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Nonagenarias y antifascistas de hierro

Fuentes: La Marea [Foto: Araceli Ruiz (izda) y Teresa Alonso (centro) charlan con una compañera en un homenaje a los niños de la guerra de España celebrado en Moscú, en 2017 ( NUEVE CARTAS)]

Todo el siglo XX ha pasado ante sus ojos. Teresa, Alicia, Araceli y Julia sobrevivieron a la guerra civil, se criaron en la URSS, lucharon contra los nazis y ayudaron a la Revolución Cubana. ‘Matrioskas, las niñas de la guerra’ narra su extraordinaria historia.

«¿Ves la insignia? Mírala bien. Es el contorno de España. Y las siglas M.A.E. en rojo, amarillo y morado. Significa ‘Mujeres Antifascistas Españolas’. ¡Esa no la tuvo todo el mundo!», exclama orgullosa Julia Delgado (Madrid, 1923) en su domicilio cubano. Es una de las cuatro protagonistas de Matrioskas, las niñas de la guerra, el documental de Helena Bengoetxea que se estrenó anoche en el festival Zinebi de Bilbao. Su cinta es, a falta de homenajes oficiales, una suerte de reconocimiento a unas mujeres heroicas que dejaron su país, se criaron en la Unión Soviética, sobrevivieron a dos guerras y mantuvieron intactos sus ideales políticos.

Cuenta Bengoetxea que Teresa Alonso (Donosti, 1925) no sale nunca a la calle sin su chapa con la bandera republicana. Hoy vive en Barcelona. Siendo niña asistió al bombardeo de Gernika antes de ser evacuada, durante la guerra civil, junto con otros 35.000 niños. «Los que fueron a Rusia eran casi todos hijos de militantes del Partido Comunista –precisa Bengoetxea–. Hubo muchos niños de la guerra enviados a otros países: a Francia, Inglaterra, México, Dinamarca, Bélgica y Suiza». Hasta la adolescencia Teresa vivió en un hogar para niños españoles en Ucrania. Durante la guerra mundial fue trasladada y sobrevivió al cerco de Leningrado. Allí ayudaba a neutralizar las bombas incendiarias de los nazis con bidones de arena. Trabajó recuperando cadáveres, miles de ellos, para llevarlos a las fosas comunes. Y sin expresarlo abiertamente, en el documental da entender cómo pudo librarse de morir de inanición en aquellos días.

Araceli Ruiz (Palencia, 1924) le muestra a Bengoetxea sus fotos de Cuba. «Mira, todo hombres. Yo soy la única mujer». Allí trabajó como traductora de los asesores militares soviéticos durante la crisis de los misiles. No volvió a su casa, en Gijón, hasta 1980. Tenía mucho trabajo en la URSS y no lo quería dejar. Ni volver mientras Franco viviera.

En la misma situación laboral estaba Alicia Casanoba (Barakaldo, 1925). Médica especialista en neumología, se presentó voluntaria para trasladarse a Cuba en los primeros años de la Revolución. Allí llegó a dirigir varios hospitales y contribuyó a erradicar la tuberculosis de la isla a mediados de los años sesenta. «¿Qué hubiera pasado si vuelves a España?», le pregunta Bengoetxea. «Pues que no hubiera llegado a lo que llegué», contesta Alicia con una desarmante lucidez.

Teresa vivió esa experiencia limitadora en carne propia. Ella sí volvió, en la década de 1950, cuando Franco permitió el regreso de los niños de la guerra. Su formación, obtenida en la URSS, era de perito, experta en electricidad, pero sólo pudo trabajar de telefonista en un hotel de Barcelona. En cierta ocasión un músico soviético se alojó allí y cuando el director la vio hablando en ruso con él rebajó aún más su categoría. No sabía que estaba dando empleo a una comunista. Y encima divorciada. A partir de ese día fue camarera de piso. Tenía que hacer las camas de rodillas porque su espalda quedó dañada en una explosión durante el sitio de Leningrado. «Y además nadie le alquilaba un piso. Vivía con su hija en un portal, debajo de una escalera», nos cuenta la directora de Matrioskas. «Hemos estado olvidadas pero que se sepa por lo que hemos pasado. Para los que vienen detrás, porque se puede repetir», dice Teresa en la película.

A ella, tras pasar por tantas vicisitudes, no le extrañó que muchos de aquellos niños que regresaron se volvieran a marchar a la URSS. Vieron la España de Franco, esa que el NO-DO encuadraba sin asomo de vergüenza «en el mundo libre», y se marcharon por donde habían venido. Fue como el heroico salto del Muro de Berlín, pero al revés, hacia el Este. Es lógico que a muchos patriotas españoles, educados en los relatos oficiales (el franquista y el hollywoodense), les explote la cabeza con historias como estas.

