Profesor, ensayista, traductor, escritor, filósofo, Nicolás González Varela acaba de publicar en la editorial Montesinos Nietzsche contra la democracia. El pensamiento político de Friedrich Nietzsche (1862-1872), motivo central de esta conversación. SLA: Inicias tu volumen con una cita de Nietzsche: «La aniquilación del ‘suffrage universel’. Es decir: del sistema mediante el cual los de más […]
Profesor, ensayista, traductor, escritor, filósofo, Nicolás González Varela acaba de publicar en la editorial Montesinos Nietzsche contra la democracia. El pensamiento político de Friedrich Nietzsche (1862-1872), motivo central de esta conversación.
SLA: Inicias tu volumen con una cita de Nietzsche: «La aniquilación del ‘suffrage universel’. Es decir: del sistema mediante el cual los de más baja naturaleza se prescriben las leyes a sí mismos como si fueran superiores. La aniquilación de la mediocridad y de su aceptación». ¿Es esencialmente ese el nudo democrático contra el que Nietzsche arremete? ¿Su finalidad es la aniquilación de esa supuesta mediocridad y del consenso en torno a ella?
NGV: Se ha intentado «democratizar» a Nietzsche, maquillarlo, domesticarlo. Nietzsche nunca fue, ni pretendió ser, un demócrata, mucho menos un anarquista. Se trata de una fábula, un Nietzsche que aparentemente llevó «una vida como literatura», pero una fábula institucionalizada y legitimada con el sello académico. Basta simplemente con saber leerlo con lentitud, una condición que exigía de sus lectores, para descubrir lo opuesto. Él mismo definía su pensamiento como eminentemente ético, como una suerte de radicalismo aristocrático. Llamar a la filosofía política de Nietzsche un aristokratischen Radikalismus, (término que el propio Nietzsche aceptaba de su primer biógrafo y divulgador Georg Brandes) es hoy un grito en el desierto, un escándalo, ir contra corriente, enfrentarse al poder de la filosofía como institución, no seguir la moda marcada en París, verse aislado (de colegas y recursos), en algunos casos no poder investigar o publicar. Los grandes historiadores sociales o de las ideas (pienso en Domenico Losurdo, Eric Hobsbawm, Norbert Elias, George Lichtheim, Arno Mayer, Zeev Sternhell o Ernst Nolte), no tienen ningún inconveniente ni tabú en «situar» al pensamiento de Nietzsche en la gran corriente reaccionaria que desembocará en el fascismo europeo. Parece que entre gremios académicos la calibración de época del pensamiento nietzscheano es diametralmente opuesta. Ahí algo está sucediendo, es síntoma de problemas, señala un obstáculo ideológico profundo. Su filosofía práctica es incompatible no sólo con el Socialismo y el Comunismo, sino con cualquier idea de democracia tibiamente liberal. Es incompatible con la Modernidad in toto. Una y otra vez en sus escritos esotéricos como exotéricos, los publicados y los no publicados, como en su correspondencia, ataca sin piedad el carácter cada vez más democrático, cada vez más horizontal de la Modernidad. Y propone una alternativa bien diferente: no un retorno al Ancien Regime que existía en Europa ex ante 1789; nada de volver a las viejas jerarquías feudales, sino la creación y cultivo de una nueva casta de señores que dominará Europa y luego la Tierra. Y para ello Nietzsche meditaba sobre qué forma estado sería la más conveniente y funcional. En los aforismos póstumos, la frase que citas es de 1884, los llamados Nachlass, es incluso más duro, señalando que la concepción que tienen los socialistas de una «alta sociedad» (la democracia social) es en realidad lo más bajo en el orden del rango de la Naturaleza, el Rankordnung, y describe la doctrina democrática como la conclusión lógica de los seres en el último peldaño del orden natural, de los más idiotas y envidiosos. Nietzsche a nivel retórico-polémico usa lo que él llama el sentido político de la metáfora. Con frecuencia utiliza la palabra Heer, rebaño, para