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Nosotros, los escritores

Fuentes: Rebelión

 La música, la poética y la matemática son lenguajes superiores. El lenguaje hablado es el instrumento natural, pero no el único, de comunicarnos. Sin embargo, a algunos, que no podemos expresarnos en ninguno de los tres primeros, éste nos resulta insuficiente para todo cuanto no sea materia ordinaria y coloquial. Insuficiente y particularmente incómodo. Sobre todo en materia política y jurídica: las preponderantes en un país que ha estado 40 años sin política y por eso a lo largo de ellos ni se hacía ni se hablaba de política.  Falta costumbre y entrenamiento, por un lado, y por otro, el comportamiento de los políticos a lo largo de las cuatro décadas posteriores ha dejado mucho que desear. Ninguno de los dos partidos principales, ni la justicia en lo concerniente a la política, han roto con los tics y autoritarismo propios del franquismo.  El lastre, pues, es considerable. Esas carencias y los vicios de la dictadura se han notado desde el principio. Y se notan demasiado.

Pues bien, aunque partimos mal, muy mal después del  régimen dictatorial, y aunque ni la Política ni el Derecho son ciencia ni matemática, yo he esperando paciente pero inútilmente otros 40 años que la política y el Derecho empezasen a jugarse alguna vez a algo parecido a una interesante partida de ajedrez. Pero me rindo. Tal como se hace, se escribe y se habla de política en España, hace mucho que he desistido de tomarla en serio. No me interesa. No hay hombres ni mujeres de Estado, ni de altura. Por eso suelo dar a mis escritos un sesgo sociológico. Sólo veo hombres y mujeres del montón, arribistas vulgares que no me inspiran ninguna confianza. Entre otros motivos porque, después de promulgada una Constitución diseñada por reaccionarios en cuya redacción no estuvo presente ningún hombre o mujer del pueblo, no se ha hecho amago alguno para corregir lo que falta: un referéndum monarquía/república, igualar en lo posible a las clases sociales suprimiendo privilegios y aforamientos, y atender la demanda ancestral de al menos dos territorios para saberse cuánta población está a favor de seguir unida a España y cuánta desea independizarse. Estos tres asuntos siguen pendientes. Por ello, en lugar de apaciguarse la población, cada vez se enconan más…

Por eso trato la política española como fenómeno de sociología aparte de los demás países. Sólo así siento superar la pésima estética parlamentaria, la maledicencia de comadres, la politiquería subterránea y bajuna, el disparate continuado, el resentimiento justificado de los que no han sido resarcidos en aspecto alguno de su condición de perdedores de una guerra, y la nauseabunda y permanente ofensiva de los que, bien situados desde el comienzo del nuevo orden hasta hoy, son el caldo de cultivo de una política infame que se hace imposible camino de la involución.

Y como fenómeno sociológico constato que por todo eso, todo también carece del mínimo rigor.  Desde luego cualquier análisis ha de ser necesariamente asimétrico, pues la confrontación política áspera y agresiva por parte de la oposición invita a tomar las armas. No hay correspondencia alguno entre lo que proponen unos y lo que replican los otros. Pero es que si a los políticos les falta rigor, los jueces hacen lo que quieren con el Derecho aplicado a la política. Todo cuanto se habla en las tribunas y lo que se escribe de política y de juridicidad política, salvo excepciones, adolece de una elección caprichosa de las normas de la Constitución y de una más caprichosa todavía interpretación de las mismas. Los jueces y los juristas del establishment eligen la norma más acorde al espíritu conservador o la interpretan conforme a él. El caso reciente de la investigación del abuso de poder en su provecho, del Emérito, propuesta por la Fiscalía General del Estado, es a este respecto muy relevante. ¿Cómo es posible que la promueva el Fiscal General, tan versado en leyes como los que integran el Cuerpo de Letrados del Congreso, y estos sostengan que la inviolabilidad del rey sigue protegiéndole aunque no sea rey? Otro caso es «el catalán». ¡Qué decir de tan aparatoso, prolijo y extensísimo proceso! Un proceso que antes de iniciarse se sabía que ya se tenían preparadas más o menos las sentencias: lo mismo que en tiempos de guerra los juicios sumarísimos, aunque en este caso extendiendo el tiempo de sustanciación hasta la náusea para encubrir mejor la felonía.  Siete políticos catalanes, que venían hacía mucho tiempo solicitando de los gobiernos un referéndum previsto en el artículo 149 de la Constitución, cuya celebración, aunque sólo hubiese sido consultivo, sólo dependía de la voluntad política, fueron a prisión condenados a graves penas! Y otros ejemplos relacionados con la lectura dolosamente reaccionaria de la Constitución vigente todavía, y con la aplicación implacable de su articulado conforme al espíritu del dictador…

Por eso, sólo quienes escribimos en claves sociológicas, podemos esmeramos en la equidistancia, en la objetividad y en la neutralidad. Equidistancia, objetividad y neutralidad difíciles pues pensando que todo viene urdido desde 1978, malamente podemos justificarlo. Sólo se justificaba entonces aquel texto como puente legislativo, como articulado de carácter transitorio en espera de la redacción definitiva. Pero dar por liquidada la Transición con el mismo texto sin propósitos ni de abolición ni de enmiendas irrenunciables, fue una auténtica traición a la ciudadanía. De aquellos polvos vienen estos lodos…

Por eso a veces puede parecer que los escritores heterodoxos profesamos una ideología porque hay ideas que tienen que ver con alguna de ellas, y otras con la opuesta. Pero nuestro esfuerzo por la objetividad y la equidistancia reside en la convicción de que nadie acapara absolutamente la razón, que nadie tiene derecho a monopolizarla (hace mucho que dejaron de regir el dogma católico y el absolutismo; desde hace mucho reina la teoría de la relatividad, y hace mucho, 1921, que el matemático Gödel demuestra, por la aritmetización de la sintaxis, que si un sistema es consistente es incompleto y si es completo es inconsistente).

Pero lo cierto es que no profesamos ideología alguna. Hablar en términos de sociológicos implica no tomar partido. Mejor dicho, implica tomar partido sólo por la «ideología» de la ética kantiana y de los «Derechos Humanos». Por eso, ni el Derecho ni la Política me sirven. Están llenos de fisuras y de costurones. Fabricadas ambas superestructuras por las clases dominantes, ellas los manufacturan y los aplican, los manejan e interpretan a su antojo y conveniencia. Se avanza muy poco respecto a lo que se hacía en tiempos de la dictadura. Lo único tranquilizante es que ahora no hay tortura y la “libertad” de sexo está consolidada. Pero todo ello es, mucho más fruto del cambio inexorable de los tiempos, de la necesidad de evitar el aislamiento de Europa y de no ser excluidos de los Fondos Comunitarios, que de la voluntad de transformar la sociedad española para ponerla política y sociológicamente a la altura de los demás países europeos y del siglo que vivimos…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista