Recientemente el escenario electoral peruano fue sacudido por un violento sismo cuyo epicentro estuvo en Caracas. Allí, el Comandante Hugo Chávez, al recibir formalmente al nuevo Presidente de Venezuela Evo Morales, presentó al candidato presidencial del reciente Partido Nacionalista Ollanta Humala Tasso, saludándolo como «un patriota» y deseándole mucha suerte para la confrontación que se […]
Recientemente el escenario electoral peruano fue sacudido por un violento sismo cuyo epicentro estuvo en Caracas. Allí, el Comandante Hugo Chávez, al recibir formalmente al nuevo Presidente de Venezuela Evo Morales, presentó al candidato presidencial del reciente Partido Nacionalista Ollanta Humala Tasso, saludándolo como «un patriota» y deseándole mucha suerte para la confrontación que se avecina en el país.
La repercusión del hecho fue inmediata. Los medios de comunicación hablaron de un nuevo «eje» latinoamericano: Caracas-La Paz-Lima, y lo situaron bajo el «padrinazgo» de Fidel Castro. La Clase Dominante tembló espantada y el gobierno de Toledo llamó a consulta a su embajador en la capital bolivariana abriendo la puerta a una controversia de orden diplomático. Después vino una secuela aún mayor, que aún no ha concluido y que se orienta a un objetivo muy definido: romper las relaciones diplomáticas entre nuestros países como un paso para aislar a Venezuela y golpearla mejor.
Las comparaciones, por parte de los medios de comunicación peruanos, no se hicieron esperar. «Ollanta Humala es el Hugo Chávez peruano», dijeron unos. «Ollanta Humala por la ruta de Evo Morales», aseguraron otros. «Todos, tras la huella de Fidel», dijeron los demás. Especulaciones, sin duda, pero que diseñaron temores, sospechas y también infundadas relaciones entre procesos distintos.
Evo Morales, a diferencia de Humala, es un líder social de reconocida ejecutoria. Fue dirigente sindical, campesino y cocalero, diputado, y candidato a la Presidencia de su país, dirigente de un Partido de perfiles claros y tendencias definidas, identificado con un derrotero socialista. Ollanta, por su parte, es un caudillo nuevo salido de los cuarteles, cuya única experiencia social ha sido la relación con un destacamento de 220 soldados, que rehusa definiciones de orden político o ideológico. Ambos pueden tener algunas coincidencias en el plano de sus visiones nacionales, pero están lejos de implicar la misma receta para los pueblos.
Algo parecido puede asegurarse con relación a Hugo Chávez. Ollanta tiene similitudes, en efecto, con el Hugo Chávez de 1992, que emergió a la arena política de su país como un nacionalista, un patriota y un bolivariano empeñado en transformar su país; pero el Chávez del 92 ha evolucionado. Ahora es otro. Es un internacionalista, tiene una visión continental de la política y promueve un accionar revolucionario en un plano muy alto y lo alienta de manera coherente.
Ocurre, sin duda, que el escenario latinoamericano puede juntar distintas vertientes que hagan resistencia a la dominación imperialista o se opongan a ella; que coincidan en criticar la voracidad de los monopolios o, incluso, la inequidad del modelo neoliberal y sus prácticas lesivas a los derechos de pueblos y naciones. Estas fuerzas pueden sumar, pero no son necesariamente iguales ni tienen lazos en común lo suficientemente sólidos.
Ollanta Humala no salió como Palas Atenea de la cabeza de Júpiter tronante, acabadito y compuesto. Es una figura en proceso de formación y decantación, que ha atravesado en corto tiempo diversas estaciones, y que aún no tienen un final preconcebido.
Hoy ha llegado a su punto más alto en la consideración ciudadana y aparece sentado en una cúspide que tiene dos vertientes. Si se inclina a un lado, puede seguir el derrotero del Chávez del 92 y crecer como creció el líder venezolano. Pero si se inclina al otro, puede caer en el descrédito, como ocurrió con Lucio Gutiérrez, otro militar que tuvo su cuarto de hora en el vecino Ecuador. Eso dependerá de su consistencia personal, de su formación humana, de sus propios valores y principios.
Para saber su derrotero futuro, habrá que seguir con tiento sus pasos. Por de pronto Ollanta busca eludir compromisos de fondo con el movimiento popular y detesta -como dice- verse «encasillado en una terminología antigua» (derecha, o izquierda). Por ahora, prefiere situarse con referencia a dos polos: la globalización y el nacionalismo.
No han sido definiciones ambiguas, sin embargo, las que lo llevaron al fracaso en sus tratativas con la Izquierda Oficial peruana. No hubo, con ellas, debate en torno a posiciones de principio, o programa. Apenas cartas formales y respuestas tajantes: Humala no quiso cambiar su fórmula presidencial y apenas nos ofreció cinco puestos en la lista parlamentaria, dijeron los voceros de las fuerzas convocadas. 5 puestos de un total de 120 congresistas, le pareció demasiado poco a una izquierda que probablemente llegue debajo las 4% en la votación, perdiendo así su misma inscripción.
No puede atribuirse sólo a unos, o a otro, la responsabilidad total del fracaso en estas nuevas tratativas. La responsabilidad la tienen las personas, por cierto, pero sobre todo la visión electoral que se le dio a la tentativa de acuerdo, cuando lo que debió buscarse, y alentarse, fue la afirmación de un acuerdo político que permita una acción común, independiente de los resultados electorales. Así podría no haberse llegado a un pacto de votos, pero se habría ganado una decisión de masas para una lucha definida. No basta, entonces, encontrar coincidencias personales ni cupos electorales. Es necesario asegurar un camino similar con objetivos definidos
Ollanta Humala no es Evo Morales del mismo modo que tampoco puede comparársele con el Hugo Chávez de nuestro tiempo. Pero los pueblos de Perú, Bolivia, Venezuela -y otros- tienen similares objetivos y los mismos problemas que los agobian. Es eso lo que no hay que perder de vista. (fin)
Gustavo Espinoza M. pertenece al Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera