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Entrevista a Eduardo Torres Cuevas, historiador y pedagogo

«Nunca antes ha peligrado la nación y su cultura como ahora»

Fuentes: Temas

Rafael Hernández: Eduardo, cuando se habla del papel de la cultura en la defensa de la nación, qué significan la cultura y la defensa de la nación; cuál es el sentido de esa defensa en el ámbito de la cultura.

Eduardo Torres-Cuevas: Ante todo, hay que precisar los conceptos. El de cultura se ha usado en muy diversos sentidos, y hay muchas formas de percibirlo. Para mí la cultura tiene que ver con el modo de ser y hacer de un pueblo, esa es la base de todo proceso cultural. Puede expresarse en las calles, en el modo de pensar, de actuar, de decir, lo que lleva después a la elaboración de esa cultura, en sus expresiones intelectuales, artísticas, musicales.

  Si tomamos toda la evolución histórica de Cuba puede señalarse cómo se van creando esferas que van naciendo del propio proceso interno de la Isla. Llegan de muchas partes del mundo —España, África, de otros países de Europa y de Asia en diversas etapas del proceso histórico— grupos, etnias, nacionalidades, de muy diversos tipos, que convergen en el proceso que yo llamo de acriollamiento. Criollo quiere decir criado en casa; no nacido, sino criado, pues puede tener cualquier origen, pero nació ya aquí. Eso lleva a un proceso, primero, de creación de cultura, de tradiciones, de hábitos de todo tipo —alimenticios, de vestir, modos particulares de hablar. Cada ciudad, cada pueblo, cada villa, va creando sus tradiciones internas, y de ahí va naciendo una tradición más nacional, sin que exista aún la nación. La cultura precede a la nación, que será el resultado de un proceso cultural.

  Fernando Ortiz tiene una frase que siempre me ha gustado mucho. «¿Qué es lo cubano? Es un ajiaco», dice él, con muchos ingredientes, y al final tiene una calidad propia, diferente a los componentes que originalmente lo formaron. Y agrega: «Nuestra cultura es la calidad de lo cubano». O sea, se trata de una calidad propia, la cualidad de ese pueblo.

 Esa mezcla de elementos, en la medida en que se van identificando y creando ese criollo y ese reyoyo, ya no son una mezcla, sino una combinación, que crea una propia expresión, como característica definitiva de las naciones. Se puede ver, por ejemplo, que de África vinieron ochenta y cinco etnias, muchas de las cuales eran rivales allá.

Rafael Hernández: ¿¡Ochenta y cinco etnias africanas!?

Eduardo Torres-Cuevas: Esas ochenta y cinco etnias aquí fueron identificadas solo por una característica: que eran negros. Pero en África, como todos eran negros, no existía ese factor de identificación. Igual pasa en España, que se formó en la misma medida que en la América española. En el siglo xvi, lo que te vas a encontrar es una unión de reinos y de dinastías, donde convergían los títulos de rey de Aragón, de Castilla, de León. España fue un concepto que surgió después, cuando de verdad hubo una visión de la hispanidad, igual que surge la americanidad en ese mismo proceso, desde los siglos xvi, xvii, xviii.

Nuestra cultura nos identifica por esa cualidad del modo de ser, hacer, decir, con los hábitos, tradiciones, costumbres, que fueron generándose durante esos tres primeros siglos, sobre todo después del xix, que es el que le introduce una racionalidad a ese proceso. Antes se trataba más de sentimientos, que no siempre podían describirse o narrarse; mientras que en el siglo xix, con el predominio de la era de la razón y de las ciencias modernas, a finales del xviii, de una filosofía nacida en las Enciclopedias francesa e inglesa, se le puede dar una estructuración racional.

Rafael Hernández: Cuando se habla de defender la nación, se piensa sobre todo en el enfrentamiento con los factores hostiles, negativos, enajenantes, que vienen del exterior, en particular de los Estados Unidos. Es el contexto en que esa frase suele utilizarse.

