La historia se sitúa en Quillota, durante la Unidad Popular y el primer año de la dictadura, y se escribe a partir de la correspondencia del sacerdote mirista español Antonio Llidó y de fotos y entrevistas con sus compañeros de lucha. La familia de «Toño», el único detenido desaparecido de los seis sacerdotes asesinados por […]
La historia se sitúa en Quillota, durante la Unidad Popular y el primer año de la dictadura, y se escribe a partir de la correspondencia del sacerdote mirista español Antonio Llidó y de fotos y entrevistas con sus compañeros de lucha. La familia de «Toño», el único detenido desaparecido de los seis sacerdotes asesinados por la dictadura, nos envió la obra Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario (Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2007, disponible principalmente en http://puv.uv.es). La investigación, del historiador y periodista español Mario Amorós, de 360 documentadas páginas, fue lanzada en las ferias del libro de Valencia y Madrid, pero sólo algunos ejemplares fueron distribuidos en Chile. Amorós (también autor de «Después de la lluvia», Cuarto Propio, 2004) trabaja acualmente en una biografía de Salvador Allende. Entrevistamos por correo electrónico al historiador valenciano, que reside en Madrid.
¿Cómo surge su obra?
En julio de 1998, en Valencia, Pepa Llidó me mostró las cartas de su hermano Antonio desde Chile. Me conmovió aquella correspondencia, testimonio de la lucha de un modesto sacerdote valenciano junto con sus compañeros del MIR y de Cristianos por el Socialismo por la construcción de una sociedad verdaderamente democrática. Decidí dedicar al compromiso político y social de Llidó en Chile mi tesis doctoral en la Universidad de Barcelona y, al elegir la perspectiva de la «historia desde abajo», he intentado inscribir mi investigación en los valiosos aportes de historiadores como Gabriel Salazar, Julio Pinto Vallejos, María Angélica Illanes o Sergio Grez. El libro es una síntesis de la tesis.
¿De dónde nace el compromiso político de Antonio Llidó?
La razón principal de su compromiso fue el descubrimiento de la miseria a que estaban condenados la gran mayoría de los chilenos en 1969, cuando él llegó a Quillota como cura párroco. Al inicio de su trabajo pastoral con pobladores, obreros y campesinos, descubrió no sólo la injusticia, sino también se persuadió del fracaso del reformismo democratacristiano, como explicó en su correspondencia. Por ello, decidió hacer campaña por Salvador Allende en 1970 y meses después, para las elecciones municipales de 1971, por un zapatero socialista, Pablo Gac, elegido alcalde de Quillota. Llidó estuvo a punto de ingresar al Partido Socialista, pero no lo hizo, entre otras razones porque, como explicó en una carta, no creía en la «vía chilena al socialismo». En octubre de 1971, cuando el MIR se reorganizó en esa región, estructurando los comités locales de Valparaíso, Viña del Mar y el comité local «interior», que cubría localidades como Quillota, La Calera, Llay Llay y Cabildo, entre otras, Antonio ya era miembro de la dirección de ese comité local, según me confirmaron Ricardo Frodden, entonces secretario del Regional de Valparaíso, y otros compañeros. En aquel momento la fuerza del MIR en Quillota crecía después de la toma de la importante industria textil Rayón Said, traspasada al Área de Propiedad Social, cuyo sindicato estaba dirigido por el Frente de Trabajadores Revolucionarios. Las razones de su opción por el MIR las sintetizó en una carta que envió a un sacerdote valenciano el 18 de mayo de 1973: «Participo en la lucha política dentro de un partido determinado por considerarlo el instrumento más adecuado para la Revolución».
¿Y por qué el interés suyo por el cristianismo revolucionario? Usted ya escribía sobre ello en «Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular» (LOM Ediciones).
Tuve la suerte de poder trabajar durante años en un archivo de Barcelona que conserva documentación sobre la evolución en los años 60 de los cristianos de América Latina hacia posiciones revolucionarias, y consultar mucha documentación de la Iglesia Joven o Cristianos por el Socialismo. Me parece que una de las aportaciones más relevantes de la Revolución Chilena fue la convergencia de marxistas y sectores cristianos, que ya entonces era también importante en España, puesto que los comunistas se reunían en algunas iglesias y el nuevo movimiento obrero que surgía contra la dictadura se nutría también de militantes cristianos.
