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Los muertos no se cuentan así

No todas las victimas son iguales para los medios

Fuentes: La Silla Vacía

Hay tres momentos en la insuficiente producción mediática relativa a la memoria histórica en Latinoamérica que siempre me han impresionado. Uno, durante las visitas pedagógicas para la recuperación de la memoria de la masacre de Trujillo, un grupo de estudiantes de Cali viaja a la casa monumento que los habitantes de Trujillo han construido y […]

Hay tres momentos en la insuficiente producción mediática relativa a la memoria histórica en Latinoamérica que siempre me han impresionado. Uno, durante las visitas pedagógicas para la recuperación de la memoria de la masacre de Trujillo, un grupo de estudiantes de Cali viaja a la casa monumento que los habitantes de Trujillo han construido y defendido con las uñas ( min 1:30 ). El viaje inicial destila la frivolidad de la adolescencia. Los muchachos hablan, bromean. Para ellos este es sólo un paseo más. Esto sucede en el bus, en el camino al monumento y en el corredor de la casa. Hasta que una niña entra y en medio de las bromas destinadas a ser olvidadas, mira el muro en donde están las fotos de los muertos, la galería, infinita en el alma de esta nación.
Y entonces sólo el silencio.

La cara de esa niña es la metáfora de un país que se despierta, atolondrado, dolido, consciente por primera vez del olvido del que ha sido cómplice desde el comienzo.

Los otros dos testimonios son la forma en que durante los periodos iniciales de la democracia, las estudiantes de un colegio de bachillerato chileno discuten cándidamente, casi con aceptación, las atrocidades de la dictadura, en » La Memoria Obstinada » de Patricio Guzmán ( min 7:54 ), y la forma en que universitarios argentinos en los primeros años de la democracia justificaban las desapariciones y el robo de niños, sin ningún tipo de pudor, frente Estela Carlotto, una víctima emblemática de esa tragedia ( min 4:30 ).

Lo que más me confronta de estos recuentos es darme cuenta del ambiente posdictactorial, a pesar de que no hubo dictadura, que se vive en Colombia. Un ambiente en el que el sufrimiento de las víctimas, particularmente las más pobres y alejadas del poder, es ignorado, y en muchos casos justificado en el imaginario público.

Olvido y medios
Pensando en esto, me fui y busqué unos datos que había recolectado hace años para una investigación que dejé olvidada por cosas más importantes, creía yo, hasta hoy. En esos datos básicamente le pedía a un grupo de universitarios bogotanos que miraran fotos de víctimas de la violencia colombiana, acribillados por sicarios en el genocidio de los 80s, emboscados en el surgimiento de la nación paramilitar de los 90s, secuestrados en el plan de guerra de la guerrilla con el que comenzó este siglo. Les pedí también que me dijeran si recordaban una cosa – aunque fuera una sola cosa!!!- de cada una de ellas. Después busqué en la base de datos de eltiempo.com cuántas veces cada una de esas víctimas había sido mencionada desde los noventa, y use técnicas estadísticas simples para hacerme una imagen de lo que estaba pasando. Dos cosas fueron claras, las víctimas pertenecientes a la derecha son más visibles en los medios y en la memoria. Dos, la memoria histórica depende de la frecuencia con la que se haga referencia a un evento, en este caso las circunstancias de una víctima, en los medios masivos.

En busca del tiempo perdido
Lo que estos dos resultados señalan es la necesidad de una agenda que no sólo reconstruya la verdad, como ya se está haciendo, sino que visibilice en los medios y en los contextos educativos lo que aquí pasó. Esto implica, por un lado, investigación empírica de diversos tipos -desde encuestas hasta análisis narrativos- que permitan evaluar el efecto de los esfuerzos por visibilizar la memoria histórica. Por otro, esta agenda requiere construir una nueva pedagogía, particularmente en Ciencias Sociales, para la recuperación de la memoria.

