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A la busca de chistes de la guerra

¡No es para la risa!

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Coronel: ―¿Qué lleva escrito sobre su casco?

Soldado chistoso: ―Nacido para matar, señor.

Coronel: ―Usted escribe «Nacido para matar» sobre su casco y lleva puesta una insignia por la paz. ¿Qué se supone que sea…? ¿Una especie de chiste negro?!

Soldado chistoso: ―¡No, señor!

    (Hasford, Herr, Kubrick: Full Metal Jacket [Chaqueta metálica, o Nacido para matar])

El conocido retrato del Tío Sam que te apunta con el dedo, pero condecorado sobre su pecho izquierdo, con cintas de combate, y por encima y por debajo la fogosa frase en rojo: «¡Quiero tus chistes del infierno!» Y por abajo el pulcro mensaje: «Veterano de Vietnam, ampliamente publicado, busca tus mejores chistes de combate, para mostrar a los civiles la sombría verdad de la guerra en carne viva. Cualquier guerra, cualquier rama de servicio.»

La suposición básica era simple: coloca el anuncio en VAwatchdog.org, con Armytimes en copia impresa, envía consultas informales, contacta asociaciones de veteranos de Iraq/Afganistán; el humor macabro llegará a montones. Nuestro amigo Larry Scott, administrador de la página Web VAwatchdog.org incluso hizo un esbozo del proyecto: esperábamos escribir un libro sobre chistes de combate con ensayos que explicaran por qué los soldados recurren al humor negro bajo circunstancias extremas. No queríamos los panfletos propagandísticos que solían aparecer masiva y rápidamente en Humor in Uniform, una colección mensual de viejos chistes militares del Readers Digest que ponían una cara sonriente al horror. Buscábamos chistes de mal gusto, obscenos, imperdonablemente ilegales cuya gracia e ironía desnudan a la guerra de sus huesos míticos, miran a la cara a la muerte y se ríen porque es lo único que queda por hacer.

A pesar de nuestros mejores esfuerzos, los veteranos tuvieron dificultades con el concepto; enviaron viñetas simpáticas, historias de la guerra, o trocitos bien definidos sobre la rivalidad entre servicios. Al final recibimos apenas una media docena de propuestas que comunicaban como la guerra insensibiliza el alma; la mata, tanto mejor para sobrevivir, y cómo el humor, al servicio de la supervivencia, refleja ese valor demoníaco.

Es posible que lejos del hedor caluroso de la matanza, los veteranos de combates puedan contar chistes de batallas a civiles ingenuos, o a otros veteranos, luego dejen de lado los chistes que llevaban consigo. Mal comprendido en el frente interior, cargado de culpa secreta y vergüenza, el humor negro puede perder su cauterio sanador después de un tiempo lejos de la multitud enloquecida por las balas. El siguiente paso pueden ser años de negación, o de terapia, o las dos cosas.

Tontosofía 101

Veterano de Vietnam, maestro y distinguido escritos, Larry Heinemann, autor de «Pacos Story» (Premio Nacional del Libro), «Close Quarters» (hay quien dice que es el mejor relato ficticio de la Guerra de Vietnam) y «Black Virgin Mountain,» envió esta perla:

«Un coronel y su sargento mayor salen en helicóptero a una zona de aterrizaje para ver por sí mismos las secuelas de un grande y sangriento tiroteo. Hubo un duro combate, y muchas bajas de los dos lados. Cuando llegan, los muertos en acción estadounidenses están alineados hombro a hombro en la parte trasera de un estación de ayuda improvisada, cubiertos con ponchos y esperando que los helicópteros lleguen a buscarlos. Hay muchos, muchos cuerpos. El coronel y el sargento mayor pasan a lo largo de la fila, levantando los alerones de los ponchos para ver las caras. El coronel se ve más y más preocupado mientras más avanza por la fila, y está verdaderamente afectado. Finalmente mira al sargento mayor y dice: «Todos tan jóvenes. ¡Qué lástima! ¡Qué derroche! Sargento mayor: ¿que edad piensa que tienen estos muchachos?» El sargento mayor mira al coronel, y dice: «Están todos muertos, coronel. Hasta ahí no más llegaron.»

