Esta entrevista fue publicada en el libro «Sur un air de Cuba». Editorial Le Temps des Cerises. Paris, septiembre 2005.
En enero 2005, el periodista y escritor Hernando Calvo Ospina entrevistó a Juan Formell, uno de los más grandes creadores de la música popular bailable cubana. Como ha sido su costumbre, Hernando preguntó de todo. Formell contestó con honestidad y detalles. No quedó tema por fuera, por más cosquilloso que pareciera. Aquí entregamos esta charla a nuestros lectores, la que sigue siendo bien vigente, y que por primera vez se publica en castellano.
(Juan Formell y H. Calvo Ospina, La Habana, enero 2005)
«Tomando en consideración su larga y destacada trayectoria artística, los aportes realizados en el campo de la música, la constante lucha por la defensa de los valores culturales de nuestra nación y por su labor altamente creadora para el disfrute de nuestro pueblo, lo que ha contribuido al enriquecimiento de nuestra cultura nacional (…) Por su consagración al desarrollo de la música popular cubana, reflejando en ella los más genuinos sentimientos de nuestro pueblo, su optimismo y su vitalidad expresados con proverbial cubanía y elevados valores estéticos y artísticos; y por su lealtad al pueblo y a la Patria, sirviendo a ella con humildad y desinterés».
Así decía la resolución del Consejo de Estado de Cuba, firmada por el presidente Fidel Castro, concediéndole la distinción «Orden Félix Varela» de primer grado, al compositor, bajista y director de la agrupación Van Van, Juan Formell. La ceremonia de entrega se realizó el 10 de mayo del 2002, en el Memorial José Martí, de la Plaza de la Revolución.
En esa ocasión, al momento de dirigirse a los asistentes, Formell afirmó que para él esa Orden tenía más significación que el Grammy, premio codiciado por los artistas de todo el mundo, y que había obtenido junto a Van Van dos años antes.
El bajista, nacido el 2 de agosto de 1942, afirmó esa noche: «El hecho de que me hayan conferido esta Orden es un reconocimiento a la música popular cubana. Es un hecho histórico porque esta música ha sido muy marginada por muchos durante bastante tiempo. Es un reconocimiento a los músicos que estamos aquí en Cuba y que hemos hecho nuestra obra a partir de las vivencias del país sin que nadie nos las cuente«.
Una reja alta no permite ver al interior de la casa de Formell, situada en un barrio habanero. Me parece que es lo único que la hace resaltar de las del vecindario. Estando ante ella, y conociendo el lujo y excentricismo que se imponen los artistas famosos fuera de Cuba, no puedo negar que me sorprendí. Es el hogar de un personaje que está catalogado como el más importante creador de música popular bailable del último cuarto de siglo en Cuba, y uno de los más brillantes del continente americano.
En 1999, durante una gira por 26 ciudades estadounidenses, el diario Los Angeles Times dijo que Formell dirigía «una de las orquestas bailables de mayor influencia en la historia de la música afrocubana.» Mucho más lejos fue The New York Times en el reconocimiento al afirmar que Van Van era «los Rolling Stones de la salsa.»
Me conducen hasta un gran salón. Aunque existe una mesa de billar, la sobriedad de la decoración es lo determinante. La amable dama me invita a sentarme en uno de los modestos sillones de cuero, al tiempo que me ofrece agua y jugo. Quedo solo por algunos minutos en aquel ambiente extremadamente calmo. Formell, el creador de unas 800 composiciones, llega sonriente, amable, nada hace pensar que es uno de los más populares artistas de Cuba.
«En Cuba el público quiere mucho a sus artistas. Pero es un concepto muy diferente al que se maneja con las «estrellas» en el exterior, pues nosotros debemos compartir con la gente en la calle casi que a diario. Y mira, eso para mí es bueno porque funciona como un termómetro que permite saber cómo le estás llegando a la gente.
Uno comparte con la gente al comprar el pan, o cuando vas a un restaurante. También puede suceder que llegas a poner gasolina al auto, te encuentras con una tremenda fila, te reconocen y entonces te ofrecen de pasar adelante. En esos instantes la gente se te acerca, te piden un autógrafo, te hacen comentarios sobre tu trabajo, te expresan lo que les disgusta de tal tema, o de la coreografía que vieron en determinada actuación. Hasta te proponen letras para una canción. Todo eso sirve mucho.
