El acuerdo AD – PDI, suscrito el 6 de diciembre de 2005, y el surgimiento del polo democrático alternativo, son un paso de gran importancia para la unidad popular en Colombia. Pese al escepticismo interesado de los medios de comunicación del sistema y los cálculos de algunos oponentes, una unidad de acción política se ha […]
El acuerdo AD – PDI, suscrito el 6 de diciembre de 2005, y el surgimiento del polo democrático alternativo, son un paso de gran importancia para la unidad popular en Colombia. Pese al escepticismo interesado de los medios de comunicación del sistema y los cálculos de algunos oponentes, una unidad de acción política se ha concretado en la izquierda. Era común escuchar la premonición de que las elecciones dividían a la izquierda. Ahora, la unidad ha sido posible en medio de un proceso electoral. Es algo inédito, por la significación de las fuerzas que reagrupa, en realidad la izquierda más definida- en sus distintos matices – y los sectores intermedios que se han auto-definido como de centro-izquierda. A diferencia de otros intentos de reagrupamiento de corrientes intermedias, que excluían concientemente a la izquierda definida y comprometida con el sentir popular, en esta ocasión ese esquema limitante y oportunista se ha roto. La izquierda a la que tanto critican El Tiempo y, en general, los medios del sistema, es un factor dinámico del nuevo proceso, sin ceder en sus principios ni en su proyecto transformador.
Pero no es solo una propuesta electoral. Este avance traduce, en el contexto de la lucha contra el proyecto reaccionario adueñado del poder que intenta perpetuarse en él, un primer intento por disputárselo al núcleo lumpenesco de la gran burguesía, el narcoparamilitarismo y el capital transnacional que representan el imperialismo en el Estado colombiano. Se trata de una lucha por el poder político no a cualquier costo como en la visión pragmática y posibilista, que solo se propone administrar la crisis del modelo neoliberal y traicionar el anhelo de cambio de grandes sectores sociales, sino el poder popular para transformar la sociedad, para construir un país distinto. La consecuencia con este propósito va a depender del fortalecimiento práctico y de la coherencia política de las fuerzas más avanzadas, organizadas y dinámicas en el seno del proceso.
LA UNIDAD EN LA PERSPECTIVA DE MEDIANO PLAZO
¿Cómo construir una coalición pluralista de fuerzas en estas condiciones? La forma que ha tomado el proceso de unidad es la de una unidad de acción política, con elementos de programa y un propósito de proyección hacia el futuro en debate.
El punto principal del debate ha sido el que el proceso en marcha respete las diferencias y las identidades, y se concentre en identificar las coincidencias políticas, programáticas, los objetivos a lograr y las decisiones a tomar para materializarlo. Fue necesario superar la idea, copiada de los modelos promovidos por la socialdemocracia de derecha que exigen la disolución, no solo la desaparición de la personería política, de todos los partidos y fuerzas como una condición para la unión. Este argumento liquidador es insostenible en la realidad de la izquierda colombiana, que tiene raíces históricas diversas, algunas de ellas, como la identidad comunista y las de inspiración socialista, sometidas por decenios al fuego cerrado de la exclusión y el exterminio físico por el régimen bipartidista, que no están dispuestas a desaparecer. La sola pretensión de encasillarlas como «tendencias» indica el significado perverso de desconocer su trascendencia como acumulados históricos,
su contribución a la lucha sin vacilaciones ni pausas al lado del pueblo trabajador con visión de clase, su rechazo a la violencia y el terrorismo de Estado, su contribución a la democracia y su aporte a la búsqueda de la paz con justicia social. Además, el hecho de representar corrientes emancipatorias de alcance universal, de enfoque crítico en el estudio de la realidad colombiana y latinoamericana, de rebeldía y resistencia frontal a la antidemocracia y el imperialismo, es una riqueza del movimiento opositor alternativo que se está conformando en la sociedad colombiana. La unidad es pluralista, o no puede funcionar. La izquierda revolucionaria mantiene el rumbo de la unidad y defiende en ella sus posiciones de clase, los intereses del movimiento popular y sus propuestas más avanzadas.
