Qué puta cagada de la vida venirse uno a rebuscársela tan lejos, huyéndole a las guerras propias de todos los días, para ir a caer por allá en una tierra extraña, de gente, colores, olores y hablado extraño. Pero sobre todo y es lo que más rabia da, caer en medio de las bombas de […]
Qué puta cagada de la vida venirse uno a rebuscársela tan lejos, huyéndole a las guerras propias de todos los días, para ir a caer por allá en una tierra extraña, de gente, colores, olores y hablado extraño. Pero sobre todo y es lo que más rabia da, caer en medio de las bombas de una guerra que vaya el diablo a saber por qué se están matando, como si estuvieran aburridos de la vida, y que le hacían recordar esas épocas cuando ella aún estaba muy niña y en Pereira habían balaceras todos los días y todos los días amanecía más de uno tirado en la calle. O las historias que sus padres le contaban de las guerras de Planadas en el sur del Tolima de donde la familia salió corriendo por la violencia.
Ahora en las noches heladas y extrañas volvió a sentir ese miedo de niña que ya tenía olvidado. Niyireth no sabía nada de la guerra de Afganistán. Difícilmente sabía donde quedaba ese extraño país. Sabía cómo llegar porque la llevaban. Lo único que sabía es que tenía que ahorrar. Ahorrar y mandar dinero para su adoptada Pereira del alma, la «morena, querendona y trasnochadora». Pero ya no podrá ir en diciembre y pegarse la rumbeada que estaba soñando. No podrá ir a dar vueltas por la plaza Bolívar donde imponente y símbolo de una ciudad abierta y descomplicada se encuentra el «Bolívar desnudo» del maestro Arenas Betancourt.
Llegará ahora en una caja de madera. Lujosa, eso sí. Llegará cubierta con una bandera y le dirán que es una heroína. Lo dirán aquellos mismos que nunca se preocuparon por explicarle a qué puta guerra era que iba y que fuera además tan importante como para que dejara a su pequeño hijo casi que solo en Madrid. Si ella no necesitaba morir tan lejos para que le dijeran heroína. Que ya heroínas son las miles de mujeres de su región que están regadas por el mundo y que con sus envíos de dinero mantienen vivos a muchos pueblos y a miles de hogares.
Niyireth Pineda Marín hace parte ya de la casi decena de jóvenes colombianos muertos en la absurda guerra de Afganistán. Que junto a los mexicanos y salvadoreños son una cuota grande de sangre inmigrante en esta guerra. Sangre que se entrega a cambio de dinero, o para garantizar la nacionalidad, o una manera de sobrevivir en medio de esta crisis.
Muertos reemplazables. Otros u otras ocuparán sus puestos. Que carne de cañón hay de sobra. Mientras en los desfiles militares hay uno que luce siempre un elegante y muy fino uniforme sin saber de verdad y ni siquiera imaginarse lo duro que para los pobres son sus putas guerras.
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