Un 9 de agosto de 1976 te hicieron desaparecer. Mucho nos arrebataron ese día, cuando ni siquiera tu cuerpo nos dejaron. Siempre quise decirte muchas cosas, aunque ahora me doy cuenta de que más me hubiera gustado escucharte, saber de ti no por los fragmentos, no por los retazos de biografía que nos quedaron, sino […]
Un 9 de agosto de 1976 te hicieron desaparecer. Mucho nos arrebataron ese día, cuando ni siquiera tu cuerpo nos dejaron. Siempre quise decirte muchas cosas, aunque ahora me doy cuenta de que más me hubiera gustado escucharte, saber de ti no por los fragmentos, no por los retazos de biografía que nos quedaron, sino por tu voz, por tu presencia.
Siempre te admiré, cada pedazo de tu vida me despertaba una gran curiosidad, cómo eras, qué te gustaba, de qué cosas te reías, cuáles eran tus planes, quiénes eran tus amigos. A los pocos, muy a los pocos te fui conociendo. Recuerdo que no hace mucho, en un homenaje a los fundadores de la población La Victoria, un compañero y amigo tuyo, me presentó a otro compañero y le dijo: «Mira, este es el nieto del chico Morales» y sus miradas me hicieron sentir que en sus ojos era yo quien te veía. O aquella vez en que la célula del Partido que lleva tu nombre te homenajeó convidando a tus vecinos de la Ranquil a la ceremonia y ellos cantaron la Internacional con nosotros, parecía que tú también decías, una vez más, «Arriba los pobres del mundo».
A veces en el tío Vlady, tu compadre, también te veía, cuando contaba historias de bares en las que estabas presente. Por él supe que eras bueno pa’ la talla, amigo de los amigos y excelente bailarín, al igual que él. Que eras porfiado y valiente y que, por eso, seguramente no hablaste en medio de la tortura, que al contrario, como decía Benedetti, puteaste como un loco, que es una linda forma de callar.
Todas aquellos que te conocieron me han dicho que eras una gran persona y sobre todo un gran compañero, un gran comunista, fiel a sus ideas y principios. Hasta el día de hoy me enorgullece tu trayectoria, tu condición de obrero autodidacta, como digno representante de las enseñanzas de Recabarren o de Don Elías Laferte. Que, como ellos, eras de los que el terno jamás se quitaban, porque había que ser el espejo donde la clase se mirara, como los comunistas de antes, los que sobrevivieron a la Ley Maldita, los que con Allende llegaron a La Moneda y con él se quedaron hasta el fin. Que eras uno de esos viejos, uno de eso grandes viejos, de aquellos tiempos «cuando al Partido sólo entraban lo héroes», como en el poema de Jorge Teiller.
Cómo me hubiera gustado escuchar tus historias de los tiempos de la «Ley Maldita», cuando por reinosista casi te echaron de la Jota. Por ejemplo, que me contaras cómo fue ese rayado en el centro en plena represión de «el traidor» González Videla. Me hubiese gustado que me contaras también cómo pasaste de ser maestro a Jefe de Obras, para escuchar de tus labios aquella historia de tu respuesta a los profesionales que te preguntaban en qué universidad habías estudiado y tú le decías «pues en la Universidad de la Vida».
Aunque más me gustaría que supieras cómo tu compañera te buscó, cómo luchó, cómo, con su pena acuestas, deambuló por cada rincón de Santiago pronunciando tu nombre, cómo desafió a la Dictadura, con tu foto en el pecho, preguntando ¿dónde está? El pecho se te hincharía al saber cómo ella y las esposas de tus compañeros los buscaron y se convirtieron en las primeras en enfrentar a la Dictadura, marchando, haciendo huelga de hambre, denunciando y manteniendo viva la memoria de nuestro pueblo.
Estarías orgulloso de saber también cómo tus hijos y nietos lucharon, que no pusieron la otra mejilla y se convirtieron en canción, en barricada, en la piedra en la mano del pueblo, en sindicato, en protesta en la población. De saber que jamás te olvidaron y que los inspirabas, que los obligabas a no tener miedo, que los llevabas a jugársela un poco más cada día hasta que la Dictadura cayera.
A más de 30 años de tu desaparición, tu esposa, tus hijos, tus nietos siguen pidiendo justicia, pero cuando dicen justicia no piensan solamente en tu cuerpo, no exigen sólo saber la verdad, no exigen sólo castigo a los culpables. Cuando dicen justicia, dicen justicia para Chile, que cuando la DINA te secuestraba no era tu cuerpo el objetivo, era la idea de un país distinto la que ametrallaban en las calles, eran los derechos conquistados por el pueblo lo que querían asesinar y en parte lo lograron, aún no se reconquista todo lo perdido en esos años. Por eso hoy decir tu nombre, recordarte, es rebelarse contra un Chile injusto, es afirmar que las ideas por las que te sacrificaste no han muerto, que están vivas, no apenas en la memoria de los que se niegan a olvidar, sino que en cada nueva lucha, en cada grito por libertad, por educación para todos, por salarios justos o por tierra. Aún estás con nosotros porque la idea de Chile por la que luchaste aún está en pie, porque te vivificamos cada vez que comprendemos que el mejor homenaje es seguir tu ejemplo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.