Sólo los veteranos se rieron de esa cruel coletilla. El chiste se burla de altos rangos y del patetismo. Un coronel quijotesco es puesto boca abajo por su Sancho Panza sargento mayor. En lugar de piedad o pesar, la satírica frase esencial del chiste hace estallar una sonrisa simplona sobre el reto de los cadáveres. Pero el simplón no es ningún tonto. La cáustica claridad del buen sargento ha sido lograda mediante repetidas justas con el peligro mortal. Su sobria línea final es un golpe de gracia moral.

Divertido hasta la muerte

El ex teniente Fred Angyo Tomasello Jr., autor de «Walking Wounded: Memoir of a Combat Veteran,» nos escribió: «Nunca pensé que alguien querría oír esto:» y luego lanza esta sabrosa historia: «El 1 de febrero de 1968, mis marines respondieron a un ataque contra el Cuartel del Distrito Cam Lo cerca de la Zona Desmilitarizada. Mi pelotón estaba encargado de contar los muertos y los heridos. Asigné la tarea al equipo de fuego de Frenchy. La artillería había despedazado los cuerpos enemigos. Cabezas, todavía con cascos puestos, estaban separadas de los torsos. Brazos y piernas estaban dispersos por todo el campo de batalla. El Ejército norvietnamita (NVA) había excavado trincheras poco profundas bajo la alambrada de púas y utilizado arena para tratar de cubrir a sus muertos. «Maldita sea, están todos jodidos,» se queja uno de los hombres de Frenchy. «Probablemente también estén entrampados con explosivos. No voy a tocar a ninguno de los amarillos muertos.» Frenchy le da un empellón en el pecho y grita: «¿Qué mierda te pasa? ¿Eres flojo o qué? ¡Aquí! ¡Así se hace!! Frenchy agarra un tobillo que sobresale de una trinchera superficial y lo tira a todo lo que puede. El cuerpo del soldado sale repentinamente de la zanja, con la otra pierna colgando y la pierna sujeta por Frenchy se separa del cuerpo. Frenchy levanta la pierna y sonríe. «¡Oiga, teniente!» dice: «Agarremos una pierna cada uno y formulemos un deseo.»

Los civiles encuentran que este cuento es repugnante. ¿Cómo pueden soldados estadounidenses duros y bien disciplinados reírse mientras profanan bajas del enemigo? ¿Y por qué, cuarenta años después, hay veteranos del combate que sueltan carcajadas al oír la horrible culminación del chiste?

El narrador de este horripilante evento ilustra como la guerra excede las fronteras de la experiencia humana normal. Se reestrena un espeluznante cementerio. Vuelven a juntar a un oficial con su subalterno alistado, quien hace su tarea a tientas y a ciegas.

Al invocar la superstición, Frenchy se burla de sí mismo, y supone que el teniente se reirá con él. ¿Por qué? Porque contar cadáveres es normal. Ha sido hecho muchas veces. La sabiduría de la guerra aconseja tener cuidado, pero cumple tu tarea, marine, y hazlo bien. Ataques con cohetes, morteros y zapadores, emboscadas de día y de noche, cazar, y ser cazado por, seres humanos, han purgado de clemencia a estos hombres. Son insensibles ante los dioses, inmunes a los diablos. Actúan en alianza con la muerte, se han convertido en ella, lo que los libera para que se burlen con ingenio sublime de su contra-imagen.

«La supervivencia mental dependía de la capacidad de ver la vida como una comedia negra,» dijo el sobreviviente del holocausto, Thomas Retjo, autor de «The Reluctant Adventurer.» O como escribiera el ex teniente Tomasello, Jr: «Si no te ríes, lloras.» Ambos podrían estar de acuerdo en que en los valles y las sombras de la muerte la que muere última es la esperanza.

A casa en una caja

Los chistes de batalla son un camino singular para comprender la experiencia de la guerra. Son mecanismos de defensa, no destruyen ni al autor ni a otros. Las bromas de soldados crean y reflejan una distancia necesaria de la situación que es su sujeto. Esta brecha permite que los soldados continúen su sucio trabajo en los desfiladeros letales del infierno. El bromista del campo de batalla asume el poder sobre los muertos impotentes, la pesadilla de seres humanos terriblemente mutilados. Bromas crueles desactivan el caos. Con una sonrisa diabólica los chistes de guerra enervan o borran sardónicamente el propósito racionalizado, los impactos morales y psicológicos de matar a otros, o que otros lo maten a uno. Dan sentido ingeniosamente a la guerra al poner cabeza abajo a su sentido.

