«Bolívar tenía razón. Grave equivocación sufrió Miranda en Venezuela al suponer que las guerras de clases pueden concluirse por simples armisticios. No tuvo en cuenta que dada la manera como esta contienda había afectado la estructura misma de la sociedad, la celebración de la paz sólo podía conducir a la continuación de la guerra, adoptando […]
I. Liévano
No son buenos tiempos para comenzar una guerra, pero la pregunta es ¿Cuándo lo son? Estamos convencidos que nunca lo serán porque si bien la guerra contrae unas virtudes y potencia otras, su daño entre los inocentes no se borra nunca más. Los gobiernos que ha tenido Colombia durante el presente siglo, Uribe, Santos y ahora Duque, han demostrado cómo se puede hacer una guerra fratricida y aún así seguir rodeados de muchedumbres fanáticas que los vitorean y los aclaman. A muchos hoy nos les importan ya los falsos positivos, no sienten sus corazones desgarrados con las muertes de líderes sociales porque el grado de importancia y clasificación de las víctimas en este país es realizado por esos gobiernos con ayuda de los medios de comunicación, dejando solo la sangre seca impune, dejando un vacío en el alma de los olvidados, de los que no tienen voz, de los que cuyos cuerpos son solo una nota informativa pero nunca un sentido homenaje.
A pesar de la agresión contra las comunidades que han seguido resistiendo históricamente en los territorios contra la parte más operativa del capital, éstas siguen en pie de lucha. Por el momento, es claro que en Colombia no matan al feroz comentarista de twitter, aquí matan al humilde que lucha de forma directa con su cuerpo y su discurso contra multinacionales, contra los paramilitares, contra terratenientes, contra el ESMAD en los territorios y de forma indirecta o estructural contra todo el orden legal y político que permite la injusticia. Por tanto, son esas fuerzas las que potenciadas por las leyes del Estado, con la complacencia activa de miembros de la fuerza pública, con la complicidad de medios de comunicación y con la complacencia pasiva de muchos sujetos sobre todo en las ciudades constituyen el infierno impune en el que tienen enclaustradas las luchas populares en Colombia.
El macabro indicador de casi medio millar de personas asesinadas en el curso de los últimos tres años demuestra que la guerra ha sido continuada irónicamente por los que no hace mucho marchaban por la vida. ¿Qué tipo de guerra han continuado? La deconstrucción del poder popular, la denigración de la lucha comunitaria, la destrucción de la solidaridad entre colombianos a menos que sea por el motivo que ellos digan. Aún siguen creyendo que las personas que luchamos por las causas populares somos personas que no valoramos la dignidad, que somos ignorantes, que no tenemos criterio, que estamos derrotados por su historia, o que no tenemos capacidad para organizar una lucha política de carácter nacional e internacional. No en vano algunos dan el sentido pésame por la muerte de líderes sociales, pero lo acompañan de sonrisas y abrazos al uribismo, de condescendencia a la maquinaria absurda del poder parlamentario y contratista que entierra profundamente sus garras en las venas de la sociedad.
Tenemos la certeza de que existe en Colombia una brutal agresión contra todo lo que tenga el rótulo popular. Todo lo que reivindique al pueblo en sus causas, en sus luchas, todo lo que abogue por el humilde o el olvidado está siendo denigrado por escuderos de una clase que no dirige, sino que domina. A muchos los tienen seducidos con las miserias y migajas que sobran del banquete consumista, pero a quienes no pueden seducir, innegablemente los están matando.
Por lo anterior y como recurso de resistencia ante esa agresión, emprende su avance el Movimiento Bolivariano, un movimiento en el que aprendimos a combatir la angustia que produce la realidad del país, para encontrar nuestra voz, para reconocer que somos fruto de nuestras decisiones como sujetos verdaderamente libres, insumisos y no nos arrepentimos de ello.
El objetivo del Movimiento Bolivariano sigue siendo el de configurar poder político popular. Sigue siendo el de formar, preparar, educar, configurar, ejercitar, construir un gobierno popular que esté listo para cuando llegue el momento en que las condiciones no sean la muerte y el trato peyorativo a nuestros muertos.
Hoy no hay garantías para golpear las estructuras del poder vigente mediante mecanismos abiertos de participación política. Aquí solo se acepta la crítica escuálida, el abracito y la foto en el parlamento de todos con todas, pero no se aceptan los avances políticos de las comunidades en los territorios donde el pueblo lucha directamente contra la práctica excluyente y mezquina del sistema económico. Tal parece que los que luchan por la causa popular solo la muerte les aguarda, mientras en la ciudad se pavonean individuos mal llamados de izquierda, que andan endulzados con postura de críticos, pero con su corazón y su convicción cautivos por la sumisión.