Lo que se quiere es trabajar para mantener, ampliar y desarrollar la unidad hacia el futuro, con la integración de otras corrientes políticas, una participación orgánica en la lucha reivindicativa y social, y un mecanismo flexible e integral de unidad popular a partir de organizaciones de base. En las condiciones políticas se ha comenzado a abrir paso la necesidad de unir esfuerzo para el cambio democrático avanzado y la perspectiva de una nueva vía de desarrollo social que cuestiona la globalización imperialista y su fuente matriz, el capitalismo. Esta perspectiva, estratégica en el largo plazo, implica reunir acumulados histórico existentes pero separados por las características del régimen político impuesto por el bloque dominante con el refuerzo del intervencionismo militar imperialista. La unidad alcanzable en la actualidad es la de las fuerzas que luchan en el campo político y social de las resistencias, las reivindicaciones populares y democráticas, los derechos humano
s y la paz, y la unidad político-electoral. Esta diversidad de problemáticas unitarias no puede desenvolverse cabalmente en un mecanismo de partido vertical y predominantemente electoralista. Es mucho más adecuada la experiencia de un frente que recoja una unidad de unidades en convergencia programática, política y práctica. Una experiencia clásica y eficaz es la del Frente Amplio de Uruguay.
El acuerdo logrado en diciembre de 2005 consistió en utilizar la personería política del PDI, con base en la modificación y adecuación de sus estatutos, autorizada por el congreso de dicho partido. Bajo el nuevo nombre, los nuevos estatutos y esa personería jurídica se han agrupado el PDI, el Frente Social y Político, el MOIR, Unidad Democrática y el Movimiento Ciudadano para conformar el Polo Alternativo Democrático, PDA. Cada sector político conserva su propia organización, lo que significa respetar la identidad propia de las diversas fuerzas en el marco de un mecanismo común de dirección política, organizativa y de bancada parlamentaria, concentrados en la Mesa de Unidad.
Como se sabe, el acuerdo implica la celebración de un congreso de unidad antes de finalizar 2006. Ante tal compromiso se requiere la participación reflexiva y elaborada de las militancias de la izquierda para unificar las propuestas en miras al futuro de la unidad. Desde nuestro punto de vista, concluida la fase de las elecciones, hay que profundizar el debate ya abierto sobre las formas de la unidad y de la organización unitaria: apoyamos la idea de un frente amplio donde converjan fuerzas con identidades propias, con un programa, una estructura democrática de dirección nacional y bases organizadas comunes de masas en barrios, municipios y departamentos.
EL IDEARIO DE UNIDAD
Un primer punto importante es el acuerdo programático que se denomina Ideario de Unidad. Su importancia reside en dos aspectos íntimamente relacionados. Uno, el de representar una convergencia explícita de propuestas para la lucha por una apertura democrática, en contravía de la «seguridad» de Uribe, aboga por un modelo económico social ajeno al neoliberalismo, se plantea la prioridad de una solución política negociada al conflicto armado, apoya la importancia de la reforma agraria, el repudio al TLC y el ALCA, el rescate de la educación y la salud como obligaciones indelegables del Estado, entre otros temas medulares. Dos, el de concretar, para la campaña electoral actualmente en marcha, objetivos democráticos y populares desplegados por la movilización de masas social y política en rechazo al modelo de Uribe y a su reelección. Es decir: más que un ideario elaborado en un escritorio, el programa unitario encarna un sentir expresado en las calles, las marchas campesinas e in
dígenas, las huelgas petrolera, azucareras y universitarias, las movilizaciones por los derechos humanos, la verdad, justicia y reparación frente a la política cómplice del régimen con sus aliados de la ultra derecha paramilitar.