En la actualidad, existen importantes iniciativas para reconstruir lo que pasó y algunos intentos por visibilizar los resultados de estas investigaciones. Entre esas iniciativas podemos contar con espacios como «Verdad Abierta» y series como » Contravía «, » La Vida en Juego «, «La Verdad sea Dicha» producida por el Instituto Popular de Capacitación, y «Nunca Más» impulsada por la CNRR. Estas series, sin embargo, han sido transmitidas en su mayoría por el canal institucional, el canal universitario Zoom, y señal Colombia, y en poco han permeado la televisión comercial en sus horarios prime.

El problema no es de rating: en Argentina, por ejemplo, una serie comercial ganadora del emmy, » Televisión por la Identidad «, giraba alrededor de los desaparecidos. El problema es de voluntad política. ¿Si hay espacio para los -en muchos casos sosos- informes del noticiero de la cámara, o las aburridas presentaciones de los partidos políticos en campaña, cómo puede no haber un espacio para documentales que conmueven el alma hasta el tuétano, que mucha gente vería sin problemas, y que de paso nos enseñarían algo sobre el origen de nuestra tragedia?

La ley de víctimas es insuficiente también en materia de educación
La otra ruta para reconstruir la memoria histórica es el cambio pedagógico. Sin embargo en esta área, el panorama es aún más oscuro, como lo señala Tatiana Acevedo cuando evalúa los recuentos de la violencia reciente en los libros de texto. La mención a las víctimas, particularmente si estas son de izquierda, es marginal e imprecisa. Al respecto, la ley de víctimas establece que el MEN fomentará «programas y proyectos» enfocados en la restitución, el ejercicio de los derechos y el desarrollo de competencias ciudadanas. El proyecto de decreto reglamentario, hecho público hace poco, por su parte, se deshace del problema y lo supedita al plan al Plan Nacional de Educación en Derechos Humanos ( PLANEDH ). Éste último documento a su vez presenta un panorma amplio de lo que debe ser la educación en derechos humanos, incluyendo, entre otras, componentes como las actitudes y valores, las competencias, el conocimiento de los derechos humanos y el reconocimiento de la historia. El riesgo es que es difícil saber a partir del documento, qué pasará con la educación en lo relativo a la imagen de las víctimas. Esto depende del delicado equilibrio entre los diferentes elementos señalados en el documento. Es posible, por ejemplo, que una educación enfocada mayormente en competencias puede olvidar a las víctimas.


La comprensión histórica, como todo el razonamiento humano , es de dominio especifico. Esto quiere decir que uno no puede aprender a ser tolerante en abstracto. La tolerancia en el micro nivel no es suficiente. Muchas de las personas que observaron silenciosamente el holocausto, por ejemplo, eran buenas en el sentido interpersonal, buenos ciudadanos , vecinos respetables. Pero, en ausencia de una comprensión histórica compleja y un entendimiento de los factores que mueven la historia hacia destinos trágicos, muchas de ellas se convirtieron en cómplices de la barbarie. Una educación para la memoria histórica necesita mostrar qué pasó con nombres propios e incluir a todas las víctimas, incluyendo por igual a secuestrados y a víctimas de las masacres de todos los actores del conflicto, en un currículo esencial que todo ciudadano deba saber.

Coda
Para iniciar este blog, elegí deliberadamente el título del libro de Mary Daza Orozco sobre la violencia en Urabá hace 20 años, porque creo que éste debería ser parte, entre otros muchos documentos, de un currículo en historia que funcione como una forma de reparación simbólica. Un currículo que nos saque de este ambiente posdictatorial en el que en el imaginario popular, la barbarie contra las víctimas -el sendero de recuerdos insepultos digno de una tragedia griega al que ha tenido que enfrentarse cada una de ellas- nunca sucedió, y en el que si algo pasó, como he oído múltiples veces, «fue porque algo debían».

Fuente: http://www.lasillavacia.com/elblogueo/blognotas/29966/los-muertos-no-se-cuentan-asi-no-todas-las-victimas-son-iguales-para-los-m