Textos de Vicente Sarasa Cecilio, Diego Farpón, Jorge Costa y José Luis Moreno Pestaña
Sobre qué podemos ir haciendo ante «Podemos»
Vicente Sarasa Cecilio
El reciente lanzamiento de la candidatura «Podemos» (que sus promotores afirman que va más allá de las elecciones europeas) ha suscitado un intenso debate en determinados medios militantes y activistas donde en muchos casos se expresa ya un apoyo o no a la candidatura electoral. En Red Roja, tal como ya apuntara hace unos días Nines Maestro (1), estamos aún pendientes de una declaración sobre las elecciones europeas que irá más allá de la postura ante «Podemos». En este sentido, el presente escrito no se contenta con afirmar o negar un apoyo electoral a «Podemos». Si bien, no tendría inconveniente en adelantar, ante aquellos que requieren ya de posicionamientos claros, que considero la iniciativa de «Podemos» como ajena a lo que ya debería perseguirse desde una línea revolucionaria. Ajena tanto en contenidos como en forma, incluido ese personalismo forzado mediáticamente y que no tiene que ver con un auténtico, necesario y serio liderazgo labrado en el fragor de la lucha de clases que está agudizándose en la actual crisis sistémica. Pero dicho esto, y en sintonía con lo que venimos expresando, la postura electoral desde una línea revolucionaria no puede reducirse a determinar en qué sentido iría el voto en el caso de que se decidiera ejercerlo.
Efectivamente, se hace necesario fortalecer una crítica consecuente a «Podemos» desde posiciones revolucionarias, a fin de encontrar la forma más correcta de relacionarse con esta iniciativa, en el estricto sentido marxista del término «relacionarse», que va más allá del grado de (no) apoyo que concite la misma. Y ello, en aras del principal objetivo que tenemos marcado: cómo intervenir lo mejor que se pueda en la acumulación de fuerzas para la transformación revolucionaria dentro de las condiciones más favorables que ofrece el periodo de movilizaciones de masas abierto tras el 15M y en el contexto general de la profunda crisis socioeconómica que desde antes vivimos. Una acumulación de fuerzas que, como decíamos en las Jornadas de Formación de Red Roja de 2013, históricamente «ni mucho menos ha consistido en sólo preocuparse por la gente que creemos que costará menos ganar para aquella«. (2) Pues bien, hay que señalar que muchas críticas vertidas hasta ahora procedentes de personas cercanas no tienen en cuenta suficientemente esa recomendación. De ahí que no estaría mal utilizar la particular crítica a «Podemos» como ejemplo de crítica general ante los fenómenos histórico-políticos que se nos presenten, por tanto, más allá de la suerte que corra este en concreto.
Por lo demás, como se deducirá fácilmente más adelante, no se trata de dar ya una conclusión acabada sobre una experiencia que aún briega por parirse de forma consistente. Habrá que ir volviendo sobre ella en función también de cómo se vaya traduciendo en la práctica. Y tal como en algunos ámbitos militantes ya hemos avanzado, sería deseable un trabajo de análisis colectivo donde el rigor político no se sintiera a disgusto con la necesaria posición de principios. El presente escrito, de alguna manera, será una primera entrega donde se pondrá el acento en la metodología que se propone para ese análisis. Siempre, como se ha apuntado, con una clara proyección que supera este fenómeno concreto de «Podemos». Bueno será también dejar por sentado que, dados los límites de influencia y de relación con las masas de la línea revolucionaria (y por ello mismo), esta primera aproximación se hará sobre todo en «clave interna», dentro del campo revolucionario por el socialismo y de ruptura radical con el régimen de la Transición, independientemente de que, por supuesto, se busque que sea de un interés político más generalizado.
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Más allá de (ego)personalismos, de rifirrafes y oportunismos organizacionales, de apoyos mediáticos en ligazón con cálculos electoralistas que seguramente sobrepasan incluso a los promotores de «Podemos», creo que donde tenemos que poner el acento principal es en que estamos ante un parto político de la «madre crisis». Al tiempo, hemos de partir de que la línea revolucionaria en el estado español no está en condiciones de originar iniciativas del estilo de «Podemos» mientras diferentes oportunismos, sí. Pero persisten las condiciones favorables -como se está viendo en otros marcos no electorales- para aprovechar las iniciativas de aquellos a fin de desbordarlas en la práctica y no simplemente en la literalidad de los debates. No son tiempos en que nos podemos contentar con manifestar nuestra (ciber)posición. La línea revolucionaria tiene que salir reforzada en su intervención política de calle. Ese será el medidor de nuestra actuación correcta. La gravedad del momento lo exige.
Tres son los planos en los que propongo que separemos el análisis de «Podemos» para saber cómo «acompañar» este fenómeno desde nuestra independencia de clase (que va más lejos de la «oportunidad» del momento y hasta del «sitio») y en la medida en que esta iniciativa sea asumida por sectores de las masas entre los que tenemos que trabajar e independientemente del tiempo que dure su idilio. El primer plano es el superior de la línea teórica o de principios políticos. Debería sobrar decir que estos, los principios, no han de entenderse como una cuestión de frases generales a la que agarrarse (3). Se trata de salvaguardar un conjunto de «verdades políticas» que tenemos que defender a ultranza más allá de coyunturas «inmediatistas». En un segundo plano hemos de abordar la inserción histórico-política de esta iniciativa, sobre todo, respecto a cómo se relaciona con determinados sectores de las masas, o mejor dicho, cómo estas se relacionan con aquella, con «Podemos». Y, finalmente, estamos obligados a considerar un tercer plano donde nos aproximemos a la realidad más organizacional y hasta personal de «Podemos», a fin de deducir qué recorrido previsiblemente tendrá en función de los intereses internos y contradictorios de la nebulosa de organizaciones afectadas directamente por la creación de esta candidatura. Evidentemente, esto contará a la hora de dosificar la atención que debamos prestar a todo ello.
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En el primer plano entraría el análisis de la «teoría», del texto del manifiesto, del programa, de las tesis que se defienden o se vienen a defender. Aquí no cabe concesión de ningún tipo. La intransigencia teórico-política con respecto a «Podemos» no debe depender ni siquiera de la suerte y de la aceptación que ahora tenga. Y aquí no estamos en clave de «purismo teórico» alejado de la vida política. Bien al contrario, es la única manera de garantizar que las batallas políticas del momento no se afronten desarmándonos para las de mañana.
Así, y sólo a modo de primeros ejemplos, cuando se habla de «contrato social que se ha roto», nosotros no podemos permitir que en base a esto nos sigan haciendo avalar que el criminal sistema de concertación que parió la Traisición no sea condenable en origen. Nosotros no denunciamos la ruptura de ese contrato, sino el contrato mismo. Hay demasiados revolucionarios (e incluso no pocos activistas de las movilizaciones de masas) que han sufrido y continúan sufriendo las consecuencias de ese «contrato». Y si ahora no entra en el «cálculo político electoral» la denuncia en origen de la Transición con todo lo que esto conlleva, al menos es nuestro deber presionar para facilitar que se creen las condiciones para ello. Si esta denuncia radical (de raíz) y consecuente del «contrato de la Transición» no puede entrar en el denominador común programático o justificador de tal o cual iniciativa que se quiere radical, al menos que no lo ponga difícil para plantearlo de forma no marginal cuanto antes: los represaliados políticos en el estado español están hartos de esperar décadas de infamia.
Qué decir cuando se da a entender que es posible reformar una UE que rebosa de euroimperialismo y que lo rebosa desde cuando sólo se veía el imperialismo yanqui. Tampoco podemos avalar ninguna conciliación con cantos de «vuelta al estado del bienestar». Ni por asomo hemos de rebajar nuestra crítica al «modelo social europeo» al que caracterizamos de cotrarrevolucionario y proimperialista (4). No hay «suma de gente» alguna aquí que justifique hacernos abjurar de ese internacionalismo con los pueblos del mundo al que, en mayor suma, nos debemos. Ya sabemos que hay sectores más o menos amplios de las masas que sueñan con recuperar lo que les han quitado sin cuestionar radicalmente en qué marco lo disfrutaron. Pero desde una posición revolucionaria no hay duda de que ha de acompañarse a esa gente que ahora sufre para que, en última instancia, despierte. En ningún momento hemos de alimentar ni extender sus sueños que para nosotros nunca dejarán de ser pesadillas. Pero es que además no es cierto que el reformismo sea lo mejor para defender las reformas. Nunca mejor que en tiempos de crisis se experimenta aquello de que «sé revolucionario y, al menos, obtendrá reformas; continúa siendo reformista y terminarás por perderlas una tras otra».
Efectivamente, bajo ningún concepto es necesario tirar el alma por los suelos para bajarse a las masas. Es posible trabajar por victorias ahora (incluso con «ramales electorales») sin necesidad de anticipar derrotas, que es lo que pasa cuando todo se contorsiona y se retuerce buscando un «éxito inmediato». La línea de intervención revolucionaria no hace de la no participación electoral un principio, pero sabe que ella debe ponerse al servicio de una estrategia que tenga en cuenta paradójicamente los límites en el tiempo de la «apuesta electoral». Y no hay que referirse sólo a que el proceso de empoderamiento popular que en la actualidad urge debe pesar más que la elaboración de listas electorales. Sobre todo, no podremos dejar de prepararnos para escenarios de agudización de la lucha de clases donde muy previsiblemente la «relación electoral» decidirá poco en la «relación de fuerzas» que posibilite la materialización de nuestros programas (incluso los más reformistas). ¡Cómo vamos a obviar esto teniendo en cuenta la experiencia adquirida por la burguesía, tanto a nivel estatal como internacional, y el hecho de que vivimos en verdaderos modernos estados de contrarrevolución preventiva que actualmente describen con mucha más precisión lo que vivimos que las clásicas formulaciones de democracia burguesa!
En este sentido, la línea revolucionaria sabe mejor que nadie (en carne propia) que uno no puede explicitar ahora toda la verdad sobre ciertos temas pero que, si no es posible darla a entender (como recomendaba Brecht), al menos debe esconderla bajo un manto digno de silencio que permita deducir que hay una cabeza de Júpiter pendiente de descubrirse (parafraseando a Marx). Una cosa es que no se diga -porque no se pueda- todo lo que necesitamos, y otra bien distinta es que se digan cosas que necesitamos que no se digan.
Sobre este mismo plano, refirámonos a unas palabras de Alba Rico acerca de su apoyo a esta iniciativa, entre otras cosas, porque no podría hacer daño, según él, a una iniciativa parecida hecha desde una organización revolucionaria… sencillamente porque no existe. Es cierto que una de las mayores desgracias es que revoltijos eclécticos como «Podemos» poco daño pueden hacer a la línea revolucionaria de intervención porque esta no tiene entidad suficiente para recibir golpes. Pero no ha de ignorarse los brutales golpes (de los de verdad) encajados por las iniciativas revolucionarias en el estado español que han sido proferidos por un aparato estatal cuyas mordazas ha ido perfeccionando desde bastante antes de la Ley Mordaza y mientras se disfrutaba de un ambiente de «contrato social». Y aquí no cabe anteponer las imperfecciones y límites tácticos propios de esas iniciativas revolucionarias. Así pues, a este respecto, y más allá de propuestas electorales, toca sumar fuerzas y hasta «plumas» para poner coto al reblandecimiento ideológico, teórico y de simple memoria histórica en el estado español. Sólo sea para no amparar más la agresión que esa transición -que ahora se dice más ampliamente que fue un engaño- ha venido haciendo sufrir a no pocos revolucionarios realmente existentes que opusieron resistencia en origen para que el engaño no se diera.
Finalicemos de momento este primer apartado diciendo que debemos huir de la tentación de utilizar de forma acrítica argumentos teóricos débiles como los del «antiliderazgo quincemista» sólo porque aparezcan en artículos que van contra «Podemos». No estamos ni contra los liderazgos ni las delegaciones en las transformaciones revolucionarias, ni estamos contra el desarrollo de una organización de revolucionarios en relación dialéctica con un poder popular de base, y todo ello a fin de enfrentar a un poder capitalista e imperialista que no dudará en utilizar todas las armas y desarrollar todas su tendencias antidemocráticas antes de pasar definitivamente al museo de la historia. Pero tampoco podemos olvidar que, dada la experiencia histórica del movimiento comunista, la contundencia de la frase no es garantía de nada. Por tanto, no debemos acariciar la tentación de utilizar como munición contra «Podemos», tal como se ha llegado a hacer, frases obreristas y hasta comunistas en boca de gente proveniente de un PCE que ha sido fundamental dentro del proyecto contrarrevolucionario que partió de la Transición.
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Ya en el segundo plano propuesto para el análisis -el de la inserción histórico-política de esta iniciativa- se impone una certera interpretación histórica, más allá de los intereses que la respaldan. Pongo a consideración estos apuntes:
«Podemos» se ofrece como una canalización y superación políticas de la «indignación quincemista». En realidad, así son todas las candidaturas y plataformas que se vienen sucediendo desde hace más de un año. Todas son síntomas del agotamiento del 15M como herramienta para ir más allá de la mera indignación, pero haciendo suyo mucho de su discurso general e impreciso para no aparecer como algo «viejo» ante aquel. No reparan en que, incluso ante muchos jóvenes, el 15M ya aparece más viejo que hasta los bloques caídos del Muro de Berlín. Pocos fenómenos han envejecido tan prematuramente. Por tanto, «Podemos» tiene mucho de crítica inconsecuente del quincemismo. En realidad, viendo cómo la militancia promotora de «Podemos» se estructura y jerarquiza en cada una de sus esquinas organizativas, podemos afirmar que estamos ante un intento vergonzante de superar el 15M. En este sentido, si decíamos que el 15M era la intersección de dos crisis -la profunda sistémica del capital y la histórica de nuestro movimiento comunista- (5), «Podemos» es otra consecuencia objetiva más de una crisis añadida: la de la pura negación quincemista de lo clásico en todo lo referente a la expresión y organización de la lucha. Pero «Podemos» no puede, en los términos que se plantea, generar interiormente la necesaria negación de la negación quincemista. Otra cosa es que desde «fuera del interior» de «Podemos» pueda utilizarse el eventual marco político y de calle que esta iniciativa abriera para acercar las condiciones políticas en pro de una verdadera síntesis que supere, por un lado, nuestra propia crisis histórica como movimiento y, por otro, la crisis de la crítica que se nos ha hecho bajo el formato de «otro mundo es posible», «15M», etc. Muchos «gamonales» esperan aún ese parto-síntesis que acabe con la «madre de todas la crisis», la capitalista, esa que está provocando, desde hace demasiado tiempo ya, un tsunami de degradación de las condiciones de vida como nunca en amplísimas capas de la sociedad.
En términos de clase, si el 15M lo que provoca es, en buena medida, la irrupción de «sectores intermedios» en el escenario de las movilizaciones -sectores que reivindican más su «ciudadanía» que su clase, y que han tomado un desmedido protagonismo político justamente por la desestructuración del movimiento obrero- esta candidatura sigue prolongando la iniciativa en las movilizaciones de estos sectores. No refuerza el papel de la clase obrera al tiempo que sigue dando rol de dirección en las movilizaciones a estas «capas intermedias» regalándoles los oídos por «un rato más», cuando en realidad asistimos a un proceso de profunda proletarización de amplios sectores de la «ciudadanía» en el sentido más clásico y decimonónico del concepto de proletariado. En nuestra relación con «Podemos» -más bien con la gente de entre el pueblo que lo apoyará- debemos realizar un trabajo pedagógico y paciente que incluya esa reivindicación de mayor pertenencia a «lo proletario» que a «lo ciudadano». Eso sí, esto ha de realizarse huyendo de debates teoricistas que obstaculicen las tareas por una amplia unidad de acción popular. Hay ejemplos fructíferos de esta labor pedagógica cuando se hace desde la convicción de que durante mucho tiempo la clarificación no puede ser previa a la movilización (6) dada la persistencia del descrédito de la política en general.
En cualquier caso, la línea revolucionaria de intervención debe saber acercarse a los «sectores intermedios» golpeados por la crisis, incluyendo en ellos a muchos obreros que siguen su discurso y que han llegado a disfrutar de una situación material que ha facilitado su «desclasamiento ideológico». Convencidos de que la actual masiva movilización por reformas no puede ser resuelta en clave de reformismo; de que, en este sentido, la movilización de muchos sectores entra en contradicción con sus propios límites de conciencia, pero que sólo a partir del movimiento se pude resolver; de que esa movilización es necesaria para crear unas condiciones de verdadera resolución revolucionaria; convencidos de todo ello, hemos de ir a generar la contradicción allí donde se expresen las actuaciones políticas y «de calle» de esas «capas intermedias». No tenemos otra. Lo demás es quedarse en la fraseología general revolucionaria y encima, a menudo, de la mala. Y la obligación de generar esa contradicción también incluiría los eventuales escenarios que pudiera abrir «Podemos» o candidaturas parecidas.
Concretamente debemos presionar para que, entre tanta paja y justas reivindicaciones dispersas (que a menudo parecen cartas a los reyes magos, como solemos decir entre nosotros), exijamos pronunciamientos claros en lo que se refiere a la línea de demarcación: la lucha contra el pago de la ilegítima deuda con sus desarrollos legislativos concretos (art. 135 de la Constitución, Ley 2/2012, etc.) en tanto que causa inmediata de los recortes que son la razón de las movilizaciones de «indignación». Y si se nos responde que es imposible materializar eso porque «no nos dejarían», entonces, la contradicción se establecerá en un plano aún más político, cuando exijamos que se haga menos apología de la apuesta electoral y de las posibilidades democráticas del actual sistema. En definitiva, esta forma de proceder es la que se plantea en esencia en el artículo «Línea revolucionaria y referente político de masas» (7): acompañar en todas las oportunidades que se nos ofrezcan a todos los sectores con los que tenemos que trabajar (ver nota 2) para que avancemos en el camino que va de la petición de reforma imposible al cuestionamiento revolucionario del poder para hacerla… posible.
Viendo cómo mucha gente cercana ya ha predispuesto su apoyo a «Podemos», muchos militantes ya no podemos obviar la obligación político-práctica de generar la contradicción. Y hacerlo en los términos planteados. Debemos hacer ese trabajo de clarificación en las actividades que convoque «Podemos» siempre que no sea una mera reunión burocrática interna. Hemos aprendido a hacerlo desde lo que venimos a llamar la dualidad organizativa, la relación vector-marco. Cada vez más, tenemos un aliado con el que no se contaba durante los años siniestros del parto de la Transición: la debilidad actual de las tendencias reformistas y oportunistas que buscan impedir que la línea revolucionaria haga su trabajo en los marcos que aquellas se ven obligadas a impulsar, al estar afectadas por la misma crisis sistémica. Esa crisis profunda que, si ya provoca fisuras internas en el bloque dominante, aún más está debilitando la base material que sustenta a tanto pope de la «izquierda más institucional, burocratizada y legalista» que ahora está interesado en darnos cursillos acelerados de «humildad revolucionaria». Hoy vivimos tiempos en que «el bolchevismo puede hacer trabajar para él al menchevismo», ya sea porque este no se dé cuenta, ya sea que, por la cuenta que le trae, deba guardar las formas. Vivimos tiempos, en fin, en que hasta los oportunistas consideran más oportuno adoptar poses revolucionarias. La dualidad organizativa también nos da la solución dialéctica ante ello. En el plano «minoritario» de la línea revolucionaria organizada no nos creemos esas poses. En el plano «de calle» aprovecharemos la oportunidad (ahora sí) para seguir empujando «vectorialmente» nuestra labor bolchevique en los marcos que no son nuestros pero que no pueden impedirnos que estemos como si lo fueran.
La cuestión que más nos atañe, pues, no es cuán deficientemente se habla en «Podemos» de la línea de demarcación -es decir, de la deuda en relación directa y necesaria con los recortes- sino si se plantea lo suficiente hasta el punto de posibilitarnos forzar a que se hable como se requiere y con la proyección anti-Unión Europea y, en definitiva, antisistema que perseguimos. Siempre, por supuesto, si estos debates se dan en marcos «de calle» que eventualmente abriera «Podemos» y no en simple reuniones de «elaboraciones de lista».
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En lo referente a la realidad más organizacional y hasta personal de «Podemos», a algunos -por recorridos militantes tan diferentes- nos faltan datos para hacer un cuadro lo suficientemente preciso de los intereses cruzados que esta iniciativa ha desatado. Me limitaré a esbozar unas líneas de reflexión al respecto.
Antes que nada hay que encuadrar esta iniciativa en una serie de otras que no terminaron de fraguar. Al respecto, decía en un escrito de hace meses que no ha salido del ámbito interno de Red Roja:
«Asistimos a una proliferación en los últimos tiempos de plataformas y de intentos de reagrupamientos autosituándose, como mínimo, a la izquierda de un PSOE que no «levanta cabeza» en el contexto general de la persistencia de la crisis socio-laboral y de un marco de movilización e indignación contra las medidas anticrisis. Desde un punto de vista político-organizacional, surgen en clara disputa con la pretensión de una IU (en tanto que estructura) de canalizar y liderar la indignación social al tiempo que coquetea con el PSOE y sindicatos oficialistas en la Cumbre Social y participa en gobiernos autonómicos responsables de «recortes sociales». Pero, en cualquier caso, es una IU que espera una subida electoral ante el desprestigio del PP y del PSOE. Y es, en este sentido, que se han disparado las alarmas en diferentes organizaciones de la llamada izquierda radical (IA, EQUO y hasta en grupos que promocionan el Foro Cívico sin dejar IU).«
Ya en estas líneas se auguraba: «El origen oportunista organizacional de estas iniciativas -que encubren mucho deseo de «vanguardismo» vergonzante tapado de invocaciones a las bases, a la «horizontalidad», en definitiva, adoptando de forma seguidista (lo peor) del «quincemismo»- auguran un recorrido muy corto a estas iniciativas llenas de confusión y donde la gente tiene problemas para distinguirlas. Efectivamente, la proliferación de propuestas de este tipo que coinciden en pretender agrupar al 90% de la población (o más) siembran no poca confusión. Máxime, cuando cada una busca avales de militancia y de reconocidas figuras que se repiten aquí y allí. Ciertamente, uno encuentra difícilmente argumentos, que no sean el del oportunismo organizacional «protagonizador», cuando cuesta ver, si se va a los contenidos, diferencias claras entre ellas. Y cuando, además, todas invocan la necesidad de poner el acento en la «horizontalidad» y en «dar respuesta a las nuevas formas de protesta».«
Ante el recorrido efectivamente muy corto que han tenido iniciativas de este tipo, alguna parte de la estructura de la llamada izquierda radical -pensamos en Izquierda Anticapitalista sobre todo- ha querido romper ese maleficio de impotencia… con «Podemos». Y dejando aparcado por un rato el culto de la tan empalagosamente proclamada horizontalidad, incluso dentro de sus mismas organizaciones, han optado por un rápido enganche mediático «por arriba» promoviendo a una personalidad que concite un buen apoyo en un primer momento a fin de, como mínimo, crear una situación irreversible de fuerza.
Aprovechemos esto para dejar claro, desde ya, que en tiempos donde se cruzan intereses a tantas bandas (como se están dando) es donde las personalidades juegan un papel importante y terminan por ganar una cierta autonomía de actuación, y ninguna fuerza ni estructura tienen control total de lo que está sucediendo, ni siquiera sobre las personalidades que contribuyen a encumbrar. Si no se tiene en cuenta esto, forzamos esquemáticamente el análisis, no explicamos la realidad contradictoria que se nos presenta y metemos todo en una única línea conspirativa.
En el sentido estrictamente organizacional, «Podemos» pretende a la vez romper el doble maleficio que supone, por un lado, que las iniciativas lanzadas hasta ahora no cuajen en «electo-politizar» la indignación y, por otro, que finalmente estén abocadas a fortalecer a Izquierda Unida. Así, esa izquierda radical que surgió para competir con IU persigue que, si hay que contar con esta, al menos que sea desde una situación de mayor fuerza en eventuales negociaciones. Y cuando uno sale de una organización, está obligado a hacer una apuesta aún mucho más fuerte que la que dictarían las diferencias de contenido para volver a estar bajo el mismo techo si se quiere entrar por la misma puerta grande por la que se salió. Además, esa apuesta ha de tener el poder relativo suficiente para cambiar necesariamente el formato de la casa misma: ya que se vuelve, que no parezca que se vuelve al mismo sitio.