El Ideario de Unidad destaca la necesidad de un cambio político en el Estado como resultado, no de causalidades, cooptaciones desde el poder actual o «concertaciones» con la derecha, sino desde la necesidad de proyectar, desde la izquierda, una propuesta de gobierno democrático con identidad propia y propósitos de transformación. Plantea, por lo tanto, los términos esenciales de una lucha por el poder político democrático como una vía para avanzar hacia los cambios necesarios. El Ideario marca los puntos de ruptura con el modelo bipartidista, en su envoltura actual de «seguridad» y seudo comunitarismo. Y señala las decisiones que un nuevo gobierno echaría a andar para avanzar hacia una democracia real, con justicia social, como bases para alcanzar la paz, la soberanía plena y la convivencia pacífica.
El Ideario no es, aún, un proyecto socialista para Colombia. Sin embargo, propone un conjunto de reformas sociales que tocan las bases de sustentación del régimen de privilegios actualmente dominante: la reforma agraria, la reforma urbana, la desprivatización de los servicios públicos, la salud y la educación. Se inscribe en la reivindicación del ejercicio real de los derechos de los trabajadores, de las mujeres, los jóvenes, los indígenas, los negros y las opciones sexistas. Reivindica una función económica y social del Estado, en dirección a superar el enfoque neoliberal instaurado en el poder económico, político y mediático.
Como rasgo característico principal, el Ideario expresa la voluntad de una apertura democrática, en contraposición a la línea del régimen que ha ido desmontando los avances progresistas de la Constitución de 1991. Expresión de esta apertura democrática es el planteamiento a favor de la solución política negociada del conflicto armado interno, de carácter social y político, el desmonte de los aparatos paramilitares y la reparación de todas las personas afectadas por la política contrainsurgente oficial y el terrorismo de Estado, en un marco de reconocimiento de la responsabilidad del Estado, de recuperación de la verdad, la memoria y la justicia.
Como una plataforma de convergencia, el Ideario hace parte de los procesos en construcción. Su desarrollo ulterior va a depender del progreso de la experiencia unitaria, de la batalla de ideas y la incorporación creciente de la lucha social y política de masas en la perspectiva de un nuevo poder popular como herramienta de transformaciones.
LA UNIDAD EN LAS TAREAS DE LA HORA
Por ahora, se ha concretado, principalmente, un acuerdo electoral, pero no destinado a quedarse allí. Es el comienzo de una experiencia que abre la puerta a la continuidad de un proceso que requerirá de nuevas definiciones y precisiones.
Se ha formado un mecanismo organizativo de coalición política pluralista dentro de las condiciones restrictivas del sistema electoral colombiano. Como es sabido, la reforma de 2003 implantó el umbral y la cifra repartidora. Se trata de un modelo que suprime el sistema proporcional y establece una doble barrera: la de tener que superar un piso de votación, fijado por ahora en el 2%, es decir, el llamado umbral; la de someterse a un mecanismo de reparto de los cargos, únicamente entre las listas que superan el umbral mediante un número entero que se aplica sin dar margen a residuos. Este sistema tiene dos aspectos claramente antidemocráticos: invalida la expresión ciudadana de los votos que no alcanza el umbral; «obliga» a un reagrupamiento de fuerzas cuyo propósito es dedibujar las identidades ideológicas y políticas puesto que, a la vez, niega la posibilidad de coaliciones de partidos. Así, con el pretexto de combatir la vieja deformación manzanilla llamada «operación avispa»
, con la que el bipartidismo corrompió el sistema proporcional – en sí mismo mucho más democrático que el actual – se introdujo el paquete de inspiración neo institucionalista que pretende uniformar la diversidad política de la sociedad bajo distintos disfraces de centro, centro derecha o centro izquierda. Estos modelos para la «democracia de mercado», es decir, la democracia restringida y súper limitada, los promueven los organismos del poder financiero transnacional, el Banco Mundial, el FMI, el BID, como aparatos ideológicos del imperialismo. He aquí los grandes logros del «estado comunitario» en materia de democracia.
EL PROCESO UNITARIO Y LAS EXPERIENCIAS LATINOAMERICANAS
No es posible separar los progresos de la unidad de los cambios sostenidos que se observan en América Latina y que muestran el acceso al gobierno de fuerzas de la izquierda, por vías electorales.
Casi en todas partes el triunfo de la izquierda no es el resultado de la acumulación electoral de un solo partido o movimiento sino de verdaderos procesos de unidad de acción política de corrientes políticas diversas, alrededor de un reagrupamiento mayor. Los procesos de convergencia de la izquierda han cumplido el papel de catalizadores de formas de unidad de acción política que se articulan en acuerdos programáticos. Las promesas programáticas, más o menos eclécticas, que, en algunos casos, dejan márgenes para eludir auténticos compromisos transformadores, son el escenario de la lucha entre los factores del bloque dominante y las fuerzas sociales y políticas que pugnan por el cambio, dentro y fuera de los gobiernos.
En otros, el ímpetu de la lucha de masas contra las políticas neoliberales más escandalosas (entrega de las riquezas energéticas a las transnacionales, privatización del agua, llamado a asambleas constituyentes, etc.) han diseñado un programa popular materializado en la lucha de masas que se expresa, ahora, en los compromisos de los movimientos que acceden al gobierno, como parece indicarlo la muy importante experiencia boliviana.
En Venezuela un dirigente excepcional, surgido de la fractura institucional de las fuerzas armadas, consigue expresar un sentir popular largamente represado. Un rasgo característico de esta experiencia es la cualificación continuada del liderazgo, la capacidad política de la personalidad individual de Chávez de construir, desde el poder, un proyecto transformador para Venezuela, pensado desde la perspectiva de la unión e integración latinoamericanas. La claridad de Chávez y del equipo que se está formando en rededor suyo consiste en valorar la extraordinaria potencialidad revolucionaria que encierra el pueblo venezolano, pese a las constricciones erigidas en decenios de enajenación oligárquica; y en su actitud de comprensión y alianza con el ejemplo de independencia, dignidad y decisión inspirado en la opción del socialismo, como una perspectiva cierta y posible, en contraposición al capitalismo dependiente de la globalización imperialista y neocolonialista. El internacionali
smo del acompañamiento, la cooperación, la solidaridad, la unidad, la identidad, y jamás la copia, es el rasgo que señala la aproximación con Cuba y, a la vez, con los procesos que en América del Sur se desmarcan del imperialismo.
Ahora bien, no basta que la izquierda llegue al gobierno y utilice las herramientas del poder para cimentar el cambio político y social. Lo más importante es que Chávez ha puesto en marcha un proyecto de cambio de orientación profundamente democrática que ha llegado al corazón (no a la totalidad) de las necesidades de los sectores más empobrecidos y abandonados de la sociedad. La consecuencia entre el proyecto emancipador proclamado y los pasos asumidos, corriendo todos los riesgos para cumplirlo, despierta en la mentalidad de los oprimidos la vieja idea de que es posible remodelar la sociedad en interés de las mayorías populares y no de los caducas oligarquías enriquecidas y agotas en su horizonte político. Al respaldar los propósitos de cambio con la estratégica fortaleza de la economía energética venezolana, el proceso muestra, además, que no basta con que haya riqueza. El problema real está en la relación entre los productores directos de esa riqueza y su apropiación efec
tiva por ellos y por las capas populares de la población, y ya no más por el monopolio de unos cuantos privilegiados.
La izquierda latinoamericana muestra, también, que la fuerza de la unidad radica en su capacidad de mover y dirigir acertadamente las fuerzas sociales renovadoras de la sociedad. No bastan los proyectos. Cuentan las realizaciones. Y cuentan, además, según el grado de distanciamiento y de confrontación con el imperialismo. Esto último no es, en si mismo, un objetivo de la mayor parte de los procesos. Es el resultado de la aplicación de políticas públicas en ruptura con los recetarios del FMI y el Banco Mundial, en el plano interno, es decir, nacional. Y, así mismo, de la cooperación entre Estados con puntos coincidentes contrapuestos a las estrategias de «integración» del imperialismo, como el ALCA, o contrainsurgentes, como el Plan Colombia. Los temas de la unidad, cooperación inter latinoamericana y suramericana han ganado nuevo impulso, esta vez en el nivel político. Más allá de MERCOSUR, la Comunidad Suramericana de Nacional, CSN, fuerza un contraste cierto entre las procl
amas formales por la cooperación y las decisiones comunes que potencian la capacidad de los socios sur o latinoamericanos en sus relaciones con los Estados Unidos, de una parte, la Unión Europea y el Japón de otra.
