Ni la corrupción desatada que fusiona con la misma soldadura a la política y la empresa privada, ni el clima social de indignación diaria logran alterar el cristalizado pensamiento de la ortodoxia neoliberal. El núcleo más duro del capitalismo, aquel uno por ciento que posee más del 30 por ciento de la riqueza en Chile, […]
Ni la corrupción desatada que fusiona con la misma soldadura a la política y la empresa privada, ni el clima social de indignación diaria logran alterar el cristalizado pensamiento de la ortodoxia neoliberal. El núcleo más duro del capitalismo, aquel uno por ciento que posee más del 30 por ciento de la riqueza en Chile, no está dispuesto a soltar la mano que aprieta esa enorme proporción del PIB. Ante el nuevo y deteriorado clima político y social, el gran empresariado se muestra, en una proporción inversa, dispuesto a intervenir, pero en beneficio propio. Es una vez más la doctrina del shock actuando silenciosamente.
Hay ya no pocos indicios, aún de baja intensidad pero constantes y bien amplificados por sus medios de comunicación. Es una tendencia discursiva que busca sumarse, desde las cúpulas, desde la cima de la pirámide del poder, al torrente de críticas que apunta hacia la conducción del gobierno. Un proceso que en las portadas del duopolio comienza a armar un diagnóstico económico artificial y a perfilar una campaña orientada a desmontar lo poco o nada hecho por un debilitado gobierno para poner en su lugar los tímidos intentos por estrechar la insondable brecha en la distribución de los ingresos. La reformulación de ciertos aspectos de la precocinada reforma tributaria es uno de los ejemplos más evidentes, pero hay otros que se mueven y ya apuntan con inusitada antelación al debate constitucional.
Entre estos dos puntos, que podríamos colocar en virtuales extremos, hay bastante espacio para establecer un eje que tiende a instalarse como verdad comunicacional, perceptiva, pero realidad a fin de cuentas. Un frío escenario económico, que sabemos es similar al letargo del resto del continente y el mundo, es insumo suficiente para inflarlo, levantarlo y llenarlo de asperezas como una nueva fuente de conflictos. Las cúpulas empresariales y sus representantes políticos ya han desplegado un simultáneo discurso para hacer mutar la crisis política en una económica, o en una combinación de ambas.
Por el momento son el crecimiento económico y la inversión, ambos vinculados con las reformas tributaria y laboral, las fuentes de eventuales temores inculcados a la población desatenta, pasiva y temerosa. Con la corrupción y las protestas, la suma del temor al desempleo pasa a ser un cóctel de aún mayor octanaje. El empresariado ha jugado esta carta en muchas otras ocasiones, con resultados en no pocas oportunidades nefastos para la ciudadanía, pero siempre a su favor. Es una pauta clásica de desestabilización que tiene como inicio la creación de un clima de percepción económica de caos, en todas sus vertientes, como salida final. Chile a inicios de la década de los setenta o Venezuela hoy, son dos ejemplos de este proceso: tras sí, la catástrofe, para la recuperación del control como objetivo final.
Durante las últimas semanas ya no hay matices ni en los calificativos ni en la interpretación. Si para la prensa del duopolio y la especializada en finanzas la economía chilena está en el suelo, hecho expresado, dicen, en el bajo Imacec de abril, los líderes empresariales diagnostican la causa, que no es otra que las reformas. El bienestar, tal como hemos oído durante los últimos 30 ó 40 años, está en el libre mercado: la economía otra vez como fuerza natural.
Las elites económicas intentan levantar, esta vez desde el suelo, aquella clásica falacia que tantas ganancias les ha otorgado: el neoliberalismo como modelo económico desligado de la política. Un invento que funcionó a su favor durante varias décadas, pero que hoy transparenta su verdadera naturaleza. El libre mercado ha sido un mito neoliberal, un territorio artificial amparado por la clase política para el beneficio mutuo. Pero también un modelo directamente responsable de las injusticias que hoy tienen levantado al país.
Las cúpulas empresariales, el uno por ciento propietario de gran parte de Chile, quiere mantener sus privilegios como si éstos les correspondieran por derecho divino. En un clima tensionado por la indignación ciudadana orientado a eliminar o, por lo menos, limitar esas prebendas, es posible que observemos de aquí en adelante al ya debilitado gobierno cada día más atemorizado y sumiso al poder económico.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 831, 26 de junio, 2015