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Entrevista a Teresa Aranguren, periodista y especialista en Oriente Próximo

«Occidente siempre ha favorecido a las tendencias más retrógradas del mundo árabe»

Fuentes: Pueblos

Lleva casi 30 años dedicada al periodismo, profesión a la que llegó movida por su interés en el mundo árabe. Además de haber trabajado en diversos medios impresos, ha sido corresponsal de guerra para Telemadrid durante 15 años, etapa que se cierra hoy, pues acaba de incorporarse a la nueva Corporación de RTVE. Enfrenta con […]

Lleva casi 30 años dedicada al periodismo, profesión a la que llegó movida por su interés en el mundo árabe. Además de haber trabajado en diversos medios impresos, ha sido corresponsal de guerra para Telemadrid durante 15 años, etapa que se cierra hoy, pues acaba de incorporarse a la nueva Corporación de RTVE. Enfrenta con optimismo esta nueva situación, que la llevará a otros frentes más fríos, quizás por eso ha decidido reinventarse cambiando la crónica periodística por la literatura. Ya nos sirvió de guía tejiendo los hilos de la memoria palestina, ahora nos presta su mirada para conducirnos a ésta y otras escenas de la ocupación en Olivo Roto, su segundo libro. En él no hay cámaras ni focos, sólo rostros, con todas sus arrugas, y una venganza, «devolver un poco de equilibrio al mundo». Reproducimos aquí la conversación que mantuvimos con Teresa Aranguren, una mujer apasionada, inagotable y comprometida. Su venganza es contarlo.

Acaban de nombrarte consejera en la nueva Corporación de RTVE (Radio Televisión Española). ¿Cuáles son tus expectativas ante este nuevo proyecto?

La misión del Consejo es marcar los criterios estratégicos de RTVE. Por ahora estamos diseñando en qué consistirá el trabajo de los consejeros, elaborando el reglamento interno. En términos generales la misión es defender los medios públicos, por lo menos desde mi perspectiva, con un sentido de compromiso con los valores democráticos y la defensa de los derechos de la ciudadanía, y al mismo tiempo hacer una radiotelevisión pública competitiva, no convertirla en un medio testimonial y dejar el campo libre a los grupos privados.

Mª José Comendeiro
 
¿Qué entiendes por una radiotelevisión competitiva?

Creo que una radiotelevisión competitiva debe, para empezar, cuidar mucho los programas de entretenimiento, que no es algo superficial. Hay que desarrollar programas de entretenimiento que diviertan a la gente pero sin degradarla, que tengan tirón, y ahí hay mucho campo, como el fomento de los programas dramáticos de producción propia que sirvan de promoción y defensa del cine y el teatro español. Eso junto a otras obligaciones que tiene un medio público, como dar acceso a quienes tienen menos oportunidades de tener voz en la escena pública, y trabajar en la transmisión de valores, especialmente cerrando el paso a contravalores, estar totalmente alerta ante aquellos mensajes de discriminación, xenofobia, machismo…

Hasta este momento trabajabas como corresponsal de guerra para Telemadrid. ¿Qué han significado para ti estos últimos 15 años en un medio como éste?

Han sido estupendos, excepto la última etapa. Creo que Telemadrid ha sido un medio público con un nivel de seriedad y profesionalidad notables hasta hace tres años, fecha que coincide con la llegada de Esperanza Aguirre a la Comunidad de Madrid, que supuso lo que yo definiría como la «toma de Telemadrid» y la condena al ostracismo de un gran sector de los profesionales, entre los que estaba yo. Hasta entonces esta cadena, que ha sido mi única experiencia en televisión, me ha dado sobre todo oportunidades profesionales de informar desde las zonas del mundo con las que me siento más implicada, como es el caso de Oriente Próximo y los Balcanes, pero sobre todo Oriente Próximo. Me ha enseñado mucho.

Pero imagino que enfrentarías situaciones incómodas, de censura, manipulación… ¿Qué piensas de los medios de comunicación de masas y de su papel en la conducción de los asuntos mundiales?

Tengo una visión bastante crítica de la situación de los medios de comunicación y de la tendencia de los últimos años. Nuestra sociedad se define por la presencia y el poder de la televisión y creo que en ella se ha creado un fenómeno bastante negativo, que ha contaminado a otros medios. Es un medio que por su constitución tiende a la superficialidad, por los tiempos, por la dependencia de la imagen… lo que deriva en que la información se reduzca al impacto visual y se pierda la línea de demarcación entre información y espectáculo; cada vez más, los informativos se convierten en una sucesión de noticias que impactan, pero impactar no es lo mismo que informar. Eso produce, por un lado, una saturación de imágenes que no siempre conducen a una mejor comprensión. Esto va unido a un componente importante de la cultura occidental: consideramos que nosotros somos el centro del mundo, que nuestra lógica es la lógica, que nuestras ideas son las ideas, que nuestro sentido de la libertad es la libertad…

Especialmente cuando informamos sobre otros (Mundo Árabe, África, Latinoamérica…) tenemos una mirada que sitúa al otro siempre en una posición distinta, y los medios de comunicación están reforzando esos estereotipos. Existe una visión del Tercer Mundo que se reduce casi exclusivamente al «qué mal lo pasan allí y qué violentos son». Al contrario de lo que pudiera parecer, el formato televisivo, en lugar de acercar, aleja, cosifica al otro y lo convierte en un obstáculo o en algo, en todo caso, utilizable o ignorable.

En un artículo reciente añorabas la voz de Edward Said, uno de los intelectuales más comprometidos con el mundo árabe. ¿Cuál es la vigencia de Orientalismo, su obra cumbre, 25 años después de su publicación?

 
Mª José Comendeiro
Creo que total. Orientalismo tiene mucho que ver con la visión colonial, que no ha desaparecido, sino que ha renacido con fuerza. Centrándonos, por ejemplo en Oriente Próximo, asistimos últimamente a una estrategia y a un reforzamiento de las políticas y la mentalidad colonial que no es sólo lo que queda del siglo XIX, sino lo del siglo XIX ampliado. Si no, ¿cómo nos podemos explicar la invasión y destrucción de Irak? Es una mentalidad absolutamente colonial en la que el otro siempre es, en el mejor sentido, un menor de edad, y en el sentido más habitual, alguien manejable para tus intereses. Te pongo un ejemplo que he visto muchas veces en Palestina: un funeral de un niño de 12 años asesinado por el ejército israelí en Belén en 2002 al que asistió toda la población. Lo espectacular de aquello era ver la diversidad de la población, estaban los curas franciscanos, los imanes de las mezquitas, mujeres vestidas con vaqueros… lo que representa realmente esa sociedad. Y recuerdo que había un grupito de unas 6 mujeres con velo, con el rostro tapado, algo rarísimo allí. Todas las cámaras fueron hacia esas mujeres, ¡y allí había más de 5.000 personas! Pero esa es la imagen que refuerza uno de los estereotipos despectivos que aplicamos al mundo árabe.

En ese mismo artículo señalas que Occidente considera probado el discurso del «choque de civilizaciones», discurso del que los medios se han apropiado. ¿Están consiguiendo trasladarlo a la realidad?

