Leo sobre la Alemania nazi. Muchos escritores actuales están obsesionados por investigar hasta sus últimas consecuencias literarias los detalles y los porqués de aquella barbarie. ¿Cómo pudo ocurrir? Cada uno exprimirá su numen para encontrar algún argumento que suene novedoso, que parezca original. Pero parece importante sobre todo resaltar la aberrante especificidad de aquellos hechos. […]
Leo sobre la Alemania nazi. Muchos escritores actuales están obsesionados por investigar hasta sus últimas consecuencias literarias los detalles y los porqués de aquella barbarie. ¿Cómo pudo ocurrir? Cada uno exprimirá su numen para encontrar algún argumento que suene novedoso, que parezca original. Pero parece importante sobre todo resaltar la aberrante especificidad de aquellos hechos. Definen una isla en la historia perfectamente delimitada. Es difícil hallar en todo lo que se publica hoy algún dato para pensar que el oscuro fondo de aquella furia asesina sigue vivo y activo ahora, nos afecta directamente, mancha nuestras manos de sangre hasta extremos que una mínima humanidad haría insoportables.
Guerras de invasión: el crimen más abominable. Las hicieron los nazis y las siguen haciendo nuestros «intachables gobiernos democráticos». Y nosotros ni siquiera nos damos cuenta. Lobotomizados por los media, apoyamos las «necesarias operaciones antiterroristas», sin percibir que ésta era también la justificación de los nazis en sus guerras y sus limpiezas étnicas. La lectura de los escritores más lucidos y la prensa alemana de principios de los años cuarenta resulta reveladora. Son los mismos argumentos de hoy, exactamente los mismos. Gobiernos de una maldad intrínseca nos amenazan y contra ellos son necesarias acciones preventivas. Las noticias de matanzas se amontonan en los periódicos, pero nunca serán leídas en profundidad, nunca serán interpretadas en sus justos términos. Son las mismas que aparecían en Alemania mientras se reprimía la rebelión del gueto de Varsovia: los terroristas son eliminados quirúrgicamente, aunque lamentablemente, de vez en cuando, hay inevitables daños colaterales. Mientras tanto, entretenemos nuestro odio con violadores y pequeños asesinos, que nunca faltan. Estos desgraciados sí que son la auténtica y genuina personificación del mal.
Mañana votaremos otra vez a los matarifes, y seguiremos preguntándonos inquietos cómo pudo ocurrir la barbarie nazi, cómo un pueblo civilizado pudo caer en esos abismos de depravación. Mientras tanto, burócratas uniformados llevarán sus aviones hasta la escuela y dejarán caer las bombas. Detrás vendrá la explicación. Un «lamentable fallo de inteligencia» ocasionó el incidente. Fatales consecuencias indeseadas. No nos daremos cuenta de nada, y es mejor así. De otra manera, el asco no nos dejaría vivir.
Seguiremos tratando de comprender cómo pudieron los compatriotas de Bach y Beethoven apoyar durante años los asesinatos de la Wehrmacht (fuerza de defensa, literalmente). Y mientras tanto, nosotros mismos, intachables, jueces implacables de la barbarie que fue, seguiremos asesinando niños, cada día, cada maldito día.