referirse al homo democraticus, incluso «crea» conceptos nuevos peyorativos como aparato crítico contra la idea democrática como Heerdenglück, Heerden-Furchtsamkeit, Heerdengewissen, Heerdeninstinkt, Heerden-Tugenden, Heerdenmensch, Heerden-Moral, es decir: Felicidad de Rebaño, Timidez de Rebaño, Instinto de Rebaño, Virtudes de Rebaño, etc. La democracia es una tiranía del rebaño, de los «demasiados», de las «moscas comunes», de los Untermenschen. La Genealogía, un componente básico y crucial para Nietzsche en toda crítica a la Modernidad, demostraba ante sus ojos que los restos del Judaísmo, el Socratismo, el Cristianismo, latía bajo la forma de la teoría democrática en el mundo desacralizado burgués. Y la más terrible revuelta es la imposición de la igualdad entre los hombres, depravación fisiológica y moral que lubrica al estado democrático. Quisiera contarte una anécdota. Oscar Levy fue el introductor de Nietzsche en Inglaterra, era un médico de origen judío y estaba entusiasmado con Mussolini como encarnación del ideal nietzscheano. Se conocieron personalmente y en una carta de 1924 Mussolini le confiesa que «Usted alude al ‘color nietzscheano’ de mis discursos y escritos. Está en lo correcto en asumir que estoy influenciado por él. Quince años atrás, cuandor era un hombre joven y había sido expulsado al cantón suizo, me topé con sus libros. Los leía a todos sin excepción. Me impresionaron profundamente. Los libros de Nietzsche me curaron de mi Socialismo. Abrieron mis ojos sobre la jerga de los políticos como aquello que ‘el consenso de los gobernados’, y sobre la crencia de valor íntimo de cosas como ‘el Parlamento’ y ‘el sufragio Universal'».
SLA. La más terrible revuelta es la «imposición» de la igualdad entre los hombres dices. ¿Hay más «revueltas» nietzscheanas?
La segunda es el rechazo al Mundo qua Naturaleza, la Naturaleza entendida como un Ordnung jerárquico. Estos dos elementos básicos de la ilusión democrática, que fueron potenciándose desde la decadencia de la Grecia trágica, se basan, como señala con ironía, una torpe malinterpretación de la idea moral cristiana. El cristianismo es vendetta de las clases inferiores, puro ressentiment contra la aristocracia y los mejores y Pablo es «el hebreo, el eterno hebreo par excellence«, manipulador de masas con el cinismo lógico de un rabino que se camufla en lo sacro para obtener el poder. En un fragmento póstumo escribía: «el bienestar sobre la Tierra es la tendencia de la religión judía… contra la despreciable frase judía de que el cielo está en la Tierra». Sólo es posible poner en cuestión las ideas morales y políticas de la modernidad burguesa (que incluye el socialismo) con la condición de hacer el ajuste de cuentas definitivo con el cristianismo. El cristianismo es el que ha creado el modelo revolucionario por complot, «conjura maligna» (Verschwörung) le llama Nietzsche, la rebelión de los miserables contra los bien nacidos y victoriosos. El monoteísmo, un solo ser superior, niega la posibilidad de la existencia de una casta de superhombres, con lo que se niega teológicamente su existencia en la Tierra. Sobre un mundo, el helénico-romano, que consideraba obvio y «natural» la desigualdad y la institución de la esclavitud, el hebreo-cristianismo impone que todos somos iguales ante Dios. Nietzsche creía que las mejoras en el «hombre-tipo» solo las podría efectuar una sociedad aristocrática, piramidal, con sus clases y estamentos químicamente separados, una sociedad que creará un nuevo orden jerárquico, que diferenciara e hiciera desiguales a los hombres entre sí. La democracia, incluso la monarquía constitucional, no era más que un síntoma más de la decadencia y morbosa declinación de Occidente. Nietzsche estaba bien obsesionado con la idea de Democracia: el concepto aparece en su obra nombrado 170 veces
¡Ciento setenta apariciones del concepto en su obra!
Sí, sí, es uno de los términos (con sus variantes) que con más frecuencia usa. Dice Nietzsche: «El descrédito, la decadencia y la muerte del Estado, el impulso a la persona privada (me cuido de decir: el Individuo) es la consecuencia del concepto de Estado Democrático; en esto consiste su Misión.» La lucha epistemológico-política entre el liberalismo y el aristocratismo radical, la traducción metafísica de las luchas políticas en el ascenso de la burguesía, nacieron con la Gran Revolución francesa. Desde el debate de Hegel contra la escuela reaccionaria del derecho de von Haller, pasando por Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville, Burke, De Maestre, Taine, Renan, Spencer hasta llegar a su maestro Schopenhauer, Nietzsche se encuentra situado en el clima ideológico de la restauración europea. Los motivos nominalísticos extremos en la crítica reaccionaria a los principios universales (Droits del hombre, etc.) serán un punto saliente de la Kulturkritik de Nietzsche hasta llegar a su perspectivismo como Voluntad de Potencia.
Nietzsche contra la democracia lleva por subtítulo «El pensamiento político de Friedrich Nietzsche (1862-1872)». ¿Por qué esa acotación temporal? ¿No hay nada de interesante en el pensamiento político de Nietzsche fuera de esa década?
Hegel señalaba, con justeza, que el subtítulo de un libro era en realidad su «título secreto». Mi intención es abarcar toda la vida activa de Nietzsche e intentar leerlo a contrapelo de la corriente tradicional, anteponer la centralidad política (y ética) de su pensamiento, reafirmarlo como un pensador totus politicus, o en su propio lenguaje, como filósofo-legislador. El libro abarca la primera (y subestimada) etapa inicial de Nietzsche, un período intelectual fundamental en su desarrollo, y que ha sido menospreciado por los escolares y especialistas académicos, que sólo consideran digna de su obra lo que ha escrito en los últimos cinco años de su vida. El Nietzscheanismo ha vulgarizado determinados topos nietzscheanos, ha canonizado un par de textos y una determinada parte de su evolución intelectual, y construido un Nietzsche mutilado, irreal y ad usum delphini. Esa es la primera reivindicación del libro, una operación textual que funge en el corazón mismo desde donde se construye hermenéuticamente un falso y maquillado Nietzsche. La segunda reivindicación implícita es que ese menosprecio por sus primeras etapas van contra la letra y el espíritu del propio Nietzsche. Como señalo en mi libro, el propio Nietzsche maduraba sus ideas volviendo una y otra vez sobre sus libros primerizos, sobre sus manuscritos de años pasados, incluso volvía a releer varias veces los libros preferidos de su juventud. Para entenderlo en su magnitud y profundidad como pensador, debemos darle la misma jerarquía en la exégesis que los famosos y cansinos textos tardíos sobre el Eterno Retorno de lo igual, Voluntad de Poder, el Übermensch o el Nihilismo. Y es que justamente estos conceptos centrales para el Nietzscheanismo son incomprensibles sin el humus político de su etapa de formación. De hecho descubro en el libro muchos gérmenes y esbozos ya en años muy tempranos, lo que nos indica una increíble continuidad y coherencia en su obra. Mi intención, en la cual ya estoy trabajando en la actualidad, es seguir el trabajo sobre Nietzsche político hasta completar su etapa activa. Me he detenido tanto por razones de trabajo como editoriales, pero la acotación temporal no está significando ninguna valoración ni del Nietzsche medio, ni del joven. Sigo trabajando en el proyecto y espero con la gran casa editorial Montesinos.
Déjame insistir un poco más en nudos que ya has señalado. En el prólogo hablas de la existencia de «una larga y venerada tradición interpretativa que niega y obtura toda posibilidad de una lectura política de la obra nietzscheana». ¿Por qué? ¿De dónde surge esa «venerada tradición»? ¿Cuáles son sus argumentos más importantes?