Antes de proseguir, hagamos notar que en el análisis de los posibles movimientos en esta «historia» de «Podemos» no se tienen en cuenta suficientemente el carácter de profesionalismo de la política en organizaciones como IU y la enorme lucha por puestos que hay ya no sólo en IU sino en muchos de sus aledaños. En cualquier caso, no hay una relación de la política partidista con un verdadero movimiento de base popular que controle a los dirigentes como históricamente ha pasado, por ejemplo, en la izquierda abertzale. Esto es lo que hace que los desarrollos de este tipo de historias estén lisa y llanamente ligados a verdaderas luchas de poder y de aferramientos a determinadas situaciones materiales. Por lo tanto, no asistiremos, ni mucho menos, a movimientos que queden explicados exclusivamente en el plano de la lucha de ideas ni, a estas alturas, nadie se va a «sacrificar» por voluntad propia para atraer generosamente a gente cansada de la politiquería.
Ante las expectativas de voto que había y (persisten) para IU, es evidente que la parte de esta que se ve más beneficiada no estará por la labor de arriesgar en unas primarias posiciones ya anteriormente aseguradas para ver si se saca adelante un proyecto que haga subir el listón de un tope electoral que ya ha sido calificado de insuficiente. Así que, en vista de que las europeas no son tan importantes en términos de reparto de poder ni en el imaginario popular (comparadas con municipales y generales), «Podemos» pretende inicialmente competir desde fuera con IU -incluso en resultados electorales si es preciso- para que la estructura de esta, como mínimo, se vea obligada a negociar aún a expensas de perjudicar a mucha gente afiliada de base. Al tiempo, «Podemos» sustenta su esperanza en que una parte de la base de IU piense que le iría mejor en un proyecto más amplio que el de su propia coalición. Aquí hay que esperar acontecimientos porque es muy posible que la salud de «Podemos» dependa de su capacidad de fomentar una crisis en IU sin parecerlo, en nombre de «ir más lejos de IU», «de hablar con IU para que democráticamente se negocien primarias», etc. «Podemos» tendría que forzar una situación desde fuera hasta tal punto que incluso la parte mejor colocada de Izquierda Unida viera perder posiciones tanto materiales como de «cara política».
Probablemente sea por lo dicho, que «Podemos» ha querido crear una situación de impacto exterior y ahora se la juega manteniendo la presión. El objetivo sería sacar un resultado electoral con la ilusión de que haya un clamor que obligue a negociar para después. Por eso, desde ya, persigue que después de la inicial recogida de firmas se constituyan círculos de «Podemos» que desde el punto de vista organizativo presione por convocar primarias aprovechando que hasta IU llegó a acariciar este discurso cuando planteó la elaboración de listas con reconocidos activistas y luchadores de calle.
La elección de candidatos en primarias planteada por Iglesias sería el método para debilitar la argumentación del aparato de IU. Pero este aparato es viejo en maniobras demagógico-organizacionales. Desde él ya se ha dicho algo que tiene su grano de verdad: que Iglesias juega con las ventajas que le da el espaldarazo de muchos medios que no dejan de ser del sistema. Y se le ha reprochado que qué tipo de democracia de base es esa. En fin, que como «Podemos» no se dé prisas en fomentar que sus flamantes círculos «hagan un rodeo» a las sedes del IU para forzar la cosa, la guerra interna en toda esa nebulosa está servida para «firmar una paz» que refleje los verdaderos respaldos de cada uno. Y en esa guerra intestina… todo valdría.
Por otra parte, Iglesias lo tendría muy mal para aparecer en una IU que no hubiera cambiado nada. Eventuales tentativas para incluir directamente a Pablo Iglesias en buena posición dentro de IU no serían bien vistas, por ejemplo, entre la estructura partidista de IA. Ciertamente, a una parte de esta – tras ver los límites de su operación de salida de IU- no les importaría volver a una casa común organizacional de la izquierda en torno a IU pero con una posición de fuerza. Desde luego, IA es la que más necesita crear una crisis interna en IU para dar sentido a su proyecto y buscar posiciones de dirección dentro. Y sus ambiciones no podrían colmarse con una integración de varios personajes en las listas de la actual IU y ni siquiera con unas primarias descafeinadas que aseguren al actual aparato de la coalición el control de una eventual futura Izquierda Unida más amplia.
Ya aparte de estos intereses directamente relacionados con organizaciones tipo IU-IA y otras, están los que hay fuera de todo ese ámbito a la «izquierda del PSOE», y mueven ficha (o no mueven) en función de sus cálculos principalmente electorales.
No parece difícil darse cuenta de que finalmente Izquierda Unida se pone al servicio de un tándem PSOE e IU «de progreso». Sobre este particular, en realidad, al aparato de IU no le interesa tanto desbancar al PSOE, sino que este tenga que contar inevitablemente con la coalición. De hecho, en Andalucía a esta le va mejor «de segunda» que «de primera» en estos tiempos de medidas tan impopulares.
Precisamente ese tándem obligaría a una serie de medidas de «beneficiencia popular» en el terreno económico a las que ni siquiera al PSOE le interesa comprometerse una vez que estuviera en La Moncloa. Ahora en Andalucía hay barnices de pose que ya se encarga el gobierno central del PP de anular. Desde luego, al «tándem de progreso» siempre le quedaría responsabilizar a Bruselas y Berlín, pero no sería lo mismo. Al PSOE le conviene una crítica «de izquierda» al PP que no le sitúe en el mismo nivel de este (exactamente el tipo de crítica que hace IU y los sindicatos oficialistas), pero no le viene mal que haya un debilitamiento de su eventual futuro socio siempre que no salga ganando el PP. ¿Cómo? Manteniendo en un principio esa crítica «de izquierda» (incluso de más ataques contra el PP) pero desde una izquierda al PSOE dividida y enzarzada en luchas de poder. Por arriesgado que parezca (peligro de que el PP salga ganando), es la única solución que alimentaría la esperanza de que finalmente el propio PSOE aparezca como la única izquierda (por centrista que sea) que resulte seria. De hecho, siguen dándose las entradas en el PSOE de personajes de IU que no ven ningún futuro aquí y precisamente argumentan que Izquierda Unida no logra quitar el papel de eje central al PSOE para nuclear «la izquierda».
Para complicar aún más el asunto, tenemos que en el entorno del PSOE en los últimos años ha habido posibilidades de ir «de más de izquierda» (por ejemplo vía Público) entrándose en rivalidad con el aparato de ese partido, ligado históricamente a la Prisa de El País. A esa parte más progre del PSOE le interesa ampliar el ámbito de lo que sería la izquierda en detrimento de IU para, desde el mismo PSOE, aumentar la responsabilidad de este como eje nucleador al tiempo que fortalecería sus propias posiciones dentro de los pesoístas. El propio discurso ya de los promotores de «Podemos» -hablando de la necesidad del noveintaitantos por ciento de gente que hay que agrupar- permite, paradójicamente, aún naciendo formalmente a la izquierda de IU, cubrir un abanico más amplio incluso por «la derecha de la izquierda» que el que podría impulsar en estos momentos la propia IU. El caso es que dejar, al menos durante un tiempo, desarrollar una iniciativa como la de «Podemos», y siempre que no se vea comprometido el sistema, es algo que puede convenir objetivamente a prácticamente todo el mundo en el PSOE.
En fin, que si bien todos (incluidos los sindicatos) están por sacar al PP del gobierno, lo que verdaderamente está servido es el juego de intereses de reparto post PP tanto de estructura material de poder como de influencia política. Y como la crisis los ha colocado en posiciones inestables, los movimientos por reparto de poder e influencia tienen mucho de operaciones encubiertas donde el carácter supuestamente neutral y aséptico de los medios jugaría el papel que las declaraciones partidistas no podrían realizar.
