El 2 de octubre, Jamal Khashoggi, periodista saudí y columnista del The Washington Post, que residía en EEUU y cuya postura respecto a la conducción de Arabia Saudita por el príncipe Mohamed bin Salman, MBS, era crítica, fue al consulado de su país en Estambul; allí lo torturaron durante un interrogatorio. Se dice que hay […]
El 2 de octubre, Jamal Khashoggi, periodista saudí y columnista del The Washington Post, que residía en EEUU y cuya postura respecto a la conducción de Arabia Saudita por el príncipe Mohamed bin Salman, MBS, era crítica, fue al consulado de su país en Estambul; allí lo torturaron durante un interrogatorio. Se dice que hay grabaciones, que probarían su asesinato, en las que el cónsul saudí Mohammad Al Otaibi, gritaba: «Hagan esto afuera, no me causen problemas» y que alguien le reprochó: «Si quieres vivir cuando vuelvas a Arabia, cállate». Se asegura que a Khashoggi le cortaron los dedos y que lo desmembraron cuando aún estaba vivo, antes de decapitarlo.
El presidente Trump dijo que el periodista fue víctima de «asesinos que actuaban por su cuenta» y envió a Mike Pompeo para que se reuniera con el rey Salmán bin Abdulaziz. Por su parte, Saud bin Abdullah Muajab, fiscal general de Arabia Saudita, informó sobre la detención de 18 ciudadanos saudíes cuyos interrogatorios continúan en el marco de la investigación de la muerte de Khashoggi. Subrayó que todos los involucrados en el crimen responderán ante la justicia, que el asesor del rey y el subjefe del Servicio General de Inteligencia fueron despedidos de sus cargos. Según informó, la reunión de Khashoggi en el consulado del reino en Estambul desembocó en una disputa y una pelea, que provocó su muerte. El Gobierno británico afirma que estas explicaciones no son creíbles.
Sarah Sanders, portavoz de la Casa Blanca, informó que «EEUU acepta el anuncio de Arabia Saudí de que su investigación sobre la suerte de Khashoggi está avanzando y que ha tomado medidas contra los sospechosos que ha identificado hasta ahora». Sin embargo, según el New York Times, «las agencias de inteligencia (de EEUU) tienen cada vez más pruebas circunstanciales de la implicación del príncipe MBS, incluida la presencia de miembros de su equipo de seguridad y conversaciones interceptadas de funcionarios saudíes discutiendo un posible plan para detener al Sr. Khashoggi»; que MBS controla por completo los servicios de seguridad, lo que «hace altamente improbable que una operación así se hubiera realizado sin su conocimiento».
Hasta aquí, más otros detalles extras, se habla en las informaciones de prensa, que no tocan lo medular del problema, en el que están íntimamente relacionados el asesinato del periodista Khashoggi con el wahabismo, la Hermandad Musulmana, Al-Qaeda, los lapidadores, los decapitadores, el Estado Islámico, las guerras del Medio Oriente, las monarquías del Golfo, las ventas de armas a Arabia Saudita, las elecciones intermedias de EEUU y muchas otras cosas más.
Muhammad Abdul Wahhab (1703-1792), en 1744 manipuló el contenido del Islám para que la familia Saud, la casta que gobierna Arabia Saudita, conquiste y consolide su poder. Es fundador del wahabismo, una interpretación radical del Corán que predica la obligación de convertir por la fuerza a los apóstatas así como a los malos creyentes y justifica el exterminio de toda doctrina religiosa que le sea adversa. Se olvida de que el islam exige el respeto de otras creencias y prohíbe expresamente que un musulmán por motivos religiosos asesine a otro musulmán. En comparación con sus dogmas y prácticas, el catolicismo medieval es progresista.
Según Jean Michel Vernochet: «Existe una especie de hidra de varias cabezas pero cuyas cabezas fundamentales están en Manhattan… en Washington con la Reserva Federal, en la City de Londres, en Bruselas con la OTAN, en Francfort con la sede del Banco Central Europeo y en Basilea… que funge como banco de los bancos centrales, ¡el Banco de Pagos Internacionales!… Desde esta perspectiva, la ideología wahabita es un claro intento de subvertir el islam para imponerse a todos los pueblos, ya sean cristianos o musulmanes… Una religión destinada a reemplazar a todas las demás y que podríamos designar con toda razón como el «monoteísmo del mercado».
