Noventa y dos años de vida de humano y 40 de vida de monstruo no fueron suficientes. Al Lewis (Nueva York, 1910-2006) se fue sin comprender por qué a la gente le gusta pasar miedo. «Quizás es porque nunca lo pasaron en su vida real», se responde sin demasiado convencimiento en el documental Goodbye, America. […]
Noventa y dos años de vida de humano y 40 de vida de monstruo no fueron suficientes. Al Lewis (Nueva York, 1910-2006) se fue sin comprender por qué a la gente le gusta pasar miedo. «Quizás es porque nunca lo pasaron en su vida real», se responde sin demasiado convencimiento en el documental Goodbye, America. A él no le gusta el miedo, precisamente porque se ha cruzado con él un par de veces: la primera en la Segunda Guerra Mundial, cuando se zafó por los pelos del ataque de dos torpedos; la segunda, en su propia casa. «Me miré al espejo y vi a un viejo, sentí miedo».
«El abuelo es fascinante, un ser acojonante, empieza y no sabes dónde va a terminar», asegura Sergio Oksman, director de Goodbye, America. Él acabó rindiéndose a su personalidad. «En realidad, íbamos a hacer un documental sobre una radio pacifista estadounidense, nos enteramos de que el abuelo Munster tenía un programa ahí pero, en principio, él iba a ser uno más», explica.
En 1964 se estrenó en la televisión estadounidense La familia Munster, su emisión terminó dos años después, pero Lewis ya no se pudo separar nunca del abuelo. Ésa es casi la única imagen que la memoria nos devuelve de Al Lewis: maquillado y vestido de negro para interpretar a un Drácula petulante. Sin embargo, Lewis era una de las voces más críticas de la izquierda estadounidense y fue candidato a gobernador de Nueva York por el Partido Verde (además de ojeador de equipos de baloncesto, hostelero, doctorado en psicología infantil, detective…).
«La idea del documental era crear un diálogo entre el activista político y el monstruo. Lewis sabía que el monstruo era casi un pasaporte para hacerse oír y lo utilizaba. Y, si te fijas, Drácula representaba el miedo y él tenía todo un discurso elaborado alrededor del miedo, Drácula era la memoria del mundo y él tenía una memoria increíble», apunta Oksman.
Frente a un espejo, maquillándose para la última actuación del monstruo, Lewis repasa la Segunda Guerra Mundial, la caza de brujas de McCarthy, la guerra de Vietnam, el 11-S, la guerra de Irak… Y es que Goodbye, America es un recorrido por la vida de un lúcido nonagenario y también por la historia estadounidense reciente. Y se nota que el abuelo de América no está contento con su nieto. «Dicen que me vaya si no me gusta, pero ¿adónde? Dondequiera que vaya voy a estar sometido a la política exterior de Estados Unidos. ¿Quieren que me vaya al Polo Norte con los esquimales o qué?». América ha decepcionado al icono. «El documental es un tirón de orejas a su país y un epílogo: el abuelo se despide de América», dice Oksman.
A pesar de que Lewis llamaba a Oksman comandante, entre bromas, en un descanso del rodaje, le soltó: «Habrás visto que más de 100 personas me han pedido un autógrafo. Me tratan como a un icono. Y a ti nadie te conoce. ¿Cómo me quieres dirigir tú a mí». Luego estalló en una de sus sonoras carcajadas y se fue. Oksman le dejó hacer. «¿Quién podría escribir un guión tan maravilloso? Yo me limité a tender trampas a la realidad para que se creara un ambiente, para que contara cosas».
Tras una semana de rodaje en Nueva York, Oksman regresó a España. El proyecto estuvo varado una temporada y en ese tiempo la salud de Lewis empeoró. Cuando volvieron a verse, Oksman lo encontró consumido y sonriente con un largo puro en la boca. «Fue él quien me dijo: ‘Vamos a acabar la película’ porque a mí me daba pudor». En tres días más, Oksman filmó la enfermedad, la entereza y el sentido del humor de un moribundo que parecía extrañamente contento. «Yo sólo quiero morir de golpe, con mi memoria intacta, es lo más valioso que tengo», le había dicho. Y así fue.