«Vivir dos guerras y un exilio es un drama. Y eso es lo que vivieron estas niñas. Los niños también, por supuesto, pero yo tenía muy claro que quería contar la historia de las mujeres, mostrar esta memoria en forma de genealogía femenina», explica Bengoetxea. «Ellas, a pesar de la tragedia, de tener que dejar a sus familias, de ir a otro país, de tener que aprender otro idioma, de vivir otra guerra, a pesar de todo eso, se puede decir que hasta tuvieron suerte. Porque si llegan a quedarse aquí, ni hubieran estudiado ni hubieran conseguido desarrollar una carrera profesional. Aquí, para hacer cualquier cosa había que contar con el permiso del marido, del padre o del hermano. Una cosa de locos».

Feministas en la práctica

El convulso siglo XX convirtió a estas mujeres, paradójicamente, en lo que son, en feministas no adscritas a ninguna ola. Feministas antes de cualquier teoría feminista «Yo lo tengo muy claro», asegura Bengoetxea. «Que ellas no se definan como feministas no significa que no lo sean, como ha ocurrido con muchísimas mujeres a lo largo de la Historia», añade. Y subraya un matiz para entender esto en su verdadera dimensión: «Ellas hablan de esos acontecimientos históricos porque los vivieron en primera persona, exactamente igual que los hombres. Pero, además, hablan de otras cosas. Hablan de la maternidad, de las relaciones de pareja, de su trabajo y de las dificultades que tuvieron en él por el hecho de ser mujeres… En definitiva de cosas que hoy siguen pasando».

Su forma de hablar de aquellos años trágicos también es diferente. La guerra civil fue, durante décadas, un tabú en la mayoría de hogares españoles. La excusa era vivir en paz y salir adelante. Así que sobre aquello se extendió un manto de silencio. Pero eso no vale para ellas. «Es que son más abiertas, porque han sido educadas así y porque no vivieron aquí –explica la directora–. Ellas emprendieron un exilio político con 12 años y sabían perfectamente lo que pasó: un golpe de Estado, una guerra y una dictadura. Y vivieron otra realidad. Y más aún: para ellas su país es la España de la República. Aunque este país, el país ideal de su memoria, no existe».

Helena Bengoetxea hace un paralelismo entre la locuacidad de la que hacen gala Araceli, Teresa, Alicia y Julia y el silencio que ha marcado a tantas familias españolas que vivieron la dictadura: «En Navarra, de donde soy yo, no hubo frente de guerra. El general Mola y los carlistas se hicieron con el territorio en los primeros días de la contienda. No hubo guerra como tal. Lo que sí hubo fue una represión terrible. Asesinaron a casi 4.000 personas. Y, claro, aquí sí que no se habla. Hay pueblos en los que las familias de los verdugos y las familias de las víctimas se conocen, y eso no se ha solucionado jamás».

‘Matrioskas’, un trabajo a contrarreloj

Por pura ley de vida, el rodaje de Matrioskas fue una carrera contrarreloj. Sus protagonistas, que superan con creces los noventa años, convertían el tiempo en algo precioso. Quien pone a Helena Bengoetxea en la pista de estas mujeres es una contemporánea de ellas, Isabel Álvarez Morán, otra de aquellas niñas de la guerra. La conoció en Cuba en 2016, mientras realizaba un máster de Documental Creativo en la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Isabel formó parte del grupo de 200 voluntarios españoles que a principios de la década de 1960 cambió la URSS por Cuba para ayudar a la revolución naciente. También iba a participar en Matrioskas, pero su estado de salud se deterioró rápidamente y no pudo ser.

Sobre Bengoetxea pendía, pues, la espada del tiempo. Sin embargo, sacar un rodaje adelante es algo especialmente lento. Conseguir la financiación y los permisos no fue una tarea fácil ni ágil, lo que provocó cambios inevitables en el proyecto original. Y a esas dificultades se le sumó la pandemia, que restringió la capacidad del equipo para desplazarse a Cuba y a Rusia. Con todo y con eso, el resultado es un documental conmovedor que hace justicia a unas mujeres que merecían un homenaje.

