Este momento, organizado por kenianos, es especial y muy personal para mí. He recibido muchos honores y premios de todo el mundo; de hecho, hace dos días recibí de la Universidad de Queens en Canadá mi decimocuarto doctorado honoris causa. Los otros doctorados honoris causa proceden de algunas de las mejores universidades de Europa, América y Nueva Zelanda. En África he recibido tres, de las universidades de Sudáfrica, Tanzania y Kenia. Pero la Universidad de Nairobi (Kenya), donde junto con otros colegas como Micere Mugo, Taban Lo Liyong, Owuor Anyumba, hemos hecho todo lo posible para ponerla en el mapa intelectual mundial, no nos lo han concedido.
En dicha Universidad fuimos el primer Departamento del mundo en pedir la abolición del Departamento de Inglés -tal como estaba constituido entonces- y que se reorganizara como un Departamento de Literatura, con África en el centro. Y así nacieron los estudios afrocéntricos y también la teoría poscolonial.
Algunos de los graduados de nuestro departamento se convirtieron en profesores destacados en todo el mundo. Permítanme mencionar algunos: Simon Gĩkandi, a quien llamo Príncipe de Princeton, es actualmente uno de los mejores profesores de Estados Unidos; James Ogunde, es uno de los profesores más destacados de Sudáfrica. Hay otros como Kĩmani Njogu, Wanjikũ Kabira y Gĩtahi Gĩtiti, etc., demasiados para mencionarlos a todos.¿Cuál es el secreto de su éxito y de que sean conocidos en el mundo? Que estando firmemente arraigados en Kenia y África, fueron capaces de volar hasta las estrellas.
Permítanme destacar al difunto Henry Chakava en esta categoría. Chakava, recién graduado en el Departamento de Literatura, heredó las riendas de la sucursal en Kenia de la empresa británica Heinemann Educational Publishers y en poco tiempo la convirtió en una empresa de propiedad y gestión totalmente keniana. Incluso cambió su nombre por el de East Africa Education Publishers. Bajo su dirección la empresa se convirtió en la principal editorial de propiedad africana en África y en el mundo. ¡Muy elocuente respecto a lo que puede hacer la confianza en uno mismo!
¿Cuál fue la recompensa que recibí de Kenia por inspirar a las y los kenianos a ser conocidos en el mundo mundial mientras estaban arraigados en su propio país? La burla en el Parlamento, ser acusado de abolir a Shakespeare (lo que NO es cierto) y reemplazarlo con marxistas del Caribe como George Lamming y V.S. Naipaul. En 1978 perdí mi trabajo en la Universidad de Nairobi y se me prohibió la entrada a cualquier institución educativa en Kenia.
Pero eso fue solo el comienzo de mi saga con mi amado país. En 1977 cuatro de nosotros de la Universidad de Nairobi, a saber, Ngũgĩ wa Mĩriĩ, Sultan Somjee, Kĩmani Gecau y yo mismo fuimos a trabajar con los campesinos y trabajadores de Kamĩrĩhũ movidos por nuestra creencia de que el verdadero poder, nuestro poder, proviene de un pueblo con una conciencia despierta. Lo llamamos Centro Cultural y de Educación Kamĩrĩthũ, y en lengua gĩkũyũ, Mũciĩ wa Mũingĩ Mũgĩ, es decir, la Base de Operaciones de un pueblo con una conciencia despierta. Con los campesinos, agricultores y trabajadores de las fábricas y de las plantaciones de té produjimos una obra de teatro en lengua gĩkũyũ, Ngaahika Ndeenda [Me casaré cuando quiera], que atrajo a miles de personas de toda Kenia. El día que se prohibió los autobuses de Kisumu tuvieron que regresar a Nakuru cuando iba camino de Kamĩrĩthũ .
