Comunicado de la Asociación Sindical de Profesores y Profesoras Universidad Pedagógica Nacional
«Ahí está la elección que tendrán que hacer los colombianos el 2 de octubre sobre el país en el que desean vivir. Entre la pequeñez y la grandeza, entre la inteligencia y la estupidez, entre la barbarie y la civilización. No hagan el ridículo. Digan sí al futuro y no al pasado; digan sí a la vida, no a la muerte. El mundo los estará mirando».
John Carlin (escritor británico), ¿Plebiscito… o plebiscidio?, El Tiempo, septiembre 8 de 2016. (Énfasis nuestro).
El 2 de octubre se realizará un plebiscito para responder a la pregunta: «¿Apoya usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?», con el cual se deben cerrar las negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la insurgencia de las FARC-EP.
Esa jornada electoral no es igual a las demás que periódicamente se realizan en Colombia. Es un acontecimiento excepcional, porque, primero, los plebiscitos no se realizan todos los días -el único efectuado hasta ahora en nuestro país ocurrió en 1957- y, segundo, por primera vez se somete a escrutinio electoral un acuerdo que pone fin a un conflicto armado interno de medio siglo con un movimiento insurgente.
Por el impacto que tendrá en el futuro inmediato el resultado de ese plebiscito, tampoco es un hecho electoral más en nuestra accidentada historia sino que constituye un acontecimiento, de esos que podemos vivir, en el mejor de los casos, sola una vez en nuestra existencia individual.
Estamos ante la posibilidad de comenzar a cerrar un ciclo de guerra interna, que se abrió hace 70 años y ha tenido efectos nefastos sobre la sociedad colombiana, si gana el Sí. Por otro lado, estaríamos condenados a vivir otro medio siglo de conflicto armado, si llegase a triunfar el No.
No estamos hablando de una simple escogencia entre pareceres u opiniones intrascendentes, puesto que como pocas veces ha sucedido en nuestra historia nos enfrentamos al dilema de dar los primeros pasos para comenzar a superar una guerra interna, o simplemente queremos que las cosas sigan siendo como lo han sido desde hace varias décadas, con su cortejo interminable de muertes y horrores. Por eso, es necesario enfatizar qué significa decir Sí o No en este plebiscito, y responder a quiénes beneficia una u otra alternativa.
Votar No implica que en el país se sigan presentando de manera cotidiana los hechos de muerte y represión de las décadas recientes, cuyas víctimas siempre son los pobres y humildes. Votar No es aceptar el terrorismo de estado, con sus secuelas de dolor, como lo ejemplifican los crímenes de jóvenes, conocidos con el eufemismo de falsos positivos y es soportar que esos delitos se perpetúen. Votar No significa aceptar la persecución de los que piensan distinto y continuar bajo el miedo de ser asesinados por profesar creencias políticas alejadas a las del establecimiento. Votar No es negarse a que se abran las puertas al conocimiento de la verdad sobre quiénes han sido los principales responsables y beneficiarios en esta guerra, entre los que se encuentran empresarios, terratenientes, ganaderos, multinacionales, Votar No implica perpetuar el orden de las mentiras de los grandes medios de desinformación, como RCN, cuya campaña de calumnias arrecia en estos días a medida que se acerca la fecha del plebiscito.
En resumen, el No es la victoria del miedo, de la mezquindad y los privilegios de unos pocos, de la desigualdad, de la injusticia, de la discriminación, como lo han demostrado en la práctica algunos de los portavoces del No, entre los que se encuentra un inquisidor que hasta hace pocos días ofició como Procurador General de la Nación. Poco sorprende, con lo dicho, que los partidarios del No sean todos aquellos que se lucran directa o indirectamente con la guerra, y por ello quieren prolongarla de manera indefinida.
