En entrevista digital desde Australia, Claudio Véliz (1930), habla de la relación de Neruda con la Universidad de Chile, de la amistad que compartió con Jorge Sanhueza y Homero Arce, de la Carta abierta de los escritores cubanos y del epistolario inédito reducido a cenizas por el incendio de 1983 en el sureste de Australia: […]
En entrevista digital desde Australia, Claudio Véliz (1930), habla de la relación de Neruda con la Universidad de Chile, de la amistad que compartió con Jorge Sanhueza y Homero Arce, de la Carta abierta de los escritores cubanos y del epistolario inédito reducido a cenizas por el incendio de 1983 en el sureste de Australia: «Faltan pocas cartas, pero importantes, incluyendo un par de notas de Pablo que no se habían archivado y toda la correspondencia con Salvador Allende y su esposa, y con Herbert Marcuse, acerca de su programada visita a Chile. Afortunadamente yo estaba trabajando en casa con el archivo de correspondencia con Pablo anterior a 1970, para ver el modo de traer a William Stanley Merwin o Alistair Reid -dos de los mejores traductores de la poesía nerudiana- a participar en uno de nuestros seminarios».
E l economista e historiador Claudio Véliz fundó el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile (octubre de 1966), sin embargo pocos sabían que Neruda inició los trámites ante el rector Eugenio González (julio de 1965), y todavía es desconocida la participación de Véliz en la ceremonia del doctorado Honoris Causa que la Universidad de Oxford otorgó a Neruda (junio de 1965). El epistolario de la «sociedad secreta Nevéliz o Veruda» data de 1963 a 1970; en el 39 aniversario luctuoso del poeta, Claudio Véliz recuerda a su amigo Pablo: «La correspondencia de esa época refleja mejor que cualquier ensayo póstumo o declaración oficiosa el carácter de nuestra amistad, pero aun más decidoras fueron nuestras conversaciones en las que hubo derroche de confianza y candor que dada la condición humana, fueron preciosas precisamente por su intimidad y espontaneidad y la absoluta imposibilidad de hacerlas públicas».
MC.- Pablo Neruda abandonó la Universidad de Chile en 1924, sin embargo nunca perdió el vínculo con su Alma Mater: en 1954 donó sus libros y caracolas, en 1962 aceptó ser miembro académico de la Facultad de Filosofía y Educación, en 1965 lo apoyó para la creación del Instituto de Estudios Internacionales, y en 1973 designó a la Universidad de Chile «albacea de la Fundación Cantalao». ¿Cómo definiría la actividad intelectual de Neruda en relación con la Universidad de Chile?
CV.- Pablo Neruda apreciaba tanto la estabilidad, la permanencia, el buen orden de las cosas, el estar todavía por estos lados, como el dinamismo de los procesos de cambio, así afectaran estos a la sociedad o al individuo. Tenía muy en claro que había que pagar un precio elevado por una u otra alternativa. El dinamismo de la revolución marchaba sobre los escombros de lo establecido, mientras, por ejemplo, la estabilidad de las centenarias y milenarias instituciones religiosas se lograba impidiendo los procesos de cambio. Recuerdo muy especialmente que la única vez que tuvimos un desacuerdo, respecto del trabajo y estatura histórica del sudafricano Dr. Barnard, el de los trasplantes de corazón, explicó que se aceptaba la violencia revolucionaria tal como se acepta una intervención quirúrgica, porque una vez concluida, la secuela de convalecencia y recuperación se caracteriza necesariamente por el restablecimiento del buen orden y la estabilidad.
Abogar, como lo hacen anarquistas y ululantes, por una revolución permanente es tan demencial como pedir una intervención quirúrgica permanente. Seguramente su enfático rechazo al caos y el desorden venía de su experiencia con el anarquismo durante la Guerra Civil Española, y corría paralelamente con su admiración por la estabilidad y el buen orden imperantes en el mundo soviético. La evidente contradicción entre estos dos aspectos de la sociedad y la personalidad humanas le preocupaba, pero le causaba no poca satisfacción el haber encontrado dos entidades que por su sola existencia habían resuelto el problema: la Unión Soviética y la Universidad. En nuestro caso, la Universidad de Chile.
El poeta estaba convencido que ambas entidades eran eminentemente dignas de apoyo, precisamente porque su permanencia y buena ordenación estaban solidamente establecidas y simultáneamente ambas acogían y alentaban el dinamismo creativo progenitor de los procesos de cambio. Me atrevo a ir más lejos y afirmar que la lealtad de Pablo para con estas dos entidades construidas por la mano del hombre era absoluta. No sólo fue el afecto que le guardaba a nuestra principal casa de estudios lo que le decidió a donar sus libros y participar personalmente en apoyo de varias importantes iniciativas universitarias, sino que también le alentó la convicción de que bajo el alero de la Universidad, sus libros tendrían una presencia permanente en la vida nacional y a la vez contribuirían en forma importante a los procesos de cambio, tanto científicos como humanísticos y sociales, que necesariamente se gestarían en el ámbito académico.
MC.- El erudito Jorge Sanhueza hizo la curaduría de la colección de libros y caracolas de Neruda en Chile (1954) y montó la exposición en Suecia (1966), ¿por qué no intentaron llevarla a Oxford en el contexto del doctorado Honoris Causa que recibió Neruda?
CV.- Ignoro las razones, pero no me asombraría saber que hubo problemas de financiamiento. Desgraciadamente no tuve la oportunidad de visitar la exposición en Suecia por encontrarme afanando en otros lugares.
MC.- ¿Cuándo le informó Robert Pring-Mill que la Universidad de Oxford contemplaba otorgarle el doctorado Honoris Causa a Neruda?, ¿ha consultado el Archivo Robert Pring-Mill?
CV.- No recuerdo la fecha y tampoco he tenido la oportunidad de consultar el archivo de Pring-Mill en Oxford, pero trataré de hacerme un huequito en mi próxima visita. Creo que por ahí tengo algunas cartas de Pring-Mill, que me imagino se las hice llegar a Abraham Quezada en su oportunidad.
MC.- En agosto de 1966, el escritor Jorge Edwards visitó al académico sueco Arthur Lundqvist y le sorprendió ver que en su oficina de Estocolmo estaba la «Carta abierta de los intelectuales cubanos» (31/07/1966); Edwards apuntó: «Acababa de recibirla y leerla, y tuve la impresión de que había surtido algún efecto… En la mente de Lundqvist, la carta de los cubanos hacía que los bonos de Neruda bajaran» (Adiós poeta, 1990). ¿Comparte la lectura en el sentido que la Carta de los escritores cubanos le costó a Neruda el Nobel de 1967?, ¿conversó con el poeta sobre la ruptura cubana de 1966?
CV.- Se me hace sumamente difícil especular acerca de las tonteras que jalonan el historial de la Academia Sueca. Desde luego las escandalosas postergaciones de los premios de Neruda y Vargas Llosa, y las igualmente escandalosas entregas del Nobel a Obama y al payaso Al Gore son más que suficientes para desalentar cualquier intento de interpretación racional de tales barbaridades. Ignoro si la Academia Sueca tuvo la menor intención de entregar el premio a Neruda antes de la publicación de la carta de los cubanos.