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Es claro que la falta de concreción de «Podemos» y su discurso y sus formas «modernas» hacen que vaya contando con buenas predisposiciones hasta en medios como la SER. No hay alerta anti-sistema. Es evidente que, por el momento, no se ha visto la necesidad de desarrollar una contrainsurgente campaña de calumnias y acoso como pasó con Iniciativa Internacionalista. Al fin y al cabo, no se han pasado las líneas rojas del «contrato» que consagró la Transición. Pasar esas líneas rojas implica, como ya hemos señalado, la puesta en cuestión de la propia Transición desde su origen, con todo lo que ello conlleva: entre otras cosas, el mismo cuestionamiento de los procesos de represión política acumulados durante décadas y la solidaridad activa con una gran parte del pueblo vasco y el movimiento abertzale que no puede reducirse a generalidades sobre el «derecho a decidir». Una transición que, en definitiva, ha dado de mamar a esos medios de comunicación que saben identificar bien dónde hay una cabeza de Júpiter. En realidad, están bastante seguros de que esta no se encuentra bajo el manto de eufemismos y de concesiones de los discursos de los promotores de «Podemos». Y es que lo que queremos y debemos hacer no coincide con lo que aquí esos medios nos dictan que hemos de hacer.
¡Claro que podemos ir trabajando para cambiar el escenario! Pero, desde luego, limitándonos a estar dentro de él en los términos que se nos propone, sencillamente… no podremos conseguirlo.
Notas.
(1) «¿Podemos?», Nines Maestro (http://redroja.net/index.php/noticias-red-roja/opinion/2236-podemos)
(2) Interesa precisar de antemano que, mejor que hablar de acumulación de fuerzas (que no deja de tener un significado absoluto), lo que importa es ganar en la correlación de fuerzas: obtener más poder que los de «arriba». Así, continuábamos diciendo en las Jornadas de Formación de Red Roja: «[Por eso] la estrategia para sumar a favor de la revolución implica necesariamente saber restar para la contrarrevolución. Y esto incluye tácticas para: a) la suma de fuerzas propiamente prorrevolucionarias; b) la suma de aliados que van y vienen en función de cada coyuntura; c) saber mantener a una parte de la población neutral, a la expectativa, no entregándosela por errores y límites propios al enemigo; d) saber exacerbar las contradicciones internas dentro del bloque dominante y jugar con sus propias fisuras. « (Dossier de las Jornadas de Formación de Red Roja de 2013)
(3) «Acerca de la teoría marxista sobre el desarrollo de los principios políticos en su relación con la práctica» (http://redroja.net/index.php/noticias-red-roja/opinion/1419-acerca-de-la-teoria-marxista-sobre-el-desarrollo-de-los-principios-politicos-en-su-relacion-con-la-practica)
(4) Consultar los textos «Por una comprensión crítica del «modelo social europeo» (http://cadizrebelde.org/index.php?option=com_content&view=article&id=189:por-una-comprension-critica-del-modelo-social-europeo&catid=40:debate&Itemid=73) y «El mito de la vuelta al ‘Estado del Bienestar’. Otro capitalismo es imposible»: (http://redroja.net/index.php/comunicados/831-el-mito-de-la-vuelta-al-estado-del-bienestar-otro-capitalismo-es-imposible)
(5) Ver el siguiente escrito redactado en junio de 2011: «Sobre el carácter y significado histórico del 15M» (http://www.cadizrebelde.org/index.php?option=com_content&view=article&id=144:sobre-el-caracter-y-significado-historico-del-15m&catid=40:debate&Itemid=73)
(6) A este respecto, remito al texto que escribí en 2004: «Clarificación en la movilización» (http://www.cadizrebelde.org/index.php?option=com_content&view=article&id=135:clarificacion-en-la-movilizacion&catid=40:debate&Itemid=73)
(7) «Línea revolucionaria y referente político de masas» (http://redroja.net/index.php/documentos/172-documentos-para-el-debate-documentos-para-el-debate/1629-linea-revolucionaria-y-referente-politico-de-masas)
¿Podemos?
Diego Farpón
Me pregunto si podemos: ¿podemos? Pero la pregunta, así planteada, se queda corta, extremadamente corta: podemos… ¿qué? ¿qué es lo que podemos?
La irrupción de Pablo Iglesias ha sido un pequeño terremoto dentro de parte de la izquierda española. Dudo mucho de que haya sido un gran terremoto, porque es habitual que, rodeados solamente por nuestra realidad perdamos la perspectiva y, creyéndonos el centro del universo no seamos más que una pequeña, insignificante y lejana estrella. El mundo, nuestra clase, es mucho más que aquello que hay en nuestros pequeños círculos. Pero es cierto, más allá de su magnitud nos encontramos ante un terremoto.
El… ¿proyecto?.. No. ¿Alguien se atreve a calificarlo de proyecto? La candidatura de Podemos ha significado varias cosas:
En primer lugar la incapacidad de Izquierda Unida para representar a toda la izquierda, más allá de los grupos bolcheviques y autodenominados marxistas-leninistas. Una izquierda «guay», como en su día el Bloco en Portugal, puede hacerse realidad en España. No obstante, era evidente, y no era necesario que surgiera Podemos para que fuésemos conscientes de esta realidad.
En segundo lugar muestra algo que, más o menos, todos/as hemos situado algunas veces: son fundamentales los medios de comunicación, y, en la medida en que sea posible, es necesario que construyamos los nuestros propios. Dos ejemplos recientes: lo ha demostrado ahora Pablo Iglesias y lo demostró en su día Javier Parra aglutinando una fracción alrededor de un medio de comunicación -y, en ambos casos, también, mediante la construcción de la figura de un líder supremo e incuestionable-. El impulso de Pablo Iglesias no hubiera sido posible sin los medios de comunicación.
En tercer lugar, la candidatura de Pablo Iglesias muestra algo que, también, algunos/as hemos situado reiteradamente, mejor o peor, desde hace algunos años: vivimos un momento de crisis sistémica, de crisis estructural -o, en términos clásicos, crisis general- del capitalismo. Esta crisis, en la medida en que la infraestructura -la economía, para entendernos- es incapaz de superarla por sí misma tiene consecuencias en la superestructura y, así, lo que entra en quiebra es el sistema de dominación burgués en su conjunto. Y parte de ese conjunto son los valores burgueses. En la medida en que la dominación ideológica de la burguesía entra en crisis se quiebran las creencias establecidas y pueden surgir nuevos proyectos, como Podemos -junto, evidentemente, a otros elementos, tales como el trabajo y el reconocimiento y aceptación de proyectos políticos ya establecidos-. Que Podemos es fruto de un momento histórico concreto y que no hubiera sido posible en los últimos veinticinco años es un hecho que nadie puede negar.
En cuarto lugar muestra, una vez más, lo acertado del análisis marxista de la realidad: los líderes -porque Pablo Iglesias no es un dirigente, es un líder- surgen fruto de una necesidad histórica: hubo muchos Lenin en el siglo XVIII y XIX rusos y los hubo desde los años treinta del siglo XX y los hay en el siglo XXI, y hoy hay, en España, nuevos Bullejos, pero no pueden surgir y dirigir un proyecto revolucionario porque no tienen las estructuras necesarias y no viven el momento histórico adecuado.
En quito lugar evidencia las diferencias entre una izquierda moderna, propia del siglo XXI, y las estructuras y formas de comunicación de las organizaciones ya existentes que se corresponden al siglo XX. Que construir un proyecto revolucionario pasa por la capacidad de la clase trabajadora de disputar la hegemonía a la burguesía y construir unos nuevos valores y creencias es un hecho. Que hoy es fundamental la comunicación en el proceso de la disputa de la hegemonía y las octavillas -algo, por otro lado, necesario y que no debe perderse- son cada vez más el reflejo de un tiempo pasado, considero, es otro hecho incuestionable. No obstante, y tal y como señalo, es fundamental acudir a los polígonos industriales, allí donde está la masa, para que la organización se encuentre con ella, dialoguen y aprendan mutuamente -clase y organización-. Ese contacto con la clase no lo puede sustituir ningún medio de comunicación, pero la masa, en sentido amplio, es más accesible mediante modernos medios de comunicación que mediante el reparto de octavilla a octavilla.