Y lo más importante: te dan unos abrazos de mucho cariño. Son cosas simples, sencillas, que me parecen muy bonitas, y de un nivel de comunicación especial.
Yo siempre he tratado de no vivir aislado, aunque de cierta manera es necesario porque en este trabajo se necesita un poco de concentración para la creatividad, que es algo muy privado.
Para mí es muy importante ese contacto con la gente porque te permite ser un cronista de la música popular bailable, algo que no inventé, pues ya lo habían hecho Ñico Saquito, Benny Moré y Miguel Matamoros, entre otros cubanos. Es una práctica en la música popular el contar hechos determinados, con las características de la época que lo vive cada quien.
Uno puede inventar muchas situaciones, pero para que te salgan bien contadas debes haberlas vivido, gozado y hasta sufrido. El cubano siempre está inventando frases y palabras. A veces sale con cosas como: «Eso que anda», «Por encima del nivel», o «qué bolá», que se entienden muy bien cuando se conoce la realidad cubana, pues pueden significar miles de cosas. Uno termina convirtiéndose en un cronista de la vida cotidiana al asumir la ironía, los refranes, la picardía, el doble sentido de tantas frases que se inventan. O sea, uno retoma el sabor del pueblo y les pone música.
El acercamiento a todo este maravilloso mundo, empezó por mi propia casa. Nací en Cayo Hueso, un barrio humilde de La Habana. A pesar de su pobreza fui feliz en sus calles, pues sabes que ellas tienen un significado muy especial para nosotros, para nuestras vidas, en Cuba y en América Latina.
Mi padre, del cual guardo bellos recuerdos, era una persona con muchas capacidades, conocimientos musicales y gran talento. Él fue director de varias bandas musicales, de orquestas de teatro, además te componía música popular o clásica. Me encantaba hacerme cerca de él para verlo trabajar.
Aunque él sabía de mi atracción por la música, no quería que ni yo ni mi hermano fuéramos músicos; prefería que yo estudiara medicina, aunque eso era bastante difícil de lograr en esa época anterior a la Revolución. Mi padre tenía razón en querer alejarme de la música, pues los músicos pasaban muchas necesidades debido a la inestabilidad del trabajo.
Yo le insistía a mi padre para que me enseñara, hasta que por una situación muy particular tuvo que aceptarlo. Normalmente, en Cuba, los niños empiezan a estudiar música como a los siete años, mientras que yo lo hice a los catorce. Es que el país vivía una situación política muy tensa, pues ya el movimiento revolucionario encabezado por Fidel influía en todo.
Ante eso, mi padre no quiso que volviéramos al instituto donde estudiábamos porque el trayecto que debíamos hacer a pie era muy largo, y a él le preocupaba que la policía nos hiciera daño. Entonces no tuvo alternativa que convertirse en mi profesor de música, sugiriéndome de aprender a tocar el contrabajo, pues decía que ese instrumento me iba a permitir trabajar con más regularidad. Bueno, no se equivocó. Desde ese día hasta la fecha empecé a estudiarlo con mucha pasión, siempre como un autodidacta.
Mi debut fue en la Banda de Música de la Policía Nacional Revolucionaria, o sea, después del triunfo de la Revolución. En el mismo 1959, a mis 17 años. Antes de eso hacía parte de grupitos que iban de bar en bar tocando y recogiendo monedas. Pocos años después, como también había aprendido a tocar la guitarra, pude acompañar con uno u otro instrumento a grandes artistas como Elena Burke y Omara Portuondo. Hice parte de las orquestas de Rubalcaba y Peruchín.
En 1967 dejé de tocar el contrabajo en la orquesta que acompañaba el espectáculo del hotel Habana Libre, y me voy para la agrupación de Elio Revé. Yo no tenía la intención de quedarme ahí por muchos meses, pero el tiempo fue pasando, empecé a meterme con los arreglos, a proponer cosas nuevas, inquietudes que tenía, hasta que tropecé con Elio que no estaba dispuesto a que le cambiara todo el sonido a su agrupación. Para esa época yo estaba influenciado por el rock, Elvis Presley y por los Beatles, pero también por nuestros cubanos Benny Moré, Félix Chapottín y la Orquesta Aragón. Con Elio yo estaba limitado en mis aspiraciones.
Bueno, para no hacer la historia más larga, dejé a Revé, y el 4 de diciembre de 1969 se estrenó Van Van, grabando al año siguiente el primer larga duración.»
Juan Formell y el percusionista José Luis Quintana «Changuito» fueron los principales artífices en la creación de Van Van. A pesar de haberse encontrado con las limitaciones impuestas por las equivocadas decisiones de algunos funcionarios cubanos, como el cierre de muchos locales para bailar, el éxito de la orquesta fue inmediato.
Van Van realizó toda una revolución en la formación orquestal al integrar instrumentos como la guitarra eléctrica y sintetizadores; además dejó a un lado la paila cubana y se añadió la batería, tres herramientas en boga dentro del pop. No fue todo: incluyó dos flautas, violoncelo y sección de trombones sonados con mucha fuerza.
El ajiaco que se cocinó sonoramente recogió elementos del eterno son, de la rítmica afrocubana, sonidos caribeños y brasileños, del rock, del jazz, más un trabajo vocal fuera de lo común. Todo ello en manos de una quincena de músicos provistos de una calidad técnica descollante. Van Van llegó para modernizar la música cubana.
«Se ha especulado mucho sobre el nombre de la orquesta. Se han inventado unas cosas que no dejan de producirme risa por la imaginación de la gente, en particular cuando se afirma que se llama así por haber sido parte de una campaña gubernamental.
Lo único cierto es que un día estábamos reunidos los músicos que íbamos a conformarla, y todos proponíamos cómo llamarla. Yo quería algo que sonara como tantán, o tintín. Y bueno, dijimos: ¿Por qué no Van Van? Claro, la idea no era gratuita, pues la palabra estaba de moda. Es que en esos momentos se estaba en la campaña de la zafra azucarera de 1969-1970, donde se aspiraba a producir diez millones de tonelas métricas. Entonces por la radio y la televisión se repetía a diario: «Los diez millones de que van, van»; «esto tiene que ir … que esto va … que van, van». Pero el nombre de la orquesta nada tuvo que ver con la campaña en términos políticos.
Me da risa cuando leo o escucho que fue Fidel quien mandó a hacer la orquesta para apoyar la zafra. Pura imaginación. Fidel nunca se ha metido en cosas de la música, él es más cercano al deporte. Si hubiéramos estado preparando un equipo de béisbol quizás hubiera dado alguna idea.
Hoy casi nadie se acuerda de aquella zafra, y Van Van sigue en el centro de la música popular. Y está ahí porque ha contado durante su trayectoria con excelentes artistas, como el percusionista José Luis «Changuito» Quintana, que para mí es uno de los músicos más geniales que tiene Cuba, el cantante Pedrito Calvo, el pianista Cesar «Puppy» Pedroso, el cantante y saxofonista Ángel Bonne, el cantante Mario «Mayito» Rivera, y bueno, tantos otros que han contribuido a que Van Van haya llegado a donde está.»
Le digo a Formell que Van Van retomó elementos del jazz, del rock y del pop, pero que durante unos años existió cierto rechazo «oficial» a esas músicas por su «olor a imperialismo».
«Aquello de los Beatles, del pop, fue un fenómeno mundial que se impuso por todos lados. La Revolución llevaba pocos años de haber triunfado, y en cierta medida empezaron a hacer un tabú de esas músicas, y a decir cosas erróneas de ellas, llegando a prohibirlas un poco en la radio. Un poco.
Eso sí, debo decir que nunca la prohibieron oficialmente, no fue una orden explícita. Se dijo a las radios: ‘traten de poner más música cubana’. Claro, debo decir que la música que se empezó a poner no era tanto la bailable. Se vivía esa situación cuando ingresé a la orquesta de Elio Revé. A pesar de esa especie de rechazo que existía hacia esas músicas, no teníamos muchas alternativas, no había mucho de donde agarrar: Había un vacío sonoro, porque no había nada nuevo en la música popular cubana, que era el deseo de la gente.»