Sí, lo están consiguiendo, y eso es lo terrible, porque es un mensaje que se apoya en un caldo de cultivo previo y en una actitud menospreciativa hacia el mundo árabe islámico. Cada vez más la representación de todo lo que suena a islam va asociado a amenaza. Sí, ha habido acontecimientos que pueden justificar eso, los atentados del 11 de septiembre, los de Atocha… pero si pensamos detenidamente lo que representa el último siglo de relación de Occidente con el mundo oriental, ¿cuál es la visión lógica que un árabe debe tener de nosotros? Pues que somos nosotros los agresores. Y luego está la percepción de la inmigración como problema. ¿Cómo nos invaden? Llegan en pateras y con las manos en los bolsillos, nosotros siempre hemos ido con tanques y con aviones F-16, esa es una diferencia notable, pero eso no se percibe. Y luego está la visión de que son violentos, de que tienen una historia sangrienta, y eso lo decimos los europeos, que tenemos en nuestra historia reciente las dos mayores carnicerías de la Historia, la primera y la segunda Guerra Mundial, que son estrictamente europeas; y un fenómeno como el nazismo, que nace de nuestra propia esencia, sin ningún elemento distorsionador como sería el colonialismo, que crea mecanismos de reacción… Sin embargo nunca analizaríamos el fenómeno del nazismo o cualquiera de las guerras mundiales en función de una especial idiosincrasia de los europeos, sería absurdo, pues sabemos que detrás hay factores económicos, políticos, estratégicos, sociales, históricos…. A los demás no les aplicamos esto porque desde nuestra visión etnocéntrica no les consideramos sujetos de la historia, sino objetos.

Visión etnocéntrica y teleológica de la Historia…

Claro, nosotros vamos hacia delante, pero ¿dónde está el delante? En uno de los relatos de Olivo Roto lo apunto, nosotros pensamos «¡qué terrible la vida en el Tercer Mundo!». Evidentemente tenemos muchas ventajas, nos funcionan los grifos, damos a un interruptor y tenemos luz y seguridad social… pero visto desde otra perspectiva, ¿qué pasa por ejemplo con nuestros ancianos? ¿Y la incomunicación de nuestras ciudades? Nosotros también escandalizamos a otras sociedades. Casi todo el que tiene experiencia en Oriente sabe que el sentimiento de soledad es mucho más desconocido allí, hay una solidaridad que hace que casi nadie se quede abandonado. Nosotros hemos perdido muchas cosas en el camino, y eso tiene que ver con esa visión lineal, tan arrogante, Occidente siempre dando lecciones. No hay más que escuchar al señor Bush mientras sabemos lo que han hecho en Irak…

Entremos en esos terrenos. Llevas 25 años cubriendo conflictos para distintos medios en diversas partes del globo: Líbano, Irán, Irak, Balcanes, Palestina… Será difícil elegir tu experiencia más intensa.

No, tengo muy claro cuál es la experiencia que marca un antes y un después en mi vida, la invasión del Líbano por parte de Israel en el 82. Estuve en el cerco de Beirut y sé que hay un antes y un después de Beirut, quizás porque era mi primera experiencia como enviada especial a zona de guerra pero también por como fue aquello. Yo llegué en el mes de julio a Beirut, el cerco duró casi tres meses, hasta finales de agosto. En aquel Beirut cercado que bombardeaba todos los días la aviación israelí se había creado una situación en la que la gente tenía asumida su muerte, sólo esperaban el asalto final del ejército israelí, en el que morirían todos. Se creaba entonces una comunicación con la gente en la que eras consciente de que en realidad se trataba de una despedida. Fue una experiencia por un lado terrible, por supuesto (allí es donde vi por primera vez a los heridos por bombas de fósforo, luego lo hemos visto también en Faluya de manos del ejército estadounidense). Pero a pesar de todo eso había una capacidad tal de aprovechar los momentos, que yo diría que fue al mismo tiempo una experiencia muy bella. Cuando escribí mi anterior libro, Palestina, el hilo de la memoria, me preguntaban qué era lo que me decidió a escribirlo. Pues me decidí entonces, en el 82, luego tardé más de 20 años en ponerme a ello… Recuerdo que cuando nos íbamos de Beirut un palestino me dijo: «no nos olvidéis, contad lo que está pasando». Esa frase la he tenido siempre presente.

Y supongo que no sería la última vez que la oirías…

Claro, es una frase que se repite mucho, y que casi todos los periodistas que han estado en este tipo de situaciones han oído. Creo que la gente que vive en situaciones de aislamiento, de bloqueo… además del sufrimiento que causan las bombas, padecen el sentimiento de sentirse ignorados por el mundo, la sensación de abandono, de que a nadie le importa lo que les está pasando.

