Las noches estrelladas son como gritos de agua, un océano infinito con orlas plateadas colgadas de un manto de terciopelo azul que esclarece la mirada. Y uno se imagina narvales tiernos y colibríes brillantes bailando sajuriana; unicornios y ocelotes entreverados en juegos inverosímiles. Incluso ángeles pudorosos haciendo el amor con prisa tras una nube. Todo […]
Las noches estrelladas son como gritos de agua, un océano infinito con orlas plateadas colgadas de un manto de terciopelo azul que esclarece la mirada. Y uno se imagina narvales tiernos y colibríes brillantes bailando sajuriana; unicornios y ocelotes entreverados en juegos inverosímiles. Incluso ángeles pudorosos haciendo el amor con prisa tras una nube. Todo eso uno se imagina, hasta que te golpea de improviso la increíble realidad de un país que se desliza hacia el abismo en una elección donde no hay mucho donde elegir. Un candidato de derecha, como Sebastián Piñera, que remite al pasado, y un candidato derechista, como Eduardo Frei, que también supone pasado. Y ambos, por cierto, negando su condición conservadora para auto-designarse y auto-erigirse como adalides del progresismo. Es la intrigante postura de aquellos que no quieren asumir su condición política, como si les diera vergüenza reconocer que son lo que son. Es una metamorfosis sospechosa y, por lo mismo, existen mil razones para no votar por la Derecha y otras mil para no votar por la Concertación.
Cuando veo y escucho a Piñera, veo y escucho a la dictadura y sus atrocidades. Da exactamente lo mismo que repita majaderamente que votó por la opción No en el plebiscito de 1988 – algo que no nos consta – y que se opuso a la violación de los derechos humanos, lo cual tampoco nos consta. Lo concreto es que se hizo millonario mientras en el país torturaban y asesinaban y hoy se apresta a gobernar con los mismos que participaron de la dictadura.
Cuando veo y escucho a Piñera, se me aparecen todos los desaparecidos de Chile y se me aherroja el pecho de angustia al pensar que por cada rincón de esta tierra del fin del mundo se entronizará la arrogancia de la derecha. Son dueños económicos del país y ahora serán amos políticos, con todo el poder para imponer sus anti-valores. Chile se transformará aún más en una empresa, una sociedad anónima, una hacienda con patrones e inquilinos, en una feroz competencia por la subsistencia. De la mayoría, claro, porque la minoría será aún más rica.
Por lo tanto, pareciera que, una vez más, habría que optar por el consabido «mal menor» para evitar el triunfo de la derecha. Sin embargo, cuando veo y escucho a Frei, se me aparece el golpe de Estado que él apoyó. Y da lo mismo que trate de diferenciarse de la derecha en su discurso, porque el privatizó los puertos, las empresas sanitarias, las carreteras, elaboró un proyecto de Punto Final a los juicios de derechos humanos y trajo a Pinochet de vuelta a Chile, sabiendo que jamás pasaría un sólo día en la cárcel. Además, vergonzosamente, nunca quiso recibir a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.
Cuando veo y escucho a Frei, se me aparecen asombrados los tres jóvenes mapuche asesinados por los gobiernos de la Concertación. Cobardemente por la espalda, porque ni siquiera tuvieran el coraje de mirarles a los ojos. Y están los presos mapuche a quienes se les aplica la Ley Anti-terrorista, y los violentos allanamientos masivos a las comunidades y los niños aterrados entre las gramíneas. Y me duele la represión contra los mapuche, entonces, no quiero votar ni por el uno ni por el otro, aunque me abrumen con el argumento de que, de no votar por Frei, estaría contribuyendo al triunfo de la derecha. Es que no tengo porqué hacerme cargo de la irresponsabilidad, limitaciones, estupideces y errores de la Concertación. Además, porque, irredarguiblemente, la Concertación ha co-gobernado con la derecha en los últimos veinte años. Si gana la derecha la única responsable es la propia Concertación.
En cualquier caso, todo parece indicar que ganará la derecha, aunque por estrecho margen. Si ganara Frei, sería distinto, pero sospechosamente parecido, pues – más allá de sus promesas electorales de otorgar un rol central al Estado y de justicia social – lo concreto es que en dos décadas han hecho todo lo contrario. Sin embargo, en el ámbito internacional, sí sería peligrosa una alianza conservadora y belicosa entre Uribe en Colombia, García en Perú y Piñera en Chile, para los procesos de cambio social en América Latina.
Las noches estrelladas son como gritos de agua, un océano infinito con orlas plateadas colgadas de un manto de terciopelo azul que esclarece la mirada. Y uno se imagina amores imposibles, hasta que te golpea la dura realidad de un pueblo que está dispuesto a votar por la derecha, a pesar de lo que significó la dictadura. Pareciera que el tiempo ha congelado la memoria y ha desideologizado la política. Hoy no se vota por ideales o valores, sino que por productos mercantiles. Simplemente se nos acabó la imaginación, se nos trizaron los sueños y esa es nuestra responsabilidad. Quisimos apurar la velocidad de un sueño, irisarlo de colores imposibles sin permiso de nadie y nos fuimos quedando solos. Los sueños de un Chile digno deben ser compartidos, conversados, construidos entre millares y millones. Esa es nuestra responsabilidad, por ello esta es una elección donde no hay mucho donde elegir.
– Tito Tricot, sociólogo, es director del Centro de Estudios de América Latina y el Caribe CEALC