Tras sufrir la experiencia del desplazamiento forzado, Magaly Belalcázar, representante de la Federación de Mujeres Campesinas de Nariño (sur de Colombia) pasó por el Estado español en las últimas semanas para compartir y establecer alianzas con este proceso de resistencia comunitaria. La Federación aborda en las próximas semanas el Congreso Campesino para definir qué tipo […]
Tras sufrir la experiencia del desplazamiento forzado, Magaly Belalcázar, representante de la Federación de Mujeres Campesinas de Nariño (sur de Colombia) pasó por el Estado español en las últimas semanas para compartir y establecer alianzas con este proceso de resistencia comunitaria. La Federación aborda en las próximas semanas el Congreso Campesino para definir qué tipo de organización queremos y cómo podemos aportar en ese proceso de lucha y resistencia, reivindicando la identidad, los derechos y la dignidad de los campesinos e impulsa para noviembre la Marcha de Mujeres Campesinas, alrededor del día 25 día Internacional de la no violencia contra la mujer.
DIAGONAL: ¿Cómo has llegado a nuestro país?
MAGALY BELALCÁZAR: Vine al Estado español a visibilizar nuestra problemática, a dar a conocer el contexto nuestro de guerra y persecución permanente, y cómo en ese contexto tan fuerte y tan pesado, se da la violación de todos nuestros derechos fundamentales. El artículo primero de la Constitución es el Derecho Fundamental a la Vida, pero en Colombia se viola en cada segundo. Con mi visita quiero dar a conocer esta situación, cómo esa violencia se ha hecho en el cuerpo de las mujeres: cuando usted quiere despojar la tierra, viola a la mujer y eso con las consecuencias que tiene. La guerra es un pretexto, una excusa para el despojo del territorio en Colombia; es una guerra por el territorio, por el control social y militar de nuestro territorio. No hay otra explicación.
D.: ¿Y cómo afecta a las mujeres esa guerra sucia por el control del territorio?
M.B.: Las mujeres no somos propietarias; no tenemos títulos de las tierras. En Colombia, cuando las compañeras desplazadas más tarde regresan, esas fincas ya están entregadas a otras personas con títulos legalizados por el Gobierno. En el caso de los indígenas existen unas legislaciones propias, pero no así en el caso de las campesinas. Esto ha sido una lucha porque las guardianas de la tierra, de la agricultura, quienes conservan la semilla, quienes «plantan» la soberanía alimentaria para la resistencia, para la alimentación de su familia y la subsistencia del ser humano, somos las mujeres. Los hombres han dirigido la producción hacia la venta, para obtener recursos económicos, pero nosotras no lo vemos de esta manera. En muchos casos, lo que sobra de la producción se vende pero, casi siempre, es para el alimento o sustento de la familia.
D.: ¿En qué momento surge la necesidad de organizarse como mujeres campesinas?
M.B.: Frente a toda la problemática de violación de nuestros derechos vimos necesario organizarnos, inicialmente en los diez municipios que tiene Nariño. En ese sentido, miramos que era necesario organizar la Federación de Mujeres Campesinas, porque la articulación ha dado sentido a la resistencia por nuestros derechos. Muchas de las organizaciones no reconocen el trabajo político de las mujeres ni el impacto político que tiene su eje en las mismas. Una dificultad que se encuentra en el centro de las organizaciones, pero también entre los políticos, ¿quiénes han creado las leyes?, ¿quiénes han escrito los artículos de las mujeres? ¡Los hombres! Porque las mujeres estamos hacinadas y se nos ha dicho que somos de «lo privado» y el hombre de «lo público»; y en ese sentido las mujeres no teníamos el derecho a organizarnos. Sin embargo, cuando el conflicto ha arremetido en en nuestras tierras nos afecta como mujeres campesinas, y como madres, hijas y esposas; aunque también como mujeres de la sociedad que hemos aportado y estamos aportando para un cambio estructural de la misma. Las organizaciones campesinas se negaban inicialmente al espacio de mujeres, pero hoy quien ha dado la dinámica del fortalecimiento somos nosotras. Queremos que en el Congreso Campesino que viene en agosto la mayor participación sea de mujeres, porque somos las que nos hemos empoderado en este proceso de resistencia de las comunidades.
D.: Además de las dinámicas de exclusión de las mujeres de los espacios de poder en las organizaciones del campo en Colombia, ¿qué dificultades externas habéis encontrado para trabajar?
M.B.: Yo creo que en el mismo momento en que nos hemos organizado, ahí nos hemos encontrado con la persecución y la represión del Estado, que es impresionante. Inmediatamente viene el señalamiento como «guerrilleras», «terroristas» y «comunistas» y nos declaran como objetivo militar al no estar de acuerdo con las políticas paramilitaristas del Gobierno. Para ellos, no es posible que estemos organizadas porque si lo estamos, si conocemos nuestros derechos, vamos a hacer exigencia de ellos, y esto, obviamente, al Estado no le conviene. En ese sentido, vemos la arremetida paramilitar que nos señala, nos ubica, nos desplaza y nos mata. La FEMUCAN ya ha derramado sangre. Inevitablemente, los procesos de resistencia se han debilitado por la presencia de paramilitares y de informantes dentro de nuestras comunidades, y aparece el miedo a la hora de hacer denuncias: los propios organismos del Estado se encuentran en su gran mayoría permeados por el paramilitarismo, y más que defender nuestros derechos los vulneran.
D.: ¿Qué intereses hay en la zona para que los paramilitares arremetan contra vuestra organización?
M.B.: Nariño está ubicada al sur, en la frontera con el Ecuador, y su posición geoestratégica la pone en el punto de mira de los intereses del Estado y de las transnacionales. Nosotras decimos que el peor pecado es estar sentados encima de las minas de oro y uranio, de tener los ríos y caudales, la vegetación, la fauna y flora y la biodiversidad que tiene Nariño. Tenemos los tres tipos de clima y las tierras más favorables para la agricultura. Venimos a ser una «piedra en el zapato» de los intereses del Estado, que tiene una estrategia de «despojo de la tierra» para entregársela a las transnacionales, como ya se hizo en Guatemala con Starbuck’s, que hace poco llegó a Nariño, junto a Nestlé, La Quedada o Drumond. Los mecanismos para llevarlo a cabo son la persecución política, el desplazamiento forzado, la desaparición y el confinamiento (control de los movimientos en zonas de conflicto): existen retenes militares que controlan el paso de las personas a las comunidades. Todo (medicinas, alimentos, herramientas de trabajo, gasolina) es racionado a través de esos controles militares. Las personas no se pueden movilizar por ello, pero también porque el territorio está minado. Este control del territorio se convierte finalmente en una recuperación del territorio por el Estado, que tiene el interés de desplazar a las comunidades para que esas tierras, con una gran riqueza, sean vendidas por el Estado colombianos a las transnacionales. En este contexto encaja la reciente masacre al pueblo indígena Awa en Nariño, en el que las FARC asesinaron entre diez y treinta personas según las fuentes, pero donde cayeron a mano de los paramilitares y los actores legales armados más de 200 indígenas en defensa del territorio. Este pueblo vive en el medio de la selva, a quince días a pie de la población más cercana, donde hay oro, uranio y una gran biodiversidad. Hay que decir también que Nariño tiene una salida estratégica al mar; es una vía por donde entran y salen armas, drogas, etc. A pesar del Plan Colombia, el narcotráfico y los cultivos «de uso ilícito» (como se conoce a los cultivos de coca en mi país), se han incrementado en los últimos años. Los campesinos hoy día se han visto obligados a elegir el cultivo de la coca: un kilo de coca vale 2.400.000 pesos, mientras que un kilo de café se paga sobre los 2.000. La gente mira esta rentabilidad, pero no las consecuencias, que han sido terribles: paramilitarismo, fumigaciones, desplazamiento forzado masivo y también, el desplazamiento «gota a gota».
D.: Este auge del paramilitarismo, ¿tiene consecuencias diferenciadas sobre vosotras?
M.B.: Las mujeres han sido violadas, torturadas, abusadas; especialmente las mujeres desplazadas, que son víctimas de una violencia psicosocial, física y también sexual. En los distintos informes que van surgiendo, se constata una aberración: las violaciones contra las mujeres que están en la defensa del territorio. Los paramilitares, por ejemplo, esperan a las niñas a la salida de los colegios, las siguen y luego las violan en los caminos. Hay en el departamento un índice muy alto de embarazos en jóvenes como resultado de estas violaciones. Igualmente la militarización del territorio ha traído un incremento de la prostitución. Las violaciones también se utilizan contra las organizaciones: cuando ubican a las lideresas, una forma de minimizar su trabajo es violándolas, como una estrategia de la guerra; somos botines de guerra.
D.: ¿Cuáles son vuestras apuestas políticas y organizativas para la defensa de la soberanía y del territorio frente a la vulneración de los derechos humanos?
M.B.: Las políticas de Estado son lesivas para el campesinado y las comunidades, son políticas de muerte, de exterminio, de destierro, de despojo. Por esta razón planteamos desde la FEMUCAN diversos ejes de trabajo: la promoción y difusión de los derechos humanos (a través del Observatorio de los Derechos Humanos de las Mujeres Campesinas y sus comunidades), el empoderamiento político de las mujeres y el eje de género, y un eje importantísimo en cuanto que somos las guardianas de la tierra y las semillas: la soberanía alimentaria. Este eje se trabaja desde la conservación del territorio y no sólo de la tierra; para ello estamos creando un banco de semillas, trabajando en la recuperación de abonos orgánicos, recuperación de prácticas tradicionales y ancestrales de cultivo como la siembra con el sol y la luna… También tenemos un eje juvenil, porque debemos pensar en la renovación a través de la Escuela de Formación Política de Cuadros. Sin olvidar la parte cultural, que la trabajamos desde el teatro, la música, la danza, las «místicas» como agradecimiento y homenaje a la tierra y al territorio.