La victoria de Joe Biden en las recientes elecciones de Estados Unidos tiene múltiples implicaciones para la política interna y externa de la nación norteamericana. Uno de los temas donde se espera un cambio de política es en el caso de Cuba, donde muchos consideran que Biden puede dar continuidad a las políticas iniciadas cuando era vicepresidente de Barack Obama.
El posible retorno a una política de relativo deshielo en las relaciones Cuba-Estados Unidos ha llevado a la maquinaria ideológica que adversa el proyecto de la Revolución cubana a retomar una narrativa que ya se aplicó extensamente durante el acercamiento de la última etapa de Obama.
El sentido fundamental de esta narrativa es la de presentar las relaciones entre ambos países como relaciones simétricas, donde ambos deben hacer concesiones para lograr un pleno entendimiento. Así, mientras se espera del gobierno norteamericano un levantamiento o, al menos una flexibilización del bloqueo, se le exige al gobierno cubano una agresiva reforma económica que acerque las dinámicas de la economía interna a las dinámicas de cualquier economía de mercado. Para este fin, se defiende un proceso de privatización que ponga las principales empresas y recursos del país, hoy propiedad del estado, en manos del sector privado y se cuestiona y torpedea la existencia de una economía planificada.
Solo llevando adelante de forma decidida estas reformas, afirman toda una pléyade de analistas, el estado cubano podrá demostrar la buena voluntad indispensable para avanzar en la normalización de las relaciones con Estados Unidos.
Convendría detenernos con más detenimiento en estos supuestos.
En primer lugar se afirma el equilibrio entre ambas partes en la mesa de negociaciones. Este planteamiento desconoce, o pretende desconocer, la profunda asimetría sobre la cual se sustenta lo que los historiadores han dado en llamar “diferendo Cuba-Estados Unidos”.
Dando un vistazo rápido a la historia de las relaciones comunes, Cuba ha sido siempre la parte vulnerada y vulnerable. Desde su inclusión como una apetencia temprana del joven estado norteamericano a principios del siglos XIX, los Estados Unidos no han hecho otra cosa que torpedear por diversas vías el acceso de los cubanos a la plena independencia y soberanía nacional.
Desde las gestiones iniciales por impedir que la entonces colonia española cayera en manos de otra potencia mejor pertrechada para defenderla que la desgastada metrópoli, pasando por las diversas acciones para boicotear el esfuerzo de los independentistas cubanos, hasta su intervención bajo pretexto en la Guerra del 95, cuyo resultado final sería la ocupación militar de Cuba y la exclusión de los patriotas cubanos del Tratado de París.
La república que nació en el siglo XX era una república condicionada por la Enmienda Platt, penetrada y endeudada por el capital norteamericano y con presencia militar permanente, en virtud del Tratado de Bases Navales y Carboneras ratificado en 1903 por Tomás Estrada Palma. Como resultado de este convenio, todavía hoy Estados Unidos mantiene una base naval en territorio cubano, un síntoma más de asimetría.
La Revolución cubana de 1959 afectó sin dudas al capital norteamericano y sus intereses en la isla, a la cual veían como una dependencia privada. Como resultado de la escalada de tensiones posterior, Kennedy establece en febrero de 1962 el cerco comercial, económico y financiero contra Cuba, que será luego convertido en ley en 1992 y 1995. Esta serie de medidas tienen un carácter esencialmente unilateral y han tenido en la administración de Donald Trump una escalada exponencial.
No hay, atendiendo solamente a lo aquí apuntado, simetría posible entre una potencia y una isla asediada que resiste. Aceptar esta lógica sería montarnos en un tren que nos lleva a ceder posiciones y recibir a cambio lo que no es más que el derecho de cualquier pueblo independiente: el respeto de su soberanía.
Otro de los supuestos, que es casi uno de los mitos fundamentales del modelo económico neoliberal que se viene imponiendo en el mundo desde la década del setenta, es el de la necesidad de liberar las fuerzas del mercado como premisa indispensable para cualquier desarrollo futuro en Cuba y cualquier entendimiento pleno con el vecino norteño.
La base de esta tesis es suponer el mercado como un ente abstracto con capacidad de autorregulación propia. Detrás de esta afirmación esencialmente ideológica, lo que se pretende es ocultar el hecho objetivo de que el misterioso mercado no es otra cosa que relaciones humanas. Relaciones de producción, compra y venta. Relaciones que no funcionan al margen de los seres humanos y del control social, sino que por el contrario son producidas por estos y pueden, y deben, por ende, ser controladas por estos.
Imponer esta visión natural del mercado, como un organismo autónomo con capacidad de funcionar al margen de la sociedad, implica también presentar como naturales las relaciones cosificadas que se derivan de la producción mercantil. Presentar como inevitable, como esencia humana, todas las violencias y desigualdades que el sistema capitalista ejerce sobre las sociedades y legitimar, en última instancia, el predominio del gran capital.
Esta lógica es la que subyace detrás de tantos llamamientos liberalizadores a la economía cubana y de tantos enemigos jurados de la economía planificada. Es un elemento que debemos tener en cuenta a la hora de abordar las necesarias reformas económicas en las que está inmerso actualmente el país.
Aceptar entonces el diálogo con Biden, en caso de que se diera, no solo es necesario, sino también positivo para el mejor entendimiento de dos naciones vecinas geográficamente. Puede contribuir al acercamiento entre dos pueblos y a la reconstitución de vínculos con una comunidad cubana en el exilio con la cual las relaciones no siempre han sido fluidas. También puede ser bueno para la economía de un país pequeño, castigado por duras sanciones, que sin dudas se beneficiaría de cualquier alivio relativo que pueda surgir.
Pero todo el proceso se debe llevar con plena conciencia de la desigualdad entre los actores involucrados y de la intención declarada de subvertir el orden político y social existente en Cuba. Es preciso andar con cuidado, sin prisas ni concesiones que puedan comprometer el futuro socialista y soberano de esta isla rebelde.