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Cronopiando

No soy un analista

Fuentes: Rebelión

Molesta una lectora por mi «recurrente insolvencia histórica» me acusa de ser un pésimo analista cuando bien pudo haberme descalificado, simplemente, por no serlo. Y tiene razón en cualquier caso. No, no soy analista político, ni manejo «óptimas historicidades recurrentes», ni aspiro a que se me titule como tal por, simplemente, haber sabido, antes que […]

Molesta una lectora por mi «recurrente insolvencia histórica» me acusa de ser un pésimo analista cuando bien pudo haberme descalificado, simplemente, por no serlo.

Y tiene razón en cualquier caso. No, no soy analista político, ni manejo «óptimas historicidades recurrentes», ni aspiro a que se me titule como tal por, simplemente, haber sabido, antes que algunos presidentes de gobierno, que las armas de destrucción masiva no existían.

Y es que para ser analista se requiere un manejo de la «operatividad circundante» que haga posible el acceso a «informaciones de orientación interdisciplinaria», de las que jamás he dispuesto. Es más, reconozco que ni siquiera sabía que existían.

En mi descargo, puedo aducir que no es ya que uno viva en un pueblo y, además, de provincias, sin otra herramienta a mano para saber del mundo que los medios de comunicación, lo peor es que tampoco disfruto de una «visualización analítica y consensuada que recomponga mi marco conceptual».

Por todo ello, supongo, es que mis conclusiones suelen ser tan peregrinas como los argumentos que las constituyen. La veracidad, por ejemplo, de una información, en mi caso, la determina la credibilidad de la fuente, por lo que, basta que sea el presidente estadounidense quien afirme o niegue no importa el hecho para que, inmediatamente, sin someter su discurso a una «revisión empírica reconstructiva», yo deduzca que es cierto lo que niega o falso lo que afirma.

Del mismo procedimiento deductivo me he valido siempre para determinar qué gobiernos son serios y cuáles sinvergüenzas, qué instituciones me parecen fiables y. cuales no. Si el Banco Mundial, pongo por caso, publica su índice de gobernabilidad en Latinoamérica y establece que Cuba y Venezuela, junto a Haití, son los países con peores resultados en la región, esa es para mi la mejor garantía de que en Cuba y Venezuela se siguen haciendo bien las cosas. No necesito saber nada más, ni averiguar nuevos indicadores, ni cotejar más resultados, ni estudiar otras variables. Me basta con saber que el Banco Mundial no es más que una pústula mafiosa de la camarilla de hijos de puta que gobiernan el mundo para limpiarme el culo con sus índices de gobernabilidad o sus predicciones a cualquier plazo.

Puesto a expiar pasadas culpas, les reconozco que, en el caso de Aznar, ni siquiera le concedí el beneficio de la duda y, antes de que expusiera el primer juicio, ya deduje, sólo con verle su careto de figurín barato acomplejado, cuán perverso podía llegar a ser ese facha de mierda.

Y sé que, tan huérfano como me declaro de «cognoscitivos usos regulativos de interacción mutua» mal puedo aspirar al público reconocimiento de mis alegados «análisis», cuando yo mismo confieso la tosquedad de los razonamientos de los que me valgo, las burdas hipótesis de las que parto y la pobreza de mi marco deductivo. Desgraciadamente, no a todos nos es dado el marco teórico, sostenido y sustentable, que nos permita realizar «introspecciones de contraste mediático», y nos quedamos al nivel que, con pesar, les manifiesto y que me lleva, incluso, a sopesar, si la lectora que tengo por «académica-política-analítica», no será una idiota.

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