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‘Nuestra’ Constitución

Fuentes: Rebelion

Desde el momento mismo en que iniciara su trabajo la Convención Constitucional, un grupo de personas ha intentado, por todos los medios a su alcance, entorpecer su trabajo, ponerle vallas, dificultarlo.

Hace un tiempo atrás, un equipo de investigadores de la Universidad Católica de Valparaíso descubrió que el origen de uno de los más virulentos ataques en contra de esa instancia provenía, nada menos, que del ex ministro de Pinochet Sergio Melnick quien, otrora, se desempeñara como panelista en el programa ‘Tolerancia Cero’. No debe sorprender que lo haya hecho; lo extraño sería que actuase de manera diferente. Sin embargo, en estos días, la labor aquella parece haber cambiado de protagonistas.

Según el economista Roberto Darrigrandi, el fundador de un nuevo movimiento crítico a la Convención Constitucional sería un escritor —ex mirista, ex mapucista, ex concertacionista—.

 “El recientemente creado movimiento Amarillos por Chile, fundado por el escritor Cristián Warnken, surge como una imperativa y urgente respuesta racional y reflexiva […]” [1]

Otros ex miembros de la vieja Concertación, militantes y ex militantes de varios de los partidos que la conformaron (la ‘izquierda’) se han dado cita junto al escritor para realizar la labor de desprestigiar al órgano constituyente.

La capacidad de nuclear personas a su alrededor es una virtud, sin duda alguna. O un don. Quien puede hacerlo pasa a ser ‘factor de unidad’ de ese grupo. El referido escritor parece haberse convertido, de súbito, en uno de aquellos: ‘factor de ‘unidad’ de una corriente de la ‘elite política’ nacional que se niega a desaparecer. En consecuencia, constituye un error de proporciones el intento de sacarlo de sus creencias pues, si algo caracteriza a los ‘factores de unidad’ es, precisamente, ser el foco, el ‘atractor’, al cual convergen los demás, por lo que se retroalimenta del fervor de quienes lo reconocen como tal. El ‘factor de unidad’ de un movimiento es el único que no abandona los propósitos del mismo. Por eso, resulta inútil decir:

 “Suelta el palo, Cristian, no abandones el barco. Te necesitamos. Cúidate de ti mismo, que no se convierta en obsesión, no hay tal Tsunami. Te prometo una cosa: estaré pendiente, si algo así aparece al horizonte, uniré mis muchos más limitados medios que los tuyos, a la alerta”[2].

UNA ESTRATEGIA EN CIERNES

Había pensado, en un comienzo, no escribir sobre los ‘amarillos’, tan poca importancia le asignaba a ese movimiento. Sin embargo, un buen amigo mío me llamó la atención sobre una relación entre lo perseguido por esos señores y la estrategia que se trasunta a partir de ciertos análisis. Uno de ellos es el de Pablo Longueira.

En carta enviada al diario ‘El Mercurio’ y publicada por ese medio el sábado 12 del presente,  el ex dirigente de la UDI, junto con señalar que

“[…] cada día es más evidente que la gran mayoría de demócratas que votamos Apruebo no esperábamos el lamentable desempeño de la Convención y las propuestas que están haciendo […]”[3],

afirma que

“[…] es vital que el Gobierno, con el apoyo de todo Chile Vamos y las demás fuerzas democráticas de la derecha, se comprometa públicamente con el mandato popular de ese 80% y evite, desde ahora, la consigna que intentará instalar la izquierda no democrática. ‘Si no gana el Apruebo, queda la Constitución de Pinochet (o la de Guzmán)’ […]”.

“Para ello sugiero que ingresen con la mayor urgencia posible una Reforma Constitucional que perfeccione la Ley 21.200 que plasmó el ‘Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución’, y que se firmó el 15 de noviembre de 2019″[4].

Pero, a renglón seguido, agrega Longueira:

“[…] es indispensable modificar que -si gana esa opción- se volverá a convocar a una nueva elección de convencionales para hacer una nueva Constitución. Así el rechazo no será la continuidad de la actual, sino una nueva oportunidad para redactar ‘la casa de todos’”.

“Sin duda esto permitiría que mucha gente de centro y de izquierda democrática, que ven también con profunda preocupación lo que se está aprobando en al Convención, se sumen al Rechazo-Nueva Oportunidad“.

Es una posición. La otra está siendo enarbolada por el abogado Víctor Manuel Avilés quien, refiriéndose a las expresiones vertidas por Longueira y luego de señalar que ‘no estoy de acuerdo con dicha opción’, señala:

“Las normas son claras, si gana el rechazo, sigue vigente la Constitución actual. En otros términos, la única lectura lógica de las reglas es que se pagó por encargar la redacción de un proyecto constitucional alternativo, reservándose la ciudadanía la posibilidad de elegir finalmente en el plebiscito de salida entre la Constitución actual o el texto propuesto, según le parezca mejor”[5].

