Frente a lo que ha ocurrido en Cuba, y lo que sucede actualmente con Venezuela y Nicaragua, pero también, a lo acaecido con los gobiernos progresistas de América Latina (y también con Podemos en España y Syriza en Grecia), es necesario reflexionar para tratar de superar los análisis tradicionales y contribuir con la búsqueda y […]
Frente a lo que ha ocurrido en Cuba, y lo que sucede actualmente con Venezuela y Nicaragua, pero también, a lo acaecido con los gobiernos progresistas de América Latina (y también con Podemos en España y Syriza en Grecia), es necesario reflexionar para tratar de superar los análisis tradicionales y contribuir con la búsqueda y tránsito por caminos nuevos. Hay que partir de aceptar que, en los últimos 150 años de lucha, los trabajadores y pueblos oprimidos hemos fracasado frente a un capitalismo que se renueva a diario. En ese sentido planteo unas reflexiones sobre el tema en forma sintética.
Contrario a lo que planteó Marx, se piensa (a veces, es una creencia) que el socialismo y comunismo solo se pueden construir usando el aparato de Estado o desde ese ámbito. Es decir, actuando «desde arriba», sin involucrar a la gente en la tarea de construir nuevas relaciones sociales de producción y de vida o creyendo que ello se logra con normas y leyes. Y siempre, el Estado nos coopta, nos encierra, y nos pone al servicio del gran capital sin que podamos construir algo seriamente alternativo o «post-capitalista» (Mason). Lenin lo alcanzó a visualizar, aunque era la primera experiencia de estar al frente de un Estado y, por lo menos, dejó formulada (parcialmente y en desarrollo) la llamada Nueva Política Económica, pero no hubo en ese momento un sector social y una fuerza política capaz de avanzar en esa dirección con apertura mental y espíritu crítico. El nacionalismo gran-ruso se impuso y se puso al servicio del gran capital, y la expectativa transformadora se fue diluyendo.
A partir de ese accionar, que se hace exclusivamente a nivel del Estado, necesariamente se termina por involucrarse en el conflicto geo-político entre las potencias económicas y políticas (militares). Actualmente, frente a la crisis económica acumulada, ese conflicto se agudiza entre el bloque occidental (EE.UU., Europa) y el bloque oriental (Rusia, China, otros), y los países débiles y dependientes de acuerdo a sus conveniencias tienen que alinearse con unos u otros para no ser «devorados». Y al introducirnos en esa dinámica, perdemos los verdaderos objetivos de la causa transformadora, comprometiéndonos en carreras armamentistas, alianzas ideologizadas o geográficas, «solidaridades» interesadas, bloques y guerras geopolíticas, dependencias camufladas, etc. Y son los pueblos los que sufren.
La visión que se viene trabajando y construyendo por parte de nuevos pensadores y prácticos de la acción revolucionaria, para intentar enfrentar y superar ese problema que es recurrente y frustrante, consiste en realizar el trabajo político en dos grandes terrenos o espacios interrelacionados: el estatal o institucional, por un lado, y el societal o no-institucional, por el otro. Además, impulsando una dinámica que logre coordinar esas tareas que deben tener un grado de separación formal para lograr sus objetivos. Ellas son:
a) Disputar el control del Estado con una política democrática amplia y relativamente «moderada», con gente conocedora del aparato estatal para aprovechar las pocas fisuras existentes sin dejarnos llevar a una confrontación total y desigual, dado que los capitalistas globales (que juegan al interior de todas las potencias y de todos los países) nos pueden bloquear y debilitar fácilmente. En ese terreno deben fijarse como metas las de avanzar con consistencia y paciencia en el manejo ético de lo público, ampliar y mejorar la democracia representativa y también la participativa (hasta donde se pueda), e ir debilitando paso a paso los monopolios para abrirle espacio a las economías colaborativas (Rifkin, Ostrom). Para hacer ese trabajo se requiere entender la naturaleza del capital financiero global, identificar sus relaciones e imbricaciones que influyen y determinan todos los ámbitos de las sociedades y pueblos del planeta, y no hacernos ilusiones cortoplacistas. Para llevar a cabo esa tarea se necesita más bien poca gente, especializada y honesta, pero que esté subordinada y de alguna manera «controlada» y asesorada, por una organización política que tenga sus raíces y fuerza dentro del movimiento social, y sea poseedora de un alto nivel de pensamiento científico y crítico. Es decir, tener dentro del Estado una avanzada de buenos burócratas, que sepan cuál es su papel en ese espacio y lo desarrollen con eficiencia y efectividad.
b) El grueso de los dirigentes más preparados deben concentrarse en «construir desde abajo», en el «barro» de la lucha social, un poco al estilo de lo que hacen los «neo-zapatistas» en el sur de México, o los kurdos en Rojaba, o los mapuches en Chile (y algo los nasas en el Cauca), pero con una visión más amplia y más actualizada en cuanto al desarrollo de las economías colaborativas que vienen surgiendo dentro del mismo capitalismo. Este trabajo es más cotidiano y gris, menos heroico pero más efectivo, y debe hacerse a todo nivel, en lo político (nuevas formas de autogobiernos), económico (economías asociativas y colaborativas con alto nivel de desarrollo tecnológico y prácticas ecológicas), en lo cultural (concepciones holísticas e integrales del mundo que sean la base de un nuevo paradigma «espiritual»), en lo científico (desarrollo de las ciencias de la complejidad), y en otras áreas.
Los amigos llamados «de-coloniales», que impulsan el denominado «giro ontológico decolonial», están también en esa búsqueda, pero pienso que caen, algunas veces, en una especie de romanticismo idealista y de ensueño ancestral, y se cierran y aíslan mental y prácticamente frente a lo que ocurre en el mundo, intentando construir experimentos solo «desde abajo» (autonómicos), que son fácilmente cooptados o bloqueados por el gran capital financiero. Caen en lo contrario de los llamados «estatistas» y se aíslan del conjunto de la vida concreta y global.
La idea central en construcción, que se corresponde más a lo que planteó Marx pero que integra nuevas ideas de numerosos teóricos de la complejidad, parte de entender que los modos de producción (entre ellos el capitalismo) no se transforman solo por la acción política (revoluciones, que son inevitables) sino que entran en juego muchas más transformaciones de carácter cualitativo y cuantitativo (en la técnica, trabajo, producción, consumo, cultura, relaciones entre las personas, el Estado y sus normas, relaciones con la naturaleza, etc.), que en general son lentas y no dependen de la voluntad de las personas. Pero, si entendemos o nos acercamos a la comprensión de la existencia de ese devenir que está compuesto de flujos y multiplicidades complejas, nuestra acción concreta y temporal (los pocos años que vivimos individualmente) puede incidir de una forma más efectiva en el largo plazo, contribuyendo con el avance de la humanidad en la búsqueda y construcción de una vida «más humana» y, también, «más animal». Y sin obsesionarnos con el «país de Cucaña» o el «paraíso terrenal».
Hoy surgen entre la juventud una serie de experiencias políticas que pretenden superar esas limitaciones de los antiguos partidos obreros, «marxistas-leninistas», de las insurgencias guerrilleristas, y de los partidos exclusivamente electorales, que hoy están en crisis en todo el mundo. Bienvenidas esas experiencias, que insisten en superar el caudillismo y avanzar en prácticas colectivas y colaborativas. Destaco en Colombia la aparición de Activista.org.co.
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