  Ahora bien, cuando hablamos de la defensa de la nación, no en el terreno militar, económico, político-diplomático, sino en el de la cultura, se implica que estamos defendiendo una cultura con ingredientes provenientes del Norte. ¿Cómo esta relación cultural afecta la defensa de la nación?

Eduardo Torres-Cuevas: Cuando te decía que la cubanidad es todos estos ingredientes que se transculturan, estoy incluyendo el factor norteamericano también. En el siglo xviii y en el xix, y en el xx, sobre todo ya con un carácter político, la relación Cuba-Estados Unidos fue estrecha, tanto comercial como cultural, en todos los terrenos.

Cuando Martí dice que nosotros estamos en el fiel de América, que la independencia de Cuba era una lucha por el equilibrio del mundo, tenía en cuenta el factor norteamericano sobre todo, porque esta amplia América Latina, esta americanidad de la que te hablé inicialmente, tenía que ver con las características del imperio español. Pero todo el siglo xix es un nexo constante entre Nueva York y Nueva Orleans con La Habana. Esta última no está en la costa sur, no es una ciudad caribeña, es una ciudad que da al Atlántico norte, está frente por frente a la Florida, tiene el puerto de Nueva Orleans ahí, donde están criollos franceses y criollos españoles. Por eso cuando vende Napoleón la Luisiana a Estados Unidos, muchos de esos criollos franceses vienen para acá, y son los grandes cafetales de Occidente; otros vienen cuando la Revolución de Haití, pero esos se asientan más hacia la zona oriental, y ciudades como Cienfuegos, que es fundada por don Luis de Clouet, un francés criollo.

  Ahora, ese nexo con los Estados Unidos le permitió a Cuba muchas cosas, sobre todo el estar justamente cercana a los procesos de desarrollo que se iban dando no solo en Europa sino en la América anglosajona. Eso, incluso, crea el movimiento anexionista, la discusión de Saco con El Lugareño, que es la misma de hoy, no hay ninguna diferencia. El Lugareño le dice: «Cuba anexada significa quinientos mil yanquis, diablos y demonios, pero diablos y demonios blancos con capital que haría adelantar la Isla. ¿Qué te esperas de España, que te introduzca quinientos mil negros luquinos?» Y Saco le contesta: «Comprendo que sí, que es verdad que tendríamos todas esas ventajas, pero me queda [y lo dice con ironía] una pequeña contradicción con ese proyecto, y es la pérdida de la nacionalidad cubana». Es cierto que Saco la ve como nacionalidad blanca, pero al mismo tiempo estaba marcando el hecho de que este era un país que se había formado en la religión católica, y cuando digo la religión lo menos importante en este concepto es ella misma, sino todo el elemento cultural, ético, e incluso artístico que implicaba la visión católica del mundo en un origen; esa es una base muy importante. En el otro lado, está el blanco anglosajón y protestante. Por eso él habla de «la pérdida de mi nacionalidad», y dice: «si he podido vivir extranjero en el extranjero, no podría vivir extranjero en mi propia patria, nunca inclinaré la frente ante las rutilantes estrellas del pabellón norteamericano». Está diciendo que lo que no puede permitir es que se pierda su cultura. De manera que todo el esfuerzo económico tiene que ser para preservar la independencia y la nación cubana.

  Por eso cuando hablamos de la nación el problema no es solo político, sino algo más profundo. Se trata de quiénes somos y si podemos dejar de ser lo que somos, y ahí es donde está el intríngulis del factor cultural.

Rafael Hernández: El presente es historia también, y todos estos antecedentes que mencionas son claves para poder entenderlo. Pero si miramos a la Revolución enfrentada con los Estados Unidos, reivindicando la cultura nacional y la nación como parte de su proyecto, ¿tú dirías que este momento en el que vivimos es el más desafiante, el más amenazante para la defensa de la nación, en relación con lo que fue en los años 60? ¿O es que esa nación y su cultura no han estado agredidas, hostilizadas, desde el principio de la Revolución? Si estamos de acuerdo en que es así, ¿qué hay de diferente en el momento actual?

Eduardo Torres-Cuevas: La pregunta es muy amplia, pero sí te diría que nunca antes ha peligrado la nación y su cultura como ahora. Te voy a citar a alguien que no es precisamente un simpatizante de la Revolución cubana, Mario Vargas Llosa, y su excelente libro, La civilización del espectáculo. Esto se asocia también a lo que ha significado la postmodernidad como desmontaje de todos los proyectos racionalistas de la modernidad, entre ellos el propio concepto de nación, el de patria, el sentido de los deberes del ciudadano. Hasta estos últimos treinta años, existía una discusión racional, entre argumentos que incluían los usados por la reacción en su discurso político, de manera que se podía discutir sobre la base de una racionalidad del discurso. En la actualidad, no se necesita esa racionalidad del discurso, porque son otros los elementos que la postmodernidad pondera, sobre la ética y la estética, que no afecta solo a la ética revolucionaria, sino a la propia ética religiosa, digamos, católica. El fenómeno es mucho más grande y global, no se limita a una región determinada ni es el problema de Cuba, sino se trata de algo universal.

  Por otra parte, en los 60, los medios de comunicación eran, vistos desde hoy, primitivos, radio, televisión, prensa escrita, los cables que se mandaban de una agencia a otra. Hoy se puede enviar un mensaje que tiene un alcance mundial desde un celular. Hay ejemplos sobre todo de lo que se ha llamado la guerra de cuarta generación, como fue la Primavera Árabe, al final de la cual vimos efectos muy diferentes a lo que esperaron muchos de los millones que se lanzaron a las calles.

 Los conceptos, por otro lado, han variado o han adquirido contenidos diferentes. Hoy todo el mundo habla de democracia, pero el problema es saber de cuál estás hablando y hasta dónde funciona esa democracia, y cuáles son sus mecanismos y grupos de poder, que en cierta medida existieron; sin embargo el control sobre los medios de comunicación es absoluto, es decir, en La Habana de los años 50 había once periódicos nacionales, lo mismo estaba el periódico Hoy, de los comunistas, que el Diario de la Marina, pero esos son los dos extremos. Estaba El Crisol, Prensa Libre, El Mundo, El País, y había una discusión visible y donde se ganaba el terreno día y día, y se perdía también; hoy el nivel de dominio de los sectores más de derecha, o de derecha, o de centro, tienen mucha más fuerza en los medios que las izquierdas por un problema incluso económico; en ese sentido, no tiene nada que ver con la lucha de los años 60, era otra la discusión, otro el modo en que se discutía y para qué se discutía; había múltiples opciones, pero siempre buscando algo mejor, hoy hasta lo peor puede servirte como lo mejor, solo depende del discurso, de que seas capaz de convencer; por otro lado, los discursos que más convencen son los simples, mientras más teóricos sean menos entendibles por las grandes masas; el de los líderes semifascistas y de extrema derecha, etcétera, son oraciones, frases, incluso sin verbos, es decir, una afirmación, y la gente lo acepta; pero el principio de decir algo que pueda ser absolutamente falso descansa en aquel viejo principio de mentir, mentir y mentir, que algo quedará, después cuando tú vas a la defensa, ya saliste tarde. Todos estos factores hacen bastante compleja la época.

