ¿Por qué necesitamos, como ya alguna vez escuché decir a Max-Neef, 30 tipos de shampoo, y agrego yo, 40 tipos de crema dental, 50 tipos de zapatillas o 60 modelos de celulares, etc.? Ya la Heller nos habló de un sistema que opera como «dictadura de necesidades», pues, bien, entonces ¿qué es si no el capitalismo actual que, bajo la apariencia de la libertad de elegir, se revela como una verdadera dictadura de las necesidades, necesidades impuestas por el capital? Se nos dice qué comer, qué vestir, qué valorar, qué desear, en fin qué, cómo y para qué vivir. Tras esto, el mismo capital está usando a su antojo la capacidad productiva social, la capacidad productiva humana, el trabajo social e individual.
Así, un nuevo modelo de desarrollo, que a fin de cuentas no es sino un nuevo modo de vida, debe ocuparse de subvertir las condiciones bajo las cuales se definen las supuestas necesidades de las «mayorías». Debe recuperar la soberanía de esas mayorías sobre sus propias necesidades y sus satisfactores, o lo que es lo mismo, recuperar la soberanía para decidir racionalmente y en función de los intereses de la humanidad y no del capital, cómo y en qué utilizar las capacidades productivas humanas, el trabajo individual y colectivo. Un modelo de desarrollo, emancipador, sostenible social y ecológicamente, supone pues, soberanía para definir qué, cómo y para quién producir, y ello no es sino la manifestación de la soberanía política en el espacio vital, inmediato a la vida social, y no una actividad monopolizada por los burócratas de la política.
En este sentido, por citar dos ejemplos recientes, el esfuerzo de elaborar una política educacional a través de un Congreso Social Educativo – iniciativa que se implementó con éxito en varias ciudades del país – así como la experiencia de los liceos auto gestionados durante los meses de movilización estudiantil, se constituyen en acciones políticas colectivas, itinerantes, multiformes y transversales que abren camino. Y lo abren en un doble sentido: construyen contenido, una visión del sistema educativo que queremos, es decir, el programa; y a la vez, el soporte social, el sujeto, la fuerza social misma que al descubrir sus anhelos se auto constituye como fuerza social organizada, y en potencia, en fuerza política emancipadora.
Por cierto, el proceso recién comienza y es frágil. En Chile hay escasa tradición de este tipo de estrategia de construcción, y los esfuerzos por recuperar la otra historia, aquélla a la que podríamos apelar para dar más sustento a los esfuerzos de hoy, aún no se han masificado; predomina la historia oficial, sea republicana o estalinista, ambas tributarias de la matriz «sustitucionista» del poder popular, del poder de las masas conscientes y organizadas. Por ello, la vitalidad del movimiento en marcha está amenazada por la propia racionalidad republicana que, rayando una línea entre lo político y lo social, quiere obligarlo a adecuarse a las reglas de la política formal, al orden del estado.
Estas iniciativas y otras como las movilizaciones comunales de Aysén y Coyhaique, muestran que es posible la asunción de la política a partir de los espacios vitales y una modalidad de construcción que a la par que construye contenidos, construye los sujetos político-sociales capaces de llevarlos a cabo. Apostemos entonces, sin eludir las amenazas de las tendencias «sustitucionistas» liberales, socialdemócratas o «estatalistas» de izquierda, a que florezcan mil y un congreso y asambleas populares, mil y una mancomunales, mil y un colectivos, mil y un grupos de apoyo mutuo y acción directa… esos son el tejido del poder soberano, y también como ha señalado recientemente Salazar, el poder constituyente.
[1] Se trata de las periodistas Paula Figari de «El Ciudadano» y María Alicia Salinas del medio electrónico «El Irreverente«. En el primer caso se nos envió preguntas por correo cuyas respuestas son de enero de 2012, mientras que en el segundo, se sostuvo una entrevista personal cuya transcripción corregida data de abril del mismo año. Naturalmente ambas periodistas y los medios citados están exentos de cualquier responsabilidad por los contenidos del presente artículo.
Investigador Plataforma Nexos, www.plataforma-nexos.cl. Mayo de 2012.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.