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Obsolescencia a la cañona

Fuentes: Rebelión

Benito Muros, español, pecó de ingenuo al intentar lo que alguien calificó de sueño de todo emprendedor: «producir y vender un buen producto y a ser posible no engañar a los consumidores». Bueno, más bien sueño de los nimbados de buena fe -que los hay, ¿no?-, o de los adormecidos al compás de letanías sobre […]

Benito Muros, español, pecó de ingenuo al intentar lo que alguien calificó de sueño de todo emprendedor: «producir y vender un buen producto y a ser posible no engañar a los consumidores». Bueno, más bien sueño de los nimbados de buena fe -que los hay, ¿no?-, o de los adormecidos al compás de letanías sobre la acrisolada naturaleza del Sistema.
 
El caso es que el hombre se dio a la tarea de crear las Oep Electrics, dizque las primeras bombillas provistas de garantía por cinco lustros y reparables, con ¡70, 80, 100 años! de uso, o sea, exentas de la obsolescencia programada, socorrido modo de fabricación que obliga a la reposición harto frecuente, en aras de dividendos… no precisamente del cliente, que a todas luces no «siempre tiene la razón».
 
Imagino la expresión de Benito cuando, de acuerdo con A. Carlos González, de spiritudepok (tomado de www.negocios1000.com), se presentaba en el programa Repor de TVE con un ringlero de amenazas contra su persona, de entre las que sobresalía, por rotunda, la que terminaba de esta guisa: «Si usted recapacita y no lo hace, sus deudas en Banco BBVA serán retiradas y obtendrá grandes beneficios en el país donde usted diga. Si por el contrario usted decide seguir adelante con sus planes de comercializar su producto, se embargarán sus bienes, y su vida y la de su familia serán aniquiladas».
 
La amiga que me envía el texto, en mensaje electrónico como destinado a atizar angustias existenciales, se pregunta si no resultará este uno de los tantos bulos circulantes en la tolerante, desaprensiva internet, y raudo le contesto que el hecho concreto representa otra manifestación de esencias. Por tanto, devendría válido incluso si inventado, como símbolo de una realidad más que tangible. Así se comportaría el capital ante las previsibles pérdidas en una industria que, solo en España, durante el boom de la construcción colocaba en oferta la friolera de 20 millones de bombillas cada 12 meses.
 
Los últimos datos provienen también de González, que sugiere el debate, pues «vemos claramente cómo funciona este mundo lleno de intereses económicos al precio que haga falta. Si hace 30 años alguien hubiera dicho que se están fabricando productos para que se rompan a posta, le hubiesen tachado de loco o ‘conspiranoide'». Teniendo en cuenta que «hablamos de una bombilla, esto nos da la respuesta de qué ocurre con las energías alternativas, con los motores que no necesitan gasolina y [con] la aniquilación de estudios médicos que van por buen camino en la cura de ciertas enfermedades… El mundo se vuelve loco. ¿Qué será lo siguiente, que los políticos roben? Solo faltaría eso.»
 
Pasando por alto que tal vez aquí se le confiera un holgado beneficio de la duda a  los mandamases, coincidamos en la insania de una formación socioeconómica cuya élite, de acuerdo con Clive Hamilton -citado por Chris Hedges en la digital Rebelión- definitivamente no abordará con racionalidad la devastación del ecosistema, por factores -acotemos- como la aludida obsolescencia programada, inscritos en la lógica de la maximización de ganancias. Lógica que impide distinguir en lontananza.
 
Sí, porque, continuando con Hamilton, para eliminar cualquier esperanza falsa respecto a las consecuencias de una variación climática no atajada a tiempo se requerirían un conocimiento intelectual y uno emocional. El segundo, de más ardua adquisición, ya que la especie ha permanecido renuente a la aceptación de la propia muerte.  Ronald Wright, otro entendido traído a colación por Hedges, llama a «reajustes en la civilización a nivel integral, para vivir en un mundo finito. Sin embargo, no lo estamos haciendo porque llevamos mucho bagaje, demasiadas versiones míticas de una historia deliberadamente distorsionada y un sentimiento profundamente enraizado de que ser moderno se reduce a tener más. Esto es lo que los antropólogos llaman una ‘patología ideológica’, una creencia autodestructiva que provoca el colapso y la destrucción de las sociedades. Estas sociedades continúan haciendo cosas realmente estúpidas porque no pueden cambiar la manera de pensar. Y en este punto nos encontramos nosotros ahora»
 
¿Quiénes? Pongamos nombres, por favor. El capitalismo, al parecer solazado en asuntos de «poca» monta, como impedir que una bombilla dure demasiados años, y en amenazar a ingenuos… perdón: a emprendedores como Benito Muros, lanzado contra eso mismo, un muro, en su afán por cumplir con el sofisma del mercado para el ser humano. Como si en verdad al cliente se le otorgara siempre la razón. ¿Habré respondido a mi amiga?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.