La inviabilidad social y económica de la «globalización» va a ofrecer una ventana de oportunidad para el despegue de mercados locales y economías más sostenibles
Varios fantasmas recorren Extremadura: la emigración de las personas más jóvenes, la precariedad social, el deterioro ambiental, una creciente desigualdad interna y un aumento de la misma con respecto a regiones de nuestro entorno. Son todos viejos, pero no por más sabidos dan menos susto. Y tienen que ver principalmente con la exportación de Extremadura. Sí, sí, con una economía centrada en la exportación de la propia Extremadura. No de productos elaborados en ella sino de las mismas bases de producción y reproducción sociales: nuestros ecosistemas y los seres humanos que la habitamos. Es decir, perdemos fertilidad y degradamos bienes naturales por un lado; y por el otro lado, no cesa la amenaza constante de despoblamiento de zonas rurales y aumento de la emigración de nuestros jóvenes.
¿Soluciones? Complejas, de corto, medio y largo plazo. Pero sin duda la diversificación productiva, la inversión en sectores pujantes que tengan que ver con economías más sostenibles y la creación de mercados más locales y directos es parte del camino. Y para asfaltar, sembrar mejor dicho ante el previsible encarecimiento del petróleo en la próxima década, el municipalismo puede jugar un papel importante. Por municipalismo entiendo en este artículo el desarrollo de políticas de proximidad. Política realizada por ayuntamientos, por ciudadanía activa, por asociaciones locales y por cooperativas o por tejido empresarial que atiende a las necesidades locales y que cuida de su entorno.
Para hablar de ello en Extremadura estamos impulsando un Encuentro por un Municipalismo transformador. Será en Carcaboso, los días 5 y 6 de Octubre. Para compartir experiencias, miradas y tratar de impulsar agendas que vayan más allá de consideraciones ideológicas. Muchas de estas apuestas están ya en vigor, pero son desconocidas para la ciudadanía o para la clase política. En este artículo paso a desarrollar la crítica y las alternativas a dichos fantasmas, puntos que pueden servir de antesala a los debates y construcciones que por allí impulsaremos.
Más que fantasmas: realidades inviables y penosas
La evolución de economías cada vez más globalizadas, en cuanto a mercados, políticas y financiación, no ha resultado un buen invento para Extremadura. Año tras año somos testigos de las pérfidas consecuencias del llamado «desarrollismo». Se insiste en el mantra de «exportar» sin que te importe el qué, el para qué y el cómo. Se calcula que en Extremadura emigran cada día doscientos jóvenes (de entre 20 y 39 años) por falta de oportunidades o de alicientes para quedarse en estas tierras. Una de las claves, sin duda, es el elevado desempleo, motivado por esa prevalencia del exportar sin transformar en lugar de pensar qué podemos comercializar de forma sostenible para esta región. Según el Observatorio de las Ocupaciones del Servicio Público de Empleo Estatal, en 2017 la tasa de paro llegaba al 25%, casi nueve puntos por encima de la media del país. La tasa de actividad era del 54,32% frente al 58,92% en España. Trabajo, por otro lado, muy precario: el 96% de los contratos tenían carácter temporal, cerca de un 30% con duraciones inferiores a una semana. Situación que se agrava para las mujeres extremeñas: su tasa de paro es seis puntos porcentuales mayor a la masculina y su tasa de actividad catorce puntos menor.
Hablamos a la vez de condiciones de vida, pero también de desigualdades extremas, con una situación de riesgo de pobreza que afecta a cuatro de cada diez personas en Extremadura, algo desesperante y que ha crecido de manera exponencial en los últimos años. Todo ello se produce a la vez que se alaba una política de exportaciones centrada en la extracción intensiva de recursos (y de personas). En una ponencia presentada en el VII Congreso Internacional de Agroecología, el profesor Jaime Aja hablaba de la creciente jornalerización y masculinización del empleo en Extremadura, particularmente en el medio rural: destrucción de empleo autónomo estable, aumento de trabajos más temporales y descenso del empleo para mujeres.