El camino de unidad que empezamos a recorrer tiene mucho que aprender del movimiento popular latinoamericano. Los niveles que alcanza la lucha de los pueblos rebasan las limitantes posibilistas y neo reformistas levantadas como barreras de contención a los cambios sociales y políticos de profundidad. Hoy es posible unir debilidades y construir fortalezas juntando esfuerzos y actuando frente a la tentación del aislacionismo o la triste condición de instrumentos del imperio. La experiencia colombiana de la unidad popular debe construir un perfil propio, lo más alejado de la influencia del bipartidismo. Pero, también, lo más alejado de la experiencia de la derecha de la socialdemocracia que aquí ha desempeñado el papel de trampolín del capital transnacional de la Unión Europea. El uno y la otra actúan para dividir. Recurren a todos los prejuicios, al macartismo, al señalamiento, a la polarización. Hay que abrir las puertas y las ventanas al debate franco, al conocimiento profund
o de lo que pasa en el continente y de las potencialidades que la lucha popular, en todas sus expresiones, aporta al proyecto de la unidad.
LA UNIDAD EN LA PERSPECTIVA DE LA PAZ DEMOCRÁTICA
No puedo concluir sin aludir al siguiente problema: ¿Qué significado tiene el proceso de unidad actual para un cambio que represente la paz y la convivencia en Colombia?
Ante todo es necesario un reconocimiento: no solo existe un conflicto armado histórico, de carácter social y político, sino que las fuerzas insurgentes luchan por un cambio político democrático que le abra las puertas a la paz con justicia social y soberanía. De un lado, solo un cambio político, ó, como hemos dicho, solo un gobierno democrático puede abrir efectivamente las puertas a una solución política negociada. De otro lado, solo una paz democrática, esto es, una paz que permita construir la justicia social, la equidad, el ejercicio pleno de la libertad política, la intervención decisoria del pueblo en los asuntos fundamentales de la vida pública, una nueva economía guiada por el interés social, no por el gran capital transnacional, el latifundismo y el narcocapitalismo, puede ofrecer la perspectiva de la convivencia estable, normada democráticamente, alejada de la amenaza del terrorismo de Estado y de la respuesta armada a ese terrorismo.
¿Es posible coincidir en los objetivos del cambio democrático y de la paz democrática? Si es posible. Y es, además, una tarea que interesa a todos los revolucionarios y a todas las fuerzas democráticas. No significa que haya que ignorar las diferencias, la crítica a los métodos o los distintos enfoques acerca de la relación entre la paz democrática (como objetivo inmediato), la revolución y el socialismo. El Ideario de Unidad pone en la mesa elementos que van en la siguiente dirección: el proceso unitario puede crear las condiciones para un gran avance hacia la paz. Además, reafirma la idea de que es necesario superar las causas que generaron y han mantenido vivo el conflicto armado como parte de la realidad política del país.
Hay que vencer el temor y los prejuicios, creados por el sistema, para dividir a la sociedad entre contrainsurgencia e insurgencia. La verdadera diferenciación está entre los dueños del capital, los privilegios, la corrupción, la antidemocracia, el paramilitarismo y la violencia desde el poder, que, además, quieren mantener y eternizar su forma de dominación, y la inmensa mayoría de los colombianos (as) que aspiran a un nuevo país. El proyecto de Uribe de formar una sociedad alineada ciegamente en la contrainsurgencia, olvidada de sus propias angustias y esperanzada en el discurso atrasado y paternalista de un falso profeta, subestima los cambios de fondo que están actuando en la conciencia popular. Una nueva subjetividad está naciendo y nuestro deber es alimentarla en la batalla de ideas con la derrota política del proyecto neoliberal contrainsurgente.
Jaime Caycedo es secretario General del Partido Comunista Colombiano
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.