Cuando la paz avanza con algún ímpetu renovador, comienzan a manifestarse las renovadas imputaciones contra la insurgencia, las más descaradas provocaciones. Noticias hay que conmueven y despiertan inconformidad. La tragedia de los mineros de Riosucio (Caldas), atrapados por una repentina intromisión de las aguas del río Cauca a los socavones donde trabajaban buscando oro, tiene […]
Cuando la paz avanza con algún ímpetu renovador, comienzan a manifestarse las renovadas imputaciones contra la insurgencia, las más descaradas provocaciones.
Noticias hay que conmueven y despiertan inconformidad. La tragedia de los mineros de Riosucio (Caldas), atrapados por una repentina intromisión de las aguas del río Cauca a los socavones donde trabajaban buscando oro, tiene algo en común con la desgracia de las familias de la zona rural de Salgar en Antioquia, afectadas a la media noche por una avalancha de la quebrada La Liboriana. Las víctimas de una y otra son gente humilde, que sobrevive en penosas condiciones.
Mineros y campesinos pobres que mueren por obra de un aparente infortunio, y que quizás sirvan para que los nombres de entidades y funcionarios públicos encargados de suministrar socorro mojen prensa, son en realidad productos de la inequidad y la injusticia dominantes. Seres humanos condenados a rebuscarse a la intemperie su sostenimiento y el de sus familias, son producto del orden social imperante, víctimas sin defensores del capitalismo salvaje.
Los kits de alimentación e higiene básica que les suministran a sus dolientes, o las sumas que destina el Estado al pago de las exequias de sus seres queridos perdidos para siempre, hasta la anunciada inclusión en el programa de viviendas gratuitas, no alcanzan a representar siquiera paños de agua tibia para los graves problemas que pone al descubierto la adversidad noticiada. El problema es otro: el modelo económico, las expectativas de la gran minería empresarial.
Asuntos a cuya simple mención el gobierno nacional se opone radicalmente en una Mesa de Conversaciones por la paz. Es mejor dramatizar con las escenas trágicas de la niña arrebatada de las manos de su padre por obra de la terrible corriente, mientras su madre apareció cinco kilómetros abajo atrapada entre el fango. Eso mueve a dolor y lágrimas, a colectas públicas. A pensar en la mala suerte y en la voluntad de Dios. A olvidar las verdaderas causas.
Nos duelen las angustias y las penas del pueblo colombiano, nos laceran en lo más profundo del alma sus sufrimientos. Extendemos a todos los afectados por esas crueles fatalidades nuestro abrazo solidario. Estamos perfectamente claros de las razones por las cuales sus vidas, y las de millones de compatriotas en iguales o peores condiciones, están permanentemente expuestas. Para combatirlas nos alzamos en armas hace ya 51 años, tras el ataque a Marquetalia.
Desde entonces nos convertimos en objetos del odio y la perfidia por parte de los grandes poderes. Nos han dicho de todo, nos han acusado de cuanto crimen y perversidad pueda concebirse. Si nunca pudieron aniquilarnos no fue por falta de voluntad, todo el peso de la fuerza y la brutalidad estatal ha caído en las más diversas formas contra nosotros. Persistimos porque nuestra causa sigue siendo válida y justa, y porque un gran caudal humano nos apoya.
Los esfuerzos por alcanzar una solución pacífica y civilizada al conflicto interno hacen parte de nuestro arsenal y de las aspiraciones de las grandes mayorías colombianas victimizadas y opuestas a las vías de la violencia y la guerra, empleadas como respuesta secular a sus legítimos reclamos. La paz nunca ha sido bandera de la oligarquía en el poder, ni de las grandes potencias saqueadoras y agresivas. La paz ha sido siempre la bandera de los pueblos que claman por justicia.
Es por eso que cuando la paz avanza con algún ímpetu renovador, cuando el proceso de búsqueda de la solución política arrastra tras de sí contenidos nuevos no contemplados en las grandes alturas, comienzan a manifestarse los ruidosos desacuerdos, las calumnias de todo orden contra las conversaciones, las renovadas imputaciones contra la insurgencia, las más descaradas provocaciones cuyo único fin es echar todo abajo para que siga la guerra infinita.
Desde hace un par de días se convirtió en noticia un supuesto adiestramiento por parte de las FARC a bandas criminales mexicanas. Ningún gran medio de comunicación colombiano ha dejado de destacar en grandes titulares de primera plana el infundio, echado a rodar por la revista Progreso, de México, la cual respalda su información en supuestas fuentes anónimas de agencias de inteligencia de los Estados Unidos. Como quien dice, nada serio, aventurerismo pleno.
Ladinamente, con el propósito de demostrar su imparcialidad y buena fe, la gran prensa despliega al día siguiente en sus páginas la información según la cual las relaciones de las FARC con los carteles mexicanos puede existir tratándose de tráfico de armas y de drogas, pero no en el campo del entrenamiento militar. Eso de acuerdo con expertos consultados por la agencia Efe, que nos absuelven en cuestión de adiestramiento militar, pero nos condenan como traficantes.
Otra demostración más de la vieja práctica de lanzar especies y difamaciones a la espera de oportunistas prestos a recogerlas y reproducirlas con sus dosis particulares de veneno. Así funcionan los intereses del gran capital en el mundo. Mientras reciben como héroe en España al general Al Sisi, sangriento dictador egipcio responsable de múltiples crímenes de humanidad, se denigra sin compasión de Nicolás Maduro Moros como un enemigo de la democracia.
Únicamente porque el primero es fiel aliado de los Estados Unidos, Arabia Saudita e Israel en la geopolítica de Oriente Medio, mientras que el segundo es líder indiscutido del pueblo de Venezuela, decidido a materializar el legado ideológico y político del presidente Chávez. No es raro que la gran prensa mundial reproduzca hoy que la Fiscalía General de USA investiga por narcotráfico a Diosdado Cabello. Se trata del mismo guión empleado contra nosotros.
Mientras el embajador norteamericano Whitaker manifiesta su respaldo total al gobierno colombiano y pone de presente las excelentes relaciones de su gobierno con el ex presidente y senador Álvaro Uribe, las agencias de inteligencia estadounidenses se empeñan en desprestigiar una vez más a las FARC, para lo cual cuentan con los grandes medios, rabiosos defensores de la libertad de prensa, o mejor, de empresa, como dijera con acierto el profesor Renán Vega.
Son los verdaderos intereses ocultos tras el proceso de paz de La Habana.