El error de siempre es que la clase dominante nunca imagina el tamaño de nuestra perseverancia. Ellos creen que se ven muy inocentes comprando las tierras despojadas por paramilitares. Creen que no tienen que ver con la guerra cuando le gritan a un pacifista que lo van a «pelar». Creen que se ven muy emprendedores cultivando miserias en el campo colombiano. No señores, ustedes siguen en su error, pero ya deberían saber que el combustible que mantiene nuestra moral de lucha arde sin consumirse.
En el marco de la terrible agresión que sufre la causa popular colombiana, la lucha clandestina no es un trasplante de momentos históricos que algunos nos negamos a dejar morir. La lucha clandestina no es un capricho, es solo una consecuencia. La guerra sucia es la propuesta de los mecanismos del sistema, el acaparamiento del poder institucional en pocas manos es la realidad del poder político del régimen, y el beneficiado de siempre casualmente siempre es el capital. Nuestro argumento es la historia, nuestra moral es la memoria y nuestra lucha terminará el día que una Nueva Colombia sea una realidad tangible para la inmensa mayoría que resiste, que lucha aparentemente en silencio.
Sabemos que la oligarquía se ha fusionado. La burguesía ha repartido migajas de bienestar. El poder del régimen se consolida desde la sumisión placentera de muchos infelices, pero anestesiados. No obstante, ¿Qué sería de Colombia y de su historia si quedara escrito que la gente inconforme con un régimen de la miseria, la corrupción y la muerte, nunca se rebeló? Ese peso no estamos dispuestos a cargarlo, por eso desde la clandestinidad convocaremos a la rebelión contra este y todos lo gobiernos que no transformen el sistema y sus mecanismos de opresión y represión.
Somos el Movimiento Bolivariano por la Nueva Colombia, y somos bolivarianos, porque somos consecuentes y no desfallecemos ante la hegemonía ni ante las ideas imperiales o bien llamadas globalizantes. Nuestra lucha convoca a diferentes sectores. La historia avanza y nos encontramos en momentos de reestructuración de las viejas clases sociales. Estamos firmemente convencidos de que la contradicción que generan los problemas estructurales está tomando una nueva forma. La lucha de clases no se ha agotado, por el contrario se ha venido vigorizando en virtud del endurecimiento de la vida tanto para un obrero, un campesino, un indígena, como para un trabajador con títulos universitarios. Que no se confundan los intelectuales que denigran de la lucha de clases, ya que las clases se transforman, pero las contradicciones seguirán impulsando a los más conscientes inevitablemente hacia lucha.
Bolivarianos porque desde el prólogo de nuestra historia, a la lucha de castas propuesta por los españoles, a la intención de dividir a los americanos con tal de mantener su poder, Bolívar contestó con la conciencia americana, la guerra a muerte contra el realismo, unificando en su momento una sola lucha y una sola causa mantenida por la premisa básica: primero hay que organizar a los pueblos antes de crear ejércitos.
Bolivarianos porque desde la conferencia de Guayaquil, se dejó claro que para que haya cambios en Nuestra América, es necesario derrumbar las barreras que mantienen la preponderancia de una clase que no dirige, sino que domina.
Bolivarianos porque creemos, sin titubeos ni tibiezas, que existe entre la gente oprimida, una poderosa fuerza social con capacidad política para hacer frente al régimen que tiene sometida a la sociedad colombiana: luchamos para que el pueblo deje de seguir y comience a actuar.
Bolivarianos porque aprendimos que la dignidad, el carácter y no el oportunismo o la violencia ciega, pueden conducir una lucha política con precedentes. Hoy la clandestinidad es un manto estratégico, y contra aquellos que nos griten cobardes o pretendan suponerlo, los invitamos a que nos busquen entre el pueblo, porque estaremos allí, confundidos entre ellos.
Bolivarianos porque creemos que aún existe acallada, herida pero no muerta, entre todos los actuales países de Nuestra América una misma posición democrática y resistente ante los propósitos neocolonialistas de la Unión Europea y los Estado Unidos.
Bolivarianos porque creemos en el americanismo, la unión del interés regional contra ese panamericanismo santanderista por excelencia, que fomentó las uniones oportunistas que mantienen los privilegios nacionales de grupos de poder locales en Nuestra América hasta nuestros días. Esa tendencia a dividir, a comprar conciencias es muy antigua, tan antigua como nuestra resistencia.