En sexto lugar muestra la incapacidad de las cúpulas de las organizaciones de la izquierda y/o en lo concreto de Izquierda Unida para adaptarse a los nuevos tiempos. La organización -toda organización social, no sólo la organización política- se convierte en un ente orgánico que necesita sobrevivir. En ese sentido, Izquierda Unida no podía y no puede refundirse más que para seguir siendo Izquierda Unida, lo contrario sería un acontecimiento que sólo en una organización realmente democrática, en la que las bases tienen poder real y efectivo y por lo tanto las cúpulas y la organización se construyen de forma dinámica y de manera constante sería posible. Es, por lo tanto, ilusorio plantear que Podemos puede servir para que Izquierda Unida, o cualquier otra opción política se plantee un cambio. Sólo desde dentro pueden cambiarse las organizaciones, y aún a condición de que se den una serie de condiciones nada fáciles.
En séptimo lugar vuelve a plantear el complejo de inferioridad de las distintas organizaciones de la izquierda española, que no toleran ver que surja ningún otro proyecto de izquierdas. Todo/a aquel/lla que se organiza en torno a un proyecto de izquierdas fuera de tu organización es un/a traidor/a. Y cuando no cabe la acusación de traición entonces aparece la acusación de oportunista. Al fin y al cabo, ante el surgimiento de Podemos unos reaccionan con simpatía -porque ven en la nueva organización elementos que querrían en la suya- pero la mayoría reacciona, como los hooligans, como defensores de su organización porque es la única válida, porque es la elegida -sí, como los hooligans o como los/as miembros de una secta, cualquiera de los dos ejemplos sirve-.
No sé cuántos votos puede sacar Podemos. Creo que nos equivocamos al plantearlo, una vez más, de forma electoral, a cuántos eurodiputados puede sacar esta o aquella organización, la cuestión es: ¿qué podemos hacer por la revolución? ¿qué aporta Podemos a la revolución?
¿Podemos nos acerca a la revolución? ¿organiza y estructura a la clase trabajadora? La respuesta es evidente: va a ser incapaz de hacerlo. Podemos surge con un líder, es parte de la estrategia de Izquierda Anticapitalista, y no responde, por lo tanto, a una necesidad de la clase trabajadora que, habiendo adquirido conciencia, transforme el espontaneísmo y el instinto de clase en organización. Con las bases de las que surge Podemos no se puede construir un proyecto desde -y para, habría que añadir- la clase trabajadora.
Que Izquierda Unida y el PCE -con sus miles de defectos cada organización- son los aglutinadores de la clase trabajadora española con un mínimo de conciencia es un hecho. Por eso ese y no otro es el lugar de los marxistas y leninistas, porque no se puede abandonar a lo mínimamente organizado y consciente de la clase. Bajo esta perspectiva Podemos fracciona una unidad ya de por sí débil y, por lo tanto, actúa de forma contrarrevolucionaria: confunde a la clase trabajadora y no supone ningún avance cualitativo en términos revolucionarios.
Eclipsados por el fenómeno griego muchos/as plantearon una Syriza española. Esta realidad es, a ese respecto, tajante: no es posible construir una Syriza española. Los modelos no se pueden copiar, la realidad griega es una y la española otra, las bases materiales que propiciaron el surgimiento de Syriza no se dan en España: dos realidades distintas no pueden tener un mismo proyecto, a menos que se quiera condenar el proyecto -en aquel lugar en el que no se corresponde con la necesidad histórica- a la insignificancia. Y, por otro lado, señalar que Izquierda Unida ya es -o ya era- la Syriza española es la incapacidad política para observar que en Grecia Syriza se construye en un marco de retroceso de la dominación burguesa y en un incremento de la respuesta de la clase trabajadora, mientras en España Izquierda Unida fue una respuesta para la resistencia. Nada más antimarxista -y, por lo tanto erróneo- que las comparaciones desde lo abstracto.
En cualquier caso, y con todo, Podemos plantea una nueva realidad concreta y es un hecho sobre el cual no caben reacciones viscerales y que será necesario analizar con detenimiento durante los próximos meses. No por el interés que tengamos en Podemos, sino para conocer cómo reacciona nuestra clase, único sujeto condenado a acabar con el capitalismo y llevar a cabo la revolución social, con -o por encima- de Podemos, de Izquierda Unida y de cualquier otra organización.
¿Qué hace a un movimiento popular y democrático?
Jorge Costa y José Luis Moreno Pestaña
Las palabras y las cosas
No son pocas las iniciativas políticas que dicen actuar en nombre del pueblo, del 99 %, representar el sentir de «la calle». Algunas incluso afirman ser o sentirse parte de «los de abajo» y, sin duda, se representan una base demasiado amplia y una cúspide muy diminuta. Si se quisiera, cabría constatar si la metáfora es apropiada: una vez aclarado lo que significa ser «de abajo» o, más fácil, ser el 99 %, basta comprobar si el grupo que se encuentra reunido (puesto que no podemos reunir efectivamente al 99 %) tiene una composición de clase similar a la del conjunto de la población, encontramos las mismas mujeres que hombres y con un grado similar de participación política, o, ¿por qué no?, el reparto de los presentes en función de la edad se corresponde con el de ese 99 % de la población. Sobra decir que pocos movimientos y en contadas ocasiones guardan cierta proporción sociológica entre su composición real y su autoconciencia. Aunque para algunos son expertos en ocultar el problema tras la retórica, la claridad resulta un inestimable bien político: tanto para no engañar como para no engañarse.
Se nos dirá que somos demasiado exigentes y que una participación popular en sentido estricto resulta hoy inalcanzable. Sigue quedando pendiente de confirmación el primer enunciado: ¿cómo determinar que un movimiento político que se dice popular y democrático lo es efectivamente, al menos, en un sentido tendencial? Ortega nos recordaba, «bueno fuera que estuviésemos forzados a aceptar como auténtico ser de una persona lo que ella pretendía mostrarnos como tal». Lenin lo decía de otro modo, algo más directo; pizca más o menos como sigue: en política solo los imbéciles identifican las palabras con la realidad. Nosotros que no gustamos ni de las políticas de Ortega ni de las de Lenin coincidimos con ellos en ese punto: solo con la voluntad de llamar pan al pan y no colchoneta podemos confiar en que si algún día probamos el pan sepamos lo que es. De lo contrario corremos el riesgo de utilizar las palabras por el prestigio que tienen, porque con ellas atraemos a la audiencia, sin atender a sus significados. Y, al final, acabamos oxidando su sentido genuino.
La mayoría de las veces estos movimientos y partidos políticos nos presentan un programa de acción, con el que pretenden mejorar la situación de aquellos a quienes dicen defender. Ese programa político parte de un determinado diagnóstico del mundo y propone, tras una valoración del mismo, una serie de medidas para transformarlo. Finalmente, si la agrupación política obtiene suficiente apoyo social y encuentra un contexto favorable, puede llevar a buen término su programa.
En la práctica no es posible diferenciar los distintos pasos y se confunden unos con otros. Con frecuencia, cuando existe una tradición política consolidada, de una particular información sobre el mundo combinada con una determinada experiencia socio-política se deriva un conjunto de prácticas políticas, que responden a un programa más o menos explícito. En ocasiones, por distintos motivos que sería fastidioso describir (pero quizá urgente), esas prácticas políticas se convierten en rituales para el consumo interno de los iniciados en la tradición y poco atentos, precisamente por su dimensión ritual, a la realidad social circundante. De ahí la sensación que se produce ante presuntas novedades políticas que destilan un cierto «aire de familia»; de que, por muy nuevo que sea el asunto, no deja de ser «lo de siempre».
Pero el mundo no es, y además no tiene por qué ser, la eterna repetición de un mismo sinónimo. ¿A qué problemas se enfrentan quienes pretendan construir una alternativa democrática e integradora creíble frente al desgobierno neoliberal?