  Ahora, el movimiento de izquierda en el mundo tuvo una fase de confusión de criterios, se atacó la izquierda contra la izquierda, a partir de la crisis del campo socialista, la Unión Soviética, etcétera; no voy a valorar los partidos comunistas, pero estos después de eso decayeron enormemente, y los partidos socialistas, que pensaron que iban a ascender a costa de la caída de los primeros —así sucedió en los primeros momentos—, hoy están en desventaja, el discurso que está primando ha echado abajo a algunos de los partidos tradicionales fuertes en América Latina, eso está pasando en Costa Rica, en Perú, partidos que históricamente fueron de izquierda o de centro, e incluso de derecha, se ven ahora ante una crisis tal que no tienen un programa estratégico, ¿cuál es el único programa estratégico que está sobre la mesa?, el neoliberal, el neoconservador, las dos fuerzas que están discutiendo, y la izquierda tiene un discurso de respuesta.

Rafael Hernández: Defensivo.

Eduardo Torres-Cuevas: Sí, mientras hay una propuesta yo doy una respuesta, entonces nos falta en estos momentos un discurso de izquierda coherente capaz de decir cosas en un lenguaje sencillo, que llegue a todos pero basado en un pensamiento teórico sólidamente elaborado.

Rafael Hernández: ¿Esa posición defensiva o esa emisión de un mensaje defensivo nos pasa a nosotros también?

Eduardo Torres-Cuevas: Claro que sí. Una de las cuestiones más interesantes es que no estamos totalmente a la altura de la propuesta que tenemos que hacer; somos excelentes dando respuestas, sean más o menos elaboradas. Nada más hay que picarnos para que respondamos, puede ser recordándole a la progenitora o con un discurso elaborado, etcétera. Nuestro problema es, en mi percepción, que nosotros estamos generando en estos momentos una nueva propuesta, pero todavía no está articulada ni probada; la propia dinámica del proceso lo puede dar.

  En otro sentido a tu pregunta. El nivel de ofensiva que tiene hoy el pensamiento no es neoliberal, sino neoconservador; hago una diferencia en ese sentido, Obama puede ser la expresión del neoliberalismo, Trump, la del neoconservadurismo, que incluso está atacando elementos del neoliberalismo; esa ofensiva neoconservadora, es como si fuese una respuesta de la extrema derecha históricamente en los momentos de crisis del pensamiento de izquierda, y de agresividad en cuanto a los movimientos económicos; o sea, se va dando cada vez que hay un movimiento de crisis y de necesidad de organizar los procesos de avance del gran capital.

Rafael Hernández: Si se trata de defender la nación en el campo de la cultura, y de defender la cultura que nos representa, esa nación hoy está más extraterritorial que en otros momentos, no es la primera vez, cubanos en otras partes del mundo durante las guerras de independencia, etcétera; esos otros cubanos que están fuera de Cuba y que son parte de la nación, que no son enemigos, que no se comportan como tal, y que no colaboran con el enemigo, ¿desde el punto de vista estratégico, el incluir a esa parte de la nación que está afuera qué plantea a una política cultural o a un pensamiento de defensa de la nación en la cultura?

Eduardo Torres-Cuevas: Ser cubano no determina en qué parte del planeta tú estás, en el Polo Norte, o en Hawái o en Burkina Faso, y algo que es muy importante, vuelvo a Fernando Ortiz, hoy estoy…

Rafael Hernández: Orticiano.

Eduardo Torres-Cuevas: Sí, Fernando Ortiz decía: «¿Qué es ser cubano?», o sea, la conciencia y la voluntad de serlo; uno escoge si quiere ser o no cubano, pero eso implica una definición cultural, no una política, aunque tiene una consecuencia política detrás; ante todo, yo quiero ser como el otro, no como soy, me quiero aculturar, pero en la emigración cubana —los dos conocemos muchas personas así—, realmente hay muchos con un descubrimiento de quiénes son ante el diferente, es decir, yo me doy cuenta de que soy cubano porque actúo, pienso, distinto a este, y a lo mejor me tengo que comer los frijoles negros escondido, pero ese es el plato que yo quiero, arroz con frijoles; como, en cualquier parte, la música cubana que inmediatamente te levanta, y tú dices, ¡esa música! La cultura nos mantiene siendo cubanos dondequiera que estemos.

Rafael Hernández: Si la defensa de la nación incluye no solo a la que vive dentro sino a la de afuera, y si la cultura es lo que nos une, ¿qué recomendaciones tú le harías a una estrategia cultural en defensa de la nación que no caiga o que no sea presa de populismo, de folklorismo, del provincianismo aldeano que Martí criticaba?, ¿cómo precaverse frente a esos peligros?

Eduardo Torres-Cuevas: El problema también es complejo, es decir, está lo que uno pudiera racionalizar en el problema, y lo que irracionalmente está dentro de los conceptos y de las actitudes que tienen que ver con este. Ante todo hay que identificar esos valores dondequiera que estén y colocarlos en el lugar que deben estar; ahora bien, significa que tú tienes que tener todos los medios de divulgación y sensibilizar a las esferas, ya sea política, social, o económica.

  Es un modo en el cual nos identifiquemos con ese sentimiento y ese pensamiento que tiene que ver con la evolución de lo cubano, que, por otro lado, ha ido evolucionando, y evolucionará porque siempre tendrá una época histórica diferente; Martí escribió muchos de sus mejores trabajos en los Estados Unidos —el grueso de su producción—, independientemente de todo lo anterior.

  La solución es entender que esos espacios que se abran irán creando o creciendo en la medida en que seamos capaces de irlos aumentando; es un trabajo inteligente, lento, del que no se puede esperar sus resultados en un solo día. En todas partes, hay muchas personas, muchos cubanos que pueden contribuir a ello; los conocemos que están en los Estados Unidos, incluso desde la época de los Peter Pan, y son excelentes como productores de un pensamiento integrador, como productores de la cultura cubana desde afuera de Cuba, y eso no se puede obviar, sería absurdo, pero tiene que ser conocido, como ellos tienen que conocer muchas cosas.

Rafael Hernández: Mi última pregunta, que se relaciona con la anterior. Defender la cultura nacional y defender la nación reforzando los medios de la cultura que pueden hacerlo y evitando caer en actitudes de trinchera o que proyecten que tenemos miedo sobre todo a la hora del contacto con lo externo, ¿cómo desarrollar esa defensa robusteciendo y potenciando el intercambio y no cerrándonos a él, y cómo logramos por esta vía fortalecer una conciencia cultural más segura de sí?

Eduardo Torres-Cuevas: Tú última frase es importante. El problema es la seguridad que tengamos de nuestra conciencia, y eso no son trincheras de piedra, ahí sí no estás avanzando ni estás defendiendo realmente lo que tienes que defender. Las ideas no tienen fronteras. La cultura no tiene fronteras. Nuestra cultura es nuestra pero también es universal, porque es un componente más, no es una cultura de aldea. Si algo tiene la cultura cubana que la hace tan rica, —quizás por eso que tú me preguntabas anteriormente, por esa ubicación de Cuba cercana a los Estados Unidos, más cercana a Europa que otros lugares, el mar como comunicador, no como aislador, más difícil es llegar a caballo al centro de América que en barco a Europa—, es ese carácter que tuvo siempre la cultura cubana, si tú no le das ese hálito, ese ambiente, se empobrece, y en la medida en que lo empobrezcas te vas haciendo más susceptible a ser, a perder espacios, y al final a verte en una triste situación.

  Es necesario el diálogo, el espacio, el entender todo lo que el mundo ha elaborado y ha hecho. En otros países, tienen a los cubanos trabajando en primer lugar, porque tuvieron una formación, desde todas estas aristas que llegaban del mundo más desarrollado. Y aunque digas, «Yo no quiero que me llegue», te va a llegar por cualquier vía, porque el mundo de hoy no tiene fronteras en ese sentido, y de forma tal que no siempre se sabrá —si no se tiene una política clara de ello— qué es lo válido y lo no válido; tienes que abrir el diálogo para que lo válido también entre, pues si no abres esos espacios te estás condenando a morir.