«La mujer es el negro del mundo. La mujer es la esclava de los esclavos». John Lennon
¿A qué obedecen estos comportamientos y cómo es qué aceptamos tantas discriminaciones o violaciones a los más elementales derechos humanos y la dignidad de las mujeres?.
Sin afirmarlo, digo, que tal vez, sean producto de conductas imperantes por siglos, impulsadas mayoritariamente por hombres (sacerdotes y científicos), que dejaron su impronta en la relación hombres-mujeres. Desde ese punto de vista, hemos tenido por un lado, un paradigma religioso fálico, de amo y dominador del mundo y por el otro, el científico mecanicista, con una visión fragmentada, mecánica y materialista de las cosas, que todo lo pesaban, medían, controlaban y apropiaban. Esos paradigmas, originados en las religiones o las ciencias, se trasladaron a la política, la educación, la economía, el arte y en definitiva a todas las áreas de la vida, abarcando toda la cultura y realización humana.
No olvidemos que la Tierra , Gaia, la Naturaleza y las mujeres pertenecen al género femenino y que el modelo de civilización predominante a través de la ciencia y la técnica, siguiendo aFrancis Bacon, ha querido «subyugar a la naturaleza, presionarla para que nos entregue sus secretos, atarla a nuestro servicio y hacerla nuestra esclava» (1), lo que no ha sido una excepción para la femeneidad en general. Partiendo de ese marco de ideas, responsable de muchos de los descalabros sociales y ambientales que padecemos, a la mujer, le ha tocado la peor parte y mediante ese poder, que si bien ha perjudicado a muchos hombres en países empobrecidos, a las mujeres las ha condenado a la indigencia y las desigualdades más absolutas. Afirmando que, lo que es malo para los hombres, es pésimo para las mujeres. Violencia vergonzosa: Paralelo a ese esquema de dominación mundial, existe un correlato sexual, constitutivo de que: «La violencia contra la mujer es el resultado de un desequilibrio de poder entre el hombre y la mujer, y que la violencia sirve para mantener dicho desequilibrio»(2).
Que se expresa en agresión física, el incesto, violación, circuncisión femenina y la explotación laboral, como también en el mal trato sexual, hostigamiento e intimidación en los lugares de trabajo, trata de blancas, prostitución forzada, femenicidio y la presentación degradante en los medios de comunicación. En tal sentido no quiero dejar de remarcar la vergonzosa utilización y exposición de la mujer en la televisión, que ha hecho del exhibicionismo y la procacidad, una constante aceptada, en especial por muchas mujeres. Esa manipulación, conduce a situaciones abusivas y denigrantes de la condición humana, que es multiplicada a niveles nunca vistos en noticieros y programas conventilleros, hoy llamados de chimentos, ante el silencio de muchos.
Esta sociedad de consumo, que basa su ideal de vida, en el tener, en la que todo se compra y se vende, ha adormecido nuestro sentido de alerta y aceptamos como normales las nuevas pautas que prohíjan una cultura del no compromiso y de la prostitución social generalizada, aunque después se escandalicen por lo que pasa. En forma para nada inocente, se ha impuesto la idea de que la mujer es un objeto y que como tal es una mercancía, que se pone a disposición de la ley de la oferta y la demanda, en definitiva al mejor postor. La figura del patriarca mediático, se reproduce a diario y así se hablaba de las mujeres «de» Fort, Sofovich, etc., y hoy especialmente de Tinelli, con poder de vida y obra sobre las mismas.
Cualquier resistencia o reparo de parte de ellas, es condenado a la aniquilación, mediante la exclusión del programa. Los nuevos proxenetas, ponen a disposición de los sectores más favorecidos por el sistema, incluidos a los barones de la soja, una legión de estrellitas destinadas a fiestas privadas, presentaciones y agasajos varios. La realidad, haría ruborizar a la famosa película «Una Propuesta Indecente».
Como decía George Bernard Shaw: «Toda sociedad que desee basarse en un alto nivel de integridad, debería organizarse de manera tal que haga posible que todos los hombres y todas las mujeres puedan vivir de su trabajo con una razonable comodidad, sin vender sus afectos y sus convicciones».
Todavía estamos lejos de alcanzar esos objetivos, pese a todos los esfuerzos que se hacen, por ello hago mío el lamento de Martin Luther King, que dice: «tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena».
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