Juan Formell habla de manera sosegada, y aún así no deja la costumbre del cubano de gesticular con las manos. Lo felicito por el Grammy ganado en el 2000, premio que se merecía Van Van muchos años antes. «¡Y que no nos dejaron ir a recibir pues el gobierno americano nos negó la visa!», me dice el artista, mostrando en el rostro la indignación sentida. Por primera vez sus palabras suenan secas al puntualizar: «Pero no es todo, chico, en estos momentos tienen un nuevo pretexto para negarla a todos nosotros, al haber designado a Cuba como país «terrorista». ¿¡Te imaginas!?¡Están locos esos señores de enfrente!»
Formell tenía razón en esos momentos: en el 2003 Van Van fue nuevamente nominada al Grammy: la visa les fue negada a sus integrantes para asistir a la ceremonia. No sólo a ellos, también a otros artistas cubanos sin importar la edad y el tipo de música que interpretaran. Y el colmo: hasta jueces designados por la Academia como el artista José Luis Rojas «Rojitas».
Le digo a Formell que por haber obtenido el Grammy, las ventas en Estados Unidos y otros países debieron de haber sido satisfactorias. Y esta referencia hizo que, aunque muy moderado, continuara en el mismo tono de coraje.
«Todo lo contrario. La experiencia que tuvimos con el empresario que se iba a encargar de distribuir el CD «Llegó Van Van», el cual había ganado el premio, es que no hizo nada. Nos jodieron porque incumplieron todo. Si se hubiera distribuido ese trabajo, se podría haber mostrado a un público más vasto la riqueza musical cubana acumulada en todos estos años.
Estas cosas son un ataque a la cultura cubana, al trabajo que estamos realizando los artistas que hemos crecido y desarrollado con la Revolución. Porque el aspecto político juega un papel determinante para no llegar al mercado, como la música cubana lo merece por su calidad. Es simple y claro: por el sólo hecho de ser cubanos, que vivimos en Cuba, no nos dejan participar.
Esos mercados los tienen manejados empresas norteamericanas, siendo ellas quienes deciden qué música se escucha en el mundo. Yo sé que eso sucede también con buenos artistas de otros países, pero con nosotros es exagerado.
Estamos ante una muralla muy enorme, porque la promoción y distribución son bien costosas para lo cual se necesitan millones de dólares hasta para hacer algo pequeño. Tú no te imaginas todo lo que se mueve atrás del mundo de la promoción; todo lo que se le debe pagar a la gente de la radio y la televisión para que ubiquen un tema en el «hit-parade».
La calidad vale muy poco. Cuando existe calidad también se les debe poner dinero sobre la mesa a los programadores.
Las grandes transnacionales, las que tienen el dinero, no hacen negocios con nosotros, y cuando se atreven es a poquitos. Debe ser por el tal bloqueo, pues en una de esas leyes dice que un empresario estadounidense no puede mandar a producir nada cubano que tenga que ver con informática, y ahí han metido hasta la distribución de una casete.
Mirándolo de una manera, si quieres, ideológica, lo que se produce desde 1959 para acá, desde que está la Revolución, es lo que les molesta. La prueba la tienes con Buena Vista Social Club: esa música se produjo antes de esa fecha, y tuvo una promoción de impacto mundial.
Y nosotros caímos ahí, en ese «error» de haber nacido aquí, creado y construido aquí, y por seguir viviendo en nuestro país, en esta Isla «comunista», «castrista», o como la quieran llamar. Eso nos da el «castigo» del veto.
Cuando tú eres un buen músico cubano que empieza a despuntar a nivel internacional, te esperan dos caminos: uno, que te dejes comprar y te vayas de tu país; o dos, que decidas vivir en medio de tu gente, sabiendo que te quedarás a medio camino de la popularidad internacional,
Aunque los cubanos ya estamos acostumbrados a este tipo de cosas, no dejan de insultarnos.