En el relato «Olivo» las mujeres «se imaginan conversaciones en las que le explican al mundo lo que pasa, y creen que si la gente lo supiese, si los israelíes lo supiesen, ya no podrían seguir haciendo lo que hacían», pero ellos ya lo saben, todos lo sabemos. ¿Sientes mucha impotencia?

Claro, constantemente con la cuestión palestina, sobre todo porque es una situación prolongadísima en el tiempo, pero también la sentí en Belgrado durante los bombardeos de la OTAN…

¿Cómo recuerdas aquel momento?

Primero hay que saber bien cómo era el estado de la opinión pública entonces: se había creado un escenario en los medios en el que parecía que el mundo pedía a gritos que se bombardease Yugoslavia porque había que castigar a Milosevic. Estaba justificado, en esa perversión del lenguaje se vendía como una intervención humanitaria. Informar desde allí era contar los muertos que causaban los bombardeos de la OTAN y ese era un mensaje que no se quería oír. Es quizás la situación en la que me vi más forzada a ir a todas partes, porque sabía que aquello para lo que no teníamos imagen lo iban a negar y que la capacidad de intoxicación del Pentágono y la oficina de prensa de la OTAN era demoledora. Si no llegabas al sitio y mostrabas los cadáveres de los niños, el hospital bombardeado… lo anulaban. Aun así lo que podías contar era una gotita en un océano.

Había mucha presión, presente entre toda la población. Usaban mucho la expresión «nos sentimos como animales acorralados» viendo como se destruía su país y al mismo tiempo sabiendo que el mundo les señalaba como únicos culpables, culpables también del bombardeo. Recuerdo el grandísimo despliegue que hubo entonces de imágenes previas al bombardeo de la situación de los albaneses de Kosovo, que era terrible, es verdad, porque las fuerzas policiales yugoslavas fueron brutales. Se transmitió la imagen de genocidio y la palabra genocidio hay que usarla con precaución. Luego llegó la campaña de bombardeos de la OTAN y había muy pocos medios para contar lo que suponían. Terminó aquello, se llegó a los acuerdos de paz, llegaron las tropas de la OTAN a Kosovo y desapareció Kosovo de la faz de la tierra. Y sabemos, porque algunos periodistas nos quedamos, que especialmente los tres primeros meses con la presencia de 40.000 soldados de la OTAN en Kosovo fueron atroces, porque se hizo una limpieza étnica, y aquí sí que es preciso el término. Hubo operaciones de exterminio de los gitanos de Kosovo, murieron en masa, desaparecieron, también los goranos, los serbios de Kosovo quedaron reducidos a lo que son ahora… Y nadie contó aquello.

Ahí se ve claramente la capacidad de los medios de crear escenarios o borrar otros. No quiero decir que sea lo único que hagan, al mismo tiempo la presencia de los medios es fundamental, porque cuando no los hay todo se hace más impunemente. Por eso no se quería que hubiese periodistas en Bagdad cuando iban a entrar las tropas estadounidenses en esta ultima invasión, o en la guerra del Golfo del 91, porque ¿cómo vamos a seguir hablando de bombas inteligentes u operaciones humanitarias cuando estás viendo trozos de carne humana esparcidos? Eso mismo ocurrió en Yugoslavia con el agravante de que hubo una campaña previa para dirigir la opinión publica hasta convencerla de que la opción era esa, que los únicos «malos» eran los serbios, hasta el punto de cometer auténticas aberraciones. Basándose en el desconocimiento de la gente es más fácil conducir a la opinión publica.

Casi diez años después de aquello, ¿a qué crees que responde la victoria de los ultranacionalistas serbios en las últimas elecciones?

Recuerdo haber visto un mitin del partido en el 91, que entonces se llamaba Partido Radical Serbio. Era un partido casi con un componente folclórico, nadie se lo tomaba en serio. Evidentemente, la agresión que supusieron los bombardeos de la OTAN, reforzó esos mecanismos. Y también el sentimiento de haber sido engañados, lo que les prometieron entonces no se ha cumplido, la integración en Europa, las mejoras económicas, el tema de Kosovo ha quedado ahí, con la población serbia de Kosovo saliendo hacia Belgrado… Se ha reforzado el discurso victimista (con razones) y de corte nacionalista.