Kamĩrĩthũ se convertiría en una inspiración para el teatro popular de todo el mundo. En Malasia incluso produjeron una revista de noticias llamada el Kamĩrĩthian. Kamĩrĩthũ ha sido objeto de estudios teatrales y tesis doctorales en todo el mundo. ¿Qué recompensa recibí del gobierno de Kenia? Jomo Kenyatta, el presidente del país, me internó en la prisión de máxima seguridad de Kamĩtĩ durante un año, entre 1977 y 1978.
En la cárcel escribí la primera novela en mi lengua materna, Caitaani Mũtharabainĩ [Diablo en la cruz]. Me impulsaba la misma motivación y creencia: nuestras lenguas también pueden crear una gran literatura escrita a la altura de las mejores “otras” lenguas, incluidas las europeos.
¿La recompensa? La dictadura de Moi trató de detener su publicación enviando amenazas telefónicas anónimas a Henry Chakava, el editor. Al final enviaron asesinos para secuestrarlo. Un coche que pasaba salvó a Chakava, pero los asesinos lograron cortarle el dedo, que hubo que volver a unírselo en una operación. Pero Henry Chakava siguió adelante y tal y como estaba programado publicó Caitaani Mũtharaabainĩ en 1981 (?).
Exilio
Más tarde, la misma dictadura de Moi me obligó a exiliarme, ¿como?
En 1982 fui a Inglaterra con motivo de la publicación de la traducción al inglés de la novela en lengua gĩkũyũ que escribí en prisión. S título en inglés era Devil on the Cross. Tenía que volar de vuelta a Kenia el 7 de junio de 1982 cuando me enteré de que Jomo Kenyatta me estaba esperando al final de la alfombra roja. El exilio era mi única opción.
No me rendí mientras estuve en el exilio. Quería demostrar que, incluso en un entorno de habla inglesa, todavía podía escribir en lengua gĩkũyũ. Y lo hice, de hecho escribí dos novelas: Matigari ma Njirũngi y Mũrogi wa Kagogo [El mago del cuervo]. Matigari fue secuestrada por el régimen de Moi. Y once días después de mi llegada a Kenia tras 23 años de exilio para ayudar al lanzamiento de mi otra novela en gĩkũyũ, Mũrogi wa Kagogo varios asesinos armados con pistolas irrumpieron en mi habitación de hotel. Mi esposa y yo escapamos a duras penas con vida.
Pero el régimen no se detendría ahí. Años más tarde asistí a una conferencia de la UNICEF en Harare, Zimbabue, para apoyar a la infancia de Mozambique, un país que había sido devastado por el grupo de rebeldes terroristas RENAMO, dirigidos por el entonces régimen del apartheid de Sudáfrica que trabajaban para desestabilizar al gobierno de FRELIMO. Cuando viajaba hacia ahí me senté al lado de Harry Bellafonte, entonces embajador de UNICEF.
En mitad de la reunión en Harare los servicios de inteligencia de Zimbabue me informaron de que habían detenido a dos policías armados frente a la puerta de mi hotel. No querían alarmarme. Querían informarme de que los servicios de inteligencia de Zimbabue me iban a vigilar durante mi estancia. No estaba seguro de qué pensar de toda esta historia. Pero poco después me enteré de que el régimen de Moi había llamado a la delegación oficial de Kenia a la conferencia, supongo que para protestar por mi presencia.
¿Cuál era mi delito? Estaba tratando de mostrar que, arraigados en nuestras lenguas y en la creencia en el poder de la clase trabajadora de Kenia y de los pequeños agricultores, es decir, los wanjikũ de Kenia y África, podemos romper cualquier barrera que se oponga a nuestro desarrollo. No hay altura a la que no podamos llegar.
Romper barreras
Tratar de romper barreras ha sido el tema constante en mi carrera como escritor. Yo era un estudiante de segundo año de pregrado en Makerere (Universidad en Uganda) cuando dije que estaba escribiendo un libro. Los otros alumnos se rieron de mí y señalaron que solo unos pocos profesores habían sido capaces de escribir un libro. Y tú, un estudiante de primer año en la Universidad, dices que quieres escribir un libro. Yo puedo hacerlo, dije, un alumno puede hacerlo. Entré en Makerere en julio de 1959. En diciembre de 1961 había terminado mi primera novela. Años más tarde se publicó bajo el título de The River Between. En 1962. Todavía estudiante, escribí Weep Not Child, publicado en 1964. Pero también escribí unos ocho cuentos. Además, solía escribir una columna semanal para el Sunday Nation, titulada «As I See It», de James Ngugi. También era estudiante cuando escribí y dirigí la obra El ermitaño negro, la primera obra en inglés de un africano oriental, que se representó en el Teatro Nacional de Kampala, hasta entonces dominado por el teatro europeo.
Este ha sido mi espíritu y lo llevé a mis estudios de posgrado en la Universidad de Leeds, donde escribí y publiqué mi tercera novela: Un grano de trigo. Fue ese mismo espíritu el que llevé conmigo a Kenia cuando finalmente regresé de Leeds en 1968. Cuento más sobre mis días en Leeds en mis memorias de Leeds tituladas Horseman of the Sixties. Y también fui castigado por ello.
No se trata solo de mi. En 1.900 y algo (?) Gacamba, un reparador de bicicletas de Jua Kali, hizo un avión, lo llamó KENYA ONE. Voló durante unos diez minutos. ¿Pensaría uno que un gobierno africano iba a acudir en su ayuda para contribuir a desarrollar sus habilidades? En vez de ello, el fiscal general (Charles Njonjo) detuvo a Gacamba y le advirtió que nunca volara un avión sin una licencia de aviación. Charles Njonjo es famoso por jurar que “nunca volará en un avión pilotado por un africano”.
¿Cuál es el hilo conductor de todas esas historias?
Arraigados en nosotros mismos, no hay altura a la que nosotros en África no podamos llegar, afirma un patriota africano. No, dice un loro (1) colonizado.
El patriota y el loro: esa es la lucha en África hoy. Desafortunadamente, el loro se ha hecho con el poder del Estado.
Tomemos el ejemplo de los actuales líderes de Kenia. Ruto escuchó a Trump hablar de Estados Unidos “primero”. Ruto repitió: Kenia, “primero”. Trump habló del Estado profundo, a pesar de que era presidente; Ruto habló del secuestro del Estado, a pesar de que era vicepresidente y ahora presidente. Trump miente todo el tiempo, incluso sonriendo. Verdad y mentira son intercambiables. Ruto miente todo el tiempo, mientras sonríe; pero ahora su autohumillación ha llegado demasiado lejos, “se ha convertido en un mercenario de Occidente”. Cree que puede vender Kenia a Occidente de la misma manera que solía vender pollo a los turistas occidentales. ¡No somos gallinas, William Ruto!
África debería leer de nuevo la historia del ghanés Kweggir Aggrey sobre el águila criada entre gallinas como una gallina. El granjero cree que le ha cortado completamente las alas al águila y que se cree un pollo. Con el tiempo descubre sus alas. Levanta las alas y vuela…
«Pueblo mío de África, fuimos creados a imagen de Dios, pero los hombres nos han hecho pensar que somos pollos y seguimos pensando que lo somos. Pero somos águilas. ¡Extiende tus alas y vuela! ¡No te contentes con la comida de las gallinas!»
El camino de la autoconfianza debe comenzar por creer en nuestro pueblo y, por lo tanto, en las lenguas que habla: las lenguas maternas.
Nuestras lenguas son nuestras alas hacia la gloria. Arraiguémonos en ellas y África volará.
(1) N. del traductor: el autor hace un juego de palabras, próximas fonéticamente, entre «Patriot» (patriota) y «Parrot» (loro).
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y Rebelión como fuente de la traducción.