Como decir tío e influenciar en las personas

Lo siguiente llegó del amigo en la Red, Tommy Skeins, administrador de buffgrunt.com, sitio dedicado a la 4/3 Brigada de Infantería Ligera Americal, una de varias unidades en My Lai:

    Little Bobby y su clase del 6º grado recibieron la tarea de escribir un cuento con un final moral. El día siguiente, el profesor llamó primero a Susie, quien escribió sobre el problema de cantar victoria antes de tiempo. Luego vino Mary, cuya historia tenía que ver con no hacer aspavientos sin motivo. Luego, le tocó a Little Bobby: «Mi tío Tony estuvo en Vietnam y una vez participó en un asalto de combate,» dijo. «En el camino, se tomó una caja de cerveza, luego saltó del helicóptero y mató a 100 Vietcong. Mató a los primeros 80 con su rifle, a 10 con su pistola y a los otros 10 los mató a palos. Después tomó un cuchillo y un par de alicates y arrancó todos los dientes de oro de los Vietcong muertos. El maestro se horrorizó y exclamó: «Bobby, ¡eso es horrible! ¿Qué moral puedes posiblemente sacar de esa historia abominable?» Little Bobby se encogió de hombros y dijo: «Que no hay que meterse con mi tío Tony cuando ha estado tomando.»

¿Qué hace que este chiste «de vuelta del combate» sea divertido? Sobre todo es el punto de vista: los niños transmiten el ámbito de la guerra y sus secuelas. Ingenuas alumnas de 6º grado, con la ayuda de una maestra mojigata, se miden contra un travieso fanfarrón. Cuando se le desafía a que defienda su cuento, la obscenidad de la respuesta de Bobby es doble. Está la celada al estilo adulto del lenguaje sucio, y el resumen del pequeño del inmenso poder que los hombres esgrimen en la guerra, y el poder de las guerras para destruirlos.

Que pasen los malos tiempos

En 1972 Michael Casey ganó el premio de Poetas Jóvenes de Yale con «Obscenidades,» reeditado por Carnegie-Mellon en 2002. Una joya entre muchas del libro es el poema «Un gorrón.» En veintiséis líneas sombrías, Casey describe un encuentro entre una columna de vehículos blindados, un campesino, y el comandante (TC) de la columna. Las últimas líneas mordaces del poema y su final punzante podrían haber sido escritos ayer, hoy o mañana.

    Un contratiempo

    Íbamos en una sola fila

    Por sus arrozales

    Y el campesino

    Comenzó a golpear al primer carro blindado

    Con un rastrillo

    No se detenía

    El comandante fue a hablar con él

    Y el campesino también

    Trató de golpearlo

    Así que partimos de lado

    Un carro junto al otro

    Por los campos del hombre

    En lugar de formar una sola fila

    Hard On, Proud Mary

    Bummer, Wallace, Rosemary’s Baby

    The Rutgers Road Runner

    Y

    ¡A por ellos! – ¡Ya los tengo!

    Fuimos uno al lado del otro

    Por los campos

    Si tienes una granja en Vietnam

    Y una casa en el infierno

    Vende la granja

    Y vete a casa

 

Cosas semejantes y peores las exuda la irónica caldera del combate, y seguirá siendo así, hasta que tropas estadounidenses indeseables, que luchan por mantenerse con dignidad en tierras extranjeras, se vayan. Incluso entonces una pista sangrienta de sangre y pena oscurecerá durante mucho tiempo sus vidas, y aquellas de los que aman. Y eso, ‘Mister-¡Que vengan!’, no es para tomárselo a risa.

………

Marc Levy fue enfermero en la infantería con la Primera Caballería Delta 1/7 en Vietnam y Camboya en 1970. Para contactos: [email protected].

Susan Erony es artista e historiadora de arte que ha expuesto extensivamente en Europa y EE.UU. Para contactos: [email protected].

El libro de Fred Angyo Tomasello se encuentra en: http://web.mac.com/kbft2929/iWeb/WalkingWounded/Welcome.html.

La reseña de VAwatchdog.org de Larry Scott sobre «War Jokes Wanted» está en http://www.vawatchdog.org/08/nf08/nfJUL08/nf070708-1.htm.

«Obscenities,» de Michael Casey, se encuentra en: http://www.cmu.edu/universitypress/browse/

(Poema utilizado con permiso del autor)

Enlace a la noticia original:

http://www.counterpunch.org/levy09272008.html