En Arabia Saudita las leyes son draconianas y toda reforma se veta antes de ser siquiera pronunciada. Se trata de un conglomerado de cientos de príncipes herederos que compiten entre sí por el poder. Ya pueden imaginarse el cúmulo de usurpaciones, traiciones, ruindades, intrigas, zancadillas y asesinatos que se deben producir entre tantos varones aspirantes al trono; se dice varones porque allá las mujeres no cuentan, ya que ni siquiera pueden vestirse como quisieran ni casarse con quien les gustase, peor dirigir un reino tan rico en dinero, pero pobre en los derechos más elementales.
El actual rey Salman, de más de 80 años, es el hijo número 25 del fundador de la dinastía Saud. Ha consolidado el poder en detrimento de las demás ramas de la familia real, que no han renunciado a sus aspiraciones. Salman ha favorecido a su hijo, el príncipe MBS, de carácter impulsivo, con el que gobierna n sin ningún otro poder de contrapeso, sin parlamento ni partidos políticos, que están prohibidos. El régimen saudita se apoya en la mitad de la población wahabita, mientras discrimina a la mitad chiita. En Arabia Saudita no existe un sistema legal que se semeje a los estándares aceptados universalmente, no hay partidos políticos ni prensa libre, no se tolera ninguna forma de oposición, sólo se impone el vasallaje tribal y hay numerosas decapitaciones. Así, mediante el miedo, el principe MBS ha podido nombrar a sus hombres de confianza en la cabeza de las grandes empresas del reino.
MBS aconsejó a su padre que ordenara la decapitación del jeque Nimr Baqir al-Nimr, por sostener que «El despotismo es ilegítimo… Desde el momento mismo en que usted nace, se ve rodeado por el miedo, la intimidación, la persecución y los abusos… Tenemos miedo hasta de las paredes… Yo tengo 55 años… Desde que nací hasta hoy, nunca me he sentido seguro en este país. Uno siempre está acusado de algo. Siempre está bajo amenaza. El director de la Seguridad del Estado… me dijo: ‘A ustedes, los chiitas, habría que matarlos a todos’. Esa es la lógica de ellos».
Nada de lo que pasa en la política mundial es casual. Cuando en 1973, los países árabes cortaron el suministro de petróleo a Occidente, por su apoyo a Israel durante la guerra del Yom Kippur, EEUU eliminó la conversión del oro en dólar, que pasó a ser en el mercado mundial la moneda de intercambio de hidrocarburos; posteriormente se dio el atentado del 9/11, en el que estaban implicados ciudadanos saudíes; más adelante, EEUU atacó Iraq, eliminó al sunita Saddam y cedió el poder a los chiitas, aliados de Irán; por último, Obama no impidió la caída de Mubarak, retiró las tropas americanas de Irak, minimizó sus ataques en Siria y negoció el programa nuclear de Irán. Todo en contra del interés saudí. Entonces, llegó Trump al poder.
Como los globalizadores están interesados en reordenar el Medio Oriente, a EEUU, que no tienen amigos sino intereses, no le importó que Arabia Saudita hubiera apoyado a los muyahaidines en su lucha contra la URSS; que en 1992, el actual rey Salman, designado por el rey Fahd para que dirigiera la ayuda a los musulmanes de Bosnia, entregara hasta el 2002 más de 600 millones de dólares para esa guerra.
El asunto es simple, EEUU sabe que Arabia Saudita algún día se va a enfrentar a una revolución social más profunda que las que han sacudido el Medio Oriente; estima que, aunque les fue útil para combatir a la Unión Soviética en Afanistán, que como aliada hizo un buen trabajo en Yugoslavia, Chechenia, en el derrocamiento de Kadhafi, en Libia, y en la actual guerra civil de Siria, ahora se ha convertido en un estorbo, en un movimiento irregular que intenta imponer el Estado Islámico, y por eso los globalizadores de EEUU no encuentran otro remedio que desmembrar al reino Saudí. Para ello, desempolvan el viejo plan demócrata de expulsar de Arabia a los Saud y los empuja a que cometen errores, uno de los cuales fue haber bajado tanto el precio del petróleo que casi quiebra la industria del fracking, y no pueden permitir que unos petroleros árabes, por ricos que sean, les dicten lo que deben hacer. El 25 de marzo de 1975, fue asesinado el rey Faisal de Arabia Saudí, por eso es muy probable que ahora actúen más radicalmente.
En este contexto debe analizarse el asesinato de Jamal Khashoggi. Todo depende del resultado electoral de noviembre. Si Trump pierde abrumadoramente y es sacado de la Casa Blanca, la monarquía saudí está condenada a la muerte instantánea; si Trump no piede, o pierde con muy poco, seguirá el dicho «business are business», que traducido a su lenguaje significa: Con tal de que me compren ciento diez mil millones en armas, hagan lo que quieran.
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