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Mujeres de la Tierra

Fuentes: Punto Final

Wenumapu Chao (el Padre del Cielo) creó un espacio único, plano, infinito como un círculo-que llamó Nag Mapu-al que dejó suspendido en el aire. Luego buscó entre otras creaciones que flotaban a la joven Wanglen (estrella) para que ocupara ese espacio. La dejó en el Puel Mapu (el este) y desde allí Wanglen comenzó a […]


Wenumapu Chao (el Padre del Cielo) creó un espacio único, plano, infinito como un círculo-que llamó Nag Mapu-al que dejó suspendido en el aire. Luego buscó entre otras creaciones que flotaban a la joven Wanglen (estrella) para que ocupara ese espacio. La dejó en el Puel Mapu (el este) y desde allí Wanglen comenzó a caminar. Muy cansada y transpirando llegó hasta Gulu Mapu (el oeste). Continuó avanzando y arribó al Lafquén Mapu (el mar) donde se detuvo a reposar. Allí sus pies sangraron, pero debió seguir su viaje. Casi sin fuerzas llegó al Willi Mapu (Sur). A pesar de sus dolores y agotamiento, Wanglen prosiguió su trayecto hasta retornar al punto inicial. Entonces observó su recorrido y se maravilló: todo su sacrificio y cansancio se habían convertido en quebradas y montañas; sus lágrimas habían formado vertientes y su sangre había mutado en ríos y lagos; los árboles y el pasto habían crecido para que no le dolieran los pies. Todo lo que había creado Wanglen en su sacrificada travesía estaba vivo y debía cuidarlo. Entonces, Wenumapu Chao decidió enviarle un compañero».

De esta forma relatan el origen del mundo los ancianos de la Comunidad Mapuche Ayelen. El mito varía según el territorio, pero algo se mantiene inalterable: el rol de Wanglen, la estrella que se transformó en mujer y que llenó de vida con sus pasos el mundo mapuche. Y es que la mujer, desde tiempos inmemoriales, ha cumplido un rol primordial en la persistencia y lucha de este pueblo originario en Chile. En tiempos de paz alimentando a los suyos y cobijándolos con su calor de madre; en tiempos de guerra, luchando en el frente de batalla, codo a codo con aquellos hombres que Wenumapu Chao, en vista de su soledad, envió en el origen de los tiempos con la misión de acompañarla.

Quidora, Tegualda, Guacolda y Fresia son algunas de las míticas guerreras que en tiempos de la Conquista Española enarbolaron las banderas de la libertad mapuche. Todas ellas, según consignan cronistas de la época, destacaron en el campo de batalla por su valentía y fiereza, siendo protagonistas de memorables episodios que el poeta-soldado Alonso de Ercilla no dudó en inmortalizar en su canto épico «La Araucana», un clásico de la literatura universal. Han transcurrido más de 500 años y nuevas tegualgas y quidoras siguen alzando la voz de la dignidad. Esta vez frente a un estado chileno que ha transformado el territorio mapuche en fuente inagotable de extracción de recursos forestales, mineros, pesqueros y energéticos, pilar donde se sustenta el desigual modelo económico imperante, atropellando con su avance arrollador derechos históricos y, de ser necesario, la propia vida.

Patricia Troncoso Robles, la prisionera política que con su dramática huelga de hambre de 112 días puso en la mira internacional al gobierno chileno, forma parte de este nuevo contingente de guerreras contemporáneas. Niñas como Daniela Ñancupil, secuestrada y amedrentada por agentes del estado el año 2001; jóvenes como Andrea Reuca, dirigente estudiantil golpeada por la policía el año 2003; ancianas como Berta y Nicolasa Quintreman, férreas defensoras por décadas de su tierra en la soledad del Alto Bio Bio. A ellas se suman cientos de mujeres, miles de mujeres, que día tras día, ya sea en el campo o en la ciudad, en la lucha territorial o en la búsqueda de nuevos espacios de participación política, en el ámbito organizacional o en la vida cotidiana, depositan con su transitar nuevas semillas de vida sobre el territorio.

Millaray, flor de oro

Millaray Painemal es una destacada líder. Miembro de la comunidad Coiwe de Chol Chol e hija de uno de los más importantes líderes mapuche de la segunda mitad del siglo XX, don Eusebio Painemal, Millaray despuntó a temprana edad como una dirigenta social y activista incansable. Profesional universitaria, con estudios en la ex URSS, ha participado de numerosas organizaciones donde confluyen mujeres indígenas y campesinas. Por largos años en la dirigencia de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas, ANAMURI, cursa por estos días una maestría en Género en FLACSO-Ecuador, donde busca adquirir nuevas capacidades para volcarlas al trabajo social. A su juicio, «la mujer mapuche siempre ha tenido un rol importante en la sociedad mapuche, aunque muchas veces ha sido invisibilizado y donde se ha acentuado sólo su rol como más ligado a la cultura y a las tradiciones. Sin embargo, las mujeres mapuche han jugado y jugamos un rol importante en los procesos de recuperación de territorios y en el aporte de la lucha por la autonomía y autodeterminación de nuestro pueblo», señala a Punto Final.