Efectivamente, junto con regiones similares, como Castilla y León, somos la comunidad que más se especializa en la extracción primaria de biomasa agraria, como señala el informe sobre Metabolismo económico regional español. Los ingresos provenientes de las exportaciones se complementan con productos semifacturados (hierro, acero) y energía que hará mover economías centrales como el País Vasco, Madrid y zonas mediterráneas marcadas por un mayor peso de la industria, por el boom inmobiliario y el subsecuente reclamo de una alimentación «barata» a través del control que ejercen las cadenas distribuidoras. Ocupa pues, Extremadura, un papel periférico, con muy baja diversificación industrial y productiva, muy dependiente de capitales e intereses de mercados externos que vienen de fuera y por ello conectada a esos centros, los cuales reclaman infraestructuras apropiadas y poco útiles para el grueso de la población extremeña. Es el caso del impulso que se ha dado al AVE, un tren elitista, en lugar de fortalecer un transporte público regional menos caro para el contribuyente, más sostenible, más asequible para la población y que nos conecte con regiones portuguesas y españolas de nuestro entorno.
La exportación de Extremadura (emigración y recursos naturales) no es nueva. Y aunque Extremadura ha pasado a mostrar unos avances considerables en indicadores sociales y de salud no se han resuelto sus problemas estructurales económicos y políticos, y están en riesgo ciertas conquistas de bienestar para quienes no tuvieron que emigrar. Hace un año repasábamos en un nuevo texto qué había sido de aquella Extremadura Saqueada, libro coordinado por José Manuel Naredo, Juan Serna y Mario Gaviria hace ya 40 años. Algunas de las conclusiones que recogía aquel informe publicado en 1978 por Ruedo Ibérico siguen estando, infelizmente, muy vigentes:
«Con la configuración de un mercado extremeño reducido, inconexo, sin posibilidades de expansión por el oeste, por la línea fronteriza, dependiente del «centro», el sistema asignó a este espacio la función de abastecedora de productos alimenticios y primarios (todos ellos de baja entropía) para las metrópolis industriales y burocráticas potenciadas por el capitalismo, a la vez que se le empujaba a consumir productos manufacturados que se elaboraban en esos centros. De esta manera Extremadura se vio discriminada por una relación de intercambio que ha sido tradicionalmente desfavorable a los productos primarios que exportaba a otras regiones o países.»
La economía sigue el modelo de un campamento minero: extraer y extraer sin que se sienten bases para una economía propia. En su versión más extrema, particularmente en zonas donde incide más la despoblación, Extremadura arrastra una suerte de cruzamiento entre feudalismo y capitalismo, dando lugar a flujos constantes de emigración y subempleos como dinámica constante para esta región. Es lo que ha llamado Juan Agustín Franco, profesor de Economía de la Universidad de Extremadura, «una condena de subdesarrollo permanente revisable».
En el caso de las mujeres, M. Ángeles Fernández y Jairo Marcos hablan de un «doble saqueo»: el de su invisibilización bajo el «desarrollismo» y el derivado del desigual acceso a la titularidad de explotaciones (inferior a un cuarto) y su escasa representación en la dirección de cooperativas.
En sus lúcidos análisis de la conformación jerárquica de España, el historiador Josep Fontana, que nos dejaba hace apenas dos meses, demostraba que lejos de un liberalismo para todos, el siglo XIX estableció la primacía de regiones que se establecieron como centros políticos y económicos del país (como Madrid, País Vasco). Y que en gran medida estas regiones debieron su despegue (caso de Cataluña) a la pujanza de mercados locales y economías orientadas desde su interior, impulsando posteriormente un despegue de exportaciones que no entraron a «saquear» su territorio. En la actualidad, buena parte de la prensa y determinada clase política corre a festejar el hecho de que las exportaciones en Extremadura ya suponen más del 10% de su producto monetario. Las exportaciones en el País Vasco superan el 30% de su PIB, efectivamente. Pero lo hacen a través de fábricas de coches, industria metalúrgica, derivados del petróleo, incluso distribuidoras de consumo. Muchos de estos mercados serán inviables, a poco que el petróleo comience a escasear y la movilidad se reduzca.
Pero aún así, los pilares del bienestar son bien distintos a los de Extremadura: el PIB por habitante es el doble y está el doble mejor distribuido, al margen de ofrecer entornos (renta mínima por ejemplo) que no hacen aumentar las bolsas de pobreza. Recordemos que también hay países del África subsahariana con exportaciones por encima del 30%, precisamente obligados a centrarse en la exportación de materias primas, energía barata y personas que engordarán la actividad y los impuestos de economías centrales. Si seguimos la política del campamento minero, la pregunta es palpable y urgente, nada fantasmal: ¿es que no hay alternativas a la exportación de Extremadura?