En cuanto a los temas relacionados con Cuba, las andanzas de Ernesto Guevara y la posición de la Unión Soviética, recuerdo muy claramente varias sosegadas conversaciones acerca de lo que entonces me parecía -nos parecía- una principalísima dimensión del momento político internacional. Como usted seguramente lo sabe, este tema acarreaba ecos del conflicto entre la tesis trotskista de la «revolución permanente», y el «socialismo en un solo país» de Stalin. Lo que ocurrió entre 1960 y 1966 es que la Unión Soviética le retiró su apoyo a lo que consideraba el infantilismo revolucionario de Guevara. Este cambio se vio reflejado en la posición del comunismo ortodoxo y resultó en la desaparición de Canción de gesta (1960) de la bibliografía nerudiana local. Pablo y Matilde no hicieron secreto de su rechazo a lo que consideraban el aventurismo temerario y contraproducente de Guevara. No está demás recordar los estrechos lazos de amistad que les unían, especialmente a Matilde, con los grandes muralistas mexicanos que vieron muy de cerca el trágico desenlace del conflicto entre Stalin y Trotski. Es evidente que la muerte de Guevara, en 1967, facilitó el realineamiento de Cuba en una dirección más acorde con la posición de la gran potencia, en momentos en que el régimen revolucionario requería la ayuda soviética para sobrevivir. En Chile, más adelante, este contraste fue mayúsculo entre la agitación revolucionaria de la extrema izquierda y la necesidad de consolidar lo que ya se había logrado, para así asegurar el avance ordenado del proceso de cambio preconizado por el Partido Comunista.
MC.- La Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos publicó la investigación de Abraham Quezada: «Pablo Neruda – Claudio Véliz, correspondencia en el camino al Premio Nobel, 1963-1970» (DIBAM, 2011). ¿Qué emociones y recuerdos llegaron al leer de nuevo el epistolario de la «sociedad secreta Nevéliz o Veruda»?
CV.- He quedado inmensamente endeudado con mi colega y amigo Abraham Quezada por haber resucitado, con su generosa inversión de muy inteligentes y bien organizados esfuerzos, las emociones, sustos, alarmas y éxitos de aquellos años. Como lo expresé en la nota introductoria del epistolario, sigo convencido que la correspondencia de esa época refleja mejor que cualquier ensayo póstumo o declaración oficiosa el carácter de nuestra amistad, pero aun más decidoras fueron nuestras conversaciones en las que hubo derroche de confianza y candor que dada la condición humana, fueron preciosas precisamente por su intimidad y espontaneidad y la absoluta imposibilidad de hacerlas públicas.
MC.- El epistolario Neruda-Véliz termina en 1970, ¿cuántas cartas y telegramas se perdieron entre el incendio de 1983 y las mudanzas?
CV.- Faltan pocas cartas, pero importantes, incluyendo un par de notas de Pablo que no se habían archivado y toda la correspondencia con Salvador Allende y su esposa, y con Herbert Marcuse, acerca de su programada visita a Chile. Afortunadamente yo estaba trabajando en casa con el archivo de correspondencia con Pablo anterior a 1970, para ver el modo de traer a William Stanley Merwin o Alistair Reid -dos de los mejores traductores de la poesía nerudiana- a participar en uno de nuestros seminarios. Esta es la correspondencia que se salvó y que Abraham publicó en su epistolario.
MC.- Llamó mi atención el epílogo de una carta que usted le escribió a Neruda: «Cuando encuentren a Jorge Sanhueza, Homero Arce, Laurita, Tencha y Salvador, y Rafita, denles nuestros mejores y más cariñosos saludos» (25/01/1966). ¿El poeta no hacía distinción para sus amistades?, ¿compartía la mesa con escritores, políticos y artesanos carpinteros?
CV.- No recuerdo que Pablo y Matilde se hayan sentado a la mesa con Rafita, pero si me consta el gran afecto que tenían por aquel muy recordado artesano renacentista y eximio artista de la construcción a pulso, característica de las moradas del poeta.
MC.- Dos colaboradores e íntimos amigos de Neruda murieron trágicamente: Jorge Sanhueza por enfermedad (1967) y Homero Arce a consecuencia de la tortura infligida por agentes de la dictadura (1977). ¿Cómo recuerda al Queque Sanhueza y Homero Arce?, ¿leyó -en 1967 y 1977- las historias de sus trágicas muertes?
CV.- Alcancé a visitar al Queque en el Hospital J.J. Aguirre pocos días antes de su muerte. Ya estaba muy decaído, pero no tanto como para impedir una ronda de chismes y recuerdos de los años en que nos veíamos a cada rato, ya sea en la biblioteca, o cuando nos visitaba en El Quisco. Recuerdo las bromas que se le hacían por su susceptibilidad a los encantos de sus numerosas y elegantes admiradoras que le visitaban frecuentemente en su escondrijo en las entrañas de la Casa Central, en medio de los libros y conchas donadas por Pablo. Se le acusaba, tomándole el pelo, por supuesto, de seducir a sus admiradoras prestándoles los libros bajo su cuidado, a lo que él contestaba, me imagino que también en broma: «era mucho mejor libro perdido y leído, que libro retenido y no leído».
Homero Arce era un ser humano encantador, generoso, imaginativo y espléndido ministro plenipotenciario de Pablo Neruda, pues con su amabilidad y encanto personal conseguía todo lo que Pablo quería, cosa que frecuentemente exigía la cuadratura de numerosos círculos. Me emociona recordar cuando llegó a comer a Isla Negra con los primeros ejemplares de su libro de poemas sobre árboles, incluyendo uno maravilloso del cual todavía puedo recitar algunas líneas:
«Álamo del camino, mástil de oro,
Navío de las olas forestales,
alta columna de esplendor sonoro,
dame una rama de tu fuerza alada
un gramo de tus íntimos metales,
y nacerá la luz en mí enterrada»
Algunas de las comidas más agradables y conversadas eran con Matilde y Pablo, Homerito Arce y Laurita Reyes, y nosotros dos, sin afuerinos, porque a Homero y Laura no se les sacaba palabra cuando había otra gente, en familia se soltaban la trenza y sus observaciones incisivas, perspicaces e ingeniosas llenaban la noche y nos tenían a todos llenos de risa. Me apena enormemente enterarme que tuvo una muerte tan cruel e injusta. No lo sabía. Desgraciadamente, a pesar de todos estos aparatos eléctricos, seguimos a merced de la tiranía de las distancias y mucho que deberíamos saber no lo sabemos.
Mario, le voy a pedir un favor grande. Ocurre que entre los libros que se quemaron en 1983, perdimos nuestro ejemplar de aquellos poemas de Homero en que aparece lo del álamo del camino. Si es aun posible obtener este libro en Santiago, Valparaíso, México, Quito o donde usted ande dando vueltas, se lo voy a aceptar con gratitud como honorario por estas respuestas.
MC.- ¿Cuándo visitó por última vez a Neruda?, ¿dónde estaba el 23 de septiembre de 1973, al enterarse de la muerte de su querido amigo Pablo?
CV.- La última vez que estuvimos con Pablo y Matilde fue cenando en Isla Negra, hacia fines de 1970, pero no tengo como averiguar la fecha exacta. La tristísima noticia de la muerte de Pablo nos llegó aquí, en Australia, donde hemos estado residiendo desde mediados de 1972, con un par de interrupciones cortas, en Londres, a fines de los setenta, y una larga en Boston, entre 1989 y el 2003.
MC.- Finalmente, Manuel Araya denunció la negligencia médica y una sospechosa inyección en la muerte de Neruda, el chofer del poeta fue detenido y torturado el 23 de septiembre de 1973. ¿Estudió las noticias sobre el presunto asesinato de Neruda?
CV.- Es posible que a todos los octogenarios los empellones de la vida nos hayan vacunado contra esta especie de especulación, que va desde el prematuro deceso de Mozart al asesinato de los hermanos Kennedy, un Papa reciente -no recuerdo cuál-, la Princesa Diana y Eduardo Frei, todos presumiblemente víctimas de siniestras y muy exitosas conspiraciones. Por ahora, y desde estas latitudes, lo que puedo afirmar con certeza es que los rumores y presunciones que usted menciona no han llegado por estos lados.
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