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As-Sirk As-Saghir, un grupo de circo voluntario en Palestina

Niebla y payasos

Fuentes: 20minutos

¡Oh rey!, yo no siento sufrimiento y, a despecho del cruel tratamiento que he sufrido, no siento el fuego de la ira. Mi corazón no tiene más que sentimientos de benevolencia por mi madre, que ha ordenado arrancarme los ojos. Príncipe Kunala (leyenda budista). Tras conocer El Pequeño Circo de Nablús… Pienso en Miliki, Gaby […]


¡Oh rey!, yo no siento sufrimiento y, a despecho del cruel tratamiento que he sufrido, no siento el fuego de la ira. Mi corazón no tiene más que sentimientos de benevolencia por mi madre, que ha ordenado arrancarme los ojos. Príncipe Kunala (leyenda budista).

Tras conocer El Pequeño Circo de Nablús…

Pienso en Miliki, Gaby y Fofó al trote, asustadísimos, meándose en los pantalones. En Marcel Marceau levantando las manos al cielo. Pienso en Charlot tropezando con barricadas de basura ardiendo. En Tortell Poltrona, cabizbajo, haciendo caso omiso a los insultos. Pienso en payasos, y en mi infancia. Y en Charlie Rivel desangrado .

No pienses tanto, me digo. Los payasos fueron creados para recibir el cruel envite, la desgracia ajena es el chiste universal : una zancadilla ‘amiga’ y el payaso tropieza/ basura ardiendo/ una bomba de tinta explota en su rostro al caer/ es rematado en el suelo, tuerto por el chorro de la flor traicionera…

¡Desalojen el circo!

Risas. Aplausos. ¿Cómo se sienten ustedes?

Que los jóvenes palestinos sueñen con un gran circo tiene su lógica cruel. Deben convertir la desgracia en humor ácido, capaz de traspasar las armaduras , inocular lo blanco en lo negro, formar un arco iris en las pupilas que sólo enfocan piedras en las canteras del odio.

El Pequeño Circo quiere hacer de una gran cárcel una carpa de color. Una utopía. En eso consisten las utopías. Porque ya nadie puede creer en ideologías o en máximas de mercado. Sólo en sueños humanos, sueños animales, sueños de vida, justos, necesarios, urgentes, prioritarios, legítimos. Soñar en cosas humanas. Las ideas yacen en una cuneta, asesinadas.

Visitar Nablús fue donde el viaje encontró su objetivo, pisar al fin Ítaca, la tierra barrida por los vientos de la historia moderna, y a la vez tan antigua. En ningún otro lugar de Cisjordania se puede ver con mayor claridad-oscuridad, sería el término preciso- qué representa una ocupación militar.

Pienso en la demagogia en la que todos caemos: las imágenes más cercanas las encuentro en los campos de concentración. No es lo mismo. Pienso en el gueto de Varsovia: un barrio-ciudad sitiado, como Nablús. No es lo mismo. Pienso en el horror de los hombres bomba, los mutilados de Tel Aviv, y en las justificaciones de Israel para encarcelar esta ciudad-barrio de 120.000 habitantes. No-es-lo-mismo. Y en el horror de los niños piedra que no conocen otro juego que el de la intifada y mueren como ratas. Y en el horror de los niños soldado que afirman que están limpiando el mundo, su mundo. Las ideas yacen en una cuneta, digo, y claman con fuerza venganza.

El día anterior de visitar Nablús, viernes, 23 de diciembre, Cristina- una compañera de Europa Press- y yo, visitamos la Red en busca de pistas. «Heridos en enfrentamientos dentro de Nablús» . «Hamás y Al Fatah se enseñan los dientes». Hamás estaba preparando su aniversario en la ciudad. Y los seguidores de Al Fatah abrieron fuego .

Alquilar un coche nos costaba el sueldo trimestral de un palestino. «¿Están seguros de que quieren ir a Nablús?» , nos dijo el recepcionista del hotel Bethlehem. «Nablús no es como aquí (Belén), tiene una situación muy complicada», advirtió en un perfecto español pausado.

No alquilamos el coche. Incluso pensamos en cambiar de planes, visitar Tulkarem. Noticias de aquella misma noche en la web: «Una estudiante abatida en Tulkarem por un francotirador israelí» .

Todos (reporteros con gran experiencia o expertos de ONG) nos recomendaban llegar hasta Nablús en un coche con matricula israelí. «¿Además, qué queréis hacer en Nablús?», me dijo un cámara de Televisión Española. «Si quieres salsa (conflicto, tiros, piedras) vete a Hebrón al atardecer» .

Cristina y yo no queríamos salsa . Queríamos Nablús, que « suena a niebla «, como bien dijo aquel veterano reportero aragonés. Al día siguiente nos montamos en un autobús rumbo a Ramala.

Si no podíamos llegar a Nablús, el plan era entrevistar a Maha, líder de la progresista Unión de los Comités de Mujeres Palestinas. Tenía que cerrar un reportaje como fuera. El día anterior las cosas habían salido ciertamente mal, y no quería perder ni un sólo minuto más de trabajo.

En Ramala, al bajar del autobús, nos recibió un taxista alzando sus manos. Gordo. Con un gorrito redondo árabe, muy gracioso. Excesivamente hospitalario. Un mercader. Le preguntamos cuanto costaba ir a Nablus (20 euros) y el tiempo que podríamos tardar (40 minutos). Antes de lanzarnos a la ciudad de las refriegas, con un muerto y secuestros incluidos, quisimos tomar un café. Nos acercamos a un policía para preguntarle como estaba la situación. «¡Yo soy de Nablús!», respondió. «Espera que llame a un amigo». Usó su móvil y en seguida nos dio respuesta. «Dicen que entre Al Fatah y Hamás hoy las cosas parecen más tranquilas, pero que vigiléis en las carreteras con los soldados israelíes» .

El taxista nos llevó por los caminos de esa Palestina de colores quemados, ese pedregal de inverosímiles olivos, de urbanizaciones fortaleza (asentamientos judíos), de barriadas olvidadas. Pero antes paró en un colmado, y compró ocho cervezas y una bolsa de cacahuetes. Nos invitó a beber, brillaba el sol, y proseguimos el viaje con la algarabía de la música egipcia como banda sonora hacia el checkpoint más cercano…