Cuando en 1988, se estrenó «La Negra Ester», obra teatral basada en las décimas de Roberto Parra, dirigida por el fallecido actor y director, Andrés Pérez, se produjo una verdadera revolución estética en las artes escénicas chilenas. A partir de entonces, para muchos existe un antes y un después de la «La Negra Ester», en […]
Cuando en 1988, se estrenó «La Negra Ester», obra teatral basada en las décimas de Roberto Parra, dirigida por el fallecido actor y director, Andrés Pérez, se produjo una verdadera revolución estética en las artes escénicas chilenas. A partir de entonces, para muchos existe un antes y un después de la «La Negra Ester», en la historia del teatro nacional. Sin embargo, el aporte de este montaje no se limitó sólo al ámbito teatral y artístico. Constituyó el rescate de nuestras raíces e identidad cultural como pueblo, precisamente aquello que la dictadura militar trató de eliminar durante 17 años, a través de la implantación de un modelo foráneo y extranjerizante. La obra, demostró que la dictadura, no pudo aplastar la identidad de un pueblo, aún con la violencia más atroz.
Algo muy similar ocurrió 18 años más tarde con la movilización de los estudiantes secundarios, sin duda, un ejemplo para todos los sectores de la sociedad chilena. Los alumnos demostraron, no sólo una enorme capacidad de organización, claridad y coherencia en sus planteamientos, una unidad férrea y la capacidad para plantear cambios estructurales al sistema educacional. La lucha de los denominados «pinguinos», significó también la derrota de un modelo, impulsado por la dictadura y la Concertación, que ha promovido a nivel subjetivo los desvalores del egoísmo, el individualismo, el clasismo, el consumo desenfrenado y la ignorancia farandulera. Los adolescentes de este país, demostraron que han prevalecido en ellos la solidaridad, la lealtad con sus compañeros y la necesidad y decisión de cambiar un sistema educacional profundamente injusto. Ésa es la mayor victoria de este movimiento estudiantil inédito, que mantuvo en jaque durante las últimas semanas al recién estrenado cuarto gobierno de la Concertación.
Los cambios exigidos por los secundarios, ciertamente no son menores. El fin de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (Loce), promulgada el último día de dictadura por Augusto Pinochet; pasaje escolar gratuito los 365 días del año; gratuidad de la Prueba de Selección Universitaria (PSU); replantear la Jornada Escolar Completa (JEC); y que el 50 por ciento más uno del Consejo Asesor Presidencial en materia de educación, sea integrado por organizaciones sociales ligadas al sector, constituyen un golpe certero dirigido al corazón del sistema educacional, y por tanto al modelo.
Si bien, el gobierno se vio obligado a realizar cambios importantes, no acogió la totalidad de las reivindicaciones estudiantiles, argumentando que implicarían un costo demasiado alto para el país. No obstante, resulta paradojal que el ejecutivo no considere onerosa la compra de material bélico y la utilización de parte importante de los suculentos excedentes del cobre para un fondo de garantía de pensiones (US$ 6 mil millones), a través del cual el Estado subsidiará el fracasado sistema privado de pensiones. Como ocurrió con la banca privada en 1982, los chilenos asumirán los costos de la ineficiencia y rapacidad de los grupos económicos, que han usufructuado del dinero de las pensiones de los trabajadores chilenos.
En su desesperación, el oficialismo realizó denodados esfuerzos para romper la unidad y quebrar el movimiento estudiantil. Para ello, contó con la complicidad de la prensa oficial y de algunos dirigentes políticos oportunistas, que intentaron «colgarse» de la exitosa movilización, con el objetivo claro de lograr un protagonismo que nunca han tenido. Lo cierto, es que la unidad nunca estuvo en juego y así lo confirmó Camilo Hadad Guerra, presidente del Centro de Alumnos del Colegio Alexander Fleming, de la comuna de Las Condes. El establecimiento, situado en el barrio alto de la ciudad de Santiago fue tomado en la madrugada del viernes 2 de junio y estuvo a cargo de 50 estudiantes – 30 hombres y 20 mujeres – hasta la noche del viernes 9 de junio.
Lo que más llamó la atención de quienes visitamos el recinto, fue la férrea organización impuesta por los estudiantes. Para ingresar, toda persona ajena a la toma tenía que dejar su cédula de identidad en la portería y eran anotados sus datos, incluida la hora de entrada y salida. Estaba absolutamente prohibido el ingreso de bebidas alcohólicas y droga al recinto. Existían comisiones a cargo de la alimentación, seguridad, aseo del establecimiento y de finanzas. Éste no fue un hecho aislado sino la característica principal de un movimiento estudiantil, con una ética y una moral distinta, que implicará necesariamente una nueva forma de hacer política.
