«No se constituye una memoria nacional sobre la base de simples datos históricos; es necesaria una simbolización de lo ocurrido. Es lo que aportan los monumentos y museos nacionales. Ellos ofrecen una escenificación del pasado; no solo una relectura del pasado, sino una interpretación consagrada. … Construir una historia nacional implica «limpiarla» de toda encrucijada, […]
«No se constituye una memoria nacional sobre la base de simples datos históricos; es necesaria una simbolización de lo ocurrido. Es lo que aportan los monumentos y museos nacionales. Ellos ofrecen una escenificación del pasado; no solo una relectura del pasado, sino una interpretación consagrada. … Construir una historia nacional implica «limpiarla» de toda encrucijada, eliminar las alternativas y discontinuidades, retocar las pugnas y tensiones, redefinir los adversarios y aliados, de modo que la historia sea un avance fluido que, como imagen simétrica, anuncie el progreso infinito del futuro»
Norbert Lechner. 2002. (1)
En un artículo que escribiera hace ya un par de años (2) mostré que era necesario, 42 años después del Golpe cívico-militar, hacerle una crítica, tanto estética como ideológico-política, al monumento «oficial» al Presidente Allende, que como todo el mundo sabe, se encuentra ubicado en la ciudad de Santiago, a un costado del Palacio de La Moneda, en la esquina nororiente de la Plaza de la Constitución. Hoy, sigo creyendo que dicha crítica es certera, válida y vigente, de allí que en las líneas siguientes intentaremos poner al día la interpretación presentada originalmente en el 2015.
En aquel artículo me propuse «desmitificar» dicho monumento, es decir, mostrar su origen y gestación, la posición política y artística de su escultor, así como los fines que la Concertación, y Ricardo Lagos en particular, se propusieron al erigir aquella estatua del Presidente Allende, a metros del lugar donde, luego de combatir por más de cuatro horas y media a los soldados golpistas, se quitó la vida. Como es manifiesto, sin un serio trabajo investigativo y crítico, no es posible sacar a la luz las verdaderas motivaciones que tuvo dicha coalición para hacer construir, con dineros públicos, aquel monumento.
Con su heroica resistencia y muerte en La Moneda Allende había transformado su derrota militar en una gran victoria moral sobre los golpistas, convirtiéndose en el acto en una figura mítica que parecía alzarse desde su tumba secreta para denunciar ante Chile y el mundo los crímenes de la dictadura. Pero si se examina con algún detenimiento y sentido crítico el monumento «oficial» a Allende, no puede concluirse sino que aquella conducta heroica y victoria moral de Allende no solo no aparecen representadas en modo alguno en la escultura de Arturo Hevia Salazar (3), sino que han sido reemplazadas por lo que es una completa reversión y desfiguración de la imagen y conducta verdaderas del Presidente aquel trágico día. Porque Allende es representado en aquella escultura como un ser pasivo e inerme, como una simple víctima de circunstancias que parecieran escapar enteramente a su poder y control.
Este hecho, por sí solo nos está mostrando que junto con los requerimientos estéticos de un monumento, en tanto obra de arte, existirían otros criterios que una representación escultórica del Presidente Allende debiera cumplir, para ser considerada como satisfactoria, o adecuada, a la functión conmemorativa que todo monumento se supone cumplir.
Nos parece que el primer criterio que una escultura del Presidente debiera satisfacer es reproducir, por cierto, en forma artísticamente modificada, los hechos y las acciones más representativas de la conducta de Allende aquel trágico día; puesto que es propio del arte sublimar y transformar creativamente la realidad, tanto la natural como la histórico-social.
Esto no significa que un monumento a Allende tenga que ser única y obligatoriamente una obra de carácter puramente realista. Porque, incluso, mediante el uso de los elementos más abstractos, un artista de talento es capaz de representar, prácticamente, cualquier hecho, idea, significado o sentimiento.
Un segundo criterio a satisfacer, es que el monumento debiera contener algún elemento, o elementos, que lo ubiquen dentro de un contexto situacional mínimo, tal que permita a quien lo observa, establecer fácilmente su momento y lugar históricos, o los hechos de la vida real que en el monumento se busca representar. Es tradicional que, con dicho fin contextualizador, se adjunten a la obra de arte propiamente tal, nombres, fechas, o textos alusivos, que son ubicados en lugares estratégicos de ella.
