De un cuento del escritor mexicano Juan Rulfo, tomo prestado el título para estas opiniones. Rulfo es el escritor latinoamericano que mejor interpretó el drama social de los campesinos sin tierra de su país. Hombres de piel cuarteada por el sol, desesperanzados después de trabajar sin descanso para hacendados ricos, burlados por una Reforma Agraria […]
De un cuento del escritor mexicano Juan Rulfo, tomo prestado el título para estas opiniones.
Rulfo es el escritor latinoamericano que mejor interpretó el drama social de los campesinos sin tierra de su país. Hombres de piel cuarteada por el sol, desesperanzados después de trabajar sin descanso para hacendados ricos, burlados por una Reforma Agraria que nunca existió y por una revolución traicionada cruzan por las páginas de «El Llano en Llamas» y otros cuentos que luego, en una obra de conjunto llamada «Pedro Páramo», aparecen unidos en un gran fresco de los «pelados» mexicanos, luchadores en busca del más preciado bien al que puedan aspirar los campesinos: la tierra.
En «Nos han dado la Tierra», un escupitajo desaparece en el polvo, sobre un suelo seco, árido, donde ya no crece una brizna de nada, es la tierra sedienta, donada como una burla a un grupo de desheredados en alpargatas que vagan como fantasmas con sus mujeres y sus hijos.
Por estos días recuerdo mucho las páginas de Rulfo leídas con avidez juvenil ya entrada la década de los setenta, y no puedo evitar pensar en los pobres campesinos de Colombia, a quienes ni siquiera se les ha dado esa tierra reseca, sedienta y árida del cuento.
En Colombia el poder semi feudal de una oligarquía intransigente y sin escrúpulos, se niega históricamente a contribuir con una revisión del injusto sistema de acumulación de tierras, identificado como el origen de un conlficto armado que suma miles de muertos entre hijos de un mismo país, nacidos bajo la misma bandera.
El poder terrateniente en Colombia es parte de una forma de gobernar, testaferros de los grandes dueños y muchos de ellos de manera directa, ocupan curules en los cuerpos legislativos, son ministros, gobernadores o alcaldes que dominan amparados en la capacidad tergiversadora de sus grandes medios informativos encargados de hacer desaparecer el concepto de «Reforma Agraria», no sin antes firmar liberales y conservadores el «Pacto de Chicoral» con el cual se instituyó como característica del Estado la injusta estructura de la propiedad de la tierra.
Terratenientes y paramilitares colombianos introdujeron el despojo de millones de campesinos a través de más de 50 años, con el uso del terrorismo de Estado, incluyendo el período conocido como «La Violencia» durante el cual según cálculos tímidos, fueron asesinados 300 mil inocentes a machete y bala, cuando se hicieron célebres los «cortes de franela» entre hombres, mujeres o ancianos. Muchos lograron salvarse huyendo hacia países vecinos, otros asumieron su propia defensa en un escenario desnaturalizado que hoy vemos con espanto en los periódicos.
El nuevo gobierno inaugurado el 7 de agosto de 2010 en Colombia, después de los ocho años funestos en que se consolidó un Estado Paramilitar, asume que en realidad el cuadro del desplazamiento humano del campo por acción de los terratenientes, es de una gravedad inconcebible que el mundo condena, pero los gobernantes que estrenan cargos tampoco se atraven a mencionar las palabras «Reforma Agraria» y están dando un rodeo por los términos gaseosos de una «redistribución de la tierra».
Miles de campesinos, que a duras penas saben escribir su nombre, tendrían que salir a las ciudades en busca de notarías y juzgados para demostrar, en medio de enormes cerros de expedientes, la posesión de unas parcelas, cuando el procedimiento debería ser todo lo contrario, si en realidad se trata de crear un remedo de justicia social para el campo colombiano.
La coyuntura histórica de Colombia no es la misma de hace 50 años, cuando nacieron las patrañas del «Frente Nacional» y el «Pacto de Chicoral». Hoy, la verdad, la justicia y la reparación, tienen que ser parte insustituible del debate social de Colombia por el que debemos trabajar todos los ciudadanos que aspiremos a tener un país decente y sin violencia.
La situación de estancamiento económico que nos hace ocupar lugares aberrantes de inequidad, lo mismo que la entrega de la soberanía al imperialismo estadounidense, es obra de quienes continuan detentando el poder bajo el nuevo rótulo de la «unidad nacional», que debemos desenmascarar como otra maniobra de la misma oligarquía liberal-conservadora.
No hay duda: las palabras «Reforma Agraria», producen verdadero espanto a la oligarquía cercana al poder en Colombia.
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