«Sin embargo, nuestro posicionamiento al interior de las comunidades como en el mundo urbano no ha estado exento de tensiones y conflictos, especialmente con los hombres dirigentes», aclara de entrada Millaray. «Esta situación -nos dice- se puede ver en las actuales organizaciones mixtas, donde no se observa un mayor posicionamiento político de las mujeres y donde son los hombres quienes tienen el poder en la toma de decisiones y donde las mujeres van quedando marginadas de estos espacios. Lo anterior deriva en que las mujeres comiencen a organizarse instancias propias de mujeres y que lleva luego a decir que las mujeres mapuche estamos siendo influenciadas por corrientes feministas y que estamos dividiendo al movimiento. Otra de las cosas que he visto es que existe un doble discurso en muchos de los hombres dirigentes que hablan de la importancia de las mujeres en nuestra cultura, pero que en la práctica no ocurre y es cosa de echar una mirada a su vida personal para ver que el discurso se diluye rápidamente y como una mujer mapuche me dijo hace poco ‘hay machistas enmascarados’ Creo que esta situación, es necesario que cambie y donde se debe analizar como son las relaciones de género en nuestra sociedad y que obviamente no son igualitarias».

Un contrasentido no solo mapuche, agrega Millaray, toda vez que estas muestras de machismo «cruzan por igual a todo el movimiento indígena del continente». Ello, pese al importante rol jugado por numerosas líderes a nivel regional. «Puedo destacar a las mujeres del movimiento zapatista en México. En Ecuador el aporte de mujeres como Lourdes Tiban y Teresa Zimbaña. En la sociedad mapuche admiro a Zoila Quintremil, primera mujer en presentar su candidatura a diputada el año 1953. Asimismo el aporte de Elvira Paine, fundadora de la Asociación Rayen Voygue de Cañete y a mi hermana Hilda Huenteo de la Asociación de Mujeres Williche de la comunidad de Wequetrumao en Chiloé, todas luchadoras incansables», señala.

Pese a este panorama, Millaray es optimista en el futuro. Por ello orienta su trabajo y reflexiones hacia las nuevas generaciones. «Existen en ellos una mayor apertura para que las mujeres se integren a las organizaciones mixtas y donde su voz se expresa de manera más política. De igual manera, las mujeres se apoyan y rescatan elementos de la cosmovisión mapuche como es la dualidad y la complementariedad y donde señalan que este es un elemento que está ayudando a posicionar a las mujeres en igualdad con sus pares masculinos. Es indudable que las mujeres mapuche cada día ganan mayores espacios en las organizaciones mixtas y hoy muchas de ellas se encuentran al frente de las organizaciones. Poco a poco se está valorando su aporte y sus diversos roles que les toca desempeñar», destaca Millaray.

Nuevos brotes

Celeste Carilao es parte de esta nueva generación que entusiasma a Millaray. Joven pewenche, miembro de una comunidad de Lonkimay, complementa a sus 26 años su rol de madre (Likan, de 3 años; en camino una niña), su trabajo como profesora de historia y su rol como Responsable del Área Lingüística del Partido Mapuche Wallmapuwen. Destacada hablante de mapuzugun, Celestina ha representado a su organización en diversas instancias y países. El 2007, si ir más lejos, visitó el Pais Vasco, Galicia y Bretaña invitada por instituciones y colectividades políticas locales a conocer experiencia de revitalización lingüística, un periplo que la llena de orgullo. «Históricamente las mujeres hemos sido transmisoras de conocimiento en nuestro pueblo. La transmisión de la lengua, de la cultura, de los conocimientos tradicionales ha sido fundamentalmente obra de mujeres, abuelas, madres que han transmitido el mapuzugun con palabras de cariño, con retos, con juegos, etc. Allí ha estado el sustento de nuestra cultura, de lo que aún nos queda y debemos rescatar, en la lucha de mujeres que participan de la política, pero también en aquellas otras que se sacrifican por mantener sus hogares unidos y en esas madres solteras que contra toda adversidad sacan adelante a sus hijos», señala a Punto Final.