Municipalismos: construyendo alternativas a las falacias del «desarrollismo global»
La implicación de la población extremeña en la construcción de mercados locales, más justos, solidarios y sostenibles es una urgencia para poder siquiera replantearnos no seguir cayendo en el abismo. Algunas de dichas medidas tienen un horizonte de medio plazo aunque hay que ponerse manos a la obra inmediatamente. Otras, como el municipalismo, sirven para abonar otras sociedades de forma visible y convincente en el corto plazo.
La inviabilidad social y económica de la globalización va a ofrecer una ventana de oportunidad para el despegue de mercados locales y economías más sostenibles. La producción de energías renovables, el desarrollo comunitario de sistemas de salud y atención a la población en pueblos y barrios, la promoción de una cultura y una educación ambiental que cuide de los territorios, el cuidado como práctica cotidiana y política pública, la construcción de mercados locales, la entrada en un sector alimentario más diversificado y con más acento en valores añadidos derivados de la transformación, el retorno a una ganadería y a una agricultura ecológicas que no sobrepase los límites de recursos disponibles para generaciones venideras, el estímulo al crédito cooperativo local, el desarrollo de mini-industrias que no degraden nuestros entornos, iniciativas de telecomunicación y de educación más controlados por la población y empresas locales, un turismo de matriz más endógena y sostenible, entre otros, son sectores donde Extremadura puede encontrar oxígeno para no exportarse a sí misma.
Dicha relocalización diversificada y sostenible de la economía habría de acompañarse con medidas de redistribución y justicia social que sirvieran para sostener derechos y también potenciales de consumo de proximidad. Hay muchos informes, algunos provenientes de la propia Unión Europea, que hablan de las bondades en temas de empleo, acceso más igualitario de la población y consolidación de derechos mínimos relacionados con el bienestar que se derivarían de un golpe de timón político hacia la sostenibilidad, particularmente en las economías más periféricas.
Buena parte de estas medidas, que aquí no puedo desarrollar, están intensamente relacionadas con el auge de un municipalismo en Extremadura. No entiendo por él la mera existencia de candidaturas (independientes o no de grandes partidos) de carácter local. Me refiero al impulso de una vitalidad local que es necesaria para el despegue económico y político de dicha relocalización que se enfrente de paso a los fantasmas tan reales con los que la globalización azota a Extremadura. Vitalidad que se construye, por un lado, abriendo ayuntamientos a la participación, a los consejos locales y al estímulo de economías ancladas en los territorios: la compra pública con criterios socioambientales, el apoyo al cooperativismo local para la cogestión de servicios sociales y culturales, el impulso a operadores energéticos y economías sociales en comarcas y biorregiones extremeñas, el acceso a un consumo local y a bancos de tierras, la construcción de espacios de cooperación que estimulen la sinergia entre industrias, estructuras logísticas y distribuidores locales.
Vitalidad, por otro lado, que sólo existirá en la medida en que un tejido social despegue y haga suyas las demandas de relocalización. El municipalismo se entiende como una apertura de instituciones pero también como la institución de un asociacionismo social y económico que quiere cuidar su territorio, que mira por el bienestar de sus habitantes y que hace la participación no un eslogan sino una realidad transversal a su forma de actuar.
El municipalismo es, por tanto, una forma de aumentar nuestra cuota de autogobierno. La crisis socioambiental y económica en la que naufraga Extremadura exige más democracia, no menos, pues son los habitantes de un municipio o barrio quienes más pueden identificar y aportar a la hora de enfrentar retos derivados de una inaplazable transición de nuestros sistemas.
Mayoritariamente, las personas jóvenes en Extremadura se identifican con su territorio más cercano (su pueblo, su barrio, su comarca) y quieren quedarse a vivir en él, como daba cuenta el Informe de la Ciudadanía Joven en Extremadura de 2007. Hecho que convive con un asociacionismo muy por debajo de lo observado en otras regiones de España. ¿Será que la política y la cultura existente no conecta con sus necesidades y sus lenguajes? Quizás el municipalismo sea una forma práctica de investigarlo.
Por otra parte, el cambio climático, el agotamiento de los recursos fósiles, la disyuntiva de la emigración o la precariedad y el cansancio de una población que se percibe alejada de instituciones y de partidos generalistas van a demandar legitimidad e implicación de la ciudadanía. El municipalismo no sería tanto la respuesta como una herramienta muy poderosa para recuperar la confianza y la apuesta por cuidar esta tierra. Exportar Extremadura no es la solución. Queremos conservar la posibilidad de vivir aquí una vida digna.
Ángel Calle es agricultor ecológico del Valle del Jerte e integrante del colectivo Comunaria
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