Para Avilés, no cabe duda que la constitución pinochetista no representa lo que los chilenos quieren aún cuando todos votaran por el ‘rechazo’. Pero estima que sí la apoyarían si se le hacen los ajustes correspondientes. Por eso, indica que

“[…] intuyo que en principio sí, pero en la medida que se hagan ajustes de importancia. Y precisamente si se quiere lograr el triunfo del rechazo, la única forma viable es el compromiso mayoritario de las fuerzas democráticas de presentar y tramitar, a la brevedad, cambios a la actual Constitución en el Congreso Nacional. Acá se debe exigir responsabilidad y acción de los líderes políticos”[6].

UN MOVIMIENTO EMINENTEMENTE CONSERVADOR

Así, pues, no es realmente sorprendente que un grupo de personas, pertenecientes a la ‘élite política’ nacional que se niega a desaparecer, nucleadas en torno a ese factor de cohesión, reaccione negativamente ante la labor de la CC sin tomar en consideración que la instalación de esa instancia constituye el hecho de mayor significación histórica en nuestra patria al permitir la participación ciudadana en la redacción de la carta fundamental que ha de regir a toda la nación.

El movimiento de los ‘amarillos’, pues, parece constituir  parte de esa estrategia.

Por consiguiente, podemos comenzar afirmando que el objetivo central del movimiento es poner cortapísas al trabajo que ha de desarrollar esa instancia. Pero no cualquier cortapisa sino aquellas que obliguen a revisar las decisiones adoptadas y alargar inútilmente el debate traspasando los límites del plazo de funcionamiento.  De acuerdo a ello, la entrega de un proyecto de constitución política a la comunidad nacional para ser aprobado o rechazado en el plebiscito respectivo se ralentiza, hace suponer que la CC fracasa y que necesita de un relevo.

Sin embargo, ingenuo sería suponer que tal objetivo debería agotarse en esos afanes. En el funcionamiento de una sociedad, los objetivos que se presumen de una acción política tienden a multiplicarse en la práctica. Sometidas a las leyes de la incertidumbre, las decisiones políticas pueden incubar  peligrosas variables.

PERTENENCIA A UNA CLASE

El movimiento Amarillos por Chile posee una composición de clase bastante heterogénea. Sin embargo, y a pesar de ello, sus integrantes pertenecen a lo que hemos denominado, siguiendo a Poulantzas, ‘élite política’, es decir, sujetos que venden sus servicios al Estado pero no en cualquier sector ni a cualquier precio sino en los estratos elevados, buscando captar los sueldos y remuneraciones más altas y en cargos o empleos estables. O, como señala Poulantzas, individuos que se concertan en torno

“a ese centro unificador que sería un grupo de rentas elevadas”[7].

Si queremos definirlos, nada mejor que recurrir a un analista para quien algunos de sus rasgos serían:

“Tener alrededor de 50 años o más. Haber vivido los últimos 30 años sin ningún tipo de zozobra económica o material. En las últimas décadas haber participado de algún directorio empresarial, o haber tenido un cargo de alta responsabilidad, sea público o privado. En su mayoría hablar más de algún idioma. Ser constantemente invitado a eventos o exposiciones sociales. Aunque no lo pidan o parezcan, vivir y buscar ser aplaudidos. Tener vivo en la memoria el trauma del dolor provocado por la dictadura, a familiares, amigos y cercanos. Disfrutar y acceder a todo tipo de arte. Libre acceso para los buenos vinos y buenas comidas. Tener pinta de escribas, y alma de fariseo”[8].

 Sin embargo, siguiendo a Wright Mills, se trataría de

“[…] ’altos sindicalistas’, el ‘alto personal’ de todos los partidos políticos- importantes, los ‘altos gerentes’ de los monopolios, los ‘altos burócratas del Estado’ —que constituyen, según esta teoría, a igual título, categorías dirigentes— […] “

“[…] los ‘jefes de corporaciones económicas’, los ‘jefes políticos’ —entre ellos las alturas de la burocracia— y los ‘jefes militares’ —las élites— pertenecen todos a lo que él llama ‘corporate rich’”[9].

Por consiguiente, predomina en ellos la categoría de sujetos que tienen la calidad de vendedores de fuerza o capacidad de trabajo, ya sea que la ejerciten en la forma de empleados fiscales, o profesionales empleados en instituciones principalmente estatales. Constituye lo que, en otra parte de su trabajo, el malogrado teórico greco-francés denomina ‘clase reinante’[10].