Una experiencia compleja de la explotación con la que debe conectarse
Nuestro tiempo otorga mucho prestigio a la ciencia: «Como en otro tiempo el hombre recibía sus dogmas de los Concilios, luego optó por recibirlos de la Academia de Ciencias» (de nuevo Ortega). En medios militantes antaño tuvieron harto prestigio los filósofos y algunos sociólogos, hoy les sustituyen los economistas. Y efectivamente, la ciencia (y la filosofía) aportan una valiosa información sobre el estado del mundo y sobre las vías en las que cabe, razonablemente, transformarlo. Sin embargo, no podemos pensar en la ciencia como un discurso uniforme, sin fisuras internas. Incluso aunque hagamos una necesaria distinción entre la buena y la mala práctica científica (ver Inside job para ejemplos de práctica científica fraudulenta en las facultades de economía), nadie puede defender hoy seriamente que ninguna disciplina o corriente goce de algún tipo de privilegio que le permita diagnosticar con precisión qué sucede. Esto quiere decir que la información que obtenemos sobre una determinada situación es siempre parcial y que, cuanto más plurales sean los puntos de vista que tengamos sobre la misma, más completa (aunque siempre limitada) será nuestra perspectiva. Pero además, también existe una valiosa información sobre el mundo que no tiene carácter científico y que es de suma importancia para una política democrática: la perspectiva que tienen aquellas personas a las que va dirigida la propuesta, o con las que se quiere contar en el proyecto.
Pongamos el caso de una persona que cobra 600 € al mes con un contrato temporal, una figura de lo que se conoce como empleo «precario». Esa persona puede considerar, efectivamente, que su situación económica y laboral es desastrosa; pero, al mismo tiempo (o quizás en su lugar), puede valorar otros factores: sentirse afortunada dada la escasez de trabajo, considerar que el presente trabajo es un primer paso de una carrera profesional que promete futuras retribuciones, encontrar compensaciones simbólicas que van más allá de lo económico… Aun suponiendo que estas otras valoraciones tuvieran un valor de conocimiento menor que su posición en la relación capital-trabajo, es evidente que tienen el mismo valor político, seguramente más. A efectos de decidir o apoyar una determinada política, es indiferente que consideremos que sus argumentos parten de calibrar bien o mal su posición en el mundo. Lo que importa es que, si en realidad lo cree así, son verdad para esa persona y conviene tenerlo en cuenta para comprender su comportamiento político. Bourdieu habló de una doble verdad del trabajo: es fuente de explotación pero también lugar de realización personal, de autoestima y, cuando más se fomenta la participación del empleado en su tarea, más probabilidades existen de que ésta, efectivamente, le interese. Las conciencias de la explotación son ambivalentes: unas veces se tiende a ver el aspecto más material (lo que cobro, las horas que echo), otras, la parte no menos material, pero no medible económicamente, de las satisfacciones subjetivas: la realización del trabajador en la colaboración o la competencia con los compañeros, el orgullo de representar una firma. Ciertamente, cuando las cosas van mal todos nos ponemos materialistas y vemos todo como explotación. Pasa igual que cuando las parejas se rompen y se hace balance o se hacen cuentas: lo anterior parecía una engañifa al servicio de alguien que no nos quería o se aprovechaba de nosotros. Pero era real. Del mismo modo es real que esta sociedad, aún explotándola, hace feliz a mucha gente, a la vez que los explota. Quien olvide esto no comprenderá por qué no se rebelan: la cuestión no es que sean tontos, es que tienen qué perder. Y no lo se rebelarán hasta que no huelan que lo que se les ofrece es factible y comparativamente mejor que lo que tienen.
Cuanto más amplias y variadas (además de fiables: en el doble sentido de que quien nos informa no nos quiera engañar, por el motivo que sea, ni adular, es decir, que no nos diga solamente lo que queremos oír) sean las fuentes y la información de que disponemos, mejor nos podremos hacer cargo de una realidad social muy compleja. La política resultante será más consciente de sus posibilidades y de sus límites y tenderá menos a caer en una posición moralista o utópica de escaso fundamento.
Ampliar el círculo de interlocutores
Conviene incorporar la experiencia, y la visión que tiene sobre su experiencia, el sector de la población al que se dirige la propuesta política y mantener un espacio de diálogo entre esta experiencia subjetiva y otro tipo de discursos, por ejemplo, científicos e ideológicos. Ojo: espacio de diálogo, no de aprendizaje científico o doctrinal, ni tampoco de exhibición de una experiencia personal que se justifica a sí misma. La política no es pedagogía y si lo es nunca consiste en enseñar lecciones: es negociación y confrontación de posiciones en los asuntos que conciernen a la vida en común. La única pedagogía política imaginable es la que se produce mediante la experiencia en la responsabilidad de la toma de decisiones y en la discusión libre de argumentos.
Se entiende, según lo anterior, que no existe un programa político predeterminado capaz de dar respuesta a los problemas presentes y, menos aún, a los futuros. Una política democrática pasa por preguntar o, cuando no se puede, preguntarse con sinceridad, dada la evidencia disponible, lo que la gente quiere y está dispuesta a hacer. Y eso puede no guardar ninguna relación con lo que un militante en particular considere que es relevante a la hora de tomar decisiones: debates sobre la revolución bolivariana, la vía pacífica al socialismo, la guerra en Siria, la última reunión del FMI, o las recomendaciones de la fundación FAES. Esta cuestión es aún más urgente para quienes están en la oposición, quieren dejar de estarlo y no disponen de más herramientas que el apoyo popular para llevar a cabo su programa: la idea de que la tarea política fundamental consiste en convencer a la gente de que la solución ya está ahí, de que solo tienen que sumarse cuando tomen conciencia de cuál es su verdadera condición, es poco democrática y, al menos hoy, ineficaz. Existen demócratas que padecen el mismo mal que el reloj roto que da la hora dos veces al día: solo escuchan al pueblo (o a parte de él) cuando este dice lo que ellos venían diciendo (o parte de ello). Pancartas que se ven en algunas manifestaciones reflejan esta rémora en un activismo que se dice democrático: «Nosotros teníamos razón», o «Nosotros luchamos 365 días al año». El enunciado implícito es: vosotros no, porque os engañáis o sois tontos, solo cuando os unáis a nosotros viviréis en la verdad. Si el mundo militante fuera menos autocomplaciente, y debería serlo, tendría que preguntarse si esas entregas militantes no acaban expulsando a la gente. Algunos hay que luchan todos los días y son tan imprescindibles que impiden que otros modos de militar, con otros ritmos, puedan encontrar un hueco y reclamar sus derechos. El politólogo francés Daniel Gaxie habla de un censo oculto en la política que impide a los más participar para gloria de los menos que monopolizan el saber político y los recursos (sociales, económicos, culturales) que se les asocian. Muchos sacrificados, muchos imprescindibles, son agentes, casi siempre inconscientes (aunque quizá no todo el tiempo), de que ese censo se consolide y de que los modelos militantes solo permitan mantener el ritmo de participación a los que consagran todo a la causa.
Pero infinitamente menos simpáticos nos resultan los dirigentes en busca de seguidores. Karl Mannheim hablaba de los intelectuales flotantes (también cabría hablar de expertos flotantes… incluso de carismáticos flotantes) y en nuestra época hubiera tenido un campo de trabajo fascinante. Nunca podremos insistir lo suficiente en el valor de las personas excepcionales: las hubo, las hay y las habrá y, entre ellas, se encuentran los hombres y mujeres de la cultura -ya sea técnica, humanística o híbrida. Ahora bien, existe gente en política sin más raíces que no perder comba en las ideas que cotizan dentro de los circuitos de la industria cultural o en no desaprovechar, apoyándose en sus credenciales educativas o su condición de experto, cualquier apertura del campo del poder (que, por suerte, siempre tiene un espacio político para sus críticos más radicales) para instalarse. Un militante siempre tendrá el valor, el inmenso valor, de la permanencia y la decencia sobre sus ideas y sus motivaciones. Sin embargo, las épocas de crisis, cuando las condiciones de permanencia en las elites se agrietan, nos proveen de una muestra variada de aspirantes a salvadores del pueblo, entre los cuales hay gente que ocupa cargos desde hace muchísimo tiempo. Los comportamientos de algunos, con cambios de juego que romperían la cintura del defensa más ágil, se parecen bastante a los de los especuladores financieros: van explorando donde se puede invertir mejor su capital político y no dudan, llegado el momento, en abrazar a Digo donde ayer abrazaron a Diego. Está bien, estupendo, cambiar de ideas y corregirse. Está bien explicarse y explicar a la gente las razones. Y si uno apostó por vías que han fallado, irse a su casa un tiempo y dejar que la intuición de otros se ejercite. Un amigo lo decía con gracia: algunos salieron de su trabajo, o simplemente de su casa hace años y no piensan volver ni en broma. Harían bien en hacerlo. Manuel Sacristán recordaba que un filósofo despreocupado por barrer y fregar los platos tenía problemas de perspectiva; lo mismo le sucede a un profesional de la política: ocuparse de las tareas cotidianas proporciona un lugar epistemológico privilegiado y permite salir del torbellino de chismes y conspiraciones que tanto embotan la sensibilidad y el discernimiento. Chismes y conspiraciones que transforman el día en una perpetua urgencia para tareas cuya importancia nadie recuerda unos días después. La única función de la urgencia, la mayoría de las veces, parece ser mantener el ritmo que selecciona a una vanguardia -que se justifica en que los demás no pueden mantener su nivel del implicación.