Si bien comparte con Millaray que no ha sido para ellas un camino fácil – «tenemos que luchar el doble, pues tenemos que hacernos cargo de los hijos, de educarlos, de la familia y los quehaceres propios de una madre»-, reconoce que los tiempos han ido cambiando. «Yo veo a las jóvenes hoy mejor preparadas. Creo que hay un despertar más temprano a la conciencia y la identidad. Creo que también hay una mayor capacidad de cuestionamiento a los moldes que nos han prefabricado de lo que se supone somos los mapuche; me refiero a las típicas imágenes folcklorizadas, ese supuesto rechazo que deberíamos tenerle a lo «moderno». En lo personal, me gusta ver y saber que existe lamngenes (hermanas) que hacen hip hop en mapuzugun, rock en nuestra lengua, gente que está chateando en mapuzugun sin ningún complejo… eso es potente», señala. «No se puede negar -agrega-que la llegada de Michelle Bachelet ha provocado un cierto cambio cultural en el tema de genero, ello independiente que no comparto en absoluto ni su gobierno ni sus ideas políticas», agrega Celeste. A su juicio, es en el ámbito profesional y estudiantil mapuche donde este cambio se observa con mayor claridad. «Esto se nota harto en las organizaciones estudiantiles, federaciones, etc. y un poco menos en las organizaciones rurales. Pero el cambio está ahí, está en marcha», asegura confiada.

Andrea Reuca es parte de ese cambio. Originaria de una comunidad lafkenche de Huapi, comuna de Puerto Saavedra, por estos días finaliza su tesis de grado para titularse como profesora de Historia. Egresada de la Universidad de La Frontera de Temuco, a su corta edad ha destacado como dirigenta estudiantil, registrando en su curriculum varios mandatos como dirigenta del Hogar Pelontuwe, emblemático centro de organización juvenil mapuche. No le ha tocado fácil, reconoce. Muchos de los vicios de la sociedad occidental, «uno de ellos el machismo», subraya, también se manifiestan a nivel juvenil. Pese a ello, los tiempos que corren no son para callarse, asegura. «Lamento lo del machismo, pero lo entiendo como un proceso habitual en sociedades occidentales con largas tradiciones patriarcales emanadas de los sistemas religiosos, económicos y que han mantenido a las mujeres en condiciones de subordinación», señala. Lo entiende, pero no lo justifica, menos aun al interior de su gente. «Entre los mapuche parece una incongruencia que sean los mismos hombres quienes en nombre de un culturalismo mal entendido promuevan ideas tan retrogradas como la inferioridad o incapacidad de la mujer en aspectos de la vida que nos son comunes. Tengo la esperanza de que esto cambie. Y no que las mujeres mapuche, además de tener que pelear por derechos de nuestro pueblo frente al estado, tengamos que pelear frente a nuestros hombres. Espero que no tenga que suceder algo así», subraya.

Andrea reivindica con fuerza el rol de la mujer en la lucha mapuche. Y en igualdad de condiciones con los «peñi», sus hermanos. «El rol de las mujeres en esta lucha es tan igual a la de los hombres, con la excepción de que quizás las mujeres sean quienes conllevan cargas de responsabilidad y roles, como la maternidad. Si a esos le sumas las desigualdades propias de la diferencias de genero y económicas, encontrarás que el rol de la mujer en la lucha es bastante sacrificado, pero imprescindible por cuanto históricamente la mujeres han sido el pilar básico de la familia y son quienes a través de la transmisión cultural y la fortaleza propia de la identidad mapuche han dado continuidad a nuestro pueblo», indica.

«Y no he mencionado a las muchas mujeres dirigentes de base que también son parte de las trincheras de resistencia», prosigue Andrea. «A todas ellas que hoy cumplen un rol en la lucha mapuche falta visibilizarlas y valorar su trabajo, esto por parte de los hombres y sobre todo de parte de las mismas mujeres», agrega. A su juicio, el titánico esfuerzo por liberar a un pueblo no merece mezquindades de ningún tipo, menos aun basadas en el género. «La lucha del pueblo mapuche por revindicar, reconstruir y proyectar a su sociedad al futuro, frente a una estructura de poder tan grande como el estado chileno, requiere de todos los esfuerzos colectivos e individuales que sean posibles», subraya.

Destaca Andrea la trayectoria y notoriedad mediática lograda por liderazgos femeninos como Patricia Troncoso y la dirigenta Juana Calfunao, ambas encarceladas por su compromiso con la defensa del territorio, pero lamenta que más allá de esos nombres no existan «figuras públicas que podamos establecer como representantes políticas de nuestro pueblo. Creo que es una de las deficiencias del movimiento mapuche en la actualidad. Existe muy poco trabajo en el establecimiento de liderazgos políticos femeninos para la causa mapuche. Entiendo que el machismo puede ser una tranca para ello, pero también pasa por el desafío que las mujeres mapuche nos fijemos en cuanto a enfrentar ese ambiente adverso y ponernos a opinar, a proponer, a actuar en política a la par con los hombres. No podemos aceptar que a la mujer mapuche se le continúe viendo como una especie de sujeto folclórico, relegada a su rol de madre, pero sin aspiraciones cuanto participar e incidir políticamente en la contingencia», señala.

