A pesar de muchos, esto sigue siendo pueblo. El despertar de las mayorías ya concientes de la infamia de un abuso brutal, ha marcado un nuevo ciclo y un punto de no retorno. En este punto se separan los que se acomodaron con los dueños y administradores del modelo por un lado y por otro, […]
A pesar de muchos, esto sigue siendo pueblo. El despertar de las mayorías ya concientes de la infamia de un abuso brutal, ha marcado un nuevo ciclo y un punto de no retorno. En este punto se separan los que se acomodaron con los dueños y administradores del modelo por un lado y por otro, los que alguna vez tuvieron la ilusión de que ese modelo alcanzaba para todos.
Por un lado, los que se apropiaron de un discurso de derechos y le llamaron izquierda, mientras mendigaban limosnas patronales para sus campañas. Por otro, los que entregan día a día su trabajo para que se enriquezcan unos pocos.
Creo que hay espacio para el optimismo cuando nuestros compañeros de trabajo te cuentan cómo están de indignados y decepcionados con las promesas de los «políticos» de «izquierda y de derecha». Pero creo que llegó la hora de decir las cosas por su nombre. Acá, con este movimiento de rechazo al modelo de educación y de previsión es que nace de nuevo realmente el sentimiento popular, el ser pueblo, desconfiado y protagonista. En suma, se deja en claro que la izquierda sigue estando en la calle y nunca estuvo en algún cargo político, ni en el congreso ni en los ministerios ni en los discursos de la tele.
Se cree más en el poder de la calle que en el de las urnas.Y es natural, porque tenemos más control de lo que cada uno aporta en las manifestaciones ahí, codo a codo con el otro, que el que tenemos sobre un político financiado quién sabe por quién y que no sabemos qué hace durante cuatro años.
Lo particularmente relevante de esta coyuntura es que ningún ápice de la conducción de este movimiento en lucha está en manos de los conglomerados del bloque en el poder. Y está explícitamente vedado que lo esté. Ya en la primera marcha explusaron a políticos del stablishment y en la segunda lo pensaron dos veces en aparecerse.
Nos está gustando esto de ser pueblo, porque en el Servicio Público al que represento, subió un 100% la participación en la segunda marcha, porque es justamente el sector que más se verá afectado por pensiones de hambre. Nos gusta que con la fuerza que dan millones marchando -lo que ninguna fuerza política podría siquiera imaginar- podamos torcer la agenda política y de los medios, forzar el pronunciamiento presidencial.
Nos gusta esa complicidad que se da en las conversaciones del almuerzo, en la micro, camino al trabajo, donde profesionales, técnicos, administrativos, jóvenes y mayores, ateos o creyentes, artistas o científicos, mujeres, hombres, gay, y todos en general, somos concientes de que no llevamos las de ganar como «clientes» de un modelo que no fue pensado para la gente.
Nos gusta eso de que no puedan encontrarnos el punto débil, la veta farandulera y machacarnos los encapuchados, los destrozos, la violencia. Pero que lo sepan: empezamos pacíficos, pero no olvidamos que para derrocar la dictadura hubo que protestar con lo que se tuviera a la mano. Nos gusta ser muchísimo más que el 15% de Bachelet. Nos gusta sentirnos mayoría y pueblo, sí, a secas, y no adornado o dulcificado como «ciudadanía».
Nos gusta, pero no como el me gusta del facebook, no como ese «like» cómodo y virtual que se da con un mouse. Nos gusta como experiencia real y alegre, como experiencia del pararnos a levantar la vista y ver lo que podemos lograr con la unidad, con organización, con lucha y por qué no decirlo, con voluntad de decidir, con voluntad de poder.
Pablo Román Torrealba, Vicepresidente ANERCICH Asociación Regional Metropolitana de Empleados del Servicio de Registro Civil e Identificación
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