A mí me han propuesto directamente como tres veces que deje a Cuba. Una vez eso vino de los propietarios de una red de radios en Estados Unidos, dominada por cubanos. La propuesta era que yo me asilaba en ese país, firmaba un contrato de exclusividad de Van Van para su difusión, y ellos me daban una buena cantidad de dólares. En Perú y España me hicieron las otras dos, las cuales vinieron de dos transnacionales. Las ofertas son muy tentadoras, pues además del dinero, te prometen unas posibilidades técnicas y de mercado inmensas. Te dicen que vas a tener varios carros y una mansión con piscina.
En los tres casos respondí que no me interesaba dejar Cuba. Es que yo me siento muy bien aquí, con mi gente que me quiere mucho.
Todo eso es muy tentador, pero tiene una contrapartida que para nada me ha gustado. O sea, además de dejar Cuba, que ya es bastante, he visto que aquellos que se han ido se quedan anclados en la época que partieron. La pérdida de contacto con su público natural les impide evolucionar. Es como si se les detuviera el tiempo. Ni siquiera los que se van para Miami, donde tienen un público de cubanos, les sirve de referencia, de inspiración, porque, como se convierten en inmigrantes entonces tienden a la nostalgia.
Mira, te aseguro que cuando a uno le hacen sentir la presión, la tentación, es al constatar que mientras vivas aquí no te dejarán entrar al gran mercado.
Pero bueno, existimos muchísimos que demostramos que las brillantes luces propuestas afuera, repletas de dinero, no lo son todo.
Además, en Cuba las cosas han cambiado mucho. Aquí existía una ley migratoria que le prohibía el regreso a todo aquel que decidiera radicar definitivamente en el exterior. De suerte eso se resolvió. Yo creo que esas cosas han sido un error. El trabajo realizado por un músico que sigue respetando nuestros valores, que no se presta para atacar a nuestra nación, así esté viviendo fuera de Cuba, es un trabajo que debemos conocer y difundir.
Porque, mira, yo tendría que pensar muchísimo para encontrar si algún músico se ha quedado en el exterior por persecución política, como han dicho algunos. Estoy seguro que todos se han quedado por motivos económicos.
Con el sólo hecho de haberse quedado definitivamente en el exterior ya se están castigado ellos mismos, pues han perdido muchísimo. Te repito: El artista cubano necesita el contacto con los cubanos de aquí, con el medio, con las vivencias. Ese músico pierde esas cosas de las que hablábamos al comienzo de la entrevista, y que son la esencia de su creación. Te hace falta esa mujer que pasa por las mañanas gritando: «¡Vaya, oye, coge la galleta, la galleta fácil!». Quizás a ti no te diga nada, pero a los cubanos nos dice muchísimas cosas.
Eso no lo vas a escuchar en Miami, menos en Nueva York o París. Yo disfruto con la forma en que la gente inventa expresiones; con la manera de ser de la mujer cubana; con esa sabrosura que le pone la gente a la vida a pesar de las dificultades que tenemos en estos momentos. Eso no lo encontrarás afuera.
Y más: Creo que cuando el público de afuera sabe que eres un músico que dejó a Cuba, ya no te ve igual, pierdes bastante atractivo. No quiero decirte con esto que algunos de los que se han quedado no hayan seguido haciendo cosas buenas. Pero han sido bastante pocos. Algo muy esporádico. Todo eso es muy triste.«
(Formell interviene durante el VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, abril 2014)
Recién creada la orquesta Van Van sorprendió con el ritmo Songo, que, desgraciadamente y debido al bloqueo, no fue conocido ni en el resto de continente americano. El Songo puede tomarse como una de las primeras referencias de lo que es hoy el ritmo que se tomó a Cuba en los años noventa, la timba. Por ello, y aunque ya lo he preguntado a otros artistas cubanos, quiero saber la versión de Formell sobre lo que es la timba.
«La timba es un fenómeno, un movimiento, que fue saliendo de las Escuelas de Arte. Y eso es contradictorio, porque en las Escuelas existía un rechazo, se prohibía sin prohibir, sin ponerse por escrito, interpretar la música popular bailable. Se pensaba, de manera bastante errónea, que ahí sólo se podía aprender a interpretar a los grandes clásicos.