Al igual que Millaray y Celeste, Andrea también apuesta por un recambio generacional. «Existe un desencanto con las antiguas dirigencias y pociones políticas que dejaron de representarnos de manera integral como pueblo. Veo a las nuevas generaciones de mujeres mapuches buscando alternativas, aportando en la construcción de nuevos espacios de participación política. Hay un sentimiento global de auto-reconocimiento mapuche que también tiene sus efectos a nivel del empoderamiento de nosotras las mujeres. Creo que los discursos tradicionales sobre participación están dando un giro y se impregnan hoy del valor que conlleva la autonomía por la cual estamos luchando», finaliza.

Voz aymara

Hortensia Hidalgo no es mapuche. Ella es aymara, pero comparte con sus «hermanas de lucha» los mismos anhelos y un similar diagnóstico. «Las mujeres jugamos un rol fundamental en las reivindicaciones de nuestros pueblos. Hemos luchados durantes siglos contra el genocidio, el desplazamiento, la colonización, la asimilación forzada, la militarización. Y somos quienes asumimos el rol de la lucha para proteger, respetar y ejercer, tanto los derechos colectivos de nuestros pueblos, así como nuestros derechos de mujeres dentro de nuestras comunidades», señala. Hortensia es una joven mujer de «armas tomar». Vocera del Consejo Autónomo Aymara, es además presidenta de la Coordinadora de la Mujer Indígena Rural y Urbana de la región de Arica. Forma parte también del Foro Internacional Indígena sobre Biodiversidad, instancia de la cual es encargada de comunicación para Latinoamérica. Por si no bastara, participa activamente del Centro de Comunicación e Investigación Indígena «Chaskinayrampi» de Arica.

«A lo largo de los años he conocido muchas mujeres a nivel local, nacional e internacional que merecen toda mi admiración. Considero que todas las mujeres son un ejemplo, desde la abuela que te enseña a escoger las semillas o las papas en la comunidad, hasta las compañeras que encuentras en las reuniones de Naciones Unidas defendiendo los derechos de nuestros pueblos», afirma orgullosa. «Pero esto no quiere decir -aclara de inmediato- que el hombre no tenga importancia, al contrario, dentro de nuestra cosmovisión aymara existe la dualidad y complementariedad como principio fundamental de la cosmovisión tradicional. Y mientras no exista esa dualidad no eres jaqi (persona). Jaqi es una persona social, que prevalece ante el individuo y se establece una unidad social y colectiva». Sin embargo, Hortensia sabe que una cosa es la tradición y otra la realidad. Y es que al igual que sus hermanas mapuches, las mujeres aymara no han recorrido un camino fácil.

«Dentro de esta sociedad tradicionalmente machista y donde el aporte de las mujeres en lo social, cultural y político se invisibiliza, ha sido complejo y paulatino nuestro avance», reconoce. «Hoy podemos decir que hemos avanzado en el empoderamiento de medios y herramientas para aumentar el posicionamiento en distintos niveles. Pero aun falta por hacer, principalmente seguir potenciando las capacidades en nuestras hermanas de las nuevas generaciones, algo que es fundamental», subraya. «Hoy podemos distinguir organizaciones de jóvenes indígenas organizadas que como objetivo primero comienzan en el aspecto cultural», nos relata. «Aquí en el norte existen muchas organizaciones de jóvenes que comienzan, por ejemplo, atraídos primero por los bailes característicos aymaras, lo que es bueno. El problema es cuando solo se quedan entre el baile y canto. Y el gobierno de Chile fomenta y contribuye en esto último», dispara.

Para Hortensia, una cuota importante de responsabilidad en el machismo que a ratos pareciera caracterizar a la sociedad indígena seria del gobierno y sus políticas de colonialismo interno. «La situación que vivimos las mujeres indígenas se debe también a la aplicación de políticas colonizadoras y neoliberales contra los pueblos indígenas. Cabe destacar que el estado chileno no valoriza la mujer indígena, la cual es invisible en su aporte a los distintos ámbitos de la vida social. Basta decir que no hay políticas públicas específicas que de manera eficaz promuevan la participación plena y efectiva de las mujeres en la toma de decisiones», subraya. «No se nos reconoce, al contrario, cada día pareciera ser mayor la discriminación. Las mujeres indígenas resistimos hoy una triple condición de exclusión: por ser mujeres, indígenas y además pobres», finaliza.