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No hay que engañar al pueblo con la paz de los ricos y los cementerios

Fuentes: Rebelión

Hablemos en plata blanca. El acuerdo de paz es una vergüenza. Marulanda debe estarse revolcando en su tumba. Después de tanto insistir que no se iban a desmovilizar por un plato de lentejas como los del “eme”, se desmovilizaron por menos que eso. Se desmovilizaron por un plato vacío. Nada de lo que hay en el acuerdo es una ganancia: a lo más, se pide que se cumplan cosas que ya están en la Constitución del ‘91. No hay nada que cambie ni así tantico la realidad social de Colombia, ni el modelo de despojo, ni el modelo de destrucción del medio ambiente, ni la precariedad de las clases populares: porque eso es que no entusiasmaron a nadie, a nadie, con ese acuerdo. Al M-19 le fue mucho mejor: por lo menos ellos sí hicieron cambios en la constitución que mejoraron en algo las condiciones y garantías para la oposición política y las comunidades indígenas y afros. Las FARC no fueron capaces siquiera de darle tierra ni autonomía ni reconocimiento constitucional ni nada a los campesinos que los apoyaron décadas. Ni siquiera consiguieron zonas de reserva campesinas más que las que ya existen amparadas por la constitución. Para lograr lo que hay en el acuerdo no eran necesarias seis décadas de lucha guerrillera. Ya estaba todo en la constitución y ni eso les cumplieron. Hubiera sido más honesto que reconocieran su derrota.  

Acá no hubo proceso de paz, sino una vergonzosa desmovilización de la guerrilla más antigua del continente sin siquiera la más mínima reforma a la doctrina de seguridad nacional del ejército. ¿Dónde está la paz? Si la guerra contra el pueblo continúa: las masacres a los líderes sociales, la violencia militar contra campesinos, las erradicaciones forzadas, la masacre de personas que reclaman vida digna como en la cárcel La Modelo, los bombardeos contra quienes siguen alzados en armas. La guerra también se lleva al campo de la historia: Darío Acevedo, a cargo del Centro de Memoria, insiste que nunca hubo guerra, y la comisión de la mentira (perdón, de la verdad) busca equiparar el holocausto paramilitar con la resistencia guerrillera, descontextualizan y despolitizan la realidad de este país, para al igual que la JEP, poner en el banquillo de los acusados a los guerrilleros por haberse rebelado, para que repitan “perdón” a la oligarquía como unas guacamayas. Las agresiones contra Venezuela escalan con un gobierno que irresponsablemente participa abiertamente de las aventuras golpistas del perro de Guaidó y sus amigos paramilitares. Ahora también comienzan las agresiones contra Cuba y el gobierno sale a aplaudir las falsas acusaciones de terrorismo del presidente más pelele del mundo, Donald Trump. Si Trump es un pelele, qué queda para un gobierno que le sigue la corriente en todo. Es una vergüenza.

Hablar de paz hoy en día es engañar al pueblo. Hablar de reconciliación es engañar al pueblo, es decirle que debe perdonar a los parapolíticos, a los corruptos, a los masacradores.

¿Pero hay perdón para los que se rebelaron contra la injusticia? El espectáculo vergonzante de Timochueco y sus compinches, que buscan congraciarse con la oligarquía, con los parapolíticos, con los corruptos no sirve de nada más que para ganarse sus gabelas por estar ahora en el poder. Es patético ver como los maltratan pese a su esfuerzo. Carlos Antonio Lozada dándose picos con el primo de Pablo Escobar e ideólogo del paramilitarismo, José Obdulio Gaviria, y en medio del más grotesco montaje contra Santrich, diciendo, sobándose su barriga de acomodado, que existen plenas garantías para la oposición. No contento con eso, Lozada salió públicamente a defender y apoyar la promoción de los oficiales del ejército involucrados en los falsos positivos y las chuzadas. Una Sandra Ramírez, sin ninguna vergüenza, buscando congraciarse con el partido oficial de los latifundistas y paracos, el Centro Democrático, buscando que Uribe la acepte en su círculo. Un Timochueco que se une al uribismo para denunciar que sus ex camaradas están en Venezuela, que defiende y justifica el asesinato de los desmovilizados (el caso de los escoltas masacrados que “supuestamente” atentarían en su contra), y que ahora aplaude y también justifica al nombramiento del hijo de Jorge 40 en la oficina de víctimas del Ministerio del Interior –sí, el mismo que dijo que su papi era un héroe. Son una vergüenza. Esto al mismo tiempo que denuncian a sus ex compañeros que siguen alzados en armas de bandidos y narcos, usando el mismo lenguaje del uribismo.