Ahora bien, si le aplicamos los dos criterios arriba descritos al monumento a Allende erigido en la plaza de la Constitución, es indudable que ellos solo se cumplen de manera muy precaria o insuficiente. En realidad, la escultura del Presidente, hecha por el escultor derechista, Arturo Hevia Salazar,(3) no es más que una representación enteramente idealizada de la muerte del Presidente. Yo mismo la interpreté y describí así en mi libro del 2006:
«Si examinamos con cierta atención y detenimiento el monumento a Allende erigido en una de las esquinas de la Plaza de la Constitución …podemos apreciar que el escultor representó su sacrificio final por medio de una figura envuelta en la bandera chilena; la que pareciera casi a punto de emprender el vuelo por sobre aquella sólida, aunque maternal base rocosa, que se abre como un enorme útero. Es la imagen del Presidente renaciendo en el momento mismo de morir, como en el simbolismo masónico de la iniciación, o en el mito del Ave Fénix. En otros términos, es Allende transcendiendo la existencia terrenal de los mortales, para elevarse al plano de la existencia eterna de los seres míticos….» (4).
Nada hay, por cierto, de reprochable en esta perfectamente válida representación artística de la muerte del Presidente, puesto que, como lo dijimos antes, es propio del arte sublimar y transformar creativamente la realidad… El problema con dicha imagen artística es que induce en quien la contempla el error de interpretar lo que efectivamente ocurrió en La Moneda aquel 11 de septiembre, en forma igualmente idealizada y mítica. Lo que hace que se pierda de vista el sentido y significado verdadero de los hechos que condujeron a la muerte del Presidente, así como el carácter y especificidad de las condiciones político-sociales a partir de las cuales éstas se habrían producido.
Creemos, asimismo, que para hacer justicia al personaje histórico, el monumento a Allende ubicado en la Plaza de la Constitución no debió limitarse a ser una representación puramente idealizada de los últimos momentos del Presidente Allende. Porque si comparamos la verdadera conducta de Allende aquel trágico día, con lo que expresa y representa la escultura de Arturo Hevia, se evidencia que se trata de una representación artística de la muerte del Presidente Allende, en la que se ha omitido completamente, en forma premeditada, lo que constituye el aspecto heroico central de su conducta en La Moneda aquel día 11 de septiembre de 1973, es decir, su valerosa e inédita decisión de defender con las armas su gobierno y su dignidad de hombre y Presidente. De manera que si el escultor hubiera respetado, o considerado de algún modo, los hechos de la realidad histórica de aquel día, el Presidente no aparecería representado en aquella escultura como una figura puramente trágica que se entrega en forma enteramente pasiva a la muerte, sino como la de un hombre valiente y luchador que portando entre sus manos su fusil de asalto Kalashnikov, se dispone a defender su gobierno constitucional y legítimo del ataque de los militares golpistas.
El único elemento material que permitiría identificar cronológica y situacionalmente al personaje representado en la escultura de Arturo Hevia, es la bandera chilena, que fue tomado del relato mítico, o ficcional, de los momentos finales de Allende, concebido y publicitado por el miembro del GAP, Renato González (Eladio), uno de los cuatro escoltas presidenciales que sobrevivieron a la batalla de La Moneda. En la parte final de su relato dice Eladio:
«Eran la 1:30 P.M .cuando cayó el Compañero Allende, asesinado por las balas de los fascistas y traidores. Tenía como cinco balas: cuatro en el cuello y dos en tórax … recogimos su cuerpo martirizado y lo llevamos a su lugar, la oficina presidencial. Lo sentamos en su sillón, le pusimos la banda presidencial, su arma en los brazos, … Encontramos la bandera [chilena] … y cubrimos su cuerpo con ella.» (5)
Como podrá confirmar todo aquel que haya visto el monumento a Allende de la Plaza de la Constitución, especialmente por su parte posterior, la bandera cobrará una abrumadora importancia en la escultura de Hevia, junto con revelar sus debilidades estéticas y limitaciones como escultor, mientras que todo el contexto situacional de la muerte del Presidente, es decir, el combate entre las fuerzas golpistas y Allende junto a sus más próximos partidarios, detectives y sus fieles escoltas (que además aparece completamente adulterado en el relato de Renato González que citamos completo más abajo), fue hecho desaparece enteramente de la escena.