La importancia de Nietzsche, su fama y puesta de moda, en la institución académica (una paradoja para un autor que aborrecía al «profesor de filosofía» y a la academia burguesa in toto) es reciente. Podemos fijar fecha: después de 1945 Walter Kaufmann lo ha rehabilitado y santificado para el mundo anglosajón; los libros de Gilles Deleuze le dieron el bautismo institucional en Europa (y el necesario guiño desde la industria filosófica parisina) y lo terminó de «legitimar» la deconstrucción, el posmodernismo y el neopragmatismo. El Nietzscheanismo era ya un fenómeno de literatos, artistas y poetas a fines del ‘900, pero sin el prestigio de ser reconocido como filósofo digno de la universidad burguesa. Nietzsche tuvo que esperar para figurar en el panteón de los autores respetables. La espera fue en realidad una paciente represión/mutilación/domesticación de sus textos. Un caso similar es, salvando las distancias, el que ocurre con Heidegger. La importancia de Nietzsche, su «suerte» y los derroteros de su recepción (siempre acrítica), cobra importancia a partir de que es «reconocido» como propio por la Academia (=estado), incorporado a sus planes de enseñanza (mientras, por ejemplo, Marx no), masificado, edulcorizado y finalmente reducido a una Vulgata. La Vulgata nietzscheana no comienza en la interpretación y en la exégesis caprichosa y maquillada, sino en la misma traducción de sus textos, en el aparato crítico de sus libros. El «clima interpretativo» comienza ya en las mismas ediciones de Nietzsche: el problema no son las imprecisiones del traductor, los errores o las precisiones filológicas: casi ninguna traducción está exenta de divergencias lingüísticas y semánticas. El problema es el método que, como protocolo ideológico oculto, preside las imprecisiones, los errores y las variantes. En las ediciones en español es donde en primer lugar se «construye» la hermenéutica de la inocencia de Nietzsche, un curioso Nietzsche castrado y expurgado, irreconocible. Los textos de Nietzsche en español hay que tomarlos con cuidado y si es posible contrastarlos con los originales en alemán. El clima ideológico del Nietzschéisme los ha expurgado, en el espíritu ecuménico de Kaufmann, Colli y Foucault, de toda connotación política e histórica, a pesar del mismo Nietzsche. La lectura en clave «musical» de Nietzsche es una forma elegante y académica de autocensura. La imprecisiones no se deben a las limitaciones en el manejo de la lengua alemana, sino al propio método, cuya preocupación no es entregar el texto de Nietzsche en condiciones hermenéuticas óptimas, sino en defenderlo, blindarlo y resguardarlo de toda connotación histórico-política. Un segundo nivel de autocensura es el aparato crítico de geometría variable en las ediciones de Nietzsche: se evita toda cita que tenga que aclarar o ampliar información que no se ajuste al canon oficial. La Vulgata nietzscheana distorsiona ya desde su método el mismo trabajo de edición, obsesionada por remover, minimizar, banalizar o reprimir, como un elemento disruptor en la sana comprensión del Nietzsche puro, el mundo vital histórico y político. Esta obsesión de la hermenéutica de la inocencia puede llegar a la misma autocensura, de las cuales relato algunos casos en el libro. La venerada tradición se traduce un Nietzsche excomulgado, exorcisado, mutilado, que en realidad le quita toda la terrible grandeza de su pensamiento. Una hermenéutica de la inocencia que expurga sus escritos de toda connotación con el mundo histórico, político y social. Y que, llegado el caso, suaviza cosméticamente sus terribles conclusiones. Salvo liquidando o reprimiendo etapas completas de su desarrollo intelectual, salvo eliminando lo que efectivamente escribió de puño y letra, salvo intentando trastocar sus textos en alegorías y metáforas espirituales, no es posible mantener la coherencia del pensamiento de Nietzsche si no se lo comprende como una denuncia militante y Kulturkritik a la Modernidad burguesa y la revolución.
Dejo tu apunte sobre Heidegger para una futura ocasión. Nietzsche diferenciaba, también tú lo señalas, entre lo que hacían los políticos, la pequeña política, y la verdadera y gran política. ¿Cómo concebía esta última? ¿Qué era para él «la gran política»?