¿Cuáles han sido sus fuentes más importantes?
Dado que ya teníamos la correspondencia de Antonio desde Chile, el mayor desafío fue indagar y analizar su compromiso político y su trabajo en la clandestinidad. Durante varios años entrevisté a 49 personas, muchos de ellos militantes del MIR, entre ellos un ex dirigente de Valparaíso, Jorge Magasich. El tuvo la generosidad de remitirme un documento crítico sobre la táctica del MIR después del golpe, redactado por él, y suscrito por militantes de la «colonia Valparaíso». En uno de sus últimos escritos, Miguel Enríquez se refirió a ese documento, rebatiendo sus términos, pero hasta ahora no se había publicado el texto del mismo. También entrevisté a militantes comunistas, socialistas y del Mapu, a los que localicé en Chile, México, Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Holanda, Francia o Nueva Zelanda. La defensa de la tesis fue un acto muy emocionante. Luego de las intervenciones académicas de rigor, tomaron la palabra compañeros venidos de distintos puntos de España, ex dirigentes de Cristianos por el Socialismo en Chile como Ignasi Pujades, ex miristas como el quillotano Jorge Donoso o un sacerdote holandés que trabajó en La Calera, Francisco Weijmer. Ellos trazaron sus propios recuerdos, vívidos y emocionantes, de las luchas y sueños de justicia de Antonio.
¿Cuál fue la reacción de la jerarquía católica ante el compromiso de Llidó?
A finales de abril de 1972 el obispo de Valparaíso, Emilio Tagle, suspendió el contrato de Llidó con su diócesis, y junto al obispo auxiliar de Valencia, le exigió que regresara a España. Ante la disyuntiva, Antonio optó por permanecer en Chile para continuar luchando y siguió ejerciendo como sacerdote en la comunidad quillotana de Cristianos por el Socialismo. A casi 33 años de su terrible desaparición, la jerarquía católica valenciana no ha tenido ni siquiera una palabra o un gesto de reconocimiento hacia una persona que previamente sirvió a su diócesis durante una década, que tuvo un compromiso con los sectores más humildes de España y Chile y que durante su reclusión en las cárceles secretas de Pinochet tuvo un comportamiento ejemplar con sus compañeros presos, a los que infundió esperanzas, y frente a sus torturadores. Los responsables de los archivos de la Conferencia Episcopal Española y del arzobispado de Valencia me denegaron la posibilidad de consultar la documentación que conservan sobre Antonio.
¿Cómo logró usted alejarse de la caricatura del MIR propia de otros textos referidos a la época de la Unidad Popular?
Existe un fértil camino para investigar los años de la Unidad Popular a través de las fuentes orales, la historia local o la microhistoria, sólo explorado hasta el momento por autores como Franck Gaudichaud, Peter Winn o José del Pozo. Creo que mi investigación es la primera historia local del MIR que se publica. El hito fundacional fue la toma de la industria Rayón Said en febrero de 1971. El Comité Local Interior de cuya dirección formaba parte Llidó, coordinaba el trabajo campesino, estudiantil, obrero, y del mundo poblacional. También analizo el trabajo político-militar (las llamadas tareas especiales) que el MIR intentó desarrollar en la zona, la toma fallida de la industria conservera Centauro en el invierno de 1973, y logré reconstruir la forma cómo la izquierda quillotana vivió la mañana del 11 de septiembre. Sostengo que el trabajo político de Antonio Llidó y sus compañeros, impugna la «leyenda negra» de este partido tejida por la historiografía y la prensa pinochetista, ya que, con sus aciertos y sus errores, el MIR contribuyó a una revolución inolvidable, cuya derrota causó mucho dolor, no sólo en Chile, sino entre las personas de izquierda de todo el mundo, pero que también nos sirve para aprender y continuar la lucha por el socialismo.
La decisión de Antonio Llidó de permanecer en Chile respondía a su convicción personal, pero también era la política de la dirección del MIR. ¿Cómo ilustra su libro ese hecho?