La mejor definición de lo que significa el No para Colombia la ha dado el joven Leonard Rentería, de Buenaventura, ciudad costera sufrida y ensangrentada como muchos lugares del país, quien en la cara le dijo al guerrerista Álvaro Uribe Vélez que los partidarios del No son los «ricos que nunca van a la guerra», porque los pobres «siempre ponen los muertos».
Los que votamos conscientemente por el Sí decimos sí a la vida y no a la muerte. Nosotros decimos Sí a la búsqueda de una sociedad democrática, justa e igualitaria y No a la antidemocracia e injusticia reinante en este país, que lo convierte en uno de los más desiguales del planeta. Nosotros decimos Sí a una paz con dignidad, Sí al respeto de quienes piensan distinto, Sí al derecho de los pobres y rebeldes de Colombia a existir. Nosotros decimos Sí a la posibilidad de que cese la guerra en las regiones y que sus habitantes, los que más la han sufrido, puedan decidir sobre su inmediato futuro.
Votar Sí en modo alguno es apoyar un gobierno impopular y oligárquico como el de Juan Manuel Santos, cuyas políticas neoliberales van en contravía de cualquier intento serio de construir un país en paz. El Sí no implica una carta en blanco para legitimar las acciones antipopulares de un gobierno antinacional que no busca una paz con justicia social, sino que quiere libre los territorios de insurgentes para que las multinacionales, en asocio con los grandes capitalistas locales, se lleven sin obstáculos las riquezas naturales y minerales que se encuentran en nuestro suelo. Votar Sí es apostarle a otro tipo de paz, una que beneficie a la mayor parte de la población y abra la posibilidad de construir una sociedad democrática y soberana.
Votar Sí tampoco quiere decir que creamos en el pretendido posconflicto, de que tanto hablan los voceros del gobierno de Juan Manuel Santos, como si con el resultado del plebiscito y la implementación de los acuerdos se acabaran los múltiples conflictos sociales, económicos, políticos, culturales e ideológicos que yacen escondidos en la Colombia profunda. Antes, por el contrario, nosotros postulamos que votar Sí debe ser un paso para reconocer y tramitar esos miles de conflictos que deben aflorar a la superficie, bajo nuevas condiciones, distintas a las de la doctrina de la seguridad nacional, el anticomunismo y la persecución de los que han sido declarados como «enemigos internos».
Votar Sí se enmarca en el fin del conflicto armado con las FARC-EP, pero no supone que esta sea la paz, como nos lo quieren hacer creer el gobierno de Santos y sus voceros. La paz es una construcción que se avizora como posibilidad y requiere de transformaciones estructurales de la sociedad colombiana, las mismas que no se desprenden de manera directa ni automática de los acuerdos de La Habana.
Votar Sí, en el caso de las universidades, no es apoyar las políticas privatizadoras y neoliberales del gobierno Santos, como su programa estrella «Ser pilo paga», sino reivindicar nuestro derecho a existir como centros de pensamiento crítico, autónomos, sin el miedo de que repriman, persigan y asesinen a nuestros profesores, alumnos y egresados, como ya sucedió con el colega Darío Betancourt, con los estudiantes Oscar Arcos y Daniel Garzón y con la licenciada Lizaida Ruíz.
En síntesis, el Sí es un ejercicio de responsabilidad histórica, porque, como lo ha dicho el periodista inglés John Carlin, sumarse a los que «pregonan el suicidio colectivo del ‘No’, que piden transformar el plebiscito en un ‘plebiscidio’, sería además un ejercicio de épica irresponsabilidad. Aquellos a los que no les importa la opinión del resto del mundo, o que pecan de la soberbia de imaginarse que nadie de fuera es capaz de entender la excepcionalidad colombiana, tendrán que cargar con el peso de saber que sus hijos, sus nietos y los colombianos aún por nacer no se lo perdonarán».
JUNTA DIRECTIVA. ASOCIACIÓN SINDICAL DE PROFESORES Y PROFESORAS UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL (ASPU-UPN)
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