Foto: Teresa Alonso mantiene viva su curiosidad a los 97 años. Detrás, la directora de ‘Matrioskas’, Helena Bengoetxea, durante el rodaje en Barcelona (NUEVE CARTAS)

Así como cada año, en Europa, se homenajea a los héroes de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, España podía haber hecho lo mismo con los suyos. Pero no ha sido así. Ni con los hombres y mujeres que lucharon contra los nazis ni con los reprimidos y asesinados durante la dictadura franquista. «Bueno, a mí no me extraña», dice Bengoetxea. «¿Sabes cuál es la diferencia? Que la Resistencia francesa ganó la guerra. Aquí los republicanos la perdieron. Tuvimos 40 años de dictadura y lo que vino después: que el franquismo se quedó en las instituciones. ¿Tenemos una democracia formal? Pues supongo que sí… pero con un rey que puso ahí un dictador y que no se cuestiona. Y con un partido que se llama ‘socialista’, que gobernó desde 1982, durante 14 años, y que hizo bien poco por toda esta gente».

Este retardismo de nuestra memoria histórica es un tema que le duele especialmente: «No se ha hecho una valoración justa de lo que significaron el PCE y el PSOE en los gobiernos de la República. Sé que el PCE de hoy no es el PCE de entonces, pero es más grave aún lo del PSOE. Hay muertos en las cunetas que son suyos y no han hecho nada». Este desencanto llega hasta la misma Transición: «La recuperación de la memoria histórica se ha hecho tarde y mal. Y eso hablando de la guerra civil. Si hablamos de otras recuperaciones posteriores, de la represión de los años sesenta y setenta, apaga y vámonos. A ver si prospera la diligencia contra Martín Villa en Argentina. ¿Pero de qué democracia estamos hablando si te tienes que ir hasta Argentina para que juzguen a este señor?».

Malditos comunistas

Si muchos países europeos disfrutaron de un Estado del bienestar y hoy sacan pecho por sus democracias liberales, fue gracias al esfuerzo y la sangre derramada por los comunistas, muchos de ellos españoles. Y aún hoy, en el Congreso de los Diputados, se sigue usando el término «comunista» como insulto. «Tampoco me extraña. Es otra consecuencia lógica del desarrollo de nuestra historia», afirma la directora.

En cualquier caso, sus protagonistas, que siempre mantuvieron vivas las aspiraciones republicanas y la utopía comunista, no son mujeres obtusas. «Tienen muy claros los errores y los horrores cometidos en la Unión Soviética», explica Bengoetxea. «Teresa me contaba que cuando fue a Moscú en 2017, al homenaje que le dieron a los niños de la guerra por el 80º aniversario de su llegada, fue a la Plaza Roja para ver la tumba de Stalin. ¡Y fue allí para reñirle! Y Araceli, que tiene una forma de expresarse muy serena y muy racional, dice que lo mejor que hizo la URSS fue sacar a los presos políticos de los gulags, porque Stalin fue un sinvergüenza. Te lo dicen así. Pueden seguir teniendo los mismos ideales y creer en una utopía comunista, pero saben que, en la práctica, lo que se vendió como comunismo no fue tal».

Foto: Julia Delgado y su compañero posan en su domicilio de La Habana, donde vive rodeada de recuerdos. El más querido de todos es un dibujo que Antonio Buero Vallejo le hizo a su padre, histórico dirigente comunista, cuando compartieron presidio en Madrid (NUEVE CARTAS)

Esta es la visión de las que volvieron a España. El caso de Julia y de Alicia, las que se quedaron en Cuba, es un poco diferente. «Su posición política es casi una metáfora de lo que es el país. Son comunistas de pro, de las de aquellos años, y viven en un país que también está, ideológicamente hablando, en aquellos años. Ellas fueron a ayudar a la Revolución Cubana, esa fue su manera práctica de llevar a cabo sus ideales. Y cumplieron. Para ellas la revolución estaba hecha. Por eso se quedaron allí. Julia lo dice claramente: ‘Yo soy una cubana más’».

«Si muchos cubanos murieron en España peleando por la República, ¿por qué yo no podía pelear aquí?», se pregunta Julia en el documental. «Por eso vine. Tenía que ayudar. Y no me sentí nunca extranjera. Yo siempre me sentí cubana».

Cerca ya de los 100 años, Julia afirma que no le tiene miedo a la muerte. Simplemente no piensa en ella. Después de vivir dos guerras, de sentir cómo le caían las bombas encima, y habiendo salido de aquello por su propio pie, opina que ya es tarde para tener miedo. Así y todo, Bengoetxea la interroga:

–¿Tú a qué le tienes miedo, Julia?

–¿A qué voy a tener miedo? A los fascistas.

Fuente: https://www.lamarea.com/2021/11/18/matrioskas-nonagenarias-antifascistas-de-hierro/