Huir de los movimientos centrípetos
Un último problema se plantea en la relación que tiene un movimiento o partido político con el exterior. ¿Cómo ampliar el círculo de interlocutores desde un grupo muy reducido y homogéneo hacia un espacio cada vez más amplio, heterogéneo y conflictivo? Al hablar con otros debemos acostumbrarnos a que nos digan cosas que no queremos oír e incluso a que nos convenzan. El mayor desafío para cualquier programa ideológico es que deberá vérselas con una mayoría que aborrece de los programas, que no piensa ir a cursillos de formación para aprenderlos y que, con razón o sin ella, desconfía de quienes los fomentan. ¿Es un error fruto del populismo? No, aunque algo de eso hay. Cuando la gente dice que no es de derechas o de izquierdas está diciendo algo serio, al menos en parte: la democracia, la responsabilidad política y la decencia la maltratan la derecha y la izquierda y un votante del PP y de IU tienen cosas en las que acordarse independientemente de sus opciones electorales. La división entre izquierdas y derechas resulta central pero no es una ley del cosmos: muchos problemas políticos los capta bien y otros no, y permanecen más allá de esa división, en un punto donde las fronteras ideológicas son borrosas. Fue una división histórica, importante; pero las formas de autoorganización del pueblo existieron antes y existirán después de que semejante división aclare menos que confunda.
Pero aunque creamos que la gente debería saber que la «verdadera» izquierda está libre de todos los males, quien quiera dialogar con sus conciudadanos debe aceptar la racionalidad de su perspectiva. Integrar estos interlocutores en un proyecto político no pasa por someterse a ellos y renunciar al proyecto propio, pero tampoco basta con proclamar la supuesta estrechez de miras del contrincante y la propia superioridad moral. Es necesario tomarlos en consideración a la hora de evaluar las políticas posibles. Hay numerosos ejemplos históricos de políticas cargadas de razones que subestimaron las fuerzas, políticas y sociales, que se les oponían con resultados dramáticos: derrotas con costes terribles y victorias no menos costosas que dejaban maltrecho e irreconocible el proyecto inicial. Sin llegar a esos extremos, podemos comparar en este sentido dos medidas recientes tomadas por gobiernos españoles: la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en 2005 y la nueva ley de educación, en 2013. La primera, pese a la oposición inicial del Partido Popular, sigue vigente tres años después de su llegada al gobierno. La segunda, que entrará en vigor el próximo curso, parece difícil que sobreviva a la salida del mismo partido del gobierno. ¿La diferencia? La amplitud del consenso social que da legitimidad a la medida tomada por el gobierno. La realidad impone sus reglas y el doctrinario que las olvida tiene dos soluciones: o tragarse sus programas cuando sean inaplicables o refugiarse al calor de los convencidos. En el primer caso será un político fracasado. En el segundo, aunque se crea que hace política, se parecerá más al miembro de un grupo de autoayuda que a un militante.
Los avances democráticos pasan, más allá de la voluntad del discurso, por el desarrollo de mecanismos prácticos de participación política y además, por recuperar el viejo argumento democrático: todos tenemos iguales capacidades para la política. Porque, si consideramos que la sociedad es más justa y habitable cuando todos podemos decidir sobre los asuntos comunes (y aquí está la toma de posición democrática) y que el curso del destino humano es, en general, imprevisible, ¿en virtud de qué privilegio (¿social, epistemológico?) podría justificarse limitar la participación ciudadana en la política? Si algunos se creen mejores que otros, deberían asumir su condición aristocrática y proclamarse tales, sin camuflarse bajo el manto de la democracia. Si otros conocen el futuro y los pasos a seguir, que lo digan con tiempo para que todos estemos al tanto y, si no se cumple según lo previsto, que rindan cuentas por la profecía.
La elaboración de un programa político pasa por identificar qué hay de indeseable o mejorable en la realidad social y razonar qué medidas pueden tomarse para corregirlo o erradicarlo. Existe el riesgo de limitar demasiado el espacio de discusión, ya lo hemos visto: exigir un compromiso poco asumible o socialmente minoritario, o bien hacerse ilusiones respecto a lo que es posible llevar a la práctica. En la izquierda actual existen innumerables grupos con multitud de matices y diferencias entre ellos. Ninguno tiene una amplia base social. El que más, Izquierda Unida, parece tener un potencial limitado y presenta déficits importantes de democracia interna. Sin embargo, allí donde toca poder, ha tomado medidas muy importantes que solo la lógica de la concurrencia política descarnada puede despreciar. La salida de Podemos tiene una gran virtud: está liderado por gente nueva, que ha mostrado su valor fajándose en los movimientos sociales (como muchísima gente de Izquierda Unida) y, en el caso de su representante más destacado, enfrentándose a la derecha de un modo que la gente comprende y aprecia. Algunos consideran demagogia hablar con un discurso que la gente capta sin necesidad de un master universitario. Nosotros lo consideramos una virtud. Ojalá un comienzo tan prometedor se confirme como una lógica nueva. Por su parte EQUO -como el Partido X- dan lecciones un día sí y otro también de cómo podría ser una organización internamente democrática, aunque su proyección pública, por razones que exceden este texto, no parece ser muy amplia.
¿Es posible profundizar en la participación democrática en la izquierda actual? Ya sería bueno si, en los proyectos de izquierda seria, se considerase que quien no conecte con la base popular, con alguna de entidad, tiene un problema con la política ficción. Quizás la posibilidad más realista consista en una apertura del espacio político producto de la confrontación y la colaboración de varias elites militantes (parcialmente renovadas por unos pocos profanos) que busquen el arbitraje de la base popular para solventar el conflicto. En román paladino: para empezar, hoy, aquí y ahora, unas primarias que integren a Podemos, el Partido X, EQUO e Izquierda Unida. Unas primarias tienen muchos peligros: todos y cada uno de ellos se dan en los partidos tradicionales pero sin ninguna de sus virtudes. En el fondo, repetimos, es un mecanismo para arbitrar, recurriendo a la ciudadanía, los conflictos entre variadas elites militantes. Preferiríamos que las plataformas seleccionaran por sorteo a sus candidatos y que las personas cualificadas, si el azar les abandona, colaboren lealmente con quienes serán provisionalmente representantes y con ellos adquirieran capacidades de gobierno. Pero eso solo lo defendemos nosotros. La izquierda ya está llena de gente que solo se entiende con dos o tres afectos. No necesitamos ampliar más dicho conjunto.
Porque resulta mejor recurrir a la ciudadanía, más democrático, que arreglar las candidaturas en lo que los norteamericanos llamaban las «salas llenas de humo» y pobladas por un grupo reducido de varones provectos. Hoy habría más mujeres, algún joven y muchos telefonazos pero el ambiente sería el mismo. Si dicho arbitraje entre las distintas elites se institucionalizara y se dilatara en el tiempo, desarrollando y experimentando nuevos procedimientos de participación democrática estables, quizás habría una oportunidad: de que dejaran de ser cada vez menos asuntos cocinados por unos pocos que se autorreproducen y de que cada vez más ciudadanos se implicasen en la política. Quizá no todos los días, sin sacrificarlo todo a ella. Pero, a lo mejor, tamaña pasión no es muy conveniente en una política que no se restrinja a personas muy avezadas, a salas de selectos, con o sin humo, donde nunca entra la gente corriente. O, lo que es peor, debe transustanciarse en otra persona si desea franquear la puerta y permanecer sin que (¿quién?, nadie: los ritmos) la expulsen.
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