La calidad de ‘vendedor de fuerza o capacidad de trabajo’ revela su extracción de clase, pero no su pertenencia a ella pues, ideológicamente, desempeñan su trabajo en beneficio del capital y, obviamente, dentro del Estado. Puede asimilárseles al capataz que reemplaza al patrón en el campo a pesar que su extracción pueda ser ‘proletaria’. Por consiguiente, los miembros del colectivo Amarillos por Chile son sectores de la ‘élite política’ que, luego de las últimas justas electorales, quedaron al margen del reparto del botín estatal y buscan realizarse por la vía de la representatividad política, asumiendo el rol que le corresponde a la representación natural de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo (hoy en crisis) por la vía de erigirse en su representación espuria.

Por lo mismo, se trata de un grupo de personas a quienes, vulgarmente, se les atribuye pertenecer a una presunta ‘clase media’. Demás está decir que quienes vivieron en el exilio jamás trabajaron como lo hace la gran mayoría de los trabajadores, es decir, sometidos a horario y a las órdenes de un jefe, siempre tuvieron remuneraciones altas y gran parte de ellos vivió permanentemente a expensas del Estado. Algunos son dueños de pequeñas empresas y, en consecuencia, son compradores de fuerza de trabajo; otros poseen mercedes de agua y tienen a su servicio, igualmente, a vendedores de fuerza o capacidad de trabajo, y los menos se desempeñan en el cargo de directores en empresas de mediano tamaño de propiedad de amigos suyos. En gran medida, por consiguiente, son vendedores de fuerza de trabajo que buscan representar espuriamente, como lo han hecho siempre, los intereses del gran capital ante la crisis de representación que viven sus representantes naturales.

OBJETIVOS DEL MOVIMIENTO

Por tanto, el objetivo perseguido por este movimiento no es otro que la defensa de los intereses de sus integrantes como sucede normalmente en política. Pero, dado que tales intereses se encuentran, consecuentemente, ligados a los de la gran burguesía, y dado que la crisis de representatividad, en lo que se conoce como ‘derecha’, no muestra señales de terminar, tampoco debe sorprender que ese movimiento aspire a conducir hegemónicamente a la futura oposición al gobierno de Boric, comenzando por oponerse a la constitución, enarbolando la bandera del rechazo a la ‘refundación’ de Chile.

Se explica así que haya expresado, al respecto un analista que, el manifiesto de estas personas,

“Disfraza de profundidad y grandeza lo que es mera genuflexión ante el dinero y el poder”[11].

¿Razón? En la convicción de esos sujetos, la comunidad nacional no tiene capacidad para estudiar una  constitución y proponerla al conjunto social; los únicos que pueden hacerlo son los militares. O militares y civiles, actuando en complicidad. Lo dicen, directamente, al afirmar que Chile:

“[…] quiere una nueva Constitución equilibrada, que recoja lo mejor de nuestra tradición institucional […]”[12]

En efecto: la tradición institucional chilena, la historia constitucional de Chile, nos enseña que ninguna carta fundamental fue dictada por una convención; ni por una convención constitucional; tampoco por una convención constituyente. Mucho menos por una asamblea constituyente.

El objetivo del movimiento, en consecuencia, se reduce a reafirmar el modelo económico de la dictadura que permitió, exitosamente, a la ‘elite política’ que lo conforma, vivir sin sobresaltos durante casi 30 años, en una continua alternancia de mando con absoluto prescindencia del resto de la comunidad nacional. Pero ese modelo debe protegerse jurídicamente. Consecuentemente, la protección jurídica de ese modelo obliga a luchar por la perpetuación de la constitución vigente y sus leyes complementarias. No debe sorprender que, en consecuencia, los amarillos impulsen el rechazo del proyecto de constitución en el plebiscito a celebrarse después del 4 de julio del presente año.

De lo cual puede deducirse lo grande: que el movimiento de los amarillos, al promover la crítica a la CC y a su proyecto, en forma anticipada, toman sobre sí la responsabilidad del rechazo y, consecuencial e implícitamente, la defensa de la perpetuación de la constitución pinochetista al tenor de lo dispuesto en el art. 142 inciso final de la Ley 21.200 que señala, sobre el particular:

“Si la cuestión planteada a la ciudadanía en el plebiscito ratificatorio fuere rechazada, continuará vigente la presente Constitución”.