Este escenario es el que se dibuja también últimamente en Oriente Próximo. En reacción al atrincheramiento de Occidente tras sus valores presuntamente incontestables, el «enemigo», que hoy parece ser el musulmán, refuerza también sus raíces identitarias. ¿Cuál es tu lectura al respecto?

En el mundo árabe oriental se ha aplastado lo que significaba el movimiento nacional laico, lo que está reforzando la idea del islam como opción política. En el caso de las mujeres, por ejemplo, desde los 80 hasta ahora hay un retroceso tremendo, en Palestina, Jordania, Líbano… donde antes era anecdótico ver a mujeres cubiertas, con pañuelo, ahora es la mayoría. Es la búsqueda de la afirmación de lo que les diferencia de Occidente como seña de identidad, con todo lo peligroso que es eso.

¿Y hacia dónde camina este proceso?

Lo veo peligroso para esas sociedades. Uno puede entender el mecanismo, pero al mismo tiempo se da cuenta de que es autodestructivo. Creo que es una tendencia que afecta a algo que ha sido siempre patrimonio de Oriente Próximo, uno de sus grandes valores, que es la diversidad y la pervivencia de diferentes modos de vida. Ahora estamos aplastando a esos pueblos, en el caso de Irak, con la democracia y la libertad como banderas, y hemos acabado con el concepto más moderno, el de ciudadanía, que es en el que se encontraban los iraquíes. En Irak había un fuerte sentido de orgullo nacional, el «nosotros los iraquíes» se ha transformado en «nosotros los chiïtas», «nosotros los sunnitas». Ese es el gran avance que han llevado los tanques estadounidenses a Irak.

El clásico «divide y vencerás».

Todas las sociedades son complejas y Occidente nunca ha favorecido a las fuerzas más progresistas del mundo árabe sino a las más retrogradas. Con Nasser, la gran figura del panarabismo, no pararon hasta que terminaron con él. Hoy en Irak el clero tiene una importancia determinante. Es verdad que eso no se produce sólo porque se fomente desde fuera, tiene que haber elementos que puedan derivar en eso, pero todas las sociedades pueden ir por un lado o por otro, depende de lo que se fomente. Para agredir al otro tienes que construirle una imagen de destruible, tienes que convertirle en el símbolo del mal. Desde el surgimiento de la teoría del «choque de civilizaciones» combatir la amenaza del islam es un discurso aceptable, aplastar al mundo árabe no lo es. Subrepticiamente se ha aplastado a los movimientos laicos de tendencia más progresista del mundo árabe.

¿Qué crees que significa el voto a Hamás?

Para empezar, el voto a Hamás no es un voto religioso, de hecho en sus listas figuraban bastantes cristianos. Es decir, el voto de la población palestina no es para volver a los valores tradicionales, no, es un voto de hastío del no proceso de paz. Nace del sentimiento de frustración y engaño y de las expectativas que se han creado. Es un voto en el que se dice: «ya no queremos que nos cuenten más mentiras, mientras hablan de paz nos están construyendo asentamientos, nos construyen el muro, nos confiscan la tierra, nos detienen a la gente». Y esto trae como consecuencia que este voto se convierte en la excusa para que Occidente castigue a la población palestina ¡por votar democráticamente! Recuerdo la frase que dijo el relator de Naciones Unidas en la zona hace cuatro meses, refiriéndose al bloqueo: «nunca una población ocupada ha sido tratada así por la Comunidad Internacional». Es el colmo del escándalo, estás castigando a una población sometida a ocupación militar, que ha votado democráticamente, y la condenas a sufrir lo indecible. Por ejemplo, a una situación antes desconocida en Palestina, que es el hambre, porque en Cisjordania, la población es de clase media, campesinos con capacidad de subsistencia, que se ha ido deteriorando en razón de la ocupación, en Gaza quizás haya más pobreza pero nunca veías a gente muriéndose por la calle. Y ahora las familias palestinas no saben si van a tener algo que comer al día siguiente y esto sucede desde hace dos años más o menos, desde el inicio del bloqueo. ¿Y para qué? Para que votes bien la próxima vez, eres libre de votar pero sólo en razón de lo que la Comunidad Internacional (estamos hablando de EE UU fundamentalmente) decida que es lo mejor.

¿Qué ha supuesto la pérdida de la figura de Arafat para el pueblo palestino?

Arafat, que tenía muchos defectos, como todo político, y podía ser muy autoritario, tenía, ante todo, respeto por la población palestina, incluidos sus enemigos políticos, y al mismo tiempo tenía la visión de que en lo que nunca debía caer la población era en el enfrentamiento interno, por eso no creo que se hubiese dejado llevar por los terrenos donde ha entrado Mahmud Abbas, no habría tenido una posición tan ambigua con respecto al gobierno de Hamás, que es en este momento el gobierno palestino, y habría actuado en defensa de la institución y el pueblo palestino. A lo mejor me equivoco, pero creo que así habría sido.

A mi no me cabe duda, ni a casi nadie en la zona, y no soy muy partidaria de teorías de la conspiración, que en el caso de Arafat, sí, lo envenenaron. Hace muy poco un periodista judío francés le hizo una entrevista a uno de los más estrechos colaboradores de Sharon que le dijo: «sí, nosotros envenenamos a Arafat, pedimos el visto bueno de Washington y nos lo dieron». Ha salido publicado en el Haretz. Sabían que era necesario eliminar el aspecto simbólico de Arafat, porque poder ya no tenía ninguno, encerrado en la Mukata…

Pasemos a otra escena, la invasión del Líbano por parte de Israel el verano pasado. ¿Muchos paralelismos con aquella primera experiencia en Beirut?

Una situación que se vive mucho en Oriente Próximo es el deja vú. En el caso del Líbano ha sido otra vez la brutalidad consentida. El grado de destrucción llevado a cabo por el ejército israelí de ahora se parece mucho al del 82, con la diferencia de haberse topado ahora con un movimiento de guerrilla organizada, y verse incapaces de aplastarlo totalmente. Lo que no quiere decir que si la guerra hubiese durado dos meses más los hubiesen aniquilado, porque el poderío militar israelí es enorme. La situación no ha terminado en triunfo de Israel, lo que ha dado mucha fuerza a Hizbulá, con el riesgo de entrar en la dinámica de partir el país en dos. Hizbulá representa a un sector importantísimo de la población, es un partido islámico pero con una visión también muy política. En el mundo árabe el sentimiento de derrota continua es el más destructivo, por eso Hizbulá levanta la moral, pero no sólo de los musulmanes, también de muchísimos cristianos. La línea de demarcación está, no tanto en ser musulmán, cristiano, chiíta… sino en la visión estratégica y de la propia identidad. Siniora representa la dependencia de Occidente, de EE UU, es ahí donde esta la línea.

Casi todos lo que nos acabas de contar alimenta las páginas de Olivo Roto, donde cambias la crónica periodística por el relato de ficción. ¿De dónde nace la necesidad de contar desde la literatura lo que has experimentado?

Siempre he sido consciente de que desde el lado de acá no se perciben las dimensiones del sufrimiento que llevamos tiempo causando en el otro lado del mundo. Y sabía que tenía que recurrir a la literatura, a la libertad que te da la imaginación para contar más hondamente la realidad. Mi motivación es contar la realidad, no crear nuevos mundos. Casi todos los relatos tienen algo muy desolador, porque reflejan un mundo aplastado por una fuerza externa; la ocupación no tiene rostro, los rostros son los de quienes la sufren. También he intentado no centrarme en «la gran batalla», sino en aquello que ocurre cuando no ocurre nada que merezca ser titular de una noticia. La incertidumbre, el grado de destrucción de la vida que se ha llevado a Oriente a través de la ocupación. Nadie va a hacer una crónica de un control en el que no hay ningún muerto. Siempre me fijo mucho en las expresiones, en el repliegue, en el rostro de la humillación.

Los palestinos «todos los días salen de su cuerpo y se ausentan»…

Sí, para combatir la humillación tienen que desaparecer, estar sin estar, convertirse en autómatas, desprenderse de su alma.

¿Es esa es, quizás, una de las claves de la resistencia?

Nos asombra la capacidad de resistencia de los palestinos y la clave está en la capacidad de mantener la vida en escenarios devastados, lo que tiene mucho que ver con la cohesión social y familiar. Hasta hoy en Palestina no encontrarías niños de la calle, como en otros lugares del Tercer Mundo, ni ancianos, por supuesto, nadie se queda desamparado, lo que es un reflejo de un tipo de sociedad con unos lazos internos de solidaridad muy fuertes. Esa es la clave de su capacidad de aguante, no se les ha destruido como pueblo, todavía… Por eso tiene mucho sentido el aislamiento; el trayecto del muro es muy significativo, porque no separa Palestina de Israel, el muro va cercando ciudades y partiendo aldeas por la mitad, está diseñado para destruir la sociedad palestina. La pregunta que te haces es cómo no se han vuelto locos todos y es porque tienen la capacidad de apoyarse, de mantener las estructuras de vida. Lo asumen con mucha más racionalidad que nosotros, porque es un mecanismo que han tenido que desarrollar para subsistir, sino tendríamos un ejército de suicidas.

¿Cuál es tu último «olivo roto»? Tu más reciente y significativa escena de la ocupación.

Pues precisamente una escena en el control a la entrada de Nablus. Iba con un grupo de gente del ayuntamiento de San Fernando de Henares, con coches del consulado español. Había un hombre con la bolsa de la compra y un niño de unos 10 años. Cuando llegamos estaban discutiendo, el soldado no le dejaba pasar y le tocaba la frente con la boca del fusil. El hombre le cogía el cañón, se lo apartaba y seguía discutiendo con el soldado, mientras el niño le tiraba de la camisa hacia atrás. Las venas del cuello estaban a punto de estallarle y nosotros pensábamos que lo iban a matar. Uno de los que iba en el coche tuvo la fantástica idea de sacar una foto, entonces los soldados vinieron hacia nosotros y el grupo de palestinos fue al «rescate» del hombre. Pensamos, esto normalmente habría acabado en un muerto.

Por eso, a pesar de todas las críticas que se le deben hacer a los medios de comunicación, hay que estar, además de fomentar otro tipo de medios y enfoques…

Por supuesto, hay realidades en las que si no hubiese una cámara o un periodista que lo cuente, sucederían muchas más cosas sin que el mundo se enterase. En Palestina, por ejemplo, los periodistas siempre han estado protegidos por la población, el palestino sabe que tiene que proteger a los testigos.

Y tú, ¿vas a seguir contándolo?

No voy a seguir en el ejercicio del periodismo pero sí desde la literatura, quiero seguir contándolo, porque creo que es lo que podemos hacer. Antes las guerras se hacían en nombre de Dios, ahora se hacen en nombre de la opinión pública. Quizás no podamos cambiar las estrategias políticas pero sí podemos influir.

¿Cómo ves a la nuestra hoy? ¿Adormecida, tal vez, desde aquel «No a la Guerra»?

Creo que las cosas permanecen latentes y volverán a surgir si se dan las condiciones, pero desde luego quedarse con los brazos cruzados y dejar el campo libre a los grandes diseñadores de estrategias políticas sin que tengan que responder ante nadie nos conduce al desastre. Parece que las catástrofes y las guerras siempre les ocurren a otros, pero ni unas ni otras tienen fronteras, por definición tienen tendencia expandirse. Aunque fuera sólo por instinto de supervivencia, debería importarnos lo que les sucede a otros.


Aloia Álvarez Feáns forma parte del Consejo de Redacción de Pueblos. Un extracto de esta entrevista ha sido publicado en el nº 25 de nuestra edición impresa, marzo de 2007.