Es verdad que su única arma es la palabra. Y es un arma que utilizan en contra del pueblo. Un arma que desmoviliza, que desmoraliza, que legitima al narcopoder que domina en Colombia.

Cuando el pueblo estaba verraco en la calle, pidiendo que renunciara el mafioso de Duque, puesto en el poder por los ñeñes y las mafias, protestando contra un modelo social y económico que hace aguas por todos lados, ahí salió esa dirigencia de la “rosa” a celebrar la paz, a llamar a la reconciliación, a celebrar los “avances” de un acuerdo de paz que no le interesa a nadie más que a ellos, a ese puñado de dirigentes corruptos e infiltrados, porque están lucrando de ese acuerdo sobre el cadáver de ese proyecto de cambio social y los cadáveres de los cientos de ex combatientes asesinados. Da vergüenza que se retiren de la CSIVI ahora por la decisión de Colombia de apoyar las nuevas medidas contra Cuba del gobierno gringo, pero que Jairo Estrada y su camarilla no hayan tenido la misma entereza para ponerse firmes frente al asesinato de cientos de ex combatientes. Parece que más que los principios en esta decisión los guió el interés de los favores y gabelas que tiene de Cuba y tener la posibilidad de abrirse ellos en caso de que el acuerdito con la oligarquía paraca colapse. Ellos se irían para Cuba, claro, porque el pueblo quedaría chupando plomo en sus veredas.

Por eso es que mientras masacran a luchadores sociales y desmovilizados que tienen todavía corazón rebelde, a ellos les permiten engordar en el parlamento. La oligarquía los desprecia, pero les respetan (por ahora) la vida, porque les son muy útiles. Son el arma más eficaz que tienen para desmovilizar la rebelión. Son el arma más eficaz que tienen para limpiarle el rostro inmundo a este sistema.

Se viene un reventón social grande. El pueblo no aguanta más. Y como dijo Gaitán el pueblo es superior a sus dirigentes, o mejor dicho, a los que se autoproclaman como sus dirigentes. El camino a seguir ya fue trazado en noviembre. El pueblo está verraco, está asqueado de la corrupta politiquería, el pueblo tiene hambre, no tiene trabajo, no tiene ayudas, no tiene nada y ve a diario como se lo roban todo. Mientras el que rebusca, la señora que tiene un emprendimiento precario, el trabajador que no sabe si su empresa seguirá abierta después de esta pandemia no le queda otro camino que luchar. Que esa dirigencia obesa y corrupta siga hablando de reconciliación cuando hay que hablarle al pueblo con claridad de quienes son los que lo hambrean y masacran. Que sigan hablando de paz cuando los tiempos son de lucha. El pueblo es un gigante que está despertando y escuchará a los que les hablen en plata blanca, no a los que por congraciarse con la oligarquía les traten de engañar con endulzadas palabras. Toca es organizar la resistencia popular en los campos y las ciudades contra este modelo de despojo y muerte. Toca es estar junto a los hambrientos en las calles, agitando su trapo rojo. Toca dejar de crear ilusiones en un acuerdo que no vale ni el papel en el que está escrito.