Bolivarianos porque queremos reivindicar que no son las leyes las que tienen el poder legítimo, sino que es la fuente de esas leyes, es decir el pueblo, quien puede solucionar la estructura de los problemas sociales del país. El legalismo se ha convertido en un atentado, en un delito social en sí mismo, y debe ser destronado para posesionar al constituyente primario. La Nueva Colombia necesita una constituyente porque los intereses del pueblo no pueden ser denigrados ante la metamorfosis del parlamentarismo. El Movimiento Bolivariano minará con la construcción de poder político popular las bases estructurales de ese régimen para que regrese al pueblo.
Bolivarianos porque hemos sido conscientes de que perdimos los hermosos beneficios de vivir en el Estado Colombiano, de disfrutar una riqueza construida por todos y en cambio nos tocó ver cómo es malgastada y acaparada por pocos. Esa consciencia nos arroja a la clandestinidad, aún sabiendo que nos colocarán la etiqueta de enemigos, porque ser conscientes de la realidad es el peligro mortal para la estabilidad de la clase dominante.
Bolivarianos porque lo único que puede proteger a las clases trabajadoras de la infame manera cómo se gobierna Colombia es la solidaridad entre ellas; porque condenamos a aquellos que presentándose como izquierda consolidan la estructura social que mantiene la miseria en el país con su discurso social de fachada, pero con sus alianzas reales con el régimen. La solidaridad entre oprimidos constituye la base de un poder político.
Bolivarianos en el siglo XXI con una ética socialista como bandera de un poder popular que carga de atributos prácticos a nuevas generaciones de revolucionarios que saben que en Colombia las cosas no marchan bien. Ética socialista la que moviliza las acciones dentro y fuera de la clandestinidad, ética socialista contra la ética neoliberal del individualismo, del nuevo antropocentrismo, de la falacia que equipara aquella libertad de ser humanos en todo nuestro esplendor, con libertad de comprar, solo para parecernos a una sociedad particular.
Este movimiento es un instrumento de las capas que se definen o luchan contra el régimen existente, contra las relaciones sociales de producción agraria, contra las condiciones laborales de los trabajadores promedio, en los currículos universitarios, en los colegios etc. Por todo lo anterior, la construcción clandestina de un poder político y popular que tenga la capacidad de hacer un juicio a quienes causan tanto daño, tanta miseria social e intelectual a la sociedad colombiana, será también una tarea del Movimiento Bolivariano.
La amplitud de nuestros objetivos, en medio del asesinato de cientos de líderes sociales y exguerrilleros que confiaron en la palabra del grupo dominante del país, no oculta el peligro que se cierne sobre nuestra existencia. No queremos morir porque queremos luchar por una Nueva Colombia, pero si morimos intentándolo, bienvenida la muerte, porque nuestro destino solo es consecuencia de nuestra convicción, de nuestra moral inquebrantable.
Hoy convocamos a la rebelión contra el régimen que existe en el país, a los inconformes, a las mujeres, a los hombres, a la comunidad LGTBI, estén en el campo, en las ciudades o en los cabildos; convocamos a los olvidados, a los que solo les han otorgado impunidad, a los nadies, a los intelectuales, a los artistas, a los funcionarios públicos, a los sacerdotes, a los creyentes, a las comunidades indígenas, a las comunidades negras, a la juventud y su irreverencia creadora, a los estudiantes que aún caminan en estado salvaje por la maleza del mercado con sus sueños políticos y sociales de justicia, que no falte nadie porque nos necesitamos.
Queremos vivir en otro país, pero no queremos irnos porque los que se van se van y los que se quedan luchan, por eso, aunque tristes por la tragedia que hoy viven aquellos que luchan por la causa popular y son ignorados por la maquinaria mediática, sepan que el Movimiento Bolivariano continúa insumiso, conspirando y organizando un poder político que nos asegure generaciones de personas dispuestas a construir una Nueva Colombia. Para nuestro movimiento, los únicos derrotados son aquellos que bajan los brazos, ya sabemos bien que el régimen actual compra y vende consciencias, pero quienes desafían al poder dominante perduran para siempre.
Nuestras palabras serán alivio, seremos flores, viento de la cordillera, agua incontenible del Magdalena, con el brazo izquierdo erguido y la mano empuñada, nuestro grito rebelde sigue resonando, porque juramos vencer y venceremos.
Núcleos Bolivarianos del Movimiento Bolivariano por una Nueva Colombia de la región centro de Colombia
29 de abril de 2019