El movimiento social contemporáneo se caracteriza por ser una múltiple expresión de reivindicaciones étnicas, culturales, sociales y económicas que se expresa en alegres y coloridas marchas que inundan el centro de las grandes capitales con consignas que exigen libertad, igualdad, más democracia, etc. Estas multitudes, en términos de Toni Negri, representan la conformación de una […]
El movimiento social contemporáneo se caracteriza por ser una múltiple expresión de reivindicaciones étnicas, culturales, sociales y económicas que se expresa en alegres y coloridas marchas que inundan el centro de las grandes capitales con consignas que exigen libertad, igualdad, más democracia, etc.
Estas multitudes, en términos de Toni Negri, representan la conformación de una ciudadanía crítica que exige al estado protector, la solución a sus diversos conflictos sociales. En esta masa amorfa, se desdibujan por completo las características del capitalismo y las condiciones de explotación política y económica que le son inherentes. Y una vez desaparecidas las clases sociales solo nos queda una imagen de un orden social «abstractamente injusto» y la rebelión pasa a ser un asunto netamente poético.
En estos últimos meses hemos podido ver una gran efervescencia en el descontento social: en la llamada «primavera árabe», los indignados de España, y Chile, que no se queda atrás con ya casi cinco meses de movilización cuya reivindicación es el derecho a la educación.
Esto es parte del gran despertar que se mueve por el mundo, algo así como «un fantasma que recorre Europa», parafraseando a un antiguo filósofo, que para bien de las clases dominantes, hoy pasó al olvido por los mismos movimientos que encarnan este despertar social.
Aunque los actores sociales hayan relegado a Marx al panteón de la filosofía política, no ha pasado así en el mundo académico, el cual ha hecho de éste una moda que insiste en rescatarlo. Pero, ¿a cuál Marx rescatamos del olvido? ¿Al Marx de los estudios culturales, de los sofistas posmodernos, al autor clásico que predijo la dinámica de la globalización que incluso se le cita en Wall Street después de la crisis del 2008? Tristemente, nunca se descubre al Marx que encontraba en la lucha de clases el motor de la historia, ni al filósofo que aspiraba a la toma del poder político por parte de los explotados, ni mucho menos, al promotor de la dictadura del proletariado. Podemos concluir que hoy, Marx es solo un referente epistemológico que lamentablemente tiene una importante cabida en el mundo académico y teórico (el cual solo lo ha llevado a visiones reformistas de la construcción política de la izquierda), pero que poco tiene que decir al mundo popular, altamente influenciado por el nuevo pensamiento crítico y su rechazo al poder y cualquiera de sus formas de construcción; una nueva articulación social que se define como apolítica y apartidista.
Si esto ha pasado con Marx, que ha sido relegado al campo netamente teórico y alejado por los mismos actores sociales de la práctica política, qué se puede esperar si se menciona a Lenin, a quien hoy en día cualquiera que ose nombrarlo, levanta la voz de los sinvergüenzas conformistas liberales, e incluso, de algunos «izquierdistas» que en defensa del orden existente, denuncian cualquier intento serio de cambiar las cosas tachándolo como éticamente peligroso, resucitando el fantasma del totalitarismo.
Esta satanización de Marx, y más aún de Lenin, se debe en gran parte a la forma en que la clase dominante supo imponerse ideológicamente, incluso, entre los revolucionarios más comprometidos, que casi sin darse cuenta asumen su discurso, y con antojadizos prejuicios se niegan a conocer en lo más mínimo, algunos de los planteamientos de estos teóricos.
Sobre esto, los revolucionarios nos podríamos preguntar, ¿qué tiene Lenin que decir a la izquierda del siglo XXI? La respuesta es bastante simple, y sin un análisis serio de la obra leninista, estaremos volando a ciegas como lo hemos hecho durante los últimos años.
En la modernidad Lenin tiene mucho que entregar al movimiento social y también a la teoría revolucionaria, y se esté o no de acuerdo con este autor, no podemos negar la importancia de su análisis para el desarrollo posterior del movimiento revolucionario. Por ahora, hay tres puntos que voy a mencionar, que me parece de vital importancia destacar para poder posicionar hoy de manera sólida un proyecto desde la izquierda [1] :
1- La importancia del análisis estratégico del capitalismo. Lenin no fue de ningún modo el mayor de los pensadores económicos marxistas. Pero lo que mostró más claramente es la importancia del análisis teórico del capitalismo para situar estratégicamente a los actores políticos. Su ensayo, El imperialismo, fase superior del capitalismo, a pesar de sus debilidades, sirvió para reorientar a la izquierda revolucionaria después del estallido de la Primera Guerra Mundial y del colapso de la Segunda Internacional, analizando las rivalidades geopolíticas y la pugna internacional entre las clases dominantes. La izquierda necesita en la actualidad semejante análisis estratégico, necesita ir más allá de la crítica a la globalización popularizada por los defensores de la «Tercera vía», y evaluar una comprensión adecuada de la fase del desarrollo en que nos encontramos actualmente.