Los neonazis que osaron acercarse al colegio para atacar e intimidar a los estudiantes, encontraron una respuesta unitaria y decidida del alumnado. «Estábamos a cargo del colegio y era nuestra responsabilidad evitar cualquier daño al recinto», señaló Camilo Hadad. Así piensan y actúan los estudiantes secundarios, que sorprendieron a todo el país. Sin duda, un dolor de cabeza para un oficialismo que ve con preocupación, la posibilidad cierta que otros sectores postergados sigan el ejemplo de los secundarios. Son los peligros que enfrenta el gobierno de Bachelet si continúa administrando las desigualdades del modelo neoliberal.
Otra educación: otro país (entrevista con el presidente del Centro de Alumnos del Colegio Alexander Fleming)
¿Cuáles fueron las razones concretas por las cuales decidieron tomarse el colegio?
«Lo hicimos para apoyar la movilización del resto de los secundarios, porque compartimos absolutamente el petitorio presentado por los dirigentes del movimiento. Llegó el momento de cambiar el sistema educacional y actuamos en consecuencia».
¿Cómo fue la toma y qué reacción tuvieron las autoridades del establecimiento?
«En ese momento estaba la directora y un grupo de profesores que habían estado realizando turnos para cuidar el colegio. Existían rumores que el establecimiento podía ser tomado por alumnos de otros colegios. Hablamos con la directora y le dimos una hora para desalojar el lugar. Afortunadamente, reaccionaron con tranquilidad y mostraron muy buena disposición. Nos manifestaron su preocupación por nuestra seguridad y la del colegio, pero finalmente nos entregaron el control del establecimiento. Creo que ellos entienden y en gran medida comparten nuestra lucha, porque la situación de la educación nos afecta a todos».
Un aspecto que llamó la atención, es el masivo apoyo al movimiento de los alumnos de colegios de sectores acomodados. ¿Cómo ven ustedes este hecho?
«Una de las mayores fortalezas de este movimiento es la solidaridad y el grado de unidad que logramos. Si bien, no a todos los estudiantes nos afecta el sistema de la misma manera, estamos por ayudar a solucionar los problemas de nuestros compañeros. El hecho que participen estudiantes de colegios ´cuicos´ quiere decir que algo está cambiando en este país. En nuestro caso, el colegio está en Las Condes, pero es subvencionado. La mayoría de los alumnos somos de familias de clase media y muchos compañeros son de escasos recursos. En definitiva, sufrimos las mismas carencias de todos los estudiantes del país».
Además de las reivindicaciones generales, ¿tienen algún otro problema específico en su colegio, que quieran solucionar?
«Una de nuestras demandas particulares, aunque sabemos que también existe esta falencia en otros establecimientos, es que las raciones alimenticias de la Junta Nacional Escolar y Beca (Junaeb), alcancen para todos los niños de enseñanza básica. Queremos que almuercen todos los días y que no falte comida para ellos. Las demás exigencias son las de todos: terminar con la Loce; pasaje escolar gratuito los 365 días del año; PSU gratis; y replantear la jornada completa».
¿Cómo se organizaron durante la toma para mantener el control y proteger el colegio?
«Dormíamos todos en una sala en colchonetas y sacos de dormir. Hacíamos turnos durante toda la noche para evitar ataques de los neonazis. Nos organizamos de manera que nadie durmiera menos de seis horas. Nos coordinamos con los compañeros de la Escuela Simón Bolívar que está colindante con el Alexander Fleming. En caso de cualquier contingencia ellos o nosotros – según fuera el caso – tocábamos la campana y nos juntábamos para defender los establecimientos. En pocos minutos estábamos listos para repeler cualquier ataque neonazi».
¿Cuáles eran las actividades normales del día?
«Los que dormían durante la noche se levantaban temprano a preparar el desayuno para todos. Luego hacíamos el aseo general del colegio: limpieza de salas, baños, patio y vidrios. Había comisiones encargadas de la comida: almuerzo, once, cena y lavado de la loza. Los responsables de las finanzas salían a recolectar dinero en los alrededores del colegio. También realizábamos asambleas diarias para analizar la evolución del conflicto a nivel interno y externo».
Hay sectores que plantean que al final la movilización perdió fuerza. ¿Cómo ven ustedes el futuro del movimiento?
«Lo concreto es que llegamos hasta el final y logramos reivindicaciones importantes. Recibimos muchísimo apoyo concreto y moral de los profesores y apoderados de nuestro colegio, de los universitarios y de la sociedad en general. Ello prueba que nuestras reivindicaciones son compartidas por el resto de los chilenos. Queremos una educación y un país distinto, sin exclusiones».
En tu opinión, ¿cuál es el mayor aporte de este movimiento para el resto de la sociedad chilena?
«Demostramos no sólo a Chile, sino al mundo que los estudiantes tenemos una voz fuerte y clara. Que si queremos que algo cambie depende de nosotros mismos que ello ocurra. Organización, objetivos claros, unidad y decisión son la clave. Nuestra experiencia servirá de ejemplo al resto de los chilenos y a los estudiantes y jóvenes de latinoamérica».