Entonces los muchachos empezaron a reunirse casi que a escondidas, haciendo correr la voz de que en tal casa iban a «meter una timba», que «iba a ver una timba». Así se empezó a llamar eso que sonaban, que era una mezcla inicial de jazz, de Irakere, y Van Van.
Ahora, timba es un término algo difícil a explicar teóricamente. Para mí, en síntesis, la timba es como un son «hard»; es un sonido agresivo, muy duro, con un golpe muy fuerte de los instrumentos, donde los textos casi no importan. Se llama timba como el tango se llama tango, o el son se llama son. No podíamos llamarle salsa porque no era exactamente salsa, aunque muchos en el exterior empezaron a decir que la timba era la salsa cubana.
Como sucedió con el chachachá y los otros tantos géneros musicales cubanos, la timba fue generada por el bailador. En Cuba el bailador es muy exigente, lo que nos lleva a renovar constantemente el repertorio, pues no podemos correr el riesgo que toquemos y el público se quede inmóvil. Van Van no tenía metales, y a los violines hubo que acomodarle trombones para que sonara más fuerte. El bailador lo exige, aunque no se puede descuidar el desafío que también te imponen las otras agrupaciones.
Lo particular en el baile de la timba es que la mujer se lanza a bailar solita, algo que ha sido poco común en nuestro medio. La mujer, al bailar la timba, agarra un movimiento de cintura terrible, que le han llamado el «despelote». No se por qué tienen que mover tanto esas caderas, pues le ponen mal la cabeza a cualquiera. Ponen su cuerpo en unas capacidades expresivas, de juerga, de alborote, tremendas. No sé si es que me sorprende tanto ello porque no sé bailar, pues no tengo expresión corporal.
Eso es la timba, donde el bailador, en especial la mujer, fue exigiendo mucha fuerza y agresividad musical. El bailador lo exige pues siente que necesita esa fuerza, ese golpe instrumental de los metales, de los trombones, y si no lo haces se te queda sin bailar hasta que se te va. Casi que te pregunta: ¿A qué trajiste la orquesta?«
Veo el reloj y me doy cuenta que hemos pasado una buena cantidad de tiempo en esta agradable charla. Entonces decido preguntarle sobre lo que siente cuando mira para atrás y ve su trayectoria.
«Antes de contestar, quiero decir que yo ya tengo una buena cantidad de años, lo que no quiere decir que me sienta viejo. Creo que todos a mi edad empiezan a buscar la tranquilidad, y en verdad que las giras me resultan cada vez más pesadas. Yo no voy a estar cantando a los setenta años, ¡qué va! Quizás de aquí a cinco años deje las giras. Es mi cálculo. Tampoco pienso retirarme, pues no voy a dejar de componer ni de hacer arreglos. No se puede dejar a un lado lo que te ha acompañado durante tantos años, y que ambos nos hemos hecho el uno al otro. Eso es imposible.
¿Qué siento al mirar mi trayectoria y la de Van Van? Chico, lo que todavía me sigue pasando es aquella emoción de ver a miles de personas cantando los temas que compuse en un reducido espacio, en una salita, en un cuarto de hotel.
¿Qué crees que pude sentir cuando toqué la primera vez en el Olimpia de París? ¿O en otros «templos» de la música en Nueva York, Los Angeles, Madrid o Londres? Es que tú te sientes parte de la música universal, y que por ser de baile, popular, de alegría, del pueblo, es más… No sé… No te niego que muchas veces me he puesto a llorar al darme cuenta de lo que uno puede lograr.
Esa es una emoción muy grande, inmensa. Vas sintiendo que tu paso por la vida sirvió de algo, que valió la pena haber vivido. Todo el mundo no tiene esa suerte. Eso no quiere decir que uno sea mejor que los otros, no: Es algo que la vida te puso y supiste aprovechar. Es un privilegio el que te puedas comunicar y ser querido por tanta gente. Que la lucha y la perseverancia te hayan llevado a formar parte de una historia de la humanidad.
Eso te dice que valió la pena haber vivido.»
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