Supuestamente Nietzsche asume que su política de transvaloración de todos los valores y Kritik a la Modernidad, ha inaugurado esta nueva dimensión de la filosofía práctica. Nietzsche no trata a las formas del Estado como parte de la teoría jurídica general del Estado, sino como elementos de la teoría general natural-social del Estado, invirtiendo las tendencias de la filosofía política de fines del siglo XIX, tales como se estaban desarrollando en la propia Europa. Paradójicamente el concepto grosse Politik nietzscheano es muy problemático y enigmático, casi tanto como sus famosos coetáneos «Eterno Retorno» o Übermensch. La expresión, un ironischer Begriff, un concepto irónico, es usada una treintena de veces en sus escritos, siempre referida a sucesos político-sociales contemporáneos ocurridos en el IIº Reich y criticando a la Realpolitik de Bismarck. A pesar de la hermenéutica de la inocencia del Nietzscheanismo, Nietzsche es mucho más agudo e inteligente que sus acólitos posmodernos: no sólo le interesa la Política, sino que en su perspectiva nunca limita su concepto y alcance al fenómeno del Poder tal como se presenta en La Modernidad. Diferencia, bien como tú señalas, entre dos niveles de lo político, con la metáfora espacial de pequeño o grande. Así la kleine Politik, «pequeña Política» aparece relacionada con el amor por el Poder en sí mismo, la lucha de partidos, etc. que produce una sensación fantástica en los hombres y termina alejando a la grosse Politik de las aguas profundas. Sobre la «Gran Política» hay una veintena de menciones sin aclarar en la década de 1880’s y la única definición formal que conocemos del concepto recién llegará muy tarde, enero de 1889, en el Nachlass. Nietzsche explica su idea en dos proposiciones. Primero dirá que la «Gran Política» hace a la Fisiología dueña de todas las cuestiones (incluida la social y la obrera) y que ella será la que creará con su poder una raza humana fuerte que eliminará los elementos parasitarios y degenerados, privilegiando lo que llama höheren Art Seelen, un tipo superior de almas; la segunda proposición es que la «Gran Política» es una guerra a muerte contra el vicio, y vicioso es para Nietzsche cualquier ataque o enfrentamiento contra la Naturaleza y su Rangordnung, es decir: la misma idea democrática. Por ello la solución final al problema democrático (y a la cuestión social) será tarea primordial de la Fisiología, ya que se debe dar traducción política en una particular forma de dominio estatal, a la justa separación química de los diferentes tipos de hombre que nos señala el orden natural, injusto y no-igualitario, de la misma Naturaleza. Por ello en la utopía nietzscheana ya no habrá ni estamentos como en el Ancien Régime, ni clases como en el mundo burgués, sino castas férreamente sujetas y segmentadas. Nietzsche se enfrenta a la desmembración de la antigua Politik en una doctrina abstracta de la lucha por el Poder en-sí (Maquiavelo) y, por otra, en un derecho natural racional público (Hobbes). Cuando Nietzsche incluye en sus juicios políticos conceptos e instrumentos tomados de ciencias como la Economía Nacional, la Fisiología, la Pedagogía, la Psicología, la Antropología, la Sociología o la Geografía, que nos parecen hoy en el siglo XXI referencias extrañas y ajenas, simplemente está haciendo retornar al viejo concepto de la filosofía práctica ciencias que se «dedujeron» de ella con la Modernidad. ¿Es la grosse Politik nietzscheana el equivalente reaccionario de la antigua episteme politiké como ciencia directora? Creemos que sí. Para Nietzsche es indudable, aunque sólo nos haya dejado esbozos e intuiciones, que la grosse Politik se basa en la superior perspectiva fisiológica y resulta la clé de voûte en la lucha contra la Modernidad.
Entre las sorprendentes consideraciones que expones y defiendes en tu libro una llama poderosamente la atención: Nietzsche es, afirmas, en todos los sentidos además, «más radical y más in-mediatamente político que el propio Marx». ¿Pero no era Marx un filósofo que ya de joven hablaba explícitamente de que no bastaba con interpretar el mundo sino que era necesaria su transformación?
El conflicto bimilenario entre Señores y Esclavos lo domina todo, no es una dialéctica histórica sino una diferencia naturalística y oposición sin síntesis. Si para Marx el motor de la historia de la Humanidad es la lucha de clases, el conflicto dejaba zonas políticamente neutras, esferas en las cuales lo político no tenía la posibilidad de una relación inmediata. Un ejemplo era el Arte o la propia Ciencia, un ámbito parcialmente trascendente a la oposición y lucha entre clases. Nietzsche es más radical: no existen territorios «neutros», todo está subsumido a la lucha mortal (y eternamente igual) entre la Moral del Señor y la Moral del Rebaño, de los esclavos. No se escapa ni los poemas de Homero, ni la tragedia de Eurípides, ni la ópera, ni el silogismo socrático, ni siquiera ¡la misma Física!, que con sus teorizaciones de leyes válidas para todos re-envía inmediatamente al igualitarismo. Para Nietzsche el entero devenir histórico se encuentra en todo momento y ámbito atravesado por el encuentro entre señores y siervos, que no sólo es plurimilenario sino en último análisis eterno, y no existe ninguna producción artística o cultural (incluida su propia filosofía) que pueda ser inmune a la actualidad y presencia de este combate. Te daré un ejemplo que pocos conocen sobre la propuesta de Nietzsche de un contrasilogismo, un silogismo antisocrático.
Estoy ansioso por conocerlo.
¿Cómo poner en el filo de la Kritik a la decadencia de Occidente dos mil años de historia y de falsa conciencia? La única posibilidad es ir más allá de la esfera socrático-cartesiana conceptual y conciente. No pueden usarse instrumentos lógicos heredados de la bárbara Modernidad (que incluye al propio Aristóteles). Se debe aferrar el «sentido» de la vida en su orden jerárquico natural y transmitirlo a los mejores. ¿Cómo hacerlo? Nietzsche intenta, primero a través de su propio estilo (anti sistémico y anti ensayístico, en forma y contenido, aforismo, poesía. etc.), luego a través de un método de antisilogismo radical. La hipótesis de Nietzsche es que los hombres inferiores («escasos de fuerza vital», Untermensch) tienen necesidad, por su simpleza e idiotismo, de «la lógica, la inteligibilidad abstracta de la existencia, porque la lógica tranquiliza e inspira confianza». Para comprender esta pasión por el silogismo y la deducción cartesiana, dice Nietzsche, «basta fijarse en los anarquistas». Los Übermensch, los superhombres, «el ser cuya exuberancia es mayor», el hombre dionisíaco, no necesita de este género de deducción (que «disipa el temor»). Al tradicional silogismo (en alemán: Schluss) Nietzsche le superpone el «silogismo retrógrado» o refluente (Rückschluss) como método de indagación que permite superar la lógica tradicional: «se trata de deducir de la obra su autor, del hecho quien la ha realizado, del ‘ideal’ aquel para quien es una necesidad, y de cualquier manera pensar y de juzgar las cosas a la necesidad a que responde». El «silogismo retrógrado» permite, combinando fisiología, psicología e historia, llegar a lo que Nietzsche llama «interpretación», el martillo del crítico contra la Modernidad. El alogicismo de Nietzsche es una elección consciente, apoyada en el diagnóstico milenario que la mediación conceptual, la «escolástica de los conceptos», la cadena de demostraciones está viciada ideológicamente hasta la médula (carece de todo valor para el «partido de la vida») y la relación ser y pensamiento se basa ahora en capturar la «estructura del alma», en un nexo misterioso entre interprete e interpretado. Es una discusión y exploración del intento de ruptura epistemológico de Nietzsche que nos llevaría todo un libro. Jaspers llevaba la razón cuando afirmaba, en un trabajo que influyó mucho en Heidegger, que Nietzsche había diluido el discurso filosófico y epistemológico en la pluralidad de la psicología de las visiones del mundo. Contra lo que pensamos, Nietzsche no era un contemplativo, ni un santón retirado, ni un mandarín académico, ni un alienado rumiando su sistema filosófico: pensaba a sus libros como anzuelos, como redes que influirían sobre los que influyen. Yo soy un martillo, repetía, siendo consciente de su papel en la lucha ideológica. Su paradigma de Übermensch, de Superhombre era justamente el menos contemplativo y el más político de los filósofos de la Antigüedad: Platón.
Usas con profusión en tu ensayo la categoría Nietzschéisme. Me gustaría preguntarte sobre ella. Empecemos por este punto en la continuación de esta conversación. ¿Te parece?
Me parece.
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