En las primeras horas de la tarde del 11 de septiembre de 1973, Antonio Llidó y su compañero Jorge Donoso se refugiaron en una modesta casa del cerro Mayaca de Quillota y luego donde otra familia del sector. Allí conocieron los bandos militares del coronel Paredes, jefe de zona, que le prometían su repatriación si se entregaba, pero Antonio decidió no hacerlo. Logró llegar en octubre a Santiago, cobijándose en la casa de Jaime Valencia y Consuelo Campos, quienes también recibieron a Jorge Donoso. Consuelo (militante del MIR), Jorge y Donoso constituyeron un Comité de Resistencia y fueron parte de la «colonia Valparaíso» trasladada a la capital del país. En marzo de 1974, la Comisión Política del MIR sugirió a Antonio la posibilidad de desarrollar tareas de solidaridad en Europa, pero él la rechazó, con los ojos aguados por las lágrimas, y pidió que nunca más le propusieran abandonar Chile. Meses después, rechazó asimismo la propuesta de unirse a un grupo de militantes, muy críticos de la línea política elaborada por su dirección nacional, que se asilaron en la Nunciatura Apostólica ese 26 de julio. El coincidía con la táctica de la Comisión Política y como indicó en la carta a su familia del 10 de julio de 1974, consideraba que «ausentarse en las presentes circunstancias» sería «una traición a la clase oprimida que sufre la acometida brutal del gorilaje uniformado».
¿De qué manera logró la dictadura su detención?
Sólo sabemos que su detención se produjo en el centro de Santiago la mañana del 1º de octubre de 1974, cuatro días antes de la caída en combate de Miguel Enríquez. Antonio estaba trabajando para la Comisión Nacional de Organización del MIR. De inmediato fue conducido a la casa de José Domingo Cañas y torturado con electricidad y especial saña por los agentes de la DINA durante varios días. Primero fue encerrado en el espacio conocido como «el hoyo» junto a compañeros como Aldo Pérez Vargas, Mario Calderón o Carlos Gajardo, todos ellos igualmente detenidos desaparecidos.
Uno de los sobrevivientes, Edmundo Lebrecht, entregó su testimonio en el documental Queridos todos (1988) hecho por Andreu Zurriaga, sobrino de Llidó: «Gran parte de la tortura era para que entregara a los dueños de una parcela donde había estado escondido. Sé que ellos no cayeron. Recuerdo haber oído a los torturadores exasperados torturándole y preguntándole: ‘¿Y por qué no hablas, cura maricón?’. Y él gritaba: ‘¡Por mis principios! ¡Por mis principios!’. Una cosa es cómo a uno lo torturaban, pero tal vez lo más terrible era escuchar a muchachas que pedían por favor que no las torturaran más porque estaban embarazadas…. Para todos nosotros, nuestra actitud, habernos quedado en Chile, vivir en la clandestinidad era una cosa de principios. ¡Pero (…nunca escuché a alguien) gritarle a esos tipos que no hablaba por sus principios!.. Hay que destacar el modo como Llidó asumió su rol sacerdotal, su comportamiento ante los torturadores, su defensa de la vida de la gente que le protegió en un momento determinado; son las cosas no dolorosas, que nos sirven. Su martirio en lo personal es un martirio colectivo».
El 11 de octubre Antonio fue conducido junto con otros prisioneros a Cuatro Álamos, de donde fue sacado por la DINA con destino desconocido para ser asesinado alrededor del 25 de octubre.
Pinochet murió poco después de ser desaforado por la desaparición de Llidó…
El caso de Antonio es uno de los que con mayor claridad prueba la participación en la represión por parte del tirano. En el encuentro que los obispos Fernando Ariztía y Helmut Frenz mantuvieron con Pinochet el 13 de noviembre de 1974, cuando le mostraron una fotografía de Llidó, el dictador justificó su detención: «Ése no es un cura, es un terrorista, un marxista, hay que torturarlo porque de otra manera estos no cantan…». El 15 de mayo de 2003 el juez chileno Jorge Zepeda procesó a Contreras, Moren Brito, Krassnoff, Romo y otros agentes de la DINA por la desaparición de Antonio. Desde entonces el proceso judicial está estancado. Confío en que, como ya ha sucedido en algunos pocos casos de militantes del MIR detenidos desaparecidos, lleguen las condenas y los responsables de estos crímenes contra la humanidad sean condenados. La lucha contra la impunidad es parte esencial no sólo de la lucha por la memoria, sino también de la lucha por el futuro.