Este verdadero «pase de magia», tanto política como artística, no puede ser considerado como algo puramente fortuito sino como el resultado de una acción premeditada, que solo puede explicarse a partir de dos hechos: 1. No pareciera haberse llamado a un concurso abierto para elegir al artista que se encargaría de diseñar y esculpir la figura del Presidente. En realidad por lo poco que se filtró en la Prensa de la época, todo este proceso estuvo rodeado de un halo de misterio. 2. El artista elegido por personeros de la Concertación era, por propia confesión, un derechista, que ya había hecho esculturas a José Toribio Merino y Eduardo Frei M.
A partir de los hechos arriba descritos, puede colegirse que el escultor elegido por los políticos de la Concertacion y del Partido Socialista en particular, debió ser contratado con el fin de que pusiera su habilidad artística al servicio de un mensaje claramente acotado y específico: Representar a un Allende que no entrara en conflicto con la visión concertacionista, tanto de su gobierno, como del Golpe. Un Allende que no entrega su vida luchando por el socialismo, sino uno que, simplemente, muere por la vieja democracia chilena.
Como puede verse, estos dos hechos son reveladores de la intención político-ideológica de la Concertación que subyace a la construcción del monumento a Allende, y permiten comprender, al mismo tiempo, por qué se eligió una imagen altamente idealizada de Allende, en vez de una en la que se lo representara en forma realista, es decir, como un Allende combatiente.
Algunos compatriotas que leyeron mi artículo original objetaron su planteamiento central, de acuerdo con el cual un nuevo monumento a Allende debería representar al Presidente en su gesto más característico de aquel día 11, es decir, portando su legendario fusil Kalashnikov en defensa de su gobierno constitucional. Dichos críticos afirmaron que una tal representación artística reflejaría sólo sus últimas horas, en vez de representar, de alguna forma, su extensa y brillante carrera política de 41 años, cuyo clímax habría sido el gobierno de la Unidad Popular, que se propuso crear las bases materiales, sociales y políticas, para la construcción de una sociedad socialista en nuestra patria. Pero a diferencia de las experiencias revolucionarias de otros pueblos del tercer Mundo, que buscaron acceder al poder por la vía armada, la revolución liderada por Allende lo hizo por los causes legales, es decir, por medio de elecciones y respetando la Constitución entonces vigente, realizando así en Chile una verdadera revolución sin sangre.
A esta objeción habría varias cosas que replicar. En primer lugar, la escultura de Hevia podría interpretarse de muchas maneras, pero no es una representación artística de la dilatada trayectoria política de Allende, sino de su muerte. Y hasta donde sabemos, nadie ha criticado la escultura de Hevia por representar sólo los momentos finales de Allende.
Pero lo central aquí es el hecho de que a pesar de que Allende sea conocido universalmente por haber sido el primer líder socialista y marxista, que llegó a la presidencia de su país por el camino de las elecciones, y por haberse propuesto la construcción de las bases de una sociedad socialista respetando la legalidad vigente, la Ironía de la Historia (como acostumbraba decir el gran historiador marxista Isaac Deutscher), es que ante la eventualidad de que se produjera un golpe de Estado de la totalidad de las Fuerzas Armadas chilenas, Allende había decidido con casi un año de anticipación (6), que no se rendiría a los golpistas y que, parapetándose en el Palacio de La Moneda, defendería con las armas su gobierno y su dignidad presidencial, y así lo hizo.
He ahí, precisamente, la paradoja de un Presidente elegido por votación popular, que fue enteramente respetuoso de la legalidad vigente en Chile durante toda su larga vida de parlamentario y líder de la izquierda; así como durante los tres años que duró su gobierno, bajo el constante asedio de las fuerzas pro golpistas de dentro y fuera del país, quien, sin embargo, el día de Golpe tuvo el valor, la dignidad, y la hombría, de defender con las armas su gobierno legítimo y constitucional. Esto constituye un hecho inédito en la historia política chilena y mundial.
De manera que si bien es cierto que «La Batalla de La Moneda» habría ocupado apenas unas pocas horas de la vida del Presidente, junto a la de sus partidarios más próximos, detectives y escoltas, en estos momentos finales se pondrían de manifiesto del modo más dramático, la valentía, la dignidad, la consecuencia, la grandeza moral y el sentido histórico de Allende. ¿Quién, que no sea un reaccionario recalcitrante, podría negar que la conducta del Presidente en estas horas cruciales representa, política y moralmente, lo mejor que ha producido la historia política de nuestro país en sus casi dos siglos de existencia como nación?
Una segunda objeción que se le hizo al planteamiento central del artículo original sobre un nuevo monumento a Allende, es que si figurara prominentemente en él el fusil de asalto del Presidente, éste aparecería como defendiendo la vía armada al poder; que es precisamente la táctica opuesta a la que Allende postuló y defendió a lo largo de su dilatada carrera política. Pero esta nos parece una débil objeción, porque para evitar aquella posible falsa impresión, bastaría que el contexto del monumento, así como sus textos explicativos adjuntos, para contrarrestar de antemano aquella errónea interpretación.
Porque la imagen de Allende que buscaron proyectar en su monumento oficial en la Plaza de la Constitución aquellos que terminaron negando definitivamente su obra y su legado, es decir, los políticos de la Concertación, no se corresponde en lo absoluto con los principios, ejecutoria y legado de Allende, sino que representa su entero opuesto. Porque lo que la Concertación buscaba, además, con aquel supuesto homenaje conmemorativo al Presidente, era presentarse a si misma como los continuadores de las tradiciones de la vieja izquierda chilena, y así legitimar y cubrir su propia descomposición moral y política, su verdadera traición a los principios e ideales de la izquierda chilena que Allende defendió hasta la muerte, con las armas en la mano. (7).
1. Norbert Lechner, Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política, Santiago, LOM ediciones, 2002, pág. 87.
2. Hermes H. Benítez, «Por un nuevo monumento al Presidente Allende», piensaChile.com, 30 de septiembre de 2015.
3. Véase: Manuel Delano, «Allende vuelve a La Moneda», Chile hoy, periódico digital s/f.
4. Hermes H. Benítez, Las muertes de Allende, Santiago, Ril editores, 2009, págs. 167-168.
5. En los días posteriores al Golpe, desde la Embajada de México en Santiago, donde se encontraba refugiado, Renato González (Eladio), un joven miembro de la Escolta Presidencial, grabará su versión personal de los últimos momentos del Presidente Allende en La Moneda, he aquí su texto completo:
«Nos encontramos con un grupo de fascistas al mando de un capitán mayor en los salones cercanos al Salón Rojo, quien gritó:»Ríndase, Señor Allende» Nuestro Compañero dijo: «Nunca. Es preferible salir muerto que rendirse» Cuando terminó escuchamos un disparo hecho por un militar. Dio en el Doctor (Allende) Ellos abrieron fuego con sus ametralladoras, y nosotros les respondimos con las nuestras. Doce de nuestros compañeros cayeron muertos junto al Presidente Allende. Nuestros disparos se hicieron más intensos. Cayeron un oficial y seis soldados. Nos acercamos al cuerpo del Presidente. Estaba herido de muerte, nos dijo: «Un líder puede caer pero tenemos una causa. América será libre». Eran las 1:30 P.M. cuando cayó el Compañero Allende, asesinado por las balas de los fascistas y traidores. Tenía como cinco balas, cuatro en el cuello y dos en el torax …Recogimos sus cuerpo martirizado, y lo llevamos a su lugar, la oficina presidencial. Lo sentamos en su sillón, le pusimos la banda presidencial, su arma en los brazos… Encontramos la bandera (chilena)… y cubrimos su cuerpo con ella…» He traducido del libro del Embajador norteamericano Nathaniel Davis titulado: The Last Two Years of Salvador Allende, Ithaca and London, Cornell University Press, 1985, págs. 282-283.
Como se ha establecido posteriormente, aquel intercambio de disparos entre Allende y miembros del GAP y soldados golpistas, es enteramente ficcional. Allende no fue muerto por ningún militar golpista en el asalto de La Moneda, sino que se quito la vida, pasada las 2 de la tarde, en su oficina privada, conocida como «Salón Independencia».
6. Véase: H.H. Benítez, «La centralidad de la dimensión moral del gesto final del Presidente Allende», piensachile.com, 19 de mayo de 2011; también, H.H. Benítez: Pensando a Allende, Santiago, Ril editores, 2013, pág. 204.
7. Para un examen crítico del relato de Eladio de los últimos momentos del Presidente, véase: La muertes de Allende, págs. 82-83.
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