2- La centralidad de la política. «La política es la expresión más concentrada de la economía» [2] . Todas las contradicciones de la sociedad de clases se encuentran y se funden en las estructuras del estado y las luchas en torno a él. Algunos apologistas del neoliberalismo, incluyendo a variados sectores del campo libertario, plantean que esta postura está fuera de lugar, ya que producto de la globalización económica, el Estado se ha debilitado. Para esto cabe destacar que el ejercicio del poder del estado fue fundamental en primera instancia para promover la globalización, y aún sigue siendo uno de los más importantes medios de reafirmación de los intereses de la clase capitalista, que están constituidos mayoritariamente sobre la nación. Este punto tiene que ver directamente con el anterior, ya que un análisis serio del capitalismo en su fase actual, visto desde la economía, nos permite descubrir hasta qué punto realmente el Estado se ha debilitado en los países poseedores de un capitalismo más avanzado. Contrario a lo que dicen los defensores del libre mercado, si examinamos la inversión en gasto social, métodos de coerción, represión y control sobre los individuos, podemos percibir que países como EE.UU., Inglaterra, Alemania y Japón entre otros, [3] han incrementado en porcentajes significativos su inversión estatal. Si en los países latinoamericanos el Estado y el gasto público se han ido debilitando se debe específicamente a la debilidad del movimiento obrero y la confusión ideológica de los teóricos del «pensamiento crítico contemporáneo», no a una «fatalidad histórica» producto de la superioridad inminente del capitalismo como forma de orden social.
3- La necesidad de la organización política como vanguardia. La necesidad de concentrar las energías del proletariado para hacer frente a la concentración del poder capitalista en el Estado, fue una de las motivaciones para la concepción leninista del partido revolucionario. Para esto, la historia contemporánea nos puede dar varios ejemplos de importantes movimientos sociales que no han sabido cuajar su efervescencia en un partido o programa que los lleve a la resolución de sus conflictos, y estos han terminado cooptados por las campañas de partidos liberales o populistas. Véase, por ejemplo, la lucha contra la Guerra de Vietnam; la destitución del presidente argentino De La Rúa en la crisis de 2001 en Argentina con el slogan: ¡Que se vayan todos! También las protestas durante los ochenta en Chile, que a falta de una vanguardia sólida, terminaron entregándole el poder en las manos al Partido Demócrata Cristiano y la Concertación. Este partido de vanguardia que planteó Lenin, es una organización de «revolucionarios profesionales» [4] que introducen la teoría política a las masas, y está compuesto por hombres y mujeres que asumen la lucha social como una forma de vida. Por lo mismo, éstos revolucionarios distan mucho de aquellos que perciben la revolución como un «hobby» dominguero.
La falta de estos tres elementos, entre otros, es lo que mantiene a la izquierda sumida en una política claudicante, y si bien por lo menos en América Latina, la burguesía impuso su proyecto a sangre y fuego, esta pusilánime actitud de la «nueva izquierda», ha servido para prolongar el poder de éstos y, a la vez, empobrecer aún más a la clase obrera que ya casi ha aprendido a callar y poner la otra mejilla. «En un periodo cuya atmósfera política es en gran medida anarquista (en el sentido técnico del término), pensar en la organización resulta desagradable y en las instituciones mucho más. Esta es por lo menos una de las razones del éxito de la idea del mercado; promete orden social sin instituciones, pretendiendo no serlo el mismo» [5] .
A esta desviación presente en el pensamiento crítico contemporáneo, hay que sumarle la irrupción de la ideología pacifista, un movimiento que tiene una seria convicción en el hecho de que sus reivindicaciones serán satisfechas sólo con alzar la voz e interpelar a los poderosos. Tanto sus acciones como su altruista código moral sin duda responden a las mejores intenciones, no obstante, no generan el impacto necesario para impulsar el cambio social.
Pero seamos realistas, sean cuales sean las reivindicaciones de un movimiento social, sus exigencias cuestionan el poder de la clase dominante, y estos tienen en sus manos al Estado y con ello el «monopolio de la violencia» [6] , por lo tanto desde el punto de vista de la sociología burguesa, solo los ricos pueden ejercerla.
Hoy las sociedades padecen un grave estado de amnesia, y peor aún, sienten fobia de mirar al pasado para recuperar su propia historia, y acaban asumiendo la versión que impone la clase dominante. Por ejemplo, los movimientos pacifistas de España y Chile olvidan que los grandes cambios (para bien o para mal) han sido producto de encarnizados procesos sociales, y que el proyecto de la «Unidad Popular» y el de la «España Republicana» fueron masacrados en pos del «orden y la institucionalidad». ¿No nos parece extraño que hoy la misma clase que exilió, asesinó y torturó a miles de luchadores sociales para mantener sus privilegios, quiera detener el curso de la historia que intentan escribir los pueblos, reprimiéndonos por el bien del «orden y la institucionalidad»?
