Kafka, escribió lo que llamamos hoy un microcuento bajo cuyo título, «Fabulilla» encuentro esta situación particular: «- ¡Ay! -decía el ratón-. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero era tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero […]
Kafka, escribió lo que llamamos hoy un microcuento bajo cuyo título, «Fabulilla» encuentro esta situación particular:
«- ¡Ay! -decía el ratón-. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero era tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se precipitan tan velozmente los unos contra los otros, que ya estoy en el último cuarto, y allí, en el rincón, está la trampa hacia la cual voy.
– Sólo tienes que cambiar la dirección de tu marcha -dijo el gato, y se lo comió.»
Piense usted cuánta semejanza tiene con situaciones que se dan en la izquierda. ¿Tenemos una dirección propia? Si tener claro nuestro origen nos define, ¿se es consecuente?, o sea ¿nuestro origen tiene consecuencias en nosotros, o los valores de la derecha nos han colonizado y mantenemos sólo el aspecto exterior, la apariencia?.
Un ejemplo, ahora van a jurar o a prometer los parlamentarios, es como manda la ley; pero ¿habrá alguno/a parlamentario/a que utilice otra fórmula, sabiendo que la ley que prometen o juran respetar es injusta contra los trabajadores? ¿qué fórmula? No, no voy a decir lo que deben pronunciar otros, pero aquí expongo un segundo microcuento de Bertolt Brecha perteneciente a «Historias del señor Keuner?:
«A un proletario que había sido llevado ante los tribunales se le preguntó si prefería jurar por Dios o si escogía la fórmula profana para su juramento. «No tengo trabajo», respondió el hombre.
– Esa respuesta no fue una mera distracción -comentó el señor K.- Con esas palabras quiso significar que su situación era tal que esas preguntas, más aun, quizá todo el proceso judicial, carecía totalmente de sentido.»
Ahora bien, si en el pasado no veíamos los errores, las trampas, ni apreciábamos la podredumbre de nuestras heridas porque todo lo considerábamos menor en pos de una consecución que se manifiesta contraria a nuestros intereses, no habría que dejar pasar más tiempo. Bertolt Brecha escribió la micronarración titulada «Espera» en la que se dice: «El señor Keuner esperó algo un día, luego una semana, luego un mes. Al fin, dijo:
– Podría haber esperado un mes, pero no ese día ni esa semana.»
Lo peor que nos podría suceder es que transcurrido el tiempo de que se dispone para trazar una línea, proyectar una visión, avanzar un discurso, no hagamos una línea diferente, no presentemos un punto de vista opuesto, no alcemos la voz a favor de quienes nos dieron el origen ¿o es que nos han robado el origen?
Una última microhistoria de Bertolt Brecha, su título, «Reencuentro»:
«Un hombre de quien el señor Keuner nada había sabido durante mucho tiempo, lo saludó con estas palabras:
«Usted no ha cambiado nada». «¡Oh!», exclamo el señor Keuner, y empalideció.»
Si no empalidecemos, si no nos da vergüenza, difícilmente vamos a intentar el cambio.
«La vergüenza es un sentimiento revolucionario», son palabras de Kart Marx.
Si los responsables -todos- no están dispuestos a plantar cara a la situación legal de injusticia, si van -vamos- a continuar dejando pasar el tiempo, si no aprendemos de nuestros orígenes y ponemos la conciencia de lo que no somos por delante, si no cambiamos de dirección, nos come el gato.