El documental recopila varios casos donde el componente racial, político o sexual ha sido el detonante de la agresión
Es totalmente cierta la frase que asegura que todo lo que no sale en la televisión, extensible a cualquier otro medio de gran difusión, no existe. Dando por justa la reflexión también es verdad que no sólo importa aparecer sino el modo en que se hace. Es decir, la «invisibilidad» es un problema pero la tergiversación o un tratamiento incorrecto lo es, y muy grave también.
El documental «Ojos que no ven…la violencia fascista desde la transición» (se puede ver o descargar desde su propia web), dirigido por Luis Moles y producido por Iria Producciones, precisamente pone el énfasis en mostrar un tipo de violencia que habitualmente está olvidado por la opinión pública y cuando no, se reflexiona sobre ella desde un punto de vista distorsionado y claramente encaminado a limar su verdadero sentido y significado.
A lo largo de 1 hora escasa veremos diferentes historias, muchas de ellas con final fatídico y por lo tanto contadas por allegados, con sus consiguientes reflexiones y explicaciones, en las que el común denominador es que han sido ejecutadas desde un punto de vista racista, homófobo o simplemente por el odio al diferente, es decir, con un claro sentido fascista.
En una primera parte de la película se opta por enumerar algunos de los casos de esa lista macabra, que incluye agresiones de todo tipo a personas y lugares. Para ilustrarlos se contará con las declaraciones de personas que vivieron el caso de primera mano, amigos o familiares, y expertos o estudiosos sobre esta temática. Todo ello estará contada sin el más mínimo aditivo excepto la música intensa y pasional del grupo Habeas Corpus (la canción «Y después de la sangre, ¿qué?»). Banda perfectamente seleccionada para este fin ya que en su discografía ha estado muy patente la visión que desprende el documental.
A lo largo del metraje asistiremos a todo un museo de vergüenzas que se inicia, de manera nada casual, con el caso de Yolando Gómez, militante izquierdista. Un asesinato llevado a cabo por medio de un batallón de extrema derecha, en el que se encontraban representantes de las fuerzas de seguridad, que tenía un elemento significativo muy alto que no era otro que crear miedo y reticencias entre la juventud con anhelos de cambio. Este es sólo el principio de un abanico de asesinatos que incluye desde transexuales, vagabundos, seguidores de equipos de fútbol, inmigrantes o jóvenes con estética punk o antifascista y que engloba algunos nombres de fuerte difusión en su momento (Aitor Zabaleta, Carlos Palomino, etc..).
También se ilustran otros casos, que a pesar de no tener un final trágico, son de un alto calado simbólico respecto a evidenciar una violencia dirigida en una dirección muy clara. La bomba en el Teatro Alfil mientras se representaba la obra de Leo Bassi sobre la religión, sedes de partidos comunistas o independentistas e incluso locales de ACNUR son ejemplos gráficos de ello. Mucho más evidente todavía en brutales agresiones como la de Mikel Martín , militante de Zutik y portavoz de EHGAM, en que de nuevo aparecen militares involucrados (algo recurrente en muchos de los casos) o la de una joven «marcada» con una esvástica en su cuerpo.
La segunda parte del documental se centra en mostrar cómo ha sido el desarrollo jurídico de muchos de esos casos, desde las investigaciones previas hasta los juicios y posteriores condenas. Las conclusiones que explican partes implicadas y expertos son desesperanzadoras. Las investigaciones son realizadas de una forma laxa y con el mínimo interés a la hora de indagar. Algunas declaraciones particulares incluso manifiestan la sensación de dejación e incluso la insinuación de su propia responsabilidad en los actos. En definitiva casi todos los testimonios acuerdan que las buenas palabras no tienen ninguna reflejo práctico.
Pero el triste y definitivo colofón se vive en el momento de reflexionar sobre la llegada del juicio y de las sentencias impuestas. En un entorno tendente a la obstrucción además se hace una interpretación de los casos totalmente parcial y con una consigna decidida, dejar claro que son casos aislados, tildados según la ocasión de reyertas o luchas de bandas. En definitiva se trata de alejar esas agresiones de una línea política o ideológica, destruyendo así la posibilidad de englobarla en un epígrafe común.
Precisamente los estados lo que persiguen es disuadir la idea de que existe una violencia de claro tono fascista y al negarse a utilizar esta terminología no se puede hacer ninguna lista ni estudios serios sobre los casos, tal y como explica Esteban Ibarra del Movimiento contra la Intolerancia. Resulta paradójico este hecho sobre todo en el caso del Estado español que durante décadas ha hecho de la persecución de otro tipo de violencia su eje e incluso le ha llevado a crear leyes «ad hoc» que en muchas ocasiones, cuanto menos, han significado un claro retroceso en las libertades. El documental pone bien a las claras, de manera cruda y sin concesiones, que existen muchos casos, aislados porque así se desea, que sufren una segunda crueldad, la de verse olvidados y no reconocidos con la justicia que se merecen por las instituciones.
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