Olvidan acaso que la clase burguesa de Chile logró su «anhelada independencia» por medio de una exitosa guerra de liberación y no por coloridos carnavales frente a los ojos de Fernando VII y el Virrey del Perú.
Olvidan también que la independencia de España contra el nepotismo del imperio napoleónico y Luis Bonaparte se forjó a partir del levantamiento del 2 de mayo, una violenta jornada de protesta popular que fue fuertemente reprimida por las fuerzas francesas, y que más tarde extendió el descontento por todas las ciudades, un proceso que culminó con la declaración de Independencia.
Negar la importancia de la violencia en el desarrollo de la historia, es casi tan grave como negar que la lucha de clases es el motor de ésta. Y es este precisamente el conflicto. Las nuevas teorías sociales de tendencia «crítica» niegan rotundamente la vigencia de la lucha de clases, argumentando que hoy vivimos en la llamada «aldea global», una suerte de comunidad interrelacionada, que producto del mayor acceso a los nuevos medios de comunicación de alguna manera (misteriosa) promovería la solidaridad y la unión en la lucha por los mismos ideales al nivel de la ecología o una economía más humana.
En la práctica esta teoría es completamente errónea, porque aunque existe un aumento significativo en el acceso a los medios de comunicación, estos no han sido más democráticos, y peor aún, en todas las grandes naciones, los medios, al igual que la riqueza son controlados por ínfimas minorías.
Por lo mismo, la burguesía ha ido fortaleciendo cada vez más su influencia ideológica en el campo popular y penetrando silenciosamente la conciencia de quienes conducen el movimiento social.
Si la lucha de clases no existe, ¿qué sentido tiene para la burguesía sofisticar a niveles impensados sus técnicas y estrategias de dominación, sino es con el propósito de engañar y distraer ideológicamente a los explotados frente a una lucha cada vez más intensa, nítida y feroz? Si sostenemos que el capital ha recorrido todas las fronteras y se ha agigantado, ¿de dónde proviene su crecimiento? ¿O acaso olvidamos que el capital nace y se expande a partir de la explotación del trabajo?
Entendemos que la violencia no es quizá el mejor de los métodos en la construcción del nuevo edificio social, pero cada vez que un grupo levanta su voz por reivindicaciones de mayor justicia, es silenciado con mano firme. Basta mirar la historia, en la que pueblos enteros han sido asesinados solo por alzar su voz, y hoy nos parece poco creíble ver en los medios la calurosa recepción que les han dado las fuerzas del orden a los estudiantes chilenos y los indignados de España en países que se jactan de haber vuelto exitosamente a la «democracia» luego de oscuros periodos de genocidio dictatorial.
Esta violencia con que las clases dominantes responden al legítimo llamado de atención de la ciudadanía, demuestra lo que ellos entienden por «orden e institucionalidad», es el orden de la explotación, de la injusticia, es el orden de la acumulación de riquezas a costa del empobrecimiento de la mayoría, y es la institucionalidad de su dominación. En pocas palabras, a la «democracia liberal» no le molesta que los explotados protesten, mientras lo hagan de manera educada.
Es importante que la teoría crítica y los movimientos sociales tomen en cuenta estos fenómenos, porque por más que lo nieguen los apologistas del mercado, la lucha de clases sigue vigente y se agudiza cada vez más, y las masas en su búsqueda de justicia, más temprano que tarde comprenden el rol que juega la violencia en todos los procesos históricos y aunque no lo queramos, ésta no será la excepción. «No dejemos que la alegría y el colorido de las movilizaciones callejeras nos haga olvidar el fin de estas. «LUCHAR» por lo que nos pertenece.
[1] Para un análisis más detallado de estos puntos véase: Alex Callinicos. ¿Leninismo en el siglo XXI? Lenin, Weber y la política de la responsabilidad. Editorial Akal 2007.
[2] V.I. Lenin. Los sindicatos, la situación actual y los errores de Trotsky. Obras escogidas Editorial Progreso.
[3] Para un estudio más detallado de esta afirmación revisar: Boron, Atilio. «Pensamiento único» y resignación política: Los límites de una falsa coartada. Buenos Aires, CLACSO 1999. En donde se pueden observar informes estadísticos de la inversión en el sector social en los países de un capitalismo mas avanzado.
[4] Esta definición no está ligada al hecho, de que sean éstos necesariamente profesionales académicos, sino que hace mención a que los revolucionarios profesionales, perciben el proceso de construcción revolucionaria como un trabajo al cual deben responder con igual o mayor disciplina que en un trabajo remunerado, también «no basta solo con definirse como vanguardia, sino que las masas te reconozcan como tal».
[5] Slavoj Zizek: Un gesto leninista hoy. Contra la tentación populista. Editorial Akal 2001 pag. 75
[6] Término acuñado por Max Weber en su clásico: «La política como vocación»
— Francisco Cornejo Mendez Colectivo Organizacion Popular