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CONCLUSIÓN

A nuestro entender, el movimiento de los amarillos busca la perpetuación de la constitución pinochetista y, a la manera que sucediera al término de la dictadura, pretende transformarse en la representación política de los sectores dominantes ante la grave crisis de representatividad de sus representantes genuinos. Como lo hizo la Concertación. Por lo mismo, acepta como único significado del vocablo ‘voluntad soberana’ la emanada del poder militar, expresada en las palabras que contiene el manifiesto: ‘nuestra tradición institucional’. O, lo que es igual, reconoce al poder militar como la única fuente legítima de donde puede arrancar la institucionalidad del país.

Sin embargo, estamos ciertos nosotros que jamás en la historia de la República la propia comunidad que la conforma había trabajado con tanto ahinco en la elaboración de una carta fundamental que rija las relaciones entre todos sus miembros. Jamás la comunidad nacional había sido considerada para realizar tal labor. Jamás. Con la honrosa salvedad de los intentos que hizo José Miguel Carrera al instalar un buzón en la plaza de Armas de Santiago para recibir las proposiciones acerca de cómo había de gobernar a la nación, y las palabras tremendamente honestas del coronel Manuel Rodríguez señalando a San Martín que su aspiración era tener gobiernos que no durasen más allá de seis meses a fin que todos los habitantes del país pudiesen desempeñar el cargo de gobernante. 

Cualquier cosa, cualquier moción emanada de los convencionales constituyentes, como parte de la nueva constitución que habremos de votar, será, en todo caso, mejor que lo que tenemos. Aunque, en palabras del ex rector de la PUC Pedro Pablo Rosso, sea producto del

“[…] lastre de ciertos rasgos desfavorables de nuestra cultura, particularmente la pobreza de ‘cultura general’, el resentimiento y la propensión al pensamiento mágico[13],

o el mamarracho que solamente pueden redactar personas ignorantes y tontas como lo señala el ex militante del MAPU Mario Waisbluth quien manifiesta querer

[…] cambios profundos, pero no estúpidos”[14] 

Lo reiteramos: cualquier constitución que nos entregue la Convención Constitucional será mejor que el ‘mamarracho’ que nos impuso Pinochet. Y será la única que podremos denominar ‘nuestra’. Podrá tener defectos, exigirá ajustes e, incluso, correcciones, pero jamás dejará de ser ‘nuestra’. Nuestra constitución. La que crearon para nosotros personas por las cuales votamos y a las cuales les entregamos toda nuestra confianza. Y, así, tal vez podamos gritar en su defensa, como en otro momento lo hiciéramos respecto del Gobierno Popular, ‘esta Constitución podrá ser una mierda, pero es nuestra Constitución’.

Santiago, febrero de 2022


[1] Darrigrandi, Roberto: Carta al Director, ‘El Mercurio’, 20 de febrero de 2022, pág. 3.

[2] Ramírez, Daniel: Carta de Daniel Ramírez ‘No sueltes el palo, Cristian, no abandones el barco”, ‘El Periodista’, 20 de febrero de 2022.

[3] De Vicenzi, Pamela: “’Nueva oportunidad’: Pablo Longueira propuso fórmula ante ‘lamentable desempeño’ de la Convención Constitucional”, Radio ADN, 12 de febrero de 2022.

[4] De Vicenzi, Pamela:Id. (3).

[5] Avilés, Victor Manuel: “¿Elección de nuevos convencionales?”, ‘El Líbero’, 23 de febrero de 2022.

[6] Avilés, Victor Manuel: Art. citado en (5).

[7] Poulantzas, Nicos: “Poder político y clases sociales en el Estado Capitalista”, Editorial Siglo XXI s.a.de c.v., México, 2007, pág. 431. 

[8] Aedo, Juan Pablo: “Currticulum de un ser amarillo”, ‘El Mostrador’, 24 de febrero de 2022.

[9] Poulantzas, Nicos: Obra citada en (5), págs. 427 y 429.

[10] Poulantzas, Nicos: Obra citada en (5), págs. 295  y siguientes.

[11] Monge Arostegui, Álvaro: “Sobre manifiestos y amarillos. El lobby”, ‘La voz de los que sobran’, 22 de febrero de 2022.

[12] Olivares, Eduardo: “Amarillos por Chile: nace un nuevo movimiento y lo encabeza Cristián Warnken”, Pauta, 17 de febrero de 2022.

[13] Redacción: “Sin cultura y resentidos: La afiebrada carta de ex rector de la PUC sobre constituyentes”, ‘El Desconcierto’, 22 de febrero de 2022. Con negrita en el original.

[14] Claro, Hernán: “Waissbluth de Amarillos por Chile asegura que ‘quiero cambios profundos, pero no estúpidos’”, ‘El Dínamo’, 20 de febrero de 2022. Con negrita en el original.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.