Un verano tan caluroso como el que estamos viviendo paradójicamente mantiene a muchos en estado de congelación. Con determinación intentan no moverse para no quedarse fuera de la foto que revelará Michelle Bachelet (MB) cuando finalmente presente el gabinete que la acompañará en su regreso triunfal y cargado de altas expectativas a La Moneda. […]
Un verano tan caluroso como el que estamos viviendo paradójicamente mantiene a muchos en estado de congelación. Con determinación intentan no moverse para no quedarse fuera de la foto que revelará Michelle Bachelet (MB) cuando finalmente presente el gabinete que la acompañará en su regreso triunfal y cargado de altas expectativas a La Moneda.
Luego de cuatro años de tensiones, vienen otros cuatro claves que nos enfrentan a un momento político y social tan especial para pensar y repensar Chile, que pocas veces hemos vivido en rol protagónico.
Los debates y las ideas, ayer desechadas con desdén por las coaliciones que hegemonizan el debate público, hoy son los temas que marcan la agenda y que delinean el camino a seguir por La Moneda y los demás actores políticos que incluso se encuentran emergiendo desde las bases.
MB ha prometido fiel a su estilo una Nueva Constitución. Su gabinete estará alineado así como lo están desde la DC al PC con ese fin que todos compartimos. ¿Cómo no compartir que tengamos una Constitución «democrática de acuerdo a los actuales estándares internacionales de la democracia»? ¿Cómo no querer «que la Constitución ya no nos divida»? ¿Cómo no abogar por una Constitución que tenga «que ver con los reales problemas de la gente»?
Ante la hegemonía de los mismos personajes de siempre y las altas expectativas que ciertamente ya se verán desinfladas con el anuncio del gabinete, y luego de las comisiones bicamerales y de expertos, el pueblo deberá ser protagonista de los cambios, pues de la manera constituida no se logrará más que continuar con una estética que eterniza los pactos y subpactos en la modorra depresiva de la transición.
Pero existe un grave antecedente que llega de la mano de Ricardo Lagos Escobar, cuando según él despuntaba la primavera. Las reformas constitucionales que promulgó, son fruto de un proceso que, como los anteriores, dejó fuera al principal detentor del poder soberano, el pueblo de Chile, extendiendo una democracia sin esperanza, en jaula de hierro, que secuestra desde la esfera económica todo el quehacer nacional, instalado como norma desde fines de los 80.
Hoy el fin es claro y tangencialmente existe unanimidad en la urgencia de contar con una Nueva Constitución, excepto en los herederos asumidos y alguno que otro camuflado que prefiere mantener la obra de la dictadura a como dé lugar.
Aun con el consenso, es de perogrullo que la ex Concertación de forma irreversible privilegiará el proceso constituyente sometido a la institucionalidad ya constituida, quitándole la fuerza exorcizadora que sólo la legitimidad del pueblo podría otorgar a una Carta Magna con tantos vicios de origen, en su contenido y legitimidad, asumiendo la iniciativa propuesta en pleno 2011 por Escalona y Zaldívar.
Depositar la confianza y encargar al parlamento la tarea de redactar una Nueva Constitución, con toda la falta de empatía en el rechazo patente del pueblo que se abstiene de participar en códice binominal y elitista, es continuar por la senda que nos interna aún más en una democracia sin esperanzas.
Formamos parte de un ritual fetichista que condena al país al artificio de una clase político-empresarial que ha creado una institucionalidad parasitaria, que no convoca más que a asegurar nichos de oferta y demanda, una democracia petrificada, de antemano derrotada y conducida en función de cánones antidemocráticos.
El diseño por el que se inclinará MB nuevamente pone a disposición de un grupo reducido nuestra soberanía. A simple vista no habrá diferencias entre la «Comisión Ortuzar» y la «Comisión Escalona-Zaldívar», ambas comparten que el Pueblo debe mirar de lejos estos procesos. La Nueva Constitución sin Asamblea Constituyente es una promesa vacía, sólo acicalará esta democracia sin esperanzas.
Ante la hegemonía de los mismos personajes de siempre y las altas expectativas que ciertamente ya se verán desinfladas con el anuncio del gabinete, y luego de las comisiones bicamerales y de expertos, el pueblo deberá ser protagonista de los cambios, pues de la manera constituida no se logrará más que continuar con una estética que eterniza los pactos y subpactos en la modorra depresiva de la transición.
Para quienes creemos en que la soberanía y la legitimidad no existen sin la ciudadanía, esa Nueva Constitución nacida en democracia de la que habla Bachelet, debe ser fruto de una Asamblea Constituyente, que no sólo nos dará esperanzas, sino un camino señero en cuanto a los desafíos que tiene la sociedad respecto a la construcción de un país para quienes habitamos algo que, a pesar de los